jueves, 1 de septiembre de 2016

Tres poemas

Por Agustín Cadena
(poeta mexicano)





Imagen de la tarde

Después de tantos años,
de tanto amarnos y extrañarnos,
son tan pocas las horas
que nos han sido prestadas.
Hoy pienso que me habría gustado, por ejemplo,
tener juntos una nuestra casa,
una tarde por lo menos, robada como todo.
Que en esa tarde nos sentáramos a la mesa
y yo te calentara las tortillas
y tú me pasaras la sal o la salsa.
Oír a nuestro perro ladrando a los paseantes
Esperar juntos
El atardecer en la barda de piedra rosa
con el juego de las sombras del follaje
y el susurro de los álamos, tan triste.
Verte en pijama —nunca te he visto en pijama.
Saber de tus cólicos menstruales.
Que me pegaras un botón de la camisa
y yo fuera a traerte algo a la farmacia.
Estoy triste, este día,
por este amor que se quedó niño.
Que se hizo viejo siendo niño.
Que no conocerá ni la resequedad ni la rutina
ni la decrepitud ni el frío ni el hastío,
pero tampoco la mesa ni el sueño compartido.
Y hasta podría terminar estas líneas
diciendo que, al final, muy al final,
estos amores que viven a la sombra
son también grandes amores.
Pero aquí no se trata de hacer poesía,
sino de llamar al pan “pan”,
y a lo que no pudo ser “puta madre, no pudo ser”.
Y ya.
Es todo.
C’est tout.
That’s all.



Lapidaria


Sé, niña, como las piedras.
Míralas:
Ellas ruedan con el agua,
no les preocupa dónde van a detenerse.
Se mueven con la Tierra,
un milímetro cada dos mil años:
no tienen prisa.
Las piedras, niña, no se aferran a nada.
Abandonan solas su playa
y van a adornar una fuente,
un pasillo en un palacio,
la celda de un sabio que ha aprendido a oírlas.
Son humildes las piedras:
permanecen enterradas durante siglos
y un día salen y se quiebran sin más.
Tienen fe, una fe de piedra.
Por eso el profeta Jesús las hizo pan.
         Tú no preguntes, niña.
Sé como las piedras nada más.
         Un día, bajo la tierra,
yo te estaré esperando.




Las sombras


A veces las sombras me traen recuerdos,
sombras de esas mismas sombras
en otro momento,
en otro lugar.

Alguien que ya se fue.

Así las sombras no son ingrávidas,
como ellas dicen,
sino pesadas, muy pesadas.
Son como negras hojas elegantes
que se adhieren húmedas al pecho
como densas cataplasmas de nostalgia.
Especialmente
las que nacen en las llamas.
Agustín Cadena (México, 1963)

Ahí —en las sombras
están los ojos que no me dejan olvidar.
Los ojos que vieron. Que vieron.
De eso hablan las sombras
aéreas mantarrayas,
oscuras sonrisas de sarcasmo,
implacables ángeles guardianes de la memoria.

Por eso les tengo miedo a las sombras.

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1 comentario:

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