Por Juan López Cortés
(poeta mexicano)
Indicios de una batalla
A Hegel,
entre lo inmediato y la inmediatez.
El ruido del último poema
levanta polvaredas,
justo cuando atraviesan el patio
unos instantes,
llevando a cuestas el cadáver de la
tarde.
Tu poema quiere dar más,
no puede,
además no importa.
Pretendes dejar atrás el pasado,
pero aún escribes con palabras viejas,
y el muerto atrapa al vivo.
Escribiendo el poema
Los ruidos van vaciando la tarde,
aparto a unos de otros,
siento de ellos el peso, palpo su
duración.
Otro ruidos,
avasallados por el impulso de estar,
dispersan su presente.
Les doy un sitio en el poema,
luego les guardo, en esas jaulas de
ecos
que suelen ser los libros.
Detritus temporal
Han caído los días.
Ligeros o pesados, igualmente han caído.
Los días,
arden en sus bujías,
y echan a andar sus trenes citadinos;
ya en tránsito,
suelen volverse cruce de caminos.
Han caído
—del árbol de los días- estos frutos,
yo sólo los escribo.
Alba perdida
Aquí estoy,
arrojado hacia un trozo de tiempo en
que me reconozco.
No le falta lo extraño a este día:
copos de instantes quiere fijar su
tono (igual lo he pretendido).
Junto a un silencio apenas inicial,
el ruido de unas olas desespera por alcanzar
su orilla.
La misma luz que nos dejó el verano,
insinúa el perímetro, por donde
cierta página de un hombre nos narra su verdad.
Y sigo aquí, donde ayer la lluvia
tuvo raptos de locura,
y un viento disfrazado de bruma se
llevó el alba, hacia un bloque de tiempo
que no sé.
De viaje en el Metro hacia Mixcoac
De días que agosto acomoda en la mesa,
cae un pensamiento.
Lo vi crecer en mi memoria,
saturándola, incluso.
Bien pegado a su piel
insiste ese pensar:
¿a cuáles asuntos hace ascos la
memoria?
De todos modos, todo es memoria.
Sí: todo es recuerdo;
incluso lo olvidado, alguna vez lo
fue.
De días que agosto acomoda en mi
mesa,
recojo este pensamiento.
Tiempo abierto desde la Santa María
la Ribera
El día cae por su propio peso.
Recojo ruidos de cosas, de un pensamiento.
Son astillas de tiempo.
Antes de que el silencio fije su
tiranía,
el día cae por su propio peso.
En lento adueñamiento de su última noche,
el verano sube y baja por los cuatro costados del
Metro San Cosme.
Salgo, la noche empolla sus primeras
estrellas,
y el día sigue cayendo por su propio
peso.
Contrastando indicios
Escribo de mí con escasas palabras,
y para desperderme.
Además,
elijo la brevedad.
Acomodo el ojo en la hoja.
Además de rutinas,
y ecos,
nada decisivo sucederá,
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