Por Leonel Rodríguez
(poeta mexicano)
Hablar de la colección de poemas La vida de María, de Rainer Maria Rilke,
es solicitar atención para un libro que al parecer nunca la ha exigido ni
recibido, al menos de los comentaristas en lengua española. Un siglo después de
su primera edición, en 1913, aparece en México; es probable que también sea su
primicia en el ámbito del castellano. Uno de sus poemas, el de la Anunciación,
es habitante frecuente de las antologías de la obra del poeta austro-húngaro;
fuera de esta distinción, La vida de
María suele ocupar una línea o menos en los prefacios que abren las
ediciones de los libros más conocidos de Rilke. Si atendemos la cronología,
vemos que este ciclo de poemas fue escrito al tiempo que las primeras Elegías de Duino, como lo comenta Pablo
Soler Frost, su traductor para nosotros, en el posfacio a esta edición. Los
poemas fueron escritos en enero de 1912, en Duino –la misma fecha y lugar de
escritura de las primeras elegías-; se publicaron el año siguiente, cuando su
autor se hallaba ya en ese silencio que se ha vuelto emblemático, silencio que
sólo se refiere a la espera y búsqueda de la expresión que daría término a las
elegías: Rilke, es sabido, no dejó de escribir durante esa década deformada y
vuelta a formar por la Gran Guerra. Sucede que se identifica esa época al
proceso de gestación de las elegías, preñez que duró diez años, puente que
comienza en 1912 y toca tierra en 1922.
(poeta mexicano)
Para Cosme Álvarez, con amistad
1
Rainer Maria Rilke |
La vida de María fue escrita de una.
Aunque el poeta había meditado largamente acerca del tema, nos comenta Soler
Frost. Habría que conseguir el epistolario del poeta para conocer lo que este
libro significó para él en su día –a falta de tal libro, confiamos en lo que
dicen los poemas, ya no para conocer la opinión de un poeta acerca de su obra,
sino para advertir el sitio que tiene este libro en una trayectoria vital.
2
En uno de sus ensayos de Entrada en materia, Juan García Ponce dijo que Rilke llamaba “la
tormenta” al momento en que la expresión, sirviéndose de la escritura, se le
entregaba de una pieza, en único torrente. Esta noción implica un momento de
incertidumbre, cuando se arracima la humedad y forma nubes (el desasosiego que
tiene forma de todo y de nada: nubes); cuando se ennegrecen y el cielo pesa
demasiado para permanecer por encima de la tierra se desata la tormenta. En la
trayectoria de Rilke, esta fase meteorológica, que puede identificarse con el
verano, es el lapso que tuvo que respetar y aguardar para acceder al término de
las Elegías de Duino.
La vida de María es la ilustración del
destino de ser madre. Dar a luz; entregar. Esta serie de trece poemas (que son
quince: el último se divide en tres piezas) pudo haber sido escrita en el mismo
cuadernillo de las elegías. La pregunta desolada acerca de la atención de los
ángeles pudo convivir con las escenas de María, de su trato con ángeles que
fueron a ella, sin pedirlo ni quererlo. Esta serie de iluminaciones lleva un
epígrafe en griego, que en la edición que ha preparado para nosotros el
traductor aparece en nuestra lengua, y dice: En mí, la tormenta. La lectura de un poema o un libro de poesía
pide inocencia. También, quizá paradójicamente, es claro que todo queda en la
responsabilidad y atención del lector. En este comentario, comparto algo de mi
lectura y nadie debe pretender que mis razonamientos –cuando no son sueños-
explican esta obra de Rilke. Abrí el libro; leí el epígrafe por fin dilucidado,
y pregunté quién hablaba. Bastó un momento para decidir que era la voz de
María. Al llevar en sí al niño, pudo decir que en ella estaba la tormenta que
regaría su agua por el mundo. Comencé a leer los poemas, no sin preguntarme la
procedencia del epígrafe (el curioso podría indagar y más tarde o más temprano
dará con la obra de donde proviene el epígrafe. Quizá se trate de un himno de
la iglesia católica ortodoxa, podría ser un himno que exige ser cantado y oído
de pie. Me niego a transcribir el nombre de dicho himno. Es útil buscarlo teniendo
la grafía griega a la vista. Al hallar el himno, localizada la línea que abre
nuestro libro, quizá te lleves una sorpresa. ¿Quién dice: en mí, la tormenta?)
