(Poema a dos voces)
No busques más, no hay taxis.
Piensa que va a llegar, avanzas,
retrocedes, te angustias,
desesperas. Acéptalo
por fin: no hay taxis.
Gabriel Zaid
Desde el taxi observo alejarse
mi calle integra sin caminar.
La ciudad fría, mojada
escurre por la ventanilla.
Fumar un cigarro
deja rastro espiral.
Rutas de aire donde asciende cautela
escalinata de caracol humeante
cada vez más alta, que rompe en
grito.
Pero, el taxi es hermético
en su espejo retrovisor
aún húmedo, quedan atrás
paraguas, charcos, siluetas.
El
iris de esta metrópoli gira, gira
esa
luminosidad forma un aro
acelera
y enciende
las
gamas del fulgor.
Anuncios,
aparadores
corrientes
de neón
en
único estallido.
Abordar un taxi es alquilar un pedazo de urbe cómplice
unas cuantas calles-luz se abren solas
con el riesgo y el sabor de sus esquinas.
Luego cae un gris
pesa la avenida
y la espalda del efímero.
Esa penumbra es una carga
su cobija uniforma
edificios, casas, recintos.
Hasta los templos
se visten plomizo
concentran ese luto
de la piedra.
Sobran sombras.
La cuenta
queda pendiente.
Tomar un taxi para
ir a donde la metrópoli
nos habita la
vida.
Encontrar otro
trayecto para llegar
al cotidiano
destino
pagar con
monedas nuevas la vieja cuota
y abrir con la
misma llave el portón.
Ojos de agua devoran
la gota roja y verde
la luz amarilla y blanca.
Al taxista le da igual una dirección
y otra
él también, en su isla, teme un
asalto.
Dentro del
taxi uno se torna espectador ideal
y la misma
ciudad pasa distinta
por los cuatro
puntos cardinales.
Podría sentir calor bajo esa lámpara
y cerca de los faros que parpadean en el auto.
Podría haber ardor junto al motor del camión
o en el surtidor donde escapa la humareda.
Pero, este frío es más grande que la fábrica
permanece atento como hombre para asaltar.
El gélido traspasa cristales y llega a los huesos.
Es una fiera certera, ataca, y no marca la piel.
Tomar
un taxi es defender el sagrado espacio de ser anónimo
devota
condición que la urbe reserva a cada mortal.
Ser,
sin dar el nombre, un feliz pasajero.
La alcantarilla respira
expulsa agitada el aire.
Danza
un viento espectro
con
las posturas del fuego.
Aire,
flujo, halo
en
intento de arder.
Un
jadeo brota de la entraña urbana
mal
aliento, respiración forzada
donde
se presiente a la ciudad
subterránea,
recluida.
Oculta
por un padecimiento
que
avergüenza, sofoca.
No
pasa ningún taxi.
Los que se asoman en la miopía
son atentado, indiferencia.
Sólo urbe y la tumba no expulsan
sitios perpetuos. Siempre están
para la hora precisa. Acogen.
Su cita es inevitable, fatal, necesaria.
Aguardan la fecha definida.
Los nombres anotados en sus calles
en sus lápidas son signo convenido
acuerdo pendiente de futuro.
Tan cerca de la vida y de la muerte
la ciudad y la tumba no pueden negar
su poco de tierra removida
para depositar el secreto que hemos
sido.
En la hora alta de las noches
un taxi es el futuro
la parte más cercana de la casa, del amor.
Proximidad a la esperanza.
En él dejamos palabras leídas en el periódico
la inmediata culpa, el pleito, el coraje
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