lunes, 2 de mayo de 2016

Despertar

por Cosme Álvarez
[el poema es más vívido cuando se lee en voz alta]

Nada nos lloverá salvo silencio,
agua rauda que ensordece los sentidos.
Llueve adentro de mí y es otra lluvia,
son las palabras de tu presencia que no miro.
Mirada que no escucho,
                                      murmullo que no toco,
el ruido quemadura en la tormenta de mi cuerpo:
presencia de tu ausencia en mis oídos.
Qué será de los nosotros
que ya nunca volverán a ser un árbol en el abrazo.
Qué será de nuestros cuerpos sin nombre,
de los cuerpos que perdieron el camino de la carne,
arrancados del abrazo que era un árbol.

Pero cómo decirle a la sangre que olvide
sus recuerdos hechos de tierra,
cómo pedirle que regrese
impasible a la corriente nocturna,
cómo hacer callar su sonido.
Qué habrá del otro lado de la vida
                                                       si es un sueño,
qué habrá del otro lado, vivo sueño.
Que habrá si ya no hay nadie cuando sueño,
sólo este cansancio sin orillas.
Se quiere saltar al otro lado del insomnio,
más allá de la pura incertidumbre
al vacío del sosiego.

Llueve en mí toda tu ausencia,
que deje de arder este silencio,
este verbo pronunciado con las manos
que dio azarosamente en lo negro de tu blanco
sin saber que eras el arco y la mirada,
sin saber que eras el blanco, y yo y mis flechas
apenas el pretexto para darte
un abrazo en el centro del silencio,
flecha lanzada al espacio
donde el azar te puso enfrente.

Saltar al otro lado, hacia el sueño.
Saltar sobre la orilla del insomnio,
donde el ojo ya no mira, sólo sueña.
Un saltar al vacío del sosiego
                                              y es tan alto,
tan alta la negra incertidumbre del insomne.
Golpear la mano el hombro contra el muro del desvelo,
golpear con la cabeza, irse de bruces: duele así.

Mis manos anidan en la mesa,
palomas en el árbol de mi cuerpo.
Quise verte con las manos, y en el sueño
el agua de tu ausencia me llenó de sensaciones y de insomnio.
Los recuerdos son mis ojos,
sólidos y formes en las ramas del desvelo,
en el águila ceniza de mis manos,
en la carne y la vigilia.
Sentado a la mesa miro el mundo;
mis ojos se cierran pero miran, intensamente miran.

Tendrá que caer alguna vez la pesadilla,
por fin y hasta cuándo esta vigilia sin sosiego.
Pasar al orden diurno pero cómo;
no hay cómo ni hasta cuándo en el cansancio.

Tú y yo nacidos del silencio,
y afuera el ruido sordo de los hombres
en su andar por los zaguanes de la vida,
de esa noche lateral donde comparten
el suave murmullo de existir.
Mujer y hombre.
Todo lo de afuera haciendo ruido,
un ruido sordo,
                         y adentro estas palabras
que son manos que son ojos que son bocas.
La luz oscuramente sobrevino
de un juego de preguntas o de un sueño,
preguntas que eran flechas y la duda de esta vida
sirviendo de carcaj y cuál destino.
Ese fue un nuevo principio
en este andar por donde nada tiene inicio,
preguntas que eran hilos, o un bordado del tapete
donde habremos sido somos seremos fuimos, y tú y yo
éramos un verbo nunca dicho.
Jugamos a encarnar el silencio
sumergidos en un verbo impronunciado
o en el dátil azul de la llama en nuestras bocas.

Ahora llueve en mí y es otra lluvia,
agua de preguntas que son flechas
en el gran carcaj sin forma de la vida.
Siempre la pregunta, la misma
que juega a ser distinta para hacer un nuevo puente
donde Adán cruce con Eva hacia la luz sin las palabras.
Ahora es otra lluvia. La vigilia.
Ya no es el portal que prometía el paraíso,
ya no es el silencio que ensordece los sentidos,
es un grito y es tu ausencia en el aullido,
es la voz de mis manos en los ojos que no escuchan,
es el barco de la niebla que te toca en mi memoria,
agua del insomnio, luz de lo perdido,
lejos del árbol de la sangre,
lejos del impulso hacia la noche.
Este silencio no es el paraíso, ya no puede ser el paraíso.
Sólo es el recuerdo.
Tú y yo son los recuerdos en la proa despostillada de la vida,
que navega en mí tan dolorosamente cerca del naufragio.
Tú y yo serán la espuma en el recuerdo de nosotros,
arrancados del abrazo que era un árbol y era nuestro.
Ya no cruzaremos ningún puente
sólo el de la lluvia que es olvido.
Llueve en mí toda tu ausencia,
que deje de arder este silencio.
Llueve adentro de mí.
                                   Ya no me lluevas.
Tú y yo son un recuerdo sin nosotros.

No hay cómo decirle a la sangre que olvide
sus recuerdos hechos de tierra,
no hay cómo pedirle que regrese
impasible a la corriente nocturna,
no hay cómo hacer callar su sonido.
No habrá resurrección de los sentidos sin el sueño,
no habrá resurrección en la vigilia.
No hay otro despertar para el insomne,
sólo esta realidad de vivo sueño.
Un salto al otro lado no es posible,
su altura inmaterial es el quebranto de la vida,
y todo el orden diurno tan pequeño.
Golpear con el insomnio los recuerdos,
golpear la incertidumbre con los sueños,
golpear, irse de bruces:

Ya no llueve.
Ahora es la tormenta en el estanque,
ahora es la vida cotidiana,
raudal que lleva a Nunca y se acumula,
                                   que no fluye;
agua inmóvil.
Nada nos lloverá fuera del sueño,
acaso porque estamos siempre a medias en el puente,
siempre solos y a medias en la ausencia.
Ya despierta.
Hay un ruido sordo en la vigilia,
agua que no fluye: las tijeras
con que el mundo nos apaga,
nos corta los testículos, nos ponte de pie,
nos levántate. Y despierta.
Despertar es otra forma de humillar el paraíso.
Ya despierta.
Salte de la lluvia,
de esa borrachera de palabras que son flechas
en la parda oscuridad que lleva a Nunca;
palabras que son todo cómo cuánto
que son nunca ya el torrente que ensordece los sentidos,
que son lo que no son,
                                     el silencio,
esta espuma,
inmersión en las aguas de un lenguaje sin orillas.

Levántate y anda el silencio se ha ido;
son los pozos de aire lo que escuchas,
el sentido figurado del recuerdo.
Es el pozo y es el túnel no es la lluvia.
Es la vida cotidiana,
                                 tormenta en el estanque,
agua rauda que ensordece y es olvido:
                                                             la vigilia.
Salte ya de este silencio.
Despierta.
Abandona esta lluvia de palabras
de metáforas de flechas que es un sueño,
que es un puente donde Adán nada con Eva;
donde nada y esta espuma del insomnio,
donde qué si ya se han ido el paraíso y la mirada.
Ya despierta.
Nada lloverá salvo silencio.
Despierta, hermano Asno,
las tijeras aguardan.

[Micrós, D.F. 2002]

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