miércoles, 30 de mayo de 2018

Borges contra Paco Ignacio Taibo II

Por José Manuel Recillas
(poeta mexicano)





Jorge Luis Borges                              Paco Ignacio Taibo II
Sí, lo sé. La sola comparación parece fuera de lugar. Pero, por un momento hagamos caso omiso a las enormes diferencias entre ambos, y concentrémonos en la lectura, eso que llevó al narrador mexicano a crear su Brigada para leer en libertad. Si algo parecen compartir el gran polígrafo universal, que sólo por un accidente geográfico es argentino, y por tanto latinoamericano, y el novelista mexicano, es el interés por la lectura. En lo que difieren es en eso que podría llamarse metodología. Ricardo Garibay la consideró un oficio: oficio de leer, lo llamó en un libro del mismo título. De modo que la actividad principal de Jorge Luis Borges sería un oficio, una labor habitual para la cual no se requiere de un título, el cual no excluye el placer. El lector profesional sería todo lo contrario de lo que ese noble oficio ofrece a quien lo ejerce: en un extremo la negación del deleite lector, en el otro la obligatoriedad. Quien lee obligado, por cualquier razón: por actualización, o porque vive de lo que otros hacen (reseñista, crítico, comentócrata, etcétera), no es en realidad un lector, sino un consumidor. Como esos videojuegos de los ochentas en que un monstruito debía comer pastillas, o lo que fuera que apareciera frente al jugador, así el lector obligado a la actualización vive una existencia sin descanso: tiene que leer, esperando que un día la pantalla frente a él se vacíe y pase a la siguiente etapa del juego.
Borges se enorgullecía de sus lecturas, del canto y sus amplias ramificaciones en espejos, laberintos, bibliotecas, noches —reflejo del sueño y de la imaginación—, y lo manifestaba a cada instante que podía. En Siete noches, apenas empezada la lectura de la primera conferencia, dice: «De mí sé decir que soy lector hedónico; nunca he leído un libro porque fuera antiguo. He leído libros por la emoción estética que deparan y he postergado los comentarios y las críticas». Eso que George Steiner llama literatura secundaria, y que inunda tanto las mesas de novedades de las librerías —ese mar de la ignominia, como las llamaba Garibay— como las bibliotecas de colegios e instituciones especializadas en el mundo.
Borges no impone, comparte su experiencia como lector
Una y otra vez Borges nos habla de ese proceso placentero, de ese feliz oficio y de sus múltiples ramificaciones. Pero más que hablarnos —como cuando en la citada conferencia dice: «Quiero confiarles, ya que estamos entre amigos, y ya que no estoy hablando con todos ustedes sino con cada uno de ustedes»—, nos comparte y confía su experiencia lectora. No nos impone ese ejercicio lector. Lo comparte, porque al estar «entre amigos», él sabe que eso es lo que hacen los amigos: comparten un gusto, no lo imponen. Una y otra vez vemos que Borges hace eso, casi con una humildad indigna de un hombre de su altura intelectual y creadora.
Pero eso no es lo que vemos en alguien como Paco Ignacio Taibo II. Él no pretende ni quiere ser nuestro amigo. No quiere compartir con nosotros nada, sino imponer lo que él considera una obligación: la lectura. Las ideas de Taibo en torno a este noble oficio son absurdas y peligrosas. Hasta donde se puede observar, la lectura para él no es algo que se haga por placer, es decir como una opción vivencial, sino algo que debe hacerse para alcanzar un fin ulterior y más importante que la lectura misma. Según Taibo, se debe leer para ser libre. La lectura como un medio, y no como un fin en sí mismo.
El galimatías de ideas del novelista lo han llevado a la principal casa editorial del país, y desde allí piensa llevar a cabo una cruzada contra la ignorancia y la esclavitud del mexicano. Sin entender que esta casa editorial tiene y ha tenido una historia y un objetivo muy distintos, quiere llevar los libros hasta la última ranchería del país. Ya muchos han señalado los problemas logísticos y económicos a que eso llevaría. Esa es una discusión sobre la cual no me interesa abundar. Quiero, en cambio, referirme a esta idea absurda de una cruzada nacional por la lectura en la que Taibo se ha envuelto.
Paco Ignacio Taibo II: Leer para ser libres
Más allá de pensar en torno a de qué bosques piensa sacar el papel requerido para producir los más de cien millones de libros de cualquier tipo que Taibo quiere hacer llegar a todos los mexicanos, está el hecho mismo de su idea de leer para ser libres. No sé si será una buena idea pensar en un país paralizado con millones de lectores esperando el siguiente título para leer, en vez de hacer lo que cada quien tiene qué hacer: sembrar el campo, hacer el pan, construir una casa o un puente. Pero se me ocurre, por ejemplo, si hubiera una necesidad de llevar comida a todas las mesas del país, ¿convendría que todos se volvieran panaderos? Y por otro lado, ¿dónde queda la diversidad en un país de lectores en el que todos leen el mismo libro, o se ven compelidos a leerlo, obligados porque deben aspirar a ser libres? ¿Qué clase de libertad sería esa?
Si, como piensa Taibo, leer sirve para ser libres, ¿con cuántos libros se alcanzaría la libertad? Por supuesto, el galimatías proviene desde su organización, la Brigada para leer en libertad, un auténtico contrasentido semántico. Según Taibo, la libertad es un asunto perentorio. No resulta casual que el nombre de su organización haga referencia a una estructura militar. Él es el brigadier de los regimientos que comanda y mediante los cuales un día seremos liberados, lectura de por medio, nos guste o no leer, o leer los libros que de su campaña surjan y sean impuestos. No puedo imaginar una idea más absurda.
Podemos suponer que para Taibo la libertad sólo se consigue mediante la lectura, y por ende, si se quiere ser libre, hay que leer. No hay otro camino para alcanzarla. Es decir, una libertad única, mediada por un único mecanismo. Una idea ridícula, por donde se le quiera ver, para cumplir un objetivo imposible de alcanzar. Lo peor de la idea del novelista mexicano es reducir la lectura a un mecanismo utilitario, obligatorio, y al hacerlo imperativo, ausente del posible placer que pudiera conllevar en la mente y alma del lector. Una libertad impuesta. ¿Puede haber un absurdo más grande y terrorífico? El mundo de Farenheit 451 al revés.
«Menos [Octavio] Paz y más [José] Revueltas»
Es evidente que el escritor mexicano desconoce el uso de las palabras, su valor y peso, y por eso las usa de manera tan arbitraria, tan atrabiliaria, tan gratuita, sin pensar en las consecuencias de su uso —Karl Kraus ya habría censurado a un escritor que no sabe usar su principal herramienta: el lenguaje—. Eso empieza por el nombre de su brigada y por la manera en que quiere utilizar una editorial estatal en nombre de una cruzada —no sorprende que su origen sea un término militar-religioso—, para la cual nunca fue concebida, en vez de ser lo que, contra viento y marea, ha sido: un repositorio de lo mejor del pensamiento y de nuestra tradición literaria.
El Fondo de Cultura Económica no es una oficina educativa, aunque dependa de la secretaría del ramo. La literatura mexicana fue para el Estado, durante años, un objeto de su interés y de su orgullo. Hoy no lo es para su actual director, quien cree que está en una oficina de reclutamiento. Cada vez que Taibo dice algo sobre el mundo de los libros y la lectura —por no mencionar el mundo editorial—, sólo demuestra que no sabe nada al respecto, y que la literatura mexicana actual le tiene sin cuidado.
Nunca había visto tiempos tan negros para nuestros dos oficios: la lectura y la creación.

Enero 31, 2019

José Manuel Recillas

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