miércoles, 1 de marzo de 2023

Bomberos cachondos contra serial killers

Por José Manuel Recillas
(poeta mexicano)



No soy mucho de ver series ni de abonarme a ellas, por el tiempo que demandan del espectador, y por su carácter de producto industrializado. Pero recientemente me recomendaron la serie de Netflix Donde hubo humo, ambientada en una estación ficticia de bomberos, Comandante Raúl Padilla Arellano, supuestamente ubicada en alguna zona de la Alcaldía Cuauhtémoc, cerca de la colonia San Rafael, en la capital mexicana. Pese a mi reticencia, decidí darle una oportunidad, justamente por esto último. En principio, me recordó aquella película de los noventas, Backdrtaft, que en México se llamó Marea de fuego. No esperaba ver algo como las increíbles escenas de fuego e incendio que se ven en aquella, que si mal no recuerdo se llevó incluso un Oscar por mejores efectos visuales. Y en efecto, nunca se ve algo parecido, por lo que el Oscar o cualquier premio en esa categoría puede irse descartando desde ahora, y en dos o tres de las escasas escenas donde se ve un incendio las llamas son puestas digitalmente. Y ya adelanté algo al respecto, aunque la serie está ambientada en una estación de bomberos real, los bomberos pasan más tiempo (o más bien, pierden más el tiempo) haciendo lo que sea, que apagando incendios. 

Manuel Alcaraz
Lo primero que me llamó la atención es que la serie tiene ¡39 episodios!, cada uno de media hora o un poco más. Demasia-dos episodios, si me preguntan. La serie gira en torno a un asesino en serie de ficción activo en los años setenta, el Carnicero de Reynosa, y a quien se supone condenaron en Estados Unidos a 25 años de prisión. Ese es el eje central de la historia, y como ramales de la misma hay un montón de historias adicionales, a saber, la de los cinco o seis bomberos estelares, el jefe de estación, Ricardo Urzúa (Eduardo Capetillo) y su segundo, Ángel Linares (Humberto Busto), la psicóloga de la estación, hermana de este, Ana (Ana Jimena Villanueva), el de la supuesta viuda de Raúl Padilla Arellano, Gloria Glorita Carmona (Itatí Cantoral), y todos los inquilinos (cuatro o cinco chicas y su hijo homosexual, Fabio, Nahuel Escobar) de la casa de huéspedes administrada por ella. Es decir, más de una docena de personajes, todos tratados con el mismo rasero. Por eso la serie tiene 39 episodios, porque al creador de la misma le pareció buena idea “desarrollar” las historias de todos esos personajes, mostrar sus traumas y deseos. Y en eso se va la mayor parte del tiempo. Esto me parece un error gravísimo de escritura guionística: no establecer jerarquías entre los personajes, presentarlos como iguales, darle a todos el mismo tiempo de exposición en pantalla, aunque sean secundarios y su aporte a la historia central sea prácticamente nula, o pueda pasar uno de ella como quien pasa de comer mierda. No sólo eso, la historia de algunos es francamente inverosímil, como la de Mayte (Giovanna Reynaud), un personaje que no tiene una función narrativa ni actoral muy bien definida, y cuya presencia al parecer sólo sirve para justificar una parte de la agenda progre, aquella que pretende ir en contra del conservadurismo católico y del matrimonio tradicional. Pero toda esa parte de la historia podría fácilmente quitarse por completo y la serie no sólo no perdería nada, ganaría en dinámica narrativa y en brevedad. Ese extenso pasaje en que Mayte consigue una beca para ir al Conservatorio de París, cuando no ha estudiado música en su vida y apenas una vez, durante una “audición” para ingresar a Bellas Artes la vemos cantar ¡con micrófono! y es rechazada no porque “cante” una cancioncita pedorra, sino porque es demasiado grande para ingresar, es francamente insultante a la inteligencia de cualquier espectador. Y sin embargo le ofrecen la posibilidad de volver a audicionar para esa beca ofrecida desde París. O sea, en el Conservatorio de México no la aceptan porque ya no tiene edad para ingresar, pero en el de París la edad no es obstáculo. ¿En serio alguien puede creerse semejante sub-trama?, pésimamente presentada en la serie. Porque, además, va a estudiar canto en París… ¿con qué francés si apenas “canta” en inglés? Así la mayoría de las historias o subtramas de los personajes secundarios. Porque en toda la serie apenas hay cuatro o cinco incendios, un rescate de atropellados y una “emergencia” que por casualidad sucede durante una lluvia torrencial, pero que en realidad es un deux ex machina para continuar con la agenda progre. 

