por Cosme Álvarez
Para responder a la pregunta que interroga de qué hablan los poetas, deberíamos al menos saber qué es un poema, tener una idea que facilite entender qué es la poesía y, de ser posible, uno o varios diccionarios que nos revelen la raíz y el significado de la palabra. Preguntar si la poesía existe fuera del poema nos llevaría a una discusión más prolongada, pero aprovecho la ventaja que me ofrece este estrado para decirles que, efectivamente, la poesía vive, transpira y existe fuera de los poemas.
Como el tema de esta conferencia es saber de qué diablos hablan los poetas, me parece oportuno comenzar por el examen de lo que es un poema. Inicio diciendo que un poema en sí mismo no es nada, pues depende de otras cosas existentes para existir: desde un lenguaje activo y en constante renovación, hasta un conjunto de signos que conlleven una escritura; y desde un emisor, al que llamamos poeta, hasta un receptor de aquello que dicen estos signos, al que llamamos lector.
Esta es sólo una breve enumeración de lo que necesita un poema para existir. En un estudio más amplio habría que tomar en cuenta el sentido de los signos, ciertos aspectos éticos y estéticos, la época en que se compone el poema, el estilo que influye en ese momento al poeta, y tantas otras consideraciones que no caben en el tiempo destinado a esta conferencia.
Un poema es simultáneamente su contenido y su forma. Si el poema sólo fuera lo que contiene, entonces su propia forma de poema se volvería algo secundario. En el poema, pues, valen por igual el contenido y la manera de expresar ese contenido. Es necesario aclarar que la forma muchas veces actúa condicionada por el contenido mismo, pero además por la representación que el poeta le otorga. Es en este sentido que una novela como La muerte de Virgilio, de Hermann Broch, es poesía pero no es un poema, por la sencilla razón de que un poema no es una novela, y viceversa. Lo verdadero aquí es que tanto el poema como la novela pueden contener dentro de su forma ese raro fenómeno al que llamamos poesía.
Un poema son palabras que son metáfora que son imagen, un ente verbal cuyo más hondo sentido se encuentra en lo que el poema mismo dice, pero también en la forma en que lo dice. Un texto escrito en versos y con rima no es necesariamente un poema. Para que el poema aparezca, es necesario que ocurra la poiesis, palabra que literalmente significa “acto creador”.
Para entender de qué diablos hablan los poetas tuvimos que aventurar primero algunas cuantas aproximaciones generales acerca de lo que es un poema; ahora sería necesario entender de dónde diablos vienen los poemas. Un poema se origina en la percepción del alma viva, y representa en las palabras la validez de esa percepción: mirar que se hace signo, metáfora, señal, imagen, gesto, acción. Mirar que se vuelve poema. Por el poema sucede la confirmación de la mirada; también la confirmación del mundo y el reconocimiento de otros mundos en la mirada misma. Percepción que se mueve a poiesis, a llamado y a descarga, a grito colmado de silencio y a vivo silencio que aúlla. El milagro se cumple porque el mundo se cumple en la mirada.
El origen del poema no son las palabras, sino la mirada que milagrosamente se vuelve palabra: voz de la mirada. Al hablar de la voz de la mirada, nos obligamos a preguntar qué es eso que mira desde detrás de nuestros ojos. La respuesta es harto compleja. La han procurado, quizá sin éxito, la psicología y toda la ciencia. También la filosofía y la teología. Las conjeturas surgidas de la pregunta que interroga qué es eso que mira desde detrás de los ojos, van desde la presencia inaprensible y suave del ser, o la grave existencia de la nada, hasta el no menos difícil dictamen de un dios omnipresente; y desde la hipótesis de un yo individual y único que crea el mundo recibiéndolo como imagen, hasta el descubrimiento de un cerebro que, por la mágica transmisión de impulsos eléctricos, fragmentariamente percibe límites a través del instrumento que son los ojos, y luego los ordena, los unifica y los nombra, para así formalizar un mundo de cosas separadas al que llamamos realidad.
El veredicto que da el arte es de otro orden. El arte, y de las artes la poesía, a veces sospecha como posible respuesta un vasto silencio sin nombre, acaso único, que tiene lugar en todos los lugares y cuyo único lugar hondamente significativo está situado detrás de los ojos humanos: silencio que aproxima orillas inexploradas y que, por el ser de lo humano, revela un estado del mundo. Para el poeta, eso que observa desde detrás de los ojos es el silencio.
