Por José Manuel Recillas
(poeta mexicano)
Para Gaby Bautista Martínez
(poeta mexicano)
Para Gaby Bautista Martínez
Estoy pensando en ese azul
callado que veo desde mi ventana,
en esa transparencia casi
vienesa que se parece aquí al engaño y al olvido
atravesada groseramente por
estruendosos pájaros de acero que no cesan
de recordarme ese otro muro que
alguien está elevando en la frontera,
mientras tú vas por un sendero
sembrando con tus ojos otra tarde,
y escucho tu andar tranquilo
como se escucha una serenidad no postergada.
Yo sé que en cada posta hay un
demonio, un vigilante o dos sólo esperándonos,
como si ya supiera nuestros
nombres por anticipado para condenarnos
a estar perpetuamente temerosos
bajo la sombra de un árbol seco.
Pero los límites siempre
envejecen y se vuelven ruina, frontera abandonada,
desvanecida sombra por la que
el tiempo ni siquiera se detiene a contemplar,
perdiéndose en silencio su
noble u oscura misión de proteger y delimitar,
de dar abrigo y protección y
nombradía a un pueblo, o pretendido pueblo,
dejando apenas un extraño
nombre que nadie ya se atreve a pronunciar
pues nada significa hoy hablar
del Vallum Aelium o del Vallum Antonini
si ya no hay vigilantes ni
soldados ni pueblo alguno que proteger,
pero es menester no olvidar la
empresa a la que Adriano se dio tarea
durante una década para evitar
el acoso de ajenos pueblos belicosos
desde el Pons Aelius hasta
Maglona para erigir el limes y vallum
que aún hoy aguarda la llegada
de nuevos pictos invasores.
Ni huella queda de la Legio vi Victrix en Britannia que orgullosa
la Europa romana recorrió desde
Perusia y Sicilia hasta Hispania y Eboracum,
y apenas el desastre de Varo en
Teutoburgo le dice algo a los especialistas.
Para la mayoría son sólo
nombres vagos y eruditas referencias
de algo que apenas una sombra o
una ruina son, sin importancia alguna.
El Limes Britannicus hoy es
apenas una referencia oscura a ciertos episodios
y a tantas cartas de soldados
que esperaban la visita de los suyos,
no muy distintos tal vez de
aquellos que buscaban cruzar esa frontera innoble
groseramente elevada sobre un
terreno agreste y seguramente silencioso
sobre el que el foso aledaño
algún refresco de agua y paz traía de vez en cuando.
Pero a la muerte de Antonino,
el César Imperator y Pontifex Maximus,
el limes Antonini corrió su
misma suerte, durando apenas veinte años en pie,
una vergüenza si se piensa que
el Aellium duró poco más de dos siglos y medio
antes de desaparecer durante el
reinado de un muy joven Flavius Valentinianus,
mandado asesinar por su
sucesor, Teodosio el Grande, último emperador
que vio una Roma unificada, y
el fin de la Roma pagana por el Cunctos
Populus
o Edicto de Tesalónica, la
final derrota que aquellos muros no pudieron contener.
Hoy sólo en libros de historia
romana aparece el relato de esa locura
por contener lo incontenible
que es la gente yendo de una tierra a otra,
burlando las fronteras y el
poder imperial que quiere controlarlo todo
como si el agua o el correr del
viento pudiesen contenerse entre las manos.
Hasta la tierra se escapa de un
puño enardecido que no puede durar días apretando
ni furia que se pueda detener
por más que se eleven torres y postas
que busquen proteger y vigilar.
Tarde o temprano la noche llega.
Y escucho tu andar tranquilo
como se escucha una serenidad no postergada
mientras bendices la ciudad que
gira en torno de tus pasos y tu voz
como si ya no hubiese en el
mundo más muros que tus labios
y un lento hablar de “usted”
mientras tu risa corre por la tarde.
Enero 27-28, 2017
José Manuel Recillas |
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