¿Qué valores tiene esta serie? Si el de entretener al espectador es un valor, indudablemente cumple con su objetivo: es genuinamente entretenida, y la serie pasa del drama (el caso del asesino en serie) a la comedia (todo lo demás). En términos de producción, puede considerarse una superproducción por la cantidad de recursos involucrados, y un “buen intento” por presentarse como una alternativa a las producciones estereotipadas de las televisoras comerciales del país al haber sido rodada en ambientes reales de la ciudad de México. Pero es un “buen intento” apenas porque si bien escapa de ciertos estereotipos televisivos, incurre en otros que son del mismo modo denigratorios, clasistas, como el hecho de que todos los bomberos (y casi todas las chicas de la pensión) sean de ojos azules, caucásicos, musculosos o de estatura superior al promedio, y todos parecen vivir en zonas de clase media. Uno de ellos incluso vive en la San Rafael y maneja un Audi, una zona habitacional y vehículo que ningún bombero de la ciudad de México podría pagarse en la vida real.

Si el exceso en la manera de presentar a todos los personajes como si tuvieran el mismo peso narrativo y la misma relevancia es uno de los mayores errores del guion, lo es más aún el peso de la agenda “progre” que muestra a los bomberos más interesados en mostrarse como sexis, con el pecho desnudo a la menor provocación, y objeto del deseo femenino, que en combatir incendios. Estos pasan más tiempo en relaciones sexuales de todo tipo, incluyendo una homosexual y otra entre swingers, que haciendo su trabajo real. Si de lo que se trataba era el de honrar el trabajo del cuerpo de bomberos, la serie falla estrepitosamente, pues como ya se dijo, apenas hay tres o cuatro escenas donde se les ve combatir algún incendio, y en el colmo de la torpeza, muchas llamas son agregadas digitalmente en el cuarto de edición. Y si de la agenda “progre” se trata, pues también allí falla estrepitosamente, porque en todas las relaciones amorosas de los personajes la idea de “ser felices para siempre” una vez conseguido el “amor de su vida”, expresada una y otra vez por varios personajes, contradice los preceptos de esa agenda, y pone en principio la idea de cuento de hadas del amor redentor y que puede vencer todos los obstáculos sociales que se le pongan en frente, melcocha incluida: los prejuicios del conservadurismo de corte católico, ya sea frente a una relación homosexual o a una de varias parejas, las cuales sin embargo sueñan con ese amor que los hará felices para siempre.

Plutarco Haza y Manuel Alcaraz
Y ciertamente los actores no tienen la culpa de los errores del guion, pero en muchas ocasiones da la impresión de que no hubo siquiera una mesa de lectura del mismo, que ningún actor leyó sus líneas frente a los demás, o lo hicieron sin crítica de ninguna especie, porque sólo así se explica que nadie haya dicho durante esa mesa de lectura, como se esperaría de ese proceso, que ciertas expresiones no suenan “a mexicano”, como cuando alguien habla de que una bicicleta “se rompió” (traducción servil del inglés), en vez de “estar descompuesta”, o en otra parte de “deuda impaga” (otra traducción servil del inglés) en vez de “no pagada”. Tal tipo de errores aparecen constantemente, pues casi todos los personajes hablan de una forma en ciertos episodios, y de otra completamente distinta en otros, pero no son los únicos. También en muchas ocasiones aparecen como bipolares, pues unas veces son muy amigables, o hablan con expresiones pretendidamente urbanas, de barrio, como el uso del “Güey”, y otras son muy propios, correctos, como si no fueran habitantes de la ciudad de México. Asépticos, pues. Esto seguramente se debe a que hay tres guionistas (Valentina Pollarolo, José Ignacio Valenzuela, el creador de la serie, y Jean Pierre Fica) quienes, al parecer, ni siquiera consultaron a sus compañeros de escritura, sino que cada quien escribió y concibió a los personajes de una manera, sin importar si “cuadraba” con lo que los demás escribieron. Eso explicaría la bipolaridad de Poncho Quiroga (Iván Amozurrutia) con su padre, Ricardo Urzúa (Eduardo Capetillo). O la repentina transformación con este mismo, y el cambio de abierta hostilidad hacia su padre a un trato más amistoso durante un rescate en Paseo de la Reforma. Los ejemplos de esta bipolaridad entre personajes, los modos de ser y de hablar de muchos de ellos, se multiplican a granel a lo largo de la serie.

