Juan Bautista Villaseca (1932-1969) |
Pese a que entre los pocos amigos sobrevivientes aún hay resquemores de aquellas ascuas, no ha sido mi interés hacerme eco de ese pasado. Me ha interesado más la obra misma del poeta, rescatarla del olvido y devolverle la dignidad que merece. Esas animadversiones no pertenecen a su escritura. Y tampoco creo que haya habido una conjura para silenciarlo. Lo que los amigos hicieron o no pudieron hacer, es asunto de ellos. A mí me corresponde otra responsabilidad, la del lector consciente que se asoma a su obra con una nueva mirada, ajena a toda consideración moral. Ni yo ni nadie puede remediar el pasado, pero puedo al menos pelear otras batallas por el poeta, y esa es la única responsabilidad que recae sobre mi consciencia.
Los poemas reproducidos a continuación corresponden a dos extremos opuestos en su poesía, permaneciendo inéditos por casi medio siglo unos, y casi por 65 años el otro, tomados directamente de los manuscritos. Si bien es cierto, Roberto López Moreno y Adolfo Anguiano Valadez reprodujeron algunos de ellos en su momento, lo fueron en ámbitos limitados y sin posibilidades de trascendencia para el trabajo del poeta.
Cuedarnos de trabajo de Juan Bautista Villaseca |
El otro grupo de poemas corresponden al último cuaderno del poeta, el cual fue hallado en uno de los bolsillos de su saco después de su muerte. En la cubierta del cuaderno se lee: “Poemas para el libro ‘Sur de la tormenta, 1968’.” Uno de los poemas está incompleto, faltándole dos hojas. Sabemos esto porque todos los poemas llevan las hojas correspondientes numeradas.
De estos manuscritos es posible señalar varias cuestiones, algunas irrefutables, otras no. Entre el primer poema y el último, hay casi veinte años de distancia, pero el último poema fechado, del 11 de enero de 1969, y que presumiblemente podría ser el último que haya escrito, no es el último del cuaderno. Le sigue una estrofa tachada del mismo poema y paginada como “dos”. Frente a esa hoja hay un dibujo a tinta, sin nada al reverso, y después viene el fragmento de poema, paginado como “tres”, y finalmente, “El sueño”, con el que cierra el cuaderno.
De esto se puede concluir lo siguiente. Si bien podemos afirmar que fueron estos los últimos poemas que llevaba consigo el poeta, es probable que no hayan sido los últimos que escribió, aunque sean los postreros. Pareciera como si Villaseca los hubiese escrito en otra parte, a mano, como siempre hacía, y estuviese ordenándolos para ese libro que ya jamás sabremos cómo iba a ser.
Hasta donde es posible documentar su escritura, no sabemos cuántos poemas se habrán perdido irremediablemente, ni sabemos cuáles fueron los últimos, o si haya más manuscritos en alguna parte aguardando ser salvados del olvido. Lo que sabemos es que todo el material disponible del poeta está ya en poder de la Academia Mexicana de Poesía, y aunque algunos archivos no son de su propiedad (no es del interés de la Academia apropiarse de nada, sino proteger dichos archivos), están debidamente digitalizados.
En este arco de veinte años es posible detectar la evolución y madurez del poeta frente a un lenguaje heredado del modernismo y que para entonces ya formaba parte del lenguaje popular, especialmente de las canciones en boleros, a las que el poeta era afecto. Pero más allá de eso, resulta notable la desenvoltura de su escritura a la temprana edad de 17 años, en plena adolescencia, y probablemente a punto de entrar a la preparatoria.
En el otro extremo están los poemas de su etapa final, cuando ya está mortalmente enfermo de cirrosis; pero en sus poemas postreros, los dos que cierran fechas, el de fin de año y el de primavera, no hay asomo de ese horror. Allí está uno de los logros más admirables en su poesía. No se arroja a las fauces de la desesperación, sino más bien la conjura y nos ilumina con una luz nunca antes vista entre nosotros. De allí su apuesta por el Diurno, un tipo de poesía al que me he referido en otro momento, y de la cual sólo diré que marca un momento de intensidad único en la poesía en lengua española.
