Nicolás Suescún Nació en Bogotá el 5 de mayo de 1937. Poeta,
cuentista, artista plástico, traductor, editor, periodista y profesor
universitario. Ganó el Premio Vida y Obra 2010 de la Secretaría de Cultura,
Recreación y Deporte de Bogotá, el cual vino a reivindicar una obra que había
caído en el olvido. Realizó estudios de humanidades, historia y literatura en
la Universidad de Columbia y en la Escuela de Estudios Superiores de París, a
pesar de que su primaria y su bachillerato se vieron marcados por la disidencia
dentro de lo académico, Suescún prefería el billar, la lectura y los amigos.
Durante varios años dirigió la revista Eco y fue Jefe de
Redacción de la revista Cromos. Además de ser librero en la
emblemática librería Buchholz de Bogotá. Ha realizado importantes traducciones
de Rimbaud, Flaubert, Ambrose Bierce, W.B. Yeats y Stephen Crane, Allen
Ginsberg, José Manuel Arango, León de Greiff, José Asunción Silva entre otros
autores. Como cuentista su libro El Retorno a casa (1971) fue
considero como uno de los cien libros más importantes de la literatura
colombiana.
El Negador
¿Por qué? se pregunta
y no encuentra respuesta
los signos de interrogación
desaparecen
y la negación lo absorbe,
y se hunde, se ahoga
y vuela al mismo tiempo.
Absurdo preguntar por qué,
es sólo un ahogado
que vuela por el aire
en un delirio de
escepticismo
así que no vale la pena
preguntar,
es preferible negar
negar porque sí y porque
no,
negar que se puede
preguntar,
negar que se puede
responder,
negar por negar,
negar el ayer, negar el
mañana
negar el hoy también.
pero jamás el yo,
Para poder negar hasta
siempre jamás.
Jamás tantos muertos
Para Fernando Rendón
Jamás tantos muertos
rondaron la casa de los
vivos,
jamás tantos vivos
rondaron la casa de los
muertos.
Nunca se oyeron tantas
voces,
nunca tanto silencio,
nunca se fue al traste
tanta cosa
y se pudo más y se hizo
menos.
Siempre es que hemos vivido
tanto tiempo
que uno ya se pregunta qué
sería de la tierra
sin el peso gravoso de los
hombres
y qué sería de los hombres
sin la tierra.
Ahora son las diez de un
martes o de un muerto
y mi sangre corre, corre la
de los vivos
a dieta de sopa de sangre
de sabores diversos,
y huesos enlatados,
cadáveres en polvo,
todo el corpus
delicti de la A a la Z.
Pequeño poema a mi padre en
espera de una larga y tendida conversación que tal vez jamás tendrá lugar
Con usted no puedo hablar
de nada
a pesar de que mis ojos
y mi nariz sean suyos
—me lo han dicho—
O de que yo haya sido
Su mayor imprudencia
—me lo han dado a entender—
Y de que en cierto modo
Sea usted quien camina
—soy yo quien lo sospecha—
Cuando voy por la calle.
Una beata
Lenta, sofocada, se apoya
en los muros,
se para aquí y allá para
tomar aliento.
Dos cuadras le llevan una
hora
del cuartucho a la iglesia,
una hora se le va en dos
cuadras
de la iglesia al cuartucho.
Entre santos de papel y
santos de argamasa
balbucea plegarias,
practica la Esperanza
y el Espíritu Santo la
consuela,
el Sagrado corazón le guía
los pasos,
la Santísima Virgen
intercede por ella,
y el mismo Jesús lindo a
veces la visita.
Un hombre de mi edad
Viajo frente a un hombre de
mi edad
con barba como yo pero
encorvado
—sus ojos se pierden en el
vacío,
viaja por un desierto
territorio extraño,
su tiempo no es mi tiempo,
no soy yo quien le intereso
en todo caso.
Un momento después lo
observo
tomarse la cabeza entre las
manos,
hurgarse las orejas, leer
recortes
del Correo del Amor en alta
voz
y en tono de discurso, y
por último
sacar una libreta que mira
página por página
y en la que escribe una
palabra,
una sola palabra, de vez en
cuando.
¿Qué escribe?, me pregunto
entonces,
tratando de entender por
qué hay desorden
en ese cuerpo que podría
ser el mío,
por qué no es él quien me
escudriña a mí.
