(poeta mexicano)
Carlos Edmundo de Ory (27 de abril de 1923-11 de noviembre de 2010) |
Leyendo el Diario
del poeta español Carlos Edmundo de Ory (Cádiz, 1923-Francia, 2010) tenemos una
imagen completa de él. Revalorado en España y en el ámbito de lengua española
gracias a Félix Grande, que publicó y prologó una antología de su obra con el
título Poesía 1945-1969 (1970),
Carlos Edmundo de Ory tenía, desde muy joven, una idea muy clara de su búsqueda
lírica. De su diario dijo: “No es obra de imaginación. Non est inventus”. Como, de hecho, tampoco lo es la poesía, en
ningún caso, sino obra de emoción e inteligencia que se funden para expresar
algo único, diferente a lo que expresan otros. Por algo, el primer epígrafe que
impone De Ory a sus cuadernos íntimos es esta frase de Emerson: “El hombre no
es más que una mitad de sí mismo; la otra mitad es su expresión”.
A los veinte años de edad, De Ory
asegura que el oficio del poeta es arte de hechicería. Partiendo de esta
certeza, anota lo siguiente en su diario: “Cuando una poesía nace ―igual que
espuma, que viento o que luz―, sucede que un ángel ha muerto en el cielo, se ha
suicidado en el cielo”. Ya desde entonces, el poeta español sabía que el poema
se hace con un lenguaje distinto y en un idioma diferente a cualquier otro para
expresar el amor y el dolor, la desgracia y la belleza. “Lo único que me fascina es el amor y el dolor. Como hombre, he de
decir que todo se resume en eso, en el amor a los seres humanos afines, a la
naturaleza, a la música, a la poesía”, diría ya en la madurez. Pero nadie puede
hacer poesía de la invención. Es magia, pero hay que vivirla. En este punto,
Carlos Edmundo de Ory adoptó como divisa la sentencia de Goethe: “Antes de
cantar, el poeta debe vivir”. Esta misma certeza él la expresaría así: “No hay
poesía sin experiencia”.
De Ory se aconsejaba
al tiempo que aconsejaba lo siguiente a los demás: “Aprovecha las ganas de
escribir, y escribe”. Así lo hizo él en todo momento, porque la vocación
poética es una angustia o no es nada. Y nos dejó versos como los siguientes:
Amo
a una mujer de larga cabellera
como
en un lago me hundo en su rostro suave
en
su vientre mi frente boga con lentitud
palpo
muerdo acaricio volúmenes sedosos
Registro
cavidades me esponjo de su zumo
mujer
pantano mío araña tenebrosa
laberinto
infinito tambor palacio extraño
eres
mi hermana única de olvido y abandono
tus
pechos y tus nalgas de dobles montes gemelos
me
brindan la blancura de paloma gigante
el
amor que nos damos es de noche en la noche
en
rotundas crudezas la cama nos reúne
se
levantan columnas de olor y de respiros.
“La poesía la oigo retumbar en mis entrañas” dice, escribe. Santidad o locura, he ahí el dilema. Carlos Edmundo de Ory optó por lo segundo, si es que acaso la locura puede ser una opción. “Siento el aura ―dice―. Para mí la poesía es un manicomio”. Y lo fue.
En una de las últimas
anotaciones de su Diario, Carlos
Edmundo de Ory escribió: “Me hallo en el trance de la constante investigación
reajustándome a una nueva fuerza: la experiencia poética solitaria... Busco en
la poesía, busco en mí; yo soy mi poesía”.
Esta afirmación explica en gran medida lo que él llamó,
para su caso, el “introrrealismo”, estética que planteó en un manifiesto en el
que sostuvo que la creación artística y, especialmente, poética, debía reflejar
la realidad interna del hombre a partir de sus estados de conciencia. Buscaba,
según decía, una “poesía de sensación pura” que no estaba muy lejos de los
estados de locura o demencia racional.