¿Qué es aquello que mira el silencio desde detrás de nuestros ojos? Esta es una pregunta sin final, cuya posible respuesta interroga a la pregunta misma. El mundo es silencio, es el silencio que nos rodea, el silencio que mira y que es mirado, sonido que al dejarse escuchar revela que quien mira es también lo mirado.
¿Qué son entonces la poesía y el poema? Para decirlo de una vez: la poesía es un estado del ser, y el poema es la revelación del reino, la forma en que se expresa la mirada. Ambos, poesía y poema, son del lenguaje de la Tierra, lenguaje que halla por sí mismo las más sutiles formas de expresarse, y que el hombre que es capaz de crear percibe con todo el ser y lo traduce en representación.
¿De qué hablan los poetas? Hablan de unión, de reunión en la vida. Hablan de nosotros, hablan con nosotros; su decir es un diálogo de pertenencia. Nos dicen que aprendamos a cuidarnos entre nosotros, que aprendamos a cuidarnos los unos a los otros. Nos dicen que todo en el mundo es cooperación y no competencia. Nos invitan a ser libres, a encontrarnos con nosotros mismos en los otros. Yo soy tú y tú eres yo, y todos somos el hombre. El poeta nos abre los ojos de la mente para que tengamos voz en la mirada, para que tengamos corazones más grandes. Corazones, no cerebro. Eso es lo que pide la vida. Cuando hacemos lo correcto, cuando el hombre cuida al hombre, la vida cuida de nosotros. El poeta enseña a dar y a recibir lo que la vida otorga, eso que no vemos porque estamos ocupados haciendo planes. El poeta pide que nos elevemos a nuestra estatura de seres humanos. Cooperación. Eso dice el poeta. Y amor, el amor como la acción total y totalizadora. Corazón y no cerebro. Un corazón cada vez más grande.
El poeta nos dice que hablemos con nosotros mismos como hombres y no como chinches; que nos conozcamos a nosotros mismos en nuestra relación con los demás, pues sólo así estaremos conociendo al hombre. El poeta nos dice que salgamos de aquí esta mañana y empecemos a devolver lo que tomamos del granero de la vida, que lo hagamos poéticamente, creadoramente, desde el orden del corazón y de los sentidos. Nos dice que establezcamos en la tierra el diálogo de pertenencia. El poeta nos dice que comencemos aquí, hoy mismo, pues siempre es ahora, la misma hora siempre, y todos los lugares son el mundo. Tenemos que crecer como hombres, tener corazones más grandes para comprender la vida, y no cerebros para disecarla, dividirla, moldearla ni cambiarla. Corazones cada vez más grandes para beber de la vida su esencia inmortal. Nos hallamos demasiado lejos del centro de la vida. Los poetas dicen que debemos avanzar hacia la unión. De esto hablan los poetas. ¿Qué otra cosa puede significar ese deseo de comunicar?
Los poemas no dan respuestas, hacen preguntas. Son signos con los que el hombre se interroga a sí mismo y pregunta por el mundo. Las preguntas se hacen, los poemas se escriben. Sólo son reales si se escriben. Y se dicen. Los poemas no son respuestas sentimentales, son preguntas de experiencia. Son sucesión de momentos, la palabra de la experiencia y la experiencia de la palabra. Diálogos de pertenencia. Las palabras del poema hacen visible lo que los ojos han visto. La poesía pregunta con palabras por lo innombrable. El poema dice un yo de muchos rostros y de una sola cara: dice al hombre, dice al yo plural de la experiencia humana. El poema dice yo y mi multitud interpretada.
El poeta no señala direcciones: sigue huellas en el río de la experiencia. El poema es la brazada en el agua de la vida. La poesía trae realidad a los hombres; trae verdad a la realidad. El mundo es menos real sin la pregunta del poeta, sin el diálogo de pertenencia que proveen los poemas.
¿De qué hablan los poetas? Dicen las palabras del hombre, dicen al hombre en las palabras. Transcriben el dictado del silencio, acaso con el propósito último y más alto de mostrar lo bueno, lo bello y lo verdadero.
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