por Daniel Sada
Yo me vestí de diablo un viernes por la tarde
y salí a caminar. Me fui al panteón; pero antes,
durante el prieto trayecto, remota y uniforme
fue la procacidad burla burlando
tal como un semicírculo obsesivo
contra mí: la ciudad: rojura tumultuosa
—otra, pero creciente— ya inflamación: la cual
a troche y moche, a oscuras, sin remedio,
por ahí y por aquí: perfidia —¡en molde! — siempre
inacaba; renca fugacidad, acaso perendengue
y bienquista, no obstante, y a ratos sobadora
como una tentativa para un sueño…
Amén de lo difícil
y sensato
El cómo hallar
la vertical ansiada
con roces
de por medio
Pese a pese salí
¡Gracias a Dios!
Lo que sí que ¡ni modo!
Pobre cuerpo pelele
el mío, contrario, a solas
rompiendo la espesura, a duras penas
Desgarrado llegué sin cuernos y sin cola
para saltar la barda, la de atrás, la mejor
Pero el desveno infame
(¿lo hice o no lo hice?)
Diabla duda de oquis
la cual, en consecuencia,
estrujó hasta aplastar lo amorfo de un indicio
traído a pelo, sí, para dar murga
“Los muertos ya son santos, ya son magos,
y si un diablo cojuelo quisiese molestarlos
ellos serán dos veces más diabólicos”
Traducido el ensueño, rojo al fin, desgarrado,
deduje por ventura una verdad a medias
Mejor será ser diablo sin disfraz
Demonio entre los vivos, como siempre,
y santo entre los muertos, como nunca
[Daniel Sada, 2000]
[Incluido en el número 3 de la revista Astillero, septiembre-octubre de 2000]
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