Y es muy notoria la falta de dirección actoral, especialmente en el caso de Ricardo Urzúa (encarnado por Eduardo Capetillo, sí, el ex Timbiriche), quien empieza con cara de palo en los primeros episodios, como si no supiera realmente cómo es el personaje, y sólo mientras avanzan los episodios se va enterando de quién es y cómo es, y va entrando en carácter, como se dice en el argot teatral. Lo mismo le sucede a Esmeralda Pimentel y su hiper bipolar personaje Olivia. Pero quienes se llevan la serie son los villanos, es decir el mismo personaje, el Carnicero de Reynosa, Hugo González, el cual es presentado de dos formas, hace un cuarto de siglo (Manuel Alcaraz), y en la actualidad (Plutarco Haza). Especialmente el primero, se roba cada escena en la que aparece, con esa mirada fría, voz calmada, sonrisa calculadora, movimientos discretos y ominosos al mismo tiempo, es en verdad un personaje aterrador, como no ceo que haya habido otro en el cine o la televisión mexicana. Sin duda, en su versión temprana, el villano más aterrador, verosímil, real, la imagen viva de lo que es un psicópata, que haya aparecido jamás en la pantalla mexicana. Un papel merecedor de un premio. Sólo por él la serie se salva y no se hunde en los clichés y la cloaca de la agenda progre que la recorre de principio a fin. ¡Señor actor! Plutarco Haza hace una buena encarnación del Carnicero de Reynosa, por momentos está algo sobreactuado, pero es un buen villano, aunque ciertas cosas en esa versión suya no terminen de cuadrar. Ya volveré sobre eso.

De nuevo, si en el ámbito de lo técnico la serie está bastante bien rodada, en escenarios reales de la Ciudad de México, como la colonia San Rafael y otras zonas bien conocidas de la ciudad, también se puede detectar una falta abrumadora de cultura visual y del uso de la cámara como un elemento narrativo. En otras palabras, la cámara adopta invariablemente una perspectiva pasiva, sin aportar jamás ningún elemento narrativo. Como en muchas series estadounidenses, apenas hay algunas tomas aéreas de la ciudad de México o de Reynosa, que sirven más como un elemento transitivo entre una escena y otra, pero nunca va más allá de eso. Más grave aún, para ocultar la pésima escritura del guion, que no se interesa de ir más lejos que describir pobremente el accionar de los personajes, ni en construir crescendos emocionales o atmosféricos, lo cual se ve en la esa sí aterradora planicie narrativa expuesta en pantalla, todo eso es sustituido por un elemento ya típico de casi todas las series del país vecino: sustituir el trabajo de construcción narrativa y atmosférica del director y del guionista, y a veces también de los actores, por canciones que describen pedestremente lo que está viviendo el personaje. Con el agravante que todas las cancioncitas no sólo son de una pedorrez insoportable, sino que todas son en inglés, sin identidad propia, como parece que la serie misma es. Así, frente a la incapacidad del guionista o del director, o de ambos, para construir una atmósfera de tensión o emocional a partir de elementos visuales, fotográficos, narrativos y dinámicos bien trabajados, el espectador se enfrenta a un fragmento de una canción con la que se libera de esa responsabilidad a los creadores de la serie, privando al espectador de la experiencia de vivir e interpretar la escena en toda su complejidad. Esto presupone que el espectador conozca la canción de marras y así se llene el vacío narrativo, porque si este no la conoce… Y eso es lo que abrumadora y paladinamente falta en la serie: complejidad narrativa. El único recurso usado una y otra vez para justificar ciertos vacíos narrativos es el del flashback, el cual es presentado sin ninguna habilidad cinemática. Todo es presentado con la misma luz y desde la misma perspectiva. Apenas hay una que otra toma aérea, pero no hay una sola toma o contratoma, y apenas en una escena aparece una toma de esa misma escena desde otra perspectiva. Los acercamientos (close up) son pedestres a morir, y la fotografía e iluminación no ofrece ninguna variedad, muestra de imaginación o función narrativa. La falta de cultura visual del director es francamente aterradora.