En este arco de
tiempo de veinte años el lector acude al nacimiento de una poética, siempre de
raigambre amorosa, que va evolucionando hacia un lenguaje cada vez más
depurado, en el que apenas y sólo ocasionalmente se aproxima al poema de corte
social, como en “Elegía de los días”, escrito a dos meses de distancia de la
matanza del 2 de octubre. De nuevo, ya me he referido a ese aspecto, en el que
la creación del Diurno juega un papel decisivo y no meramente retórico.
Esta es la primera vez que estos poemas ven la luz en una revista literaria y que, fuera del diminuto círculo de amigos del poeta, llegan a más lectores. Casi medio siglo les tomó llegar a sus lectores, a esos que sólo leen y han mantenido la llama viva de su poesía en medio del ciclón del prestigio y la fama literaria. Son un adelanto de la Obra poética que prepara la Academia Mexicana de Poesía, y una manera de celebrar los cinco meses de La Guarida y agradecerle a nuestros lectores su preferencia.
Esta es la primera vez que estos poemas ven la luz en una revista literaria y que, fuera del diminuto círculo de amigos del poeta, llegan a más lectores. Casi medio siglo les tomó llegar a sus lectores, a esos que sólo leen y han mantenido la llama viva de su poesía en medio del ciclón del prestigio y la fama literaria. Son un adelanto de la Obra poética que prepara la Academia Mexicana de Poesía, y una manera de celebrar los cinco meses de La Guarida y agradecerle a nuestros lectores su preferencia.
No
me digas Adiós…
No me digas Adiós
cuando te vayas,
aunque digas Adiós…
ni digas mi ruego [¿?];
que se duerman tus
labios si es que callas,
y al dormirme
susurren: “Hasta luego”.
No me digas Adiós…
¡si me quisiste!
Si fue cierto el
amor que un día juraste…
No me digas adiós
si me mentiste,
no me digas Adiós
si perjuraste.
Sé que vas a partir
y has de olvidarme
[…]
No me digas Adiós
cuando te alejes
y se pierda en mi
noche tu silueta,
que […ilegible…
¿otra vez?], aunque me dejes
y [¿ahonda? ¿un
día?] a soñar, [ilegible] violeta.
Que murmuren tus
labios “Hasta luego”
cuando pidas ese
que va de mis playas [¿?],
y no dejes ceniza
de aquel fuego,
¡no me digas Adiós…
cuando te vayas!
Marzo 30 de 1949
Elegía de los días
Son días
agusanados,
son los días de la
lepra,
días de defunciones
infinitas,
días que está
amargo el desayuno,
días en que están
triste todas las palabras,
son los días de la
ira,
de la macana en la
jungla celebrada,
los días de los
aullidos lentos
como perdidas
determinaciones,
los días del no
estoy, y no está ella,
días descorazonados
por el polvo
de un conde en
agonía,
días sin malecón,
sin golondrina,
son los días…
Un río fusilado se
desanima,
la soledad se
vuelve soledades,
y en el patio está
inmóvil
el mayordomo gris
de la Tristeza,
son los días…
Llega al corazón
las salitreras,
las chinampas
perdidas por el canto,
emperadores de humo
huracanados,
y arrozales donde
la inmensidad está de luto,
y estudiantes
dormidos con la bayoneta en la garganta,
y mi madre ya sin
piedad
con un extraño
nombre de difunta,
son los días…
El camino no está,
¿y ella? Creo que
se llamaba Buganvilia,
o tal vez Alegría
rodeando mi corbata,
su nombre
creo que lo borró
el mar de alguna ceiba,
o lo perdí una
noche
en que estaba con
lluvia mi camisa,
son los días…
Usando el esqueleto
por espía,
cayéndose a
migajas,
viajando una paloma
que se apaga,
aprendiendo el
rosal que nunca llega,
con obreros
llorando una aceituna,
y el día,
solamente el día,
son los días…
Tengo sólo esta
llovizna lenta en el poema,
las calles sin mi
casa en simulacro,
y sin decir de
amor, ni hablar de tú,
ni preguntar cómo
es la mariposa,
pero yo no estoy
triste,
aquí aprenden los
pómulos lo que pesan las lágrimas,
ya lo demás es mera
circunstancia,
son los días…
[noviembre 27 de 1968]
Aquel
poema…
Cómo me gustaría
encontrar aquel poema
que se escondió de
pronto en mis papeles
como el hijo que
huye por la mañana
y condena sus pies
de vagabundo.
