Por Leonel Rodríguez
(poeta mexicano)
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(poeta mexicano)
¿Cuál es el mundo del Monte?
El poeta León Cartagena (México, 1978) dedica su escritura a darnos la
presencia de ese lugar en su libro Del
Monte y otras Bestias.
Seco, espinoso cuando no baldío, anegado de sol durante
el día y de negrura de sofoco o hielo (depende de la estación) durante la
noche, el Monte está fuera del tiempo, esa prisa, esa ausencia, que hoy venera
el hombre. El poeta Cartagena contempla y pone en pie esa tierra dura que
comienza muy cerca del umbral de su casa. La ciudad no es suficientemente
hechicera como para olvidar su condición de gota de asfalto en medio de un
terreno amplio como un mar.
El Monte. En él, este hombre mirador encuentra la marca
de un incendio: alguna vez fue un vergel, pero el canto y la alegría de los
hombres, o más bien, de un hombre, un cantor, fueron tan desbordados, tal su
desmesura, que el dios castigó la tierra y borró casi toda su bondad. Queda el
erial de larguísimo verano. Su tierra da fruto, su tierra espera ser fecundada;
el poeta ve esto y descubre que la tierra es mujer. Se siente ligado al lugar
porque conoce su precisa relación con la tierra: él la hace florecer.
Creo que esto es lo que nos dice este poemario de un
solo, hondo tema.
El lugar
Hay un poema que, como su
título lo indica, es importante dentro del orden de este libro. “Monte” enuncia
el lugar que importa. Dice que ha regresado al pueblo para buscar en el corazón
del Monte. Regresar es elegir. Antes, el poeta ha estado en un sitio donde no
hubo, no encontró, lo que ahora se dispone a buscar. Le habla de tú a eso que
investiga –dice “buscarte”-; el lector ha de asumir que él mismo contiene algo
de eso que se busca, que hace falta. Se busca un interior. El poema dice al
final: “nos llevamos al monte/ en los adentros.”
Encuentros
El lugar que se dedica en
este libro al amor sexual es importante. Cuando sucede, se está en ese mundo
florecido, fuera del castigo del dios. No hay desmesura culpable sino comunión;
esta última palabra titula uno de los poemas del libro. En las piezas amorosas
todo es inmediato; acto, la percepción misma encarna: “¿Ves ahora/ cómo mis
manos y los flancos de tus caderas/ están hechos de la misma carne?” (“Lapso de
ecuaciones”). En Del Monte y otras
Bestias el encuentro sexual sucede entre el poeta y la mujer que es la
tierra. Él hace posible su maternidad, su florecimiento.
Creo que éste es el hallazgo del libro. El hombre que
menciona la ausencia de sentido (“Menos la muerte”), encuentra que la mujer es
el cuerpo misma de esa tierra cuyo vacío lo ha desconsolado. Del Monte… nos presenta dos momentos: el
de la inmovilidad ante el caos, donde no se ve sentido. Naturaleza negada
aparentemente a la circulación de las estaciones, momento de tiempo lineal que
todo lo vence. Aquí, ante el erial, el poeta dice que “dios está mudo”, está en
silencio y en eso consiste su olvido de nosotros. Habitante de su voz, el poeta
mismo deja de advertir que él, la voz, integra el lugar; en la voz del que
canta se escucha el aliento del mundo. El impulso de entonar lo mirado viene de
quien mira, es absurdo y no iluminador asumir que se trata de una sugerencia
externa: no es un dios lejano quien de vez en cuando accede a conceder un don.
Lo que vemos, lo que nos ve, nos incluye. Al no ver, al no darse en los
sentidos, estamos ausentes del mundo, y en tal estado de ausencia, lo sagrado
sólo puede ser pensado no vivido, es un pensamiento de ausencia. Presentes,
entregando los sentidos al mundo y recibiéndolo, la vida difícilmente sería una
carencia donde se duda. Es tal la presencia de la tierra en el cuerpo, que su
voz es la nuestra.
Me detengo. Aclaro que estas conclusiones no pertenecen a
Del Monte y otras Bestias. No se
beneficiaría con ellas, además. Acartonarían una obra de poesía. Son
consecuencia de mi lectura. El posible acierto de ellas se debe al poder
sugestivo de los poemas y su indecisión y falta de claridad al apresuramiento
de quien escribe estas líneas. Mejor la presencia sin más, como canta el poeta
al referirse a la luz: “Adivino tu gesto, la perfección del golpe seco que no
se da.”
