Guillermo Samperio (1948-2016) |
Samperio por el año 1997 también vino a Celaya pero un par de ocasiones a dar unas clases en un seminario de literatura. Yo pasé ahí sin pena ni gloria y Samperio daba las clases con una calma que a muchos desesperaba. Hablaba no sólo como en cámara lenta sino que hacía largas, interminables pausas. No recuerdo nada de ese seminario de literatura.
En el taller opinábamos todos y al
final Samperio hacía una crítica global, recomendaba lecturas, sugería cambios.
Una vez un compañero del taller que
venía de San Luis Potosí llegó con un cuento escrito en papelitos, en
servilletas, en el boleto del autobús. Venía emocionado y dijo que lo había
escrito en el camino. Se puso a leerlo y luego dijo que le faltaba el final.
Todos opinaron sobre ese cuento. Cuando me tocó a mí le dije a mi compañero que
mejor corrigiera, que pasara en limpio el cuento y que ya después lo trajera al
taller, que lo que en ese momento yo le dijera sería ocioso para mí y para él y
quizás para todos porque todo estaba como improvisado y que no valía la pena
gastar saliva diciendo lo que fuera pues el tendría la justificación de decir
que el cuento estaba recién hecho y que por eso las fallas que le pudiéramos
encontrar serían por eso. Le dije que no había prestado atención y que mejor
cuando lo trajera impreso y en copias yo con gusto lo atendería. Con esa intervención al taller de Samperio me
gané malas vibras de algunos de mis compañeros.
Samperio cerró esa ronda diciéndole
al cuentista de carretera que él regularmente cobraba mil pesos por revisar un
texto y que en ese momento él estaba de acuerdo conmigo, y que tampoco había
atendido la lectura. Le dijo pásalo en limpio y corrige, luego lo traes, hoy te
ahorraste mil pesos. Luego Samperio se sonrió.
Guillermo Samperio |
Guillermo me dijo que estaba bien
con su sonrisa chispeante. Me dijo qué te parece que cuando venga a Celaya a
dar taller, terminando te llamo y nos vemos en el lobby del hotel o en el
restaurante, cenamos y platicamos, me late tu rollo.
Así le hicimos. Cada mes lo veía en
el restaurante y platicábamos de literatura, del taller, de sus proyectos, de
música. Me contó que su papá fue guitarrista del trío Samperio, Willy Samperio,
y que uno de sus hijos acababa de armar un grupo de rock, Petróleo, nombre que
tomaron porque alguien, parece que su papá era de Salamanca, donde está la
refinería.
Aparte de las pláticas en el hotel,
entre semana me llamaba desde México y me enviaba algún archivo con algún
cuento, me decía si le ves algo que hay que cambiarle, cámbialo, yo confío en
tu ojo crítico.
Cuando estábamos en cualquier
conversación era muy divertido, ocurrente, imaginativo. Para mí era como un
joven rockero y amante de las mujeres. Samperio hasta donde supe fue muy galán
y en el taller había por lo menos un par de muchachas guapas que estaban
fascinadas por la personalidad y, hay que decirlo, galanura de Guillermo.
Me llamaba la atención su lentitud
para hablar, siempre sonriente, con anillos en ambas manos, tatuajes (uno de
John Lennon), siempre o casi siempre tomando pastillas (no sé si era
medicamento o droga, o ambas) y se los tomaba con coca cola. Era cálido, bonachón, fresco, parecía que no
tenía impedimento para tratar el tema que fuera, no sonaba impropio o
impertinente ni menos vulgar. Caminábamos por las calles y si pasaba una mujer
de pronto comentaba algo de su encaje que se le veía al filo de la cintura y
describía con gracia ese detalle de vouyerista declarado. Caminaba sin prisa y
así hablaba también. Vivía en un departamento donde una sola vez fui a llevarle
uno de mis poemarios inéditos porque Guillermo quería ver quien me lo
publicaba. Esa tarde que le llevé mi manuscrito no me invitó a pasar. Fue
amable a secas y quizá fue de las pocas
veces que no lo vi sonriente. Quizás estaba ocupado en medio de un cuento, o
simplemente no tenía ganas de que yo entrara. No me ofendí y no le tomé
importancia.
Me siguió llamando por teléfono
hasta para desearme Feliz Navidad.
Me caía muy bien, como un amigo
desprendido, de esos que te hacen sentir que la vida y las palabras son como
una fiesta, una celebración, un gozo, un gozo lleno de imaginación y buen humor
y muchachas.
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