Por Agustín Cadena
(poeta mexicano)
(poeta mexicano)
Imagen de la
tarde
Después de tantos años,
de tanto amarnos y extrañarnos,
son tan pocas las horas
que nos han sido prestadas.
Hoy pienso que me habría gustado,
por ejemplo,
tener juntos una nuestra casa,
una tarde por lo menos, robada como
todo.
Que en esa tarde nos sentáramos a la
mesa
y yo te calentara las tortillas
y tú me pasaras la sal o la salsa.
Oír a nuestro perro ladrando a los
paseantes
Esperar juntos
El atardecer en la barda de piedra
rosa
con el juego de las sombras del
follaje
y el susurro de los álamos, tan
triste.
Verte en pijama —nunca te he visto
en pijama.
Saber de tus cólicos menstruales.
Que me pegaras un botón de la camisa
y yo fuera a traerte algo a la
farmacia.
Estoy triste, este día,
por este amor que se quedó niño.
Que se hizo viejo siendo niño.
Que no conocerá ni la resequedad ni
la rutina
ni la decrepitud ni el frío ni el
hastío,
pero tampoco la mesa ni el sueño
compartido.
Y hasta podría terminar estas líneas
diciendo que, al final, muy al
final,
estos amores que viven a la sombra
son también grandes amores.
Pero aquí no se trata de hacer
poesía,
sino de llamar al pan “pan”,
y a lo que no pudo ser “puta madre,
no pudo ser”.
Y ya.
Es todo.
C’est tout.
That’s all.
Lapidaria
Sé, niña, como las piedras.
Míralas:
Ellas ruedan con el agua,
no les preocupa dónde van a
detenerse.
Se mueven con la Tierra,
un milímetro cada dos mil años:
no tienen prisa.
Las piedras, niña, no se aferran a
nada.
Abandonan solas su playa
y van a adornar una fuente,
un pasillo en un palacio,
la celda de un sabio que ha
aprendido a oírlas.
Son humildes las piedras:
permanecen enterradas durante siglos
y un día salen y se quiebran sin
más.
Tienen fe, una fe de piedra.
Por eso el profeta Jesús las hizo
pan.
Tú
no preguntes, niña.
Sé como las piedras nada más.
Un
día, bajo la tierra,
yo te estaré esperando.
Las sombras
A veces las sombras me traen
recuerdos,
sombras de esas mismas sombras
en otro momento,
en otro lugar.
Alguien que ya se fue.
Así las sombras no son ingrávidas,
como ellas dicen,
sino pesadas, muy pesadas.
Son como negras hojas elegantes
que se adhieren húmedas al pecho
como densas cataplasmas de
nostalgia.
Especialmente
Ahí —en las sombras
están los ojos que no me dejan
olvidar.
Los ojos que vieron. Que vieron.
De eso hablan las sombras
aéreas mantarrayas,
oscuras sonrisas de sarcasmo,
implacables ángeles guardianes de la
memoria.
Extraordinario
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