En un aforismo se describió: “Loco de las dos piernas, el
loco; loco de una sola pierna, el poeta”. Siguiendo la divisa socrática y
platónica de que una vida no examinada no vale la pena vivirla, examinaba la
suya con particular énfasis en lo desconocido, en lo misterioso que para él
mismo estaba lleno de enigmas. “¡No hay nada tan terrible como el
conocimiento!”, exclama en su diario, para luego añadir: “Asimismo, no hay nada
tan terrible como la belleza. Pero no hay nada tan magnífico como el dolor”.
En realidad, De
Ory revaloraba así el motor esencial no sólo de la poesía sino de todo arte y
toda creación. Los felices no necesitan transformar el mundo; puesto que son
felices, nada los turba. Son los que sufren (y los inconformes) los que,
movidos por el dolor, crean, transforman y en este transformar dan con la
belleza. Todo lo bello, como creación cultural, surge del dolor. Citando a sus
fuentes, De Ory nos recuerda que Esquilo decía: “Por el dolor se llega al
conocimiento”, mientras que Beethoven decía lo propio: “Por el dolor se llega a
la alegría”.
Las lecturas de De Ory eran hasta cierto punto atípicas
para el modelo de poeta tradicional que únicamente lee poesía o que, sobre
todo, lee poesía. De Ory leía de todo y no poesía por encima de lo demás:
novela, ensayo, cuento, filosofía, religiones, psicología y muchas otras
materias y disciplinas, pues al poeta nada humano le es ajeno. Sus aforismos
están llenos de una sabiduría implacable, tan implacable como la cita que hace
del filósofo chino Mencio (el célebre confuciano): “El hombre difiere del
animal sólo un poquito, y la mayoría de los hombres prescinde de este poquito”.
Carlos Edmundo de Ory es un poeta que todavía es
necesario revalorar, aún más, lo mismo en España que en el amplio ámbito de la
lengua española. Su poesía es diferente a la que en su momento se escribía en
nuestro idioma, y sigue teniendo ese don de misterio en versos como los
siguientes:
A
ti la que me inspira obedezco y deseo
a
tu invisible huir y tu errante venir
hacia
la honda cuna del ritmo tú me llamas
trayéndome
la concha de la profundidad.
Son
sin fin son sin fin los diluvios caídos
corazones
que a tiempo probaron su fragancia
aquí
están todavía las palabras perdidas
y
yo compongo un verso de saber y perdón.
En su diario, el 27 de febrero de
1953, escribe, en París: “El fin de una vida sensible, demasiado sensible,
tiene dos formas. O bien cae en la santidad. O bien cae en la locura. Y yo
prefiero la locura”. Toda la poesía y todo el diario de De Ory parten de esta
certeza: es más fácil ser santo que ser un buen poeta. Por ello son tan
abundantes los malos poetas casi santos: buenísimas personas, pésimos poetas.
En octubre de 1952 anota lo siguiente: “Escribo por no matarme y porque no soy
feliz. Si fuera feliz y si no me asquease la vida no escribiría ni una sola
línea”.
Juan Domingo Argüelles |
Se sabía poeta y no sólo lo
reivindicaba sino que lo ostentaba, pero no como una jerarquía sino como una
condición y, quizá incluso, como una fatalidad. En cuanto al ego llegó a decir:
“El ego sólo está rodeado de basuras, de las más bajas basuras. El ego es
odioso y maloliente. El ego es una mosca enviscada en la suciedad de las
pasiones y del sensorio”. Se es poeta porque no se puede ser otra cosa.
Su certeza en relación con la vocación lírica sigue
siendo indiscutible: “La poesía sale de la niñez. Somos poetas si hemos tenido
infancia. El poeta no llega a descubrirse hasta que no deja lejos su infancia.
El poeta escribe sus poemas cuando es hombre. (Sus verdaderos poemas.) El poeta
verdadero amasa y forma su atmósfera con los materiales más olvidados de su
vida; con materiales inolvidables”. De Ory lo supo, pero la verdad es que esto
no lo saben muchísimos aspirantes a poetas.
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