En
la mesa varios platillos nos guiñaban sus ojos comestibles, un banquete servido
en cazuelas, platos, ollitas, jarras de barro y cucharas de palo y molcajete al
centro, y, claro, mezcal, para no desentonar con lo mexica. Y el maestro
Leonardo Nierman (cuyas obras están en los grandes museos del mundo y en
jardines de aquí y de allá, dándonos con ello paz, amor, belleza, aliento
sideral y cantos de violines todopoderosos) me daba, entre sorbo, entre
cucharada y cucharada, entre deleite y suspiros lúdicos, una lección de arte
contemporáneo.
De
su honda memoria salieron los nombres de Picasso, Modigliani, Rivera, Orozco,
Tamayo, Bacon, Botero, Felguérez, Cuevas, Gerzo, Giacometti, Vasarely, Léger,
Magritte, Henry Moore, Miró, y muchos grandes creadores que a lo largo del
pasado siglo y lo que corre del presente, han llenado de alegría o de tristeza
o de ensueño o de suspenso a millones de hombres y de mujeres que al ver las
obras lanzan a los cuatro vientos un ¡Ah! profundo, un ¡Ah! que sale del alma
misma.
Mientras
el maestro Nierman me daba estas lecciones de arte, mientras me explicaba la
técnica, la paleta, los colores y lo que estaba encerrado en cada pintura o
escultura, yo, ni tardo ni perezoso, probaba los nopalitos, me deleitaba con
puré de camote, comía los taquitos de ternera y los salpicaba con el chile
de árbol y claro, me iba hasta el mismo cielo cuando por mi boca bullía el
trago de mezcal lujurioso.
La
charla continuó cuando Leonardo dijo que Diderot había dicho de los pintores y
de las obras de arte en general, que “Primero deben de conmoverme,
sorprenderme, hacer temblar mi corazón, quizá hacerme llorar, y sacudir todo mi
cuerpo” y claro, después se puede explicar técnicamente una creación. Nierman
es muy ocurrente y su plática siempre está acompañada de dichos, frases cañón,
refranes y citas jocosas que hacen que la comida, que el arte de la gastronomía
sea algo inolvidable. Claro que a mí todos los nombres citados por el maestro
me causan un gran impacto pues los conozco ampliamente —no tanto como Nierman.
Es
que los contemporáneos, aparte de tenerlos muy cerca en el tiempo y en el
espacio, nos hablan en un lenguaje que nos es propio, nos hablan de todo lo que
nos hace ver a este mundo como lo que es; un gran conglomerado de
civilizaciones y de vidas tan distintas como ser ruso, o yanqui o mexicano o
inglés o francés o italiano. Ellos, los Contemporáneos —pintores, escultores,
escritores, músicos—, con su creaciones nos acercan tanto al sueño profundo o a
la realidad tosca y humana o nos llevan de la mano hacia alturas o bajuras de
la tierra y de la luna y de las estrellas y con sus pinceladas de color nos
ponen en el balcón desde donde vemos de cerca las auroras boreales.
Carlos Bracho (México, 1937) |
Así
que cuando el maestro Leonardo Nierman terminaba su amplia y profunda
explicación artística, yo casi había dejado los platos vacíos —aclaro que,
aunque eran bastantes los bastimentos, las cantidades no lo eran—. Total.
Nierman y yo levantamos nuestros jarritos de barro llenos de mezcal y lanzamos
una ¡Hurra! Y un ¡Viva! Por la gastronomía hermanable y por los creadores
contemporáneos. Sí, Salud. Y felicidades mil.
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