por Leonel Rodríguez
Preámbulo
La lluvia hace brotar flores grises sobre el pavimento; cae dura y recta más allá de mediodía. El calendario marca el retorno de este día, tal como sucedió hace un año, cuando el tiempo inició el camino que había de terminar hoy, el mismo día siempre. ¿Cae el agua desde entonces? En esa agua lustral se recarga el calor del rostro que dice el poema. La lluvia y el poema suceden en otro tiempo, otro lugar; los crean aquí, mientras los miro.
El miedo del mundo
Es extraño leer Piedra de sol en estos días. Si juzgamos a partir de la falta de atención y la pereza que son comunes, las palabras de Piedra de sol parecen mostrar un poeta que no conoce la vida, o que piensa de manera demasiado optimista acerca de ella. Parecería la visión de un niño que se asombra por todo —y en estos días, nos hacen creer, el asombro dice menos que la experiencia. Si de rendir cultos se trata, nuestra época, nuestro momento, hoy, rinde adoración a lo estático. Nada asombra. Parece que hemos nacido viejos, llenos de astucia y sin capacidad para salir de la minoría de edad. La vida se nos presenta como un juego ya muchas veces jugado, y perdido, por otros. Así que no queremos perder de nuevo. No jugamos. Este es el miedo del mundo, lugar que hemos habitado con definiciones; no queremos que nada sea desconocido y por eso todo tiene un nombre. Nos ahogamos en palabras al decirlas sin nada que comunicar realmente; las decimos para huir del silencio y del mirar. Este es el miedo del mundo.
Por eso es extraño en nuestros días leer el poema Piedra de sol, del poeta Octavio Paz. Se le tiene por un poema consagrado y se comparte o se muestra cierto disgusto o reticencia por la obra de su autor, se le juzga… pero, ¿se lee Piedra de sol de manera esencial, sin argucias en contra o a favor, sin miedo de su mundo?
Para leer hay que entregarse totalmente a las palabras del poeta.
La obra de Octavio Paz se caracteriza por mostrar la curiosidad que el hombre siente por el mundo. La poesía escrita por Paz deja claro que la suya es una mirada que ha querido ver las hebras más finas de la realidad, tanto como aquellas que forman los sueños. Ha querido ver al hombre en el mundo y ser un hombre. Ha querido participar; el ojo que mira, la mano que escribe, dibujan un arco que cose nuestra vida a la Vida y nos despierta.
Piedra de sol es un poema de la participación. Da cuerpo de palabra: voz, a lo que no es, a lo que no se ve y no existe hasta que alguien lo señala y grita. Así el mundo, una de sus caras, después de la lectura de Piedra de sol.
Un poema donde el mundo existe por un cuerpo, unión de la inteligencia.
la hora centellea y tiene cuerpo,
el mundo ya es visible por tu cuerpo,
es transparente por tu transparencia
La poesía muestra su razón de ser cuando es capaz de inyectar el recuerdo o la certeza de que la vida está aquí y no estamos fuera de ella, o sobre ella o debajo de ella, a pesar de nuestros intentos por engañarnos. El trabajo del poeta es elevarse al nivel de la vida y montar esa ola que crea y destruye con sus parpadeos al ritmo de Kali, la diosa hindú consorte de Shiva: «Son llamas/los ojos y son llamas lo que miran» La palabra poética de Piedra de sol encuentra el sentido de lo existente en los detalles, en el milagro de que cada día suceda aparentemente igual al anterior. Su decir alude tanto a lo pequeño como a lo grande; lo inconmensurable —por ínfimo o enorme— encuentra su nicho en la imaginación y sale a la existencia en las palabras del poema, dotadas de un orden que la sensibilidad del hombre detecta y paladea. Savia de lo real palpita en líneas como las siguientes:
lates como una ardilla entre mis manos,
vuelas como mil pájaros, tu risa
me ha cubierto de espumas, tu cabeza
es un astro pequeño entre mis manos,
el mundo reverdece si sonríes
comiendo una naranja,
el mundo cambia
No es piedra de sal: lo inmóvil incrustado en el pasado; no sal sino sol: movimiento, andanza, presencia; sol y luna, luz y sombra, sueño y despertar; piedra donde se inscribe lo que el sol, la luz, hace posible: la piedra de sol es el testimonio de un hombre acerca del tiempo vivo.
Circo lunar: mujer de rostros múltiples
Pocos fenómenos son más vivos, más reconocibles, hacen el tiempo más lleno y más dador de fruto que una mujer. La mujer es el cruce propicio para el hombre que ha llegado a la frontera de su desnudez y necesita cruzar. Ella anda y baila al ritmo del pulso de su hambre; ella es el corazón de su sueño; si pulsa, él mira la corriente del mundo, novedosa y más clara. Al ver una mujer, al saberla en la existencia, ella saca al hombre de sí mismo: la vida cobra un sentido único que es ir hacia ella; a través de la mujer el hombre es capaz de ordenar su mundo y darnos una imagen de la realidad que sea reconocible por todos.
Piedra de sol es una invitación al mundo. Al mismo tiempo, es una invitación a salirse de él por la puerta del conocimiento de la mujer.
En una estrofa que enumera las potencias y cualidades de la mujer cuyo nombre el poeta ha olvidado aparece, como uno más de estos nombres, circo lunar. Circo es círculo y ciclo; luna: mujer, rostro de mujer.
Circo lunar: el ciclo del desvelamiento luminoso de la mujer y su progresivo oscurecimiento, como flor de luz en el cielo de negrura. El misterio de la vida encarna en una mujer —lo que ignoramos, lo que nos alegra o entristece, lo que descubrimos en la naturaleza a la mitad de nuestra vida, todo eso está señalado en el cuerpo y en la vida de una mujer que miramos.
La poesía es penetración del mundo. Es andanza en libertad por el día y la noche, hombre y mujer conociéndose en compañía o a solas, en un mundo donde es posible vivir fuera del cerco de la costumbre. La poesía de Octavio Paz, su libro La estación violenta y en particular el poema Piedra de sol son obra que anda a contracorriente en relación con la manera en que vivimos actualmente. La alegría por descubrir el nacimiento, la primavera, el abrirse del mundo al tacto de nuestra piel son constantes en esa obra. El miedo del mundo nos rodea; pero así como un niño corre en el interior de un parque cubierto por las brumas en la madrugada oscura y se adentra hacia lo desconocido porque juega, porque sabe correr y se mueve, es movido por su curiosidad y su alegría, así, aquellos susceptibles de acoger el calor de sus propios ojos que contienen al mundo ven que el vaho se disipa, la bruma podría deshacerse, como una costumbre ajena en una mañana de sol y viento verde. La luz llueve de siempre, detrás y delante del niño que juega.
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