Manuel Alcaraz
A todo esto hay que sumar otra perla al collar. Si como señalé al principio, me parece un exceso el número de episodios, hay un aspecto más grave al respecto. Si hay que desarrollar una historia, un personaje, no es lo mismo hacerlo en el arco de tiempo limitado de una película que hacerlo en una serie. Más cuando hablamos de casi ¡veinte horas! de tiempo narrativo disponible. Esa enorme amplitud de tiempo es desperdiciada miserablemente en presentar, venga o no al caso, la vida de todos los inquilinos en la pensión de la viuda del comandante Padilla. Si uno observa la línea de tiempo de la serie y el espacio dado a las dos historias que la hacen posible, la historia principal, que es con la que empieza la serie, no ocupa ni el veinte por ciento de la historia, mientras que el otro ochenta por ciento de la serie es puro chacoteo y exposición de la agenda progre: viva la homosexualidad, vivan los tríos, vivan las orgías. Me sorprende que no haya un elogio de la droga, pero para eso están las series de narcos, así que no era necesario hacerlo.

Y no es sólo que desperdicien el tiempo en una serie de historias ridículas y mal escritas, sino que, en el colmo de la torpeza escritural, muchos de los momentos culminantes en la parte del Carnicero de Reynosa son solucionados con una torpeza y una prisa verdaderamente absurdos. Ya señalé cómo la reconciliación entre Poncho y su padre sucede de un porrazo, sin que medie ninguna transformación o revelación entre ambos. En un tris lo abraza en Paseo de la Reforma durante un rescate. Y ya, son amiguis, se quieren y no hay reproches. Todo muy barato. Pero tampoco es que ya no haya reproches, porque alguno de los guionistas que no escribió el episodio ni por enterado se da de que ya se reconciliaron, porque en episodios posteriores Poncho sigue reprochándole mierda y media a su padre. Así de torpe es la escritura del guion de la serie.

En otro momento la detective Lorena Robledo (Oka Giner) acude con Poncho y su padre a la exhumación del cadáver de Hugo González para hacerle una autopsia, y a la mañana siguiente ¡ya llegaron los resultados! Caray, ni el FBI es tan solícito. Más adelante, la misma detective sigue a Olivia a Puebla, y allí descubre a su padre, Noé Serrano Diccarey, quien resulta que es el mismísimo Carnicero de Reynosa. Allí pide refuerzos para detenerlo, sabiendo que tardarán al menos dos horas o tal vez más, aunque en realidad debería de haber ido acompañada de policía de esa jurisdicción. Pero en lugar de esperar a que lleguen estos, se baja y empieza a fisgonear, y pasa lo que tiene que pasar. Pero, ¿cómo puede una detective pedir refuerzos si no está en su jurisdicción? Bueno, peccata minuta. Lo increíble, es que Hugo-Noé decide incendiar el vehículo de la detective y se va del lugar, pero los refuerzos solicitados por Lorena llegan a la escena, ¡en Puebla!, en menos de una hora, y se encuentran con que el vehículo ¡sigue en llamas!

En otro momento, Poncho sigue a un periodista que acude a la estación de bomberos y se va con el jefe de la estación, que aún no es su padre sino su predecesor, y los sigue en su Audi hasta una zona industrial apartada, y él se estaciona a unos quince metros más o menos de distancia. Los ve bajarse del vehículo e ingresar, y poco después los ve salir, y subirse de nuevo al coche, y ¡oh, sorpresa!, este vuela por los aires envuelto en llamas probablemente por una bomba. Ipso facto llegan cuerpos de rescate y policías de investigación, quienes ya tiene a un testigo ocular, ¡el propio Poncho! Que al parecer es el peor testigo, porque cómo es que no vio quién puso la bomba en el coche… pero igual, ¿cómo es que la policía y los rescatistas llegan como impulsados por un cohete en el trasero? Si es una zona semi abandonada y no se ven teléfonos ni una zona habitacional a la redonda, ¿quién les llamó? ¿El propio Poncho, que iba en misión secreta? Nadie aclara eso ni en ese episodio ni en ningún otro.

