Abriéndose camino entre la tarde
cae un rayo de sol sobre el arado,
pero nube no fue lo que ha sombreado
la hoguera del crepúsculo que arde:
es el árbol de un sueño, su ramaje
insondable, infinito, y en él cabe
otro cielo precioso lleno de aves
que doran en otoño su plumaje.
Una ciudad en ruinas y otra nueva
debajo de la copa aran su duelo,
y como una plegaria en mí se eleva
sedienta mi mirada que trasmina
la oscuridad buscando ese otro cielo
que en el vuelo de un pájaro germina.
Llegas apenas, corres, pero
como si ya todos tus años presagiaras.
de ti, tu escudo enfrenta el cielo.
Protege tú tu escudo protector, pequeña
Cuatro patas dan vértigo a tu Polaris.
en el pico o las fauces de quienes no conoces;
disolución salina para librarte
Yo, desde mí, mirándote arrobado,
con la luz apagada de mi ciencia,
entre decenas de tus hermanas,
todas tan viejas, abismales.
Sales del cascarón, corres; pareces
¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes en dónde
serán mar tus aletas? —Yo no nací tan viejo:
ni sé ni aprendo a serlo conforme lo voy siendo—.
Pocas serán, entre todas ustedes.
La vida les ocurrirá como una prórroga
que solamente sobre la arena eres
alcanza la llave del ovulado azul
y revienta en las olas su vía láctea.
¡Lógralo! ¡Llámate Odisea!
¡Llámate Canto Largo, Lento, brevemente
Vivace de Todos los Oceanos!
Un día, si yo también me cumplo y vuelvo a Ítaca,
regresaré a esta playa; y tú
regresarás inmensamente realizada
Mas no habrá forma de reconocernos.
Pero en los dos misterios,
habrá una noche que nos unirá siempre
—aquella que cantó, brújula de esas olas
que te hicieron estrella—.
la gaviota se echa al mar.
Las nubes ya son de espuma,
las olas, giros de bruma;
muere el pez por curiosear.
Grazna la gaviota en vuelo:
¡Qué alta mar el bajo cielo!
¿Ya la viste trotar en la pradera
de la alfombra de casa, en la mañana,
cuando sus ojos miran la lejana
estrella de su sueño mensajera?
Lleva croquetas a su madriguera
horadada con arte en un sillón,
perfecta orografía de su misión
de preservar la vida verdadera.
Confecciona su bosque con urbanas
bolsas de tienda, trapos y cartón.
Fragilidad preciosa, su intención
es de Natura serle su guardiana
y del Amor su causa meridiana.
Tierna huroncita, fiera, alma de león.
cifrando, descifrando peligros al oído.
Quieres llegar al cuenco de la cena,
succionar lo que queda de la lluvia
—antes de conocerte, me molestaba el charco,
incómodo recuerdo de mi propia miseria—.
Llega con bien a estos tesoros breves
que hacen brillar tus ojos.
No de depredador, los míos
Los ruidos en acecho que hoy percibes
Sentado sobre el queso de la trampa,
brillan en tus ojos apetitos saciados un instante,
el cepo que evadiste sin saber
que alguien quería cazarte.
Deberás aprender la vida en la ciudad,
encontrar el charco contra la sed quemante,
doblemente quemante en la ciudad,
la migaja nevada para las palomas
la tierra blanda donde cavar el nido,
cavar el corazón de la urbe indiferente
poblada por hostiles prepotencias.
Y si tu olfato encuentra los milagros,
la compañera de otro charco,
otro pan incendiado de energía,
eucaristía preciosa, como la Buena Nueva,
tendrás para ella un miedo diferente,
un abrazo, amanecido al fin,
y multiplicarán en la amable alcantarilla
la vida de tu estirpe, sin otra bienvenida
que el veneno en sigilo, el fierro que destripa,
el adhesivo diseñado por la envidia
a tu carrera ágil, trepadora.
Asida la familia al horror prepotente
serán libres apenas un momento,
flechas precisas como el rayo,
en la cruzada aséptica de quienes ven tus ojos
y adivinan que tienes un secreto
que ellos quieren destruir para vivir en paz.