Había
pensado en María, pero la voz del epígrafe puede ser también la del poeta que
ha comenzado a esperar su tormenta, su dar a luz. Creí ver que los poemas a
María ilustraban la gravidez artística de Rainer Maria Rilke.
Estos
poemas redescubren momentos de la vida que perduran invisibles y presentes,
siguen resonando como una melodía. Entre estos momentos hay suficientes
espacios sin explicación, en blanco, como para que la imaginación, poética por
naturaleza, los habite y relacione. Éste ha sido el proceder del poeta: dar
vida de verbo a las imágenes –las cuales no dicen más que mil palabras pero sin
duda las sugieren- que la iconografía y la literatura han fijado y revisitado
por siglos.
(Otros,
entre muchos, libros que también cuentan con los blancos son Anábasis (1924) de Saint-John Perse y Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo.)
Rilke
ha ensanchado, habitándolos, aquellos episodios que tantas generaciones han
tenido en la memoria. Al leerlo, creemos que nos habla de algo que ya sabíamos,
y esta firmeza nos ayuda a aceptar la novedad de su decir que saca a luz lo
indecible. Leemos estas escenas aceptando sencillamente que habla de algo
nuestro. Como escribió Juan García Ponce en su ensayo: “el mundo, lo real, no
es humano, está más allá del hombre; pero el canto nos lo acerca,
humanizándolo.”
3
La vida
de María puede gozarse con leerlo
inocentemente. La solución de enigmas sólo interesa a quien se siente llamado a
aclararse algo que, de todos modos, nunca puede quedar completo sobre la mesa.
El misterio de la sencillez cargada de futuro, el misterio de María.
Igual
que el José de la historia bíblica, el hombre creador es padre por la gracia,
por regalo: el poeta recibe la mirada; José recibe al hijo. En ambos padres
cabe la tormenta de la duda. Será el ángel quien, por gracia, reconforte
severamente a José; será el ángel el que hable o haga hablar al poeta, quien
dudaba de haber tenido la voz necesaria para evocar un diálogo con lo
indecible, obsequiándole con su propia voz, dándole la inocencia que le permite
concebir su obra. Es entonces, al hablar con voz propia, cuando la voz del
poeta habla por otros: leemos y escuchamos la voz de María; la voz de un astro;
la voz del aire testigo de una escena entre dos mujeres embarazadas. La poesía
muestra la voz del creador, la voz implícita en el tejido de la creación. El
hombre que fue Rilke desvaneció la ilusión de lejanía y extrañeza porque las
dotó de características entrañables al integrarlas al curso de su preñez.
4
¿Por qué termina La vida de María con un poema de la tumba apenas vacía de Jesús,
cuando el apóstol Tomás quiere ver el sepulcro vacío?
María,
encarnación de la sencillez, da a luz el misterio de la realidad: lo que está y
no está. Una tumba sin muerto, olorosa a fragancia de lavanda, como huella de
alguien que apenas escapó de nuestra voluntad de comprobar su existencia. El
ángel dice a Tomás:
Mira el
sudario:
¿dónde
hay un blanco,
dónde no
lo hay?
(Tercer poema de “De la muerte de María”)
La
huella del tiempo está y no está; la vida parece realidad de sueño, ¿hay
diferencia?
Es
lo que nos dice el poeta. El fruto de la sencillez, el hijo de María, es la
sonrisa entre dos luces: la del final del día y el primer destello de la luna,
a menos que se trate de una noche oscura, sin luna. Como sea, la sonrisa
sencilla, de una pieza, permanece visible e invisible.
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