Un vagabundo
Esa noche pasé por su lado
otra vez
y le oí decir que nada
tenía
sino el duro asfalto:
hablaba de sí mismo en
tercera persona,
un largo recitado de
amarguras,
ese guiñapo humano de
piernas tumefactas
que dormía en la calle
a dos cuadras de mi casa,
y pintaba también a una
sensual mujer
en eróticas escenas a la
orilla del mar.
Eran dulces baladas de amor
cantadas por una momia
chibcha,
bajo un letrero que decía
CARNETS DE SALUD
con grandes letras rojas.
Y como un bisturí, el
viento de Cruz Verde
Se hundía en su cuerpo
Y ahondaba la herida de la
memoria.
Dos
De los dos el más
alto es el más
insigne.
En sus rasgos se advierten
la prosapia y el
aburrimiento,
pero yo simpatizo con el
más pequeño,
el de los bigotes de
alambre
el de los rasguños en las
mejillas,
el de los callos en las
manos,
el de la sonrisa de perro,
el de las uñas sucias,
el del reloj dañado,
el de las quejas,
el que eructa,
el que mira el suelo cuando
camina,
el que estudia el
techo los domingos,
el que no puede esperar
porque no tiene tiempo
y sin embargo la vida se le
va esperando.
Las cosas que he ido
escondiendo
Para María Mercedes Carranza
las cosas que he ido
escondiendo
bajo las piedras,
entre los esqueletos y los
papeles,
entre pecho y espalda,
surgen de pronto,
proyectando sombras
espesas,
viscosas,
como moco de político
pájaro.
Abrí los ojos y me dijeron
que en país de ciegos
hiciera como el ciego.
Después me enseñaron las
palabras
y me aconsejaron que
cerrara la boca
si no era para repetir los
repetido,
y que fuera manso para
llegar al reino de los cielos.
Me dictaron todo lo que
podía hacer y recibir,
Y yo gemía de noche entre
las sábanas,
Porque no era tan santo
como San Luis Gonzaga.
Vuelven estas cosas que he
ido apilando
a la vera del camino, para
olvidarlas.
Vienen como con pies,
hablan como con boca
los patios donde me
calentaba a medias,
las piezas en tinieblas,
los pecados mortales y los
veniales,
las sesiones finales,
los valses del teatro Hogar
y todas esas fiestas
infantiles
con aquellos regalos
regalados.
Vuelven como empujadas por
el viento,
este helado silbido
paramuno,
y me llevan de la mano
de paseo por la calle de
siempre,
con la pordiosera, sus
trapos y sus perros,
con el niño durmiendo en la
caja de whisky
Johny Walker, que sigue tan
campante,
con el sacristán
masturbándose
ante la Virgen y su lindo
niño en brazos,
con el hombre esperando la
vida en un camastro,
con todos los vivos y todos
los difuntos,
¡y más frío que el que
tendré en la tumba!
¡Qué dicha vivir en este
país tan bello!
¡Qué dicha vivir en este
país tan bello
donde la gente ama tanto
los toros
y la sangre en la arena!
¡Qué bella la sangre tan
roja!
¡Qué bueno vivir aquí
donde los policías juegan a
la ruleta rusa
no apuntando el revólver
hacia su propia cabeza
sino hacia la cabeza de los
adolescentes,
donde los asesinos ríen al
matar
y acumulan cadáveres
que tiñen los ríos de
púrpura
y nos cobren con un velo
bermejo!
¡Qué hermoso país es este
con tantos matices del
rojo,
aunque la sangre con el
tiempo
se vuelva negra,
y aunque nuestras fiestas
delirantes de alegría
las presida y clausure
el esqueleto del capuchón y
la guadaña!
No esperes nada
No esperes nada
del mañana,
no te sepultes en la
esperanza,
piensa:
no veré la luz del nuevo
día,
esta es mi última noche.
Y bebe
hasta olvidarlo todo
para volver a olvidarlo,
que esa sea tu vida,
un vaivén
entre el ser y el no ser.
No esperes nada
del mañana,
húndete en el olvido
para que el nuevo día
sea de verdad un nuevo día,
como si apenas empezara
a dar vueltas el mundo,
como si ir para allá
no fuera venir hacia acá,
como si no girara la
tierra,
enloquecida.(regresa al Índice de poesía)
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