domingo, 1 de enero de 2017

Abordar un taxi


Por Aura María Vidales
(poeta mexicana)



(Poema a dos voces)

No busques más, no hay taxis.
Piensa que va a llegar, avanzas,
retrocedes, te angustias,
desesperas. Acéptalo
por fin: no hay taxis.
Gabriel Zaid

Desde el taxi observo alejarse
mi calle integra sin caminar.
La ciudad fría, mojada
escurre por la ventanilla.

Fumar un cigarro
deja rastro espiral.

Rutas de aire donde asciende cautela
escalinata de caracol humeante
cada vez más alta, que rompe en grito.

Pero, el taxi es hermético
en su espejo retrovisor
aún húmedo, quedan atrás
paraguas, charcos, siluetas.



El iris de esta metrópoli gira, gira
esa luminosidad forma un aro
acelera y enciende
las gamas del fulgor.

Anuncios, aparadores
corrientes de neón
en único estallido.


Abordar un taxi es alquilar un pedazo de urbe cómplice
unas cuantas calles-luz se abren solas
con el riesgo y el sabor de sus esquinas.



Luego cae un gris
pesa la avenida
y la espalda del efímero.

Esa penumbra es una carga
su cobija uniforma
edificios, casas, recintos.

Hasta los templos
se visten plomizo
concentran ese luto
de la piedra.

Sobran sombras.



La cuenta queda pendiente.
                           Tomar un taxi para ir a donde la metrópoli
nos habita la vida.

Encontrar otro trayecto para llegar
al cotidiano destino
pagar con monedas nuevas la vieja cuota
y abrir con la misma llave el portón.



Ojos de agua devoran
la gota roja y verde
la luz amarilla y blanca.

Al taxista le da igual una dirección y otra
él también, en su isla, teme un asalto.


Dentro del taxi uno se torna espectador ideal
y la misma ciudad pasa distinta
por los cuatro puntos cardinales.



Podría sentir calor bajo esa lámpara
y cerca de los faros que parpadean en el auto.
Podría haber ardor junto al motor del camión
o en el surtidor donde escapa la humareda.

Pero, este frío es más grande que la fábrica
permanece atento como hombre para asaltar.
El gélido traspasa cristales y llega a los huesos.
Es una fiera certera, ataca, y no marca la piel.


Tomar un taxi es defender el sagrado espacio de ser anónimo
devota condición que la urbe reserva a cada mortal.
Ser, sin dar el nombre, un feliz pasajero.



La alcantarilla respira
expulsa agitada el aire.
Danza un viento espectro
con las posturas del fuego.

Aire, flujo, halo
en intento de arder.

Un jadeo brota de la entraña urbana
mal aliento, respiración forzada
donde se presiente a la ciudad
subterránea, recluida.

Oculta por un padecimiento
que avergüenza, sofoca.


   No pasa ningún taxi.
   Los que se asoman en la miopía
   son atentado, indiferencia.



Sólo urbe y la tumba no expulsan
sitios perpetuos. Siempre están
para la hora precisa. Acogen.
Su cita es inevitable, fatal, necesaria.

Aguardan la fecha definida.
Los nombres anotados en sus calles
en sus lápidas son signo convenido
acuerdo pendiente de futuro.

Tan cerca de la vida y de la muerte
la ciudad y la tumba no pueden negar
su poco de tierra removida
para depositar el secreto que hemos sido.


En la hora alta de las noches
un taxi es el futuro
la parte más cercana de la casa, del amor.
Proximidad a la esperanza.

En él dejamos palabras leídas en el periódico
la inmediata culpa, el pleito, el coraje                                                         
y consejos aprendidos para sobrevivir.

Aura María Vidales

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