Por Josué Ramírez
(poeta mexicano)
Un
recuerdo, no tuyo, equidistante, como
un eco trataras
de
escuchar la hora que vivimos, sí, en México, así cualquiera
otro
tan extraño. Dije ayer a tu oído, tu ventana: tú me aseguraste
que
entendías. Donde sea su origen, esa voz las sílabas repite,
una
a una, de un nombre que conjuga dos en uno: te he amado
siempre
en el futuro de la llama, caricia recorrida, al decirlo
de
nuevo, ebrio y loco, y saberme en tu beso, desatado de anillos
y
promesas soterradas. No hace tanto, amor, fue anoche, estaba
yo
despierto y tú dormías. Escuchaba en silencio la palabra
que
revela el sentido de existir, después de haber estado donde
explota
el uso del poder, su indiferencia, aquello que no solo
roba
infancias, arrebata la vida, y monta en hombros los cuerpos
desgarrados
de las víctimas. Corrieron en mi mente mil películas.
Sucedieron
las páginas extrañas de novelas conexas:
sus
tragedias invisibles ‒argumento
de lo mismo‒, un mítico
lugar,
raíz
del mundo. Amor, fiel de los átomos
del alma, delirante
condena,
paz de agua que, quieta, corre. Clave incorpórea
de
la música. Leve es la inquietud, túnel de piedras reflejantes,
rebeliones
de raíces que rompen muros, tordo de llama doble,
hélice
nubosa, partícula suspendida, oleaje de relojes pretéritos,
perfectos,
que hace del presente una aventura. Amar a una
persona
largo tiempo, es encontrar en ella lo divino, con una fe
pagana
en los sentidos: es el árbol de fuego que sembramos.
Ayer,
nublado día; hoy, diáfano. Al despertar el alma, su sonrisa
ofrece
con fruición de fruto, sexo de ti, mujer, que duermes.
Son
rumor mis dedos en tus pliegues; arcoíris. Sembrada la
pasión,
echa raíces. Sin embargo, en el sueño, multitudes
con
insidiosas pinzas de dolor, pretendieron callar tu risa alada,
con
cierta incertidumbre taladrante. Pero ve, alma mía, cómo
vuelvo,
entro en ti y gozamos enlazados, en esta larga vida
y
tiempo inquieto, como primera vez, amor constante. Somos
la
vez primera y esta última, los jueces del adiós,
y
la templanza de volver a encontrarnos nuevamente.
Los
amigos de entonces, los momentos del tren en el que
vamos
todos, lejos o cerca del mundo, del mundo abierto
a
los cambios externos, a los íntimos. Allá dentro, espejos
de
mil rostros; fuera, un colibrí libó cepillos. Traza real su vuelo
libre
y ágil. La gente caminando. ¿Qué es lo otro? Tu entrega
horizontal
a mi embestida, la fusión de un nosotros, el silencio
de
las nubes pasando, el Universo. Nada, ay, como
metérsela
mirando por la ventana el cielo, con tu grito de
multiorgasmo,
grácil, en tu clímax. Saber que estamos juntos hace tanto,
reinventando el amor, sus rasgos únicos. Nunca esperé
durar,
sí la mudanza, sabiendo que el instante infiere, en llama,
que ves
la piel fugar su fe en la duda. Desprendido del mundo, sueño
libre.
Los despiadados
celos, los errores, las lágrimas amargas,
los despojos. Pero, al penetrarte ahora ‒siempre como
primera
vez‒, embiste cálido, miro el cielo. De pronto, pasa un
pájaro.
Josué Ramírez |
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