I
Para Gabriela
Bautista Martínez
Dice la ciencia que la vida surgió
hace tres mil
quinientos millones de años,
que en medio
de la noche,
de aguas
termales,
lava y gases
venenosos,
anónimas
bacterias comenzaron a copiarse unas a otras
como
estudiantes en un examen escolar,
y que el homo
sapiens
apareció hace
doscientos mil años
sin haberle
copiado nada a nadie
pero surgido
de aquellas mismas células
y su
incansable proceso de copiado.
Nada nos dice
la ciencia de cuándo
o por qué
lloró el homo sapiens por primera vez.
En Altamira o
en Lascaux hay pintadas
escenas de
caza, hechas por las mujeres,
y restos de
utensilios y flechas
usados por
esos homínidos para sobrevivir.
Pero nada
sabemos del amor, o si lo había.
Nada sabemos
de sus lágrimas.
Es tan poco
lo que sabemos de aquellos
primeros
homínidos, que es casi
como si no
supiésemos en absoluto nada.
Hoy tampoco
sé si hay alguien que ame a una mujer,
aunque como
aquéllas prehistóricas,
lo hagan todo
y lleven el mundo a cuestas.
Ni los poetas
hoy hablan de amor.
Ellos también
están cazando algún mamut,
o huyendo de
la furia de los elementos.
Yo llevo
siglos a la intemperie
en esto del
amor,
esperando,
sólo esperando
que un día
llegue un meteorito…
II
No puedo yo cantar,
o
hablar,
que para algunos es lo mismo,
amparado desde lo cotidiano,
desde la orilla de una vereda o en la plaza de un jardín,
de un sitio en el que vivan o compartan algo muchos.
Yo siempre he sido un exiliado
viajando de una noche hacia otra noche.
Siempre he resguardado esta última frontera y torre.
No puedo hablar desde la simpleza de lo diario,
desde un espacio compartido,
si no es desde el Lenguaje y el olvido,
desde una celda sin salida
poblada por insomnios
y el silencio obtuso de un ciclón
que espera cada noche con llegar hasta esta isla sin
destino,
sin nombre ni fronteras,
para, inclemente, golpear sus tenues playas
y así borrarlo todo desde adentro, Lillian,
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