Por Cosme Álvarez
(poeta mexicano)
Pero hay que
decirlo todo de nuevo,
(poeta mexicano)
A
Cosme Emiliano
Intenta
decir,
como
si fueras el primer hombre.
Rainer Maria Rilke
UNO
Decirlo todo
de nuevo,
como en el sueño no vivido entre la sombra
de palabras que no saben lo que dicen y palabras
que no dicen lo que saben
bajo el peso
siempre medido por la conciencia
de quien no
quiere sufrir de nuevo.
Decir qué
cosa para los quiénes de cuál orilla.
Decir acaso
lo que no vimos con los ojos
la primer
noche de nuestro llanto.
Ésta es la
voz de mi delirio,
la borrachera de la conciencia entre los dedos,
el primer día dentro del mundo,
la voz que ya
no suena detrás de la máscara,
mi voz y no
la de los otros.
El viento
sopla y es otra voz que reconozco,
invisible y
misteriosa, cruel pero divina
para el que
oye con los párpados cerrados.
Ésta es mi
voz, aquello es el viento.
Mi corazón
conoce la diferencia.
Viajo
huérfano en el barco sin puerto del horror,
soy el
capitán y el marinero.
Ninguno de
los dos tiene refugio.
Pero hay que
decirlo todo de nuevo,
el viento llegó invisible, sin fragmentos,
y trajo consigo la tormenta
y el mar nos persiguió toda la noche;
alcanzar la
otra orilla que crece en nosotros
haciendo
estallar los puentes a la costa;
y vimos un dibujo en la memoria,
y escuchamos el negro sonido del silencio
y supimos que la tierra ya no estaba.
¡Que estallen,
que estallen
los puentes a
la costa!
Vimos el mar, sin preferencia alguna,
y supimos algo nuevo.
¡Que
estallen, que estallen!
La fe se deslizó por mis oídos
y cayó en un mar sin origen
los puentes a
la costa,
y estalló la certidumbre,
para decirlo
todo como en el sueño;
el viento fundó un nuevo vacío en la razón,
y ahí tuvo su hogar.
DOS
Hemos perdido
el mundo
desde la
tarde que salimos pensando en otro mundo
sobre el
espejo que construimos con Prometeo.
Nadie habrá
de irse
sin antes ver
con horror su miedo
a vivir la media oscuridad que heredamos
bajo la forma de los deseos que petrifican
el agua humana que hemos perdido
entre los dedos y el negro espíritu
contemporáneo.
Nadie habrá
de irse;
el hábito del orden es un sueño
que soñamos en el hábito del caos,
no hay nadie
en el mundo,
esta luz en
mi costado es un ángel de mi cuerpo.
El viento llegó con su tormenta de viento
dominante;
y dije oscura
como si fuera la lejanía
de nuestro
cuerpo perdido adentro del espejo.
Nadie ha vuelto ahora.
Vamos a ser
la forma de nuestros sueños;
un palpitar de orgánicas luces,
la ballesta desconocida por nuestro cuerpo.
Porque no hay
que fabricar nuevas maneras
para ser el
instrumento de la noche
en la paz
desposeída de uno mismo.
Somos la forma de nuestros sueños.
Yo desciendo
por este cielo de oscuro acantilado;
viajo
huérfano en el barco sin puerto del horror.
Porque es
menos doloroso vivir
que apuntar
nuestra flecha hacia el abismo
de la sangre
que nos hace comprensibles.
Viajamos en
el barco del horror,
el aire toca su trompeta de los cielos.
TRES
Decirlo todo
como en el sueño,
decir
calladamente lo que el viento
levantó como
su templo en la conciencia
del hombre
solitario que anda en busca de sí mismo
navegando
sobre un mar que ya no encuentra.
Y toda la
tierra fue un cuento de hadas,
y el océano
un paraje inmaterial,
y el barco un
aullido del viento.
Los astros
ardían hondamente en el cielo
pero hay que
volver a nombrarlos.
Digo oscura
como si fuera la lejanía
de un barco
interpretado por el agua
en un mar que
sabemos sin orillas
o en la
tierra que no aguarda por nosotros.
Yo camino
sobre este acantilado,
una voz me
dicta y me nombra.
¿Es mi voz o es
el viento, este viento
que arriba
sin origen a mi cuerpo
dejándolo
vacío con su estruendo?
Grito oscura
como un sueño en la penumbra
del espejo
solitario que refleja el desconcierto
de un cuerpo
que es imagen de otro cuerpo.
Grito oscura,
pero ya nadie me escucha.
¿Quién, si yo
se lo pidiera, querría
ponerle
vallas a este viento de oscuro cielo
que grita en
mis oídos su negritud sin procedencia
y ensordece
al corazón desposeído
con los
golpes de su cumbre indefinida?
Digo oscura y
es el grito y la distancia
de mi cuerpo
reflejado en el espejo.
Porque es
menos doloroso vivir
con la gracia
del relámpago y el fuego
que pensar en
el fecundo instante negro
del amor en
nuestra hoguera —o en la llama
que obedece
el pulso ciego de la sangre—;
vivir con las
últimas cosas que nos quedan
de un
desorden de origen impreciso.
levantar el
sueño como único reino
donde el caos
ocurra sin nombre y sin historia
—como un río que no avanza y se mueve
bajo puentes
que no unen las orillas de los ángeles.
Encarnar la
sensación de nada fértil,
como quien
persigue con ojos encendidos
el mar y el
aullido luminar del viento
sobre un
barco de proa despostillada
y austeros
mástiles inclinados sin esperanza.
Inventar la
otra orilla en el sueño,
en la unidad
sagrada de la noche;
pasar sin
atributos por el reino,
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