En otros dos momentos, Olivia le da a Poncho una bebida con un somnífero. En la primera escena, Poncho siente mareos, y tras menos de dos minutos, se pierde y cae a la cama desmayado, con lo que el papá de Olivia lo secuestra. En otra escena posterior, Olivia le vuelve a dar el mismo menjurje durante el baile anual de los bomberos, y esta vez pese a un mareo inicial, le permite ir al baile stripper de los bombomberos, bajarse del escenario, seguir caminando por el salón, salir, y allí sí ya se desvanece. La misma sustancia, pero sus efectos no ocurren más que a la velocidad que el guion necesite. Más rápido aquí, más lento allá.

Estos son apenas tres ejemplos de una cantidad enorme de gazapos que se dan de continuo una y otra vez a lo largo de la serie. Errores que son de escritura, y que se podrían corregir muy fácilmente ¡si alguien hiciera bien su maldito trabajo! Pero todo se hace al aventón, pensando que nadie se va a dar cuenta. Pero sí nos damos cuenta, sí tenemos la cabeza donde hay que tenerla, a diferencia de los creadores de la serie y la mayoría de los espectadores.

Me gustaría detenerme un instante en el caso de Hugo González / Noé Serrano Diccarey, el Carnicero de Reynosa, quien es el villano y el eje central de la historia. No sólo por el escaso tiempo dado no sólo al personaje sino a su historia, hay muchos aspectos que no terminan de cuadrar. ¿Por qué Hugo González finge su muerte si es el jefe de la policía de Reynosa? ¿Qué necesidad había de cambiar de identidad? Nunca queda claro eso, como tampoco el asesinato de la vecina de Ricardo Urzúa, una “testigo” de lo que hizo Hugo, y la posterior adopción de su hija, Olivia. ¿Cuál era el gran plan en todo eso que no implicase complicaciones y problemas legales? ¿Por qué adopta el nombre en forma de anagrama de Noé Serrano Diccarey que lo delataría fácilmente? Más importante, ¿por qué necesita vengarse de Ricardo cuando este sale después de su condena de 25 años en una prisión de Mac Allen, cuando se supone que él manejó todos los hilos para incriminarlo? Nunca termina de aclararse ese asunto que él declara en un momento es muy, muy personal.

Y de nuevo, en la confrontación final entre Hugo y Ricardo, se supone que Hugo / Noé fue policía y está entrenado, mientras que Ricardo no, pero con una facilidad pasmosa lo vence y pareciera que ni las manos fue capaz de meter, en una escena pésimamente coreografiada y poco creíble. ¿Por qué Hugo / Noé no mató a Ricardo y a Poncho cuando llegan a rescatar a Olivia de la bodega en la que la tiene retenida, cuando él estaba oculto en una escalera y ellos estaban distraídos? No sé. Tal vez de repente se acordó que tenía algo más importante qué hacer. De nuevo, el cliché ambulante del criminal que busca venganza del policía que encerró a su hermano o a él mismo, sólo que aquí el policía era él, no Ricardo. Entonces, ¿por qué el deseo de vengarse? ¿25 años en prisión no son suficientes?

En resumen, Donde hubo fuego es una serie que pretende dignificar el trabajo de los bomberos por medio de la agenda liberal progre y la crítica al conservadurismo estereotipándolos y sexualizándolos, como tradicionalmente se ha hecho con las mujeres, que aquí también son sexualizadas… pero para empoderarse y liberarse de las cadenas que las atan socialmente a través de relaciones sexuales molto moderrnas… ah, y como en Titanic también, donde hay una historia de amor muy bonita, aunque casi de casualidad también sucedió que se hundió el barco, aquí de casualidad andaba un asesino en serie haciendo de la suyas, pero ¡ya ni quien se acuerde!

CIUDAD DE MÉXICO, abril de 2023


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