¡Corre ahora, gris de la grisura, corre! Es un parque.
Que encuentres la migaja, los charcos
y el aroma de la ratoncita
cuyos ojos de miedo se alegrarán al verte.
Eras el centro de su atención
Te refrescaron con aquel líquido
te vistieron con un chaleco algo pesado
relleno de un abrigo inesperado.
Y lanzaron el fósforo. Y gritaron
y corrieron encendidos de entusiasmo,
corriste, ya dragón en tu vuelo penúltimo.
Ardiste. Aullaste. Les suplicaste ayuda.
fue de fuego; fuiste el Sol que hoy te pare.
te torearon, esquivaron tus llamas,
tu llamado, tu amor. Tus amigos se fueron.
Silencio como agua cristalina.
Ya serás para siempre mi fugaz estrella.
Música para dos nuevos pájaros
Ella gobernaba mis manos.
Eran su vuelo —su pequeño vuelo—.
Y en el piano de Tiersen y Satie:
ella y yo, lentos pájaros.
Su pelaje tan blanco se llenó de colores
Me señaló la altura que yo no sabía ver,
olfateamos fantasmas en la sala,
libro a libro repasamos los títulos
derribamos adornos del librero
y las frases sobrantes, para no lastrarnos.
Entramos al concierto de los dos violines;
la danza de uno y dos que ya son uno
en el largo de Bach para las aves
desde cuya mirada no hay mínima cosa.
lo sabía: ascendieron mis pies
Ella no se dio cuenta —tanto confiaba en mí—.
Sin ventanas, sin techo, sólo azul nos guardaba
con sus olas celestes espumosas.
y ella fue para siempre mi mirada.
Ahora ya todo es blanco, como es ella,
y yo estoy abrigado en su pelaje.
Seguimos la campana de la menor osa
llamando a celebrar esta brizna de luz
Yo lo creía también y sin embargo
puede ser al revés, hermano,
hermano sabio que viviste tanto
pero sin animal. Alma tan sólo.
La edad le quita al sortilegio
de los cuentos su imán de seducción.
del amable secuestro del deseo, o todo lo contrario.
Es simple la pregunta —de Cioran, más o menos,
quien te admiraba tanto—:
Si le quitas al hombre sus quehaceres,
burbuja de sus convenciones,
¿qué le dejas? El animal humano
la prisión que he ocupado en el zoológico.
miro la prepotencia del barrote
en momentos de luz y de esperanza.
Lo dices al revés, hermano. El tiempo
su engaño a fuerza de desgaste.
El animal revive. Es la inocencia
La esfinge, con la edad, nos interesa menos;
en cambio, más la risa, la bondad, el abrazo.
Las palabras, las investigaciones, los cerebros en frascos
son para los eternos. Yo soy el animal, yo muero,
morir un día empapado en mis cinco sentidos,
plenamente animal, de cara a esa noche que ellos miran.
no te sientes un toro en tarde de domingo,
estás perdido. Tus ojos animales están muertos.
No me preguntes cómo, la poesía
va borrando las hojas de mi diario.
Aspiro a ser silencio, el eco de mi aullido
en la noche estrellada más blanca que veremos.
nacerías transformado en algo más.
más allá de tu casa en espiral,
—por vergüenza, mi especie
ideas y arte; pero es la misma cosa:
el modo de avanzar sin sentir gran dolor—.
sentiste que tu concha te quedaba chica,
La tierra que en tu andar ondulante
pero llega más alto tu mirada.
Sobre la luz feraz, ansiado ascenso,
el arco sobre el plectro de luz
parhelio del cunero del pájaro.
La mirada a la intemperie grave,
[Quién], con insectos polinizadores,
creó entre la sombra una aurora dorada.
Entonces era un vuelo, no un ave.
Luz y sombra ascendentes, nocturnos arcoíris.
Ahora se mira absorto, [¿Quién?] con la mirada
desviada de los espejos rotos. Un murmullo
Gracias, muchas gracias por estos bellísimos poemas. Los animales te damos las gracias por esta sensible forma de ocuparte de nosotros.
ResponderEliminarGracias por tus palabras. Los animales son los habitantes del paraíso.
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