jueves, 1 de diciembre de 2016

Cuatro poemas


Por José Javier Villarreal
(poeta mexicano)





Hablemos de aquello que no conocemos.
De esos paisajes de la Australia Central,
de la forma tan curiosa del pájaro Dodo,
del muérdago que cuelga de los marcos de las ventanas,
de las amplias calles de San Petersburgo,
del famoso Valle de Issa que sólo algunos conocen,
de los riachuelos y cascadas de Sierra Leona,
de los puentes de Holanda.
Comencemos hablando de aquello que no conocemos:
de los Alpes, de los Apalaches, del Lago Elefante en Nuevo
México,
de esos parques que flotan en alguna parte,
de los estacionamientos donde nunca hemos aparcado el auto,
de esas puertas que jamás hemos traspasado.
Sé que todo esto no me llevará a nada ni me hará conocer lo
que no conozco,
que es una trampa y que el tiempo sigue su marcha;
sé que no vale la pena inventar un poema cuando hay tan poco
por descubrir;
sin embargo, sé que en alguna parte,
en un punto que hasta ahora no me dice nada,
habrás de aparecer, yo sabré de ti, y el mundo,
ese gran mundo que no conozco, se me ha de revelar
con tu presencia.

*
Podría hacer el experimento que un ensayista polaco propone:
hacerme pasar por un poeta danés.
En ese caso, ya siéndolo, tendría que desconocer mi
pasaporte, mi visa y mi credencial de elector,
o al menos fingir que estos documentos, tan importantes,
también sufrieran una transformación.
Mi pasaporte dejaría de ser verde y tendría, forzosamente,
una corona;
mi visa se me escurriría como agua entre los dedos
en el estacionamiento de un gran centro comercial
un día que hiciera mucho calor;
esto ocurriría en alguna ciudad fronteriza de Texas.
Mi credencial de elector ya no me serviría para ejercer
mi voto;
un tedio inesperado, pero implacable, caería sobre mí
y ya no me interesarían las elecciones del primero de julio,
obviamente, porque el país dejaría de ser el mío.
Este es el punto que me interesa destacar de todo esto.
Al convertirme en un poeta danés un reino aparecería y otro
se borraría.
Las tortugas seguirían, aparentemente, siendo tortugas:
animales verdes, pequeños y frágiles, con patitas y colita
y un caparazón que más bien parece un adorno que un escudo
anti motines,
de esos que usan los policías tanto en Dinamarca como en
México.
Los perros continuarían ladrando como siempre, pero yo los
escucharía de otra manera;
ese es el punto: el mundo estaría aquí, seguiría aquí,
pero yo lo percibiría de otra manera,
serían otros los colores, los aromas, los sabores;
las texturas guardarían otra relación con la yema de mis
dedos,
mis oídos se ofuscarían ante la confusión de vocablos daneses
y castellanos.
No sabría cómo conducirme, cuándo hablar o callar,
estrechar una mano o saludar a la distancia;
creo que los daneses no saludan de beso, tampoco se abrazan
al encontrarse o despedirse
(esto en realidad no lo sé, pero se ha de esclarecer con el
paso del tiempo);
mientras tanto sigo con la incomodidad del fingimiento,
con ese saco demasiado grande de pretender ser lo que no soy
o hacer de cuenta.
El mundo que deberá seguir siendo el mismo ya no lo será.
Las tortugas sólo fueron un ejemplo, pero ¿y todo lo demás?
Supongamos que llego a casa en taxi, porque se dice que hay
poetas daneses que no saben manejar,
que nunca han tenido la necesidad de aprender;
no es porque sean flojos o faltos de reflejos; se debe al
excelente sistema de transporte que ellos poseen
y nosotros no (aún no me he transformado del todo).
Llego a casa y no me reconoces, esperas a uno y llega otro
(aquí la relación con la Odisea es tan obvia, pero algo así
sucedería);
¿dejarías de amarme y, poco a poco, te enamorarías del poeta
danés?
¿Yo mismo sabría cómo comportarme? También se dice que los
daneses duermen en camas separadas.
¿Las diferencias culturales serían un obstáculo o una
seducción?
Ahora recuerdo que tuve una amiga que se casó con un danés,
jamás volví a saber de ella, se fue a Dinamarca;
quizá yo tendría también que irme a Dinamarca y aprender
árabe o turco,
irme a esos países donde los pasaportes se extravían,
las visas son tan estimadas y los ciudadanos se plantean
seriamente, y con algo de temor, sus comicios
presidenciales.
El mundo sería el mismo, pero no me sabría igual.
Lo que más me preocupa –de todo este ejercicio propuesto por
el ensayista polaco- es que llegaras a enamorarte del
poeta danés.