No sé. Casi no lo
recuerdo.
Pero me veo
diciéndolo a la tierra,
a las retamas,
a las ardillas de
los besos,
a los moscos del
sueño interrumpido,
a una joven maestra
de adolescente
esperma sorprendida,
a los veranos que
detienen los parques hechizados,
a las campanas de
los libros
ebrios de
pedernales,
a la niebla que
espera en los aeródromos,
a la herrería del
pico de los pájaros,
a las
constelaciones,
al coñac olfativo
que hay en las florerías,
y a lo que no
sabemos cuando llueve,
y a lo que cuando
llueve lo sabemos.
Feliz
año, amor mío
Levita de luceros
tiene la noche.
La monarquía del
Tiempo
postra un beso en
la sombra.
Amor mío, feliz año.
Feliz año a tus
ojos,
que noche a noche
me fueron extendiendo
el mar de tus
constelaciones fugitivas,
feliz año a tu pelo
que llovió por mis
manos como una catarata,
y a tu nariz que
pica la ambrosía,
y a tu boca
blanda como las
huertas de un crepúsculo ciego.
Feliz año a tu piel
y al límite solemne
de tus uñas,
y a la oceanía
infinita de tu vientre,
y también a tus
pies
donde habitan
caricias de veranos
y diez dedos de sol
como los niños.
Amor mío.
Feliz año.
Feliz el pan que
toques
y la rosa que
abras.
Feliz tus medias
claras
alumbrando tus
piernas,
y tus dientes
vestidos de cisne huracanado,
y lo que no me
digas
y yo lo invente a
solas,
feliz cuando me
nombres
y una nuez inmortal
te haga silencio.
Te amo,
con lluvia y tierra
en ti estoy preso.
Te amo, amor,
te amo con pétalo,
con junco y con salitre,
con un jacinto en
brama,
con un tigre sin
novia,
con soledad de Dios
en una enredadera.
Feliz año, amor
mío.
Recibe algo de esta
maderería de poeta.
Te beso amor, te
beso.
En la espalda del
Tiempo
mientras la arena
cae
despertamos
dormidos.
[30 diciembre de 1968]
Viento
Llévate las
campánulas
que se desposan con
las bibliotecas,
la voz del postre
que al sonreír
inventa la mentira,
llévate el día
izquierdo y el derecho
porque desde algún
poema
te hace falta,
y todas las
cucharas que nunca floreciste.
Nuestro
mundo
Porque este mundo
sólo tiene dos días,
uno tuyo
y otro mío,
uno para tus ojos,
y otro parea mis
versos
donde nevara el sol
y la noche de
pronto falleciera.
Amor, porque este
mundo sólo tiene dos días,
el de tu vida
y el de mi muerte,
los dos uniéndose
como un geranio nunca sosegado,
los dos como tus
pies cuando juntan la lluvia,
y los huertos del
mundo
en un trébol se
juntan
para besarse
juntos.
No le cuentes a
nadie estas cosas,
ni al café, ni a la
rosa, ni a la noche.
11 de enero del 69
[…] y tus ojos,
como flores astrales
que no saben si
olvidan o retornan.
Llévate todo, aquí
tienes las llaves.
Déjame la
intemperie
de contemplar cómo
se vuelve libertad un río.
invierno /68
[Fragmento
incompleto, faltan dos hojas]
Sueño
Todos los tiempos,
todos, olvídalos ahí
como papeles rotos,
déjalos sin ropajes
de ceniza
sobre la carretela
funeral del fuego,
no hay sino tierra,
tierra sin
onomástico y sin siglos,
como si al infinito
lo vigilaran las
iguanas,
y la bruma no
pidiera permiso
para salir de las
alcantarillas.
Tienes frío en los
párpados
porque ya no te
queman
nuevas lágrimas,
y te has bañado de
una extraña arena,
y de tu boca se han
ido al mar todos los besos.
Apriétate en mis
hombros
para viajar mis
ríos si caerte.
¡Qué cuaternaria
está la noche!
Va amanecer tu pelo
en la mañana.
No quiero el tiempo
de lo que no tuve.
Sentémonos sin pan
y sin hoguera.
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