Así puede
abordarse con naturalidad otro momento del libro, que es el reconocimiento del
lugar, encuentro con el cuerpo desconocido, tierra-bestia surcada de sangre y
movimiento como uno mismo. Podría ser la capacidad para contemplar la luz la
que nos conduce al modo de entender el tiempo que propone Del Monte y otras Bestias.
Al
principio del poema “Monte”, muy cerca del inicio del libro, la voz del autor
dice que ha regresado, ha elegido el regreso para buscar en el corazón del
Monte. Para buscarte. Ese tú indefinido y a la vez transparente, ¿no ha de ser
algo que se tiene o que se es? En “Retrato del espejo” se lee: “Dicen que
conoces las estrellas/ dicen que eres mito trasladado a lo innegable,/ yo sólo
he visto el arenal.” El desolado, ¿no es lo mismo que el Monte yermo? El
sentido de su regreso es hallar para qué vive. El llano desatendido te
contempla. Quizá no debe esperarse una revelación atronadora, sino la sencilla
evidencia: “El venado se deja guiar por el sonido/ de una vena de agua que
viaja entre huizaches.” (“Danza de venado”).
Se han dicho algunas
palabras: regreso, tierra, tiempo. Una vena
de agua que nos guía al tiempo del mito.
A lo fecundo, al riego. La búsqueda de mito significa necesidad de orden
natural, el de las estaciones, el tiempo que viene y va. Donde cada fenómeno es
daño y beneficio. En el mito, vivir es morir, y morir es dar la vida. No existe
la desaparición sino el cambio.
Hay dos poemas en Del
Monte y otras Bestias que tocan el mundo nahua prehispánico, uno de ellos
titulado “Leyenda”; además de otros poemas, como los de “Panum”, de tema
mitológico griego. En este poema que consta de tres partes numeradas, se habla
del nacimiento del Monte. El canto del poeta había hecho nacer las flores de la
tierra. El dios consideró el canto y sus consecuencias, castigó al poeta por su
desmesura y “de la cascada sonora de tu sangre/ creció el agreste monte que aún
te espera.”
Pero sabemos que los dioses no deshacen el pasado, no
deshacen los haceres de nadie sino que transforman sin restituir la forma. Como
pone en evidencia el ritmo circular del mito, las cosas se transforman, no
desaparecen ni quedan canceladas. Entonces, quizá hay una parte del acto del
dios, de su castigo, que no ha sido descubierta. El dios no convirtió en polvo
y sequedad al mundo de flores, sino al poeta (quien contiene al mundo): ahora
lleva en los ojos aquello que él, el poeta, pretendió desterrar de la tierra.
Las acciones del dios, de lo desconocido, son ambiguas; en la consecuencia de
su castigo hay oportunidad, por eso el Monte “aún te espera”, porque pide ser
habitado. El dios ha pedido que se cante y haga florecer una tierra más
recóndita que, claramente, está en los ojos. El poeta Marsias del poema “Panum”
tal vez no lo vio, pero el poeta del monte lo canta sin explicaciones, sin
preferencias.
Sea la primera estrofa de “Semilla de lumbre” el
desenlace de este comentario:
Sólo un hombre puede sembrar una palabra,
una semilla de lumbre,
que detenga o cambie el curso del tiempo.
Posdata ligera
Dos notas del comentario en
la cuarta de forros, escrita por Enrique Silva Rodríguez, poeta chileno. La
primera, cuando hace notar que la palabra bestia es andrógina. De repente
aparece la imagen de esa bestia que recorrió todo el libro, la bestia que nace
del abrazo de la pareja. El Monte y su Bestia: imagen de reconciliación.
La segunda. El acierto de calificar la voz del autor como
“sencillez enceguecida”: todo aparece claro, hay que darle mirar para que sea.
REFERENCIA: León Cartagena. Del Monte y otras Bestias. Culiacán,
México: Andraval ediciones, CONACULTA, INBA, 2013. 66 p. (Punto luminoso, XII).
Leonel Rodríguez (México, 1978) |
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