*
No se trata de un proyecto o de una visita al museo,
tampoco de una cédula o de una descripción científica,
un ensayo o un artículo de revista arbitrada;
es una noticia de divulgación, una fotografía que cualquiera
puede ver.
Se trata de un calamar, y de un tiempo a esta parte, todos
son gigantes;
éste mide tres metros, pero le faltan sus dos tentáculos,
en caso de tenerlos mediría ocho.
Habita en las profundidades del océano Pacífico;
el océano Pacífico es una ironía, ya que desde siempre,
desde que los españoles lo descubrieron se ha señalado por
ser un mar violento y traicionero.
El calamar tiene tres corazones, una vista de privilegio y un
cerebro sumamente desarrollado;
pese a ello, o por ello, vive en las profundidades más
extremas,
en las aguas más frías, oscuras y calmas; lejos, muy lejos,
de los rayos del sol.
No tiene a quien ver, a quien enredar sus tentáculos,
quizá por eso no los tenga y en vez de medir ocho metros sólo
mida tres.
La fotografía la tomaron un grupo de científicos japoneses;
primero se difundió en Japón, luego en Estados Unidos,
después en el mundo entero, y fue como la vi.
Llama la atención que un ser con tres corazones, con una
vista de privilegio y un cerebro tan desarrollado
tenga su hábitat en lo más profundo del océano
donde los rayos del sol no llegan y las aguas son oscuras y
frías;
un animal con una vista tan fina, con un cerebro tan
desarrollado y tres corazones.
No cabe duda que los seres humanos tenemos que aprender de la
sabiduría del reino animal.

*
Así, como quien busca un pozo de petróleo
en las cercanías de su baño
un domingo por la mañana;
como ese explorador que abandona la playa
y se interna tierra adentro;
el hombre
que baja de un taxi,
o el que sube
y se le cae la cartera.
Los pájaros vuelan sobre el lago
pero no es cierto que las caravanas atraviesen el desierto,
no es cierto que un hombre busque un pozo de petróleo
en las inmediaciones de su baño;
no es cierto que alguien
camine estas calles;
nunca nadie pierde la cartera al subir a un taxi
y los pájaros no vuelan sobre el lago
ni hay desierto ni caravanas,
sino una oficina,
un laberinto,
un sanitario por piso,
una ventana y un edificio en renta
con una terraza y un jardín que agoniza,
y yo desde la ventana
que lo contempla.

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José Javier Villarreal
(Tijuana, Baja California. 1959). Poeta, traductor, ensayista y editor. Obtuvo el Premio de Ensayo Ángela Figuera, el Premio de Poesía Aguascalientes, el Premio Nacional de Poesía Alfonso Reyes, el World Cultural Council y, en dos ocasiones –como poeta y editor-, el Barbón de Oro. Actualmente es Miembro Artístico del Sistema Nacional de Creadores de Arte FONCA-CONACULTA.  Entre sus libros de poesía se cuentan: Estatua sumergida, Mar del Norte, La procesión, Portuaria, Bíblica, Fábula, La Santa y Campo Alaska. Como ensayista: El oro de los siglos, Por una nueva anunciación y Las penas del guardador de rebaños. Tras la huella del Polifemo. Ha traducido a Ezra Pound, Manuel Bandeira, Oswald de Andrade, Czesław Miłosz, Murilo Mendes, Lêdo Ivo y Ferreira Gullar. Es director de la revista Deslinde de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL en donde es profesor. Produce y locuciona el programa de radio “Aventuras sigilosas” 102.1 de FM.

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