domingo, 10 de enero de 1999

El azar de los hechos, de Cosme Álvarez

El azar de los hechos
de Cosme Álvarez
Fondo de Cultura Económica
Colección Letras Mexicanas
México. 1998. 88 pp.


por Juan Domingo Argüelles

Con El azar de los hechos (México, Fondo de Cultura Económica/Difocur, 1998, colección Letras Mexicanas), el poeta sinaloense Cosme Álvarez obtuvo, en 1997, el Premio Nacional de Literatura «Gilberto Owen», uno de los certámenes de mayor prestigio en nuestro país, merced a su continuidad y seriedad, y el cual se convoca lo mismo en poesía que en narrativa.

Nacido en Ahome, Sinaloa, en 1964, Cosme Álvarez ha sido más bien un poeta parco, que a lo largo ya de casi una década ha venido trabajando un puñado de poemas, volviendo incluso una y otra vez a aquellos que o lo han dejado insatisfecho o que, por el contrario, lo satisfacen de modo tal que se esfuerza por perfeccionarlos.

El azar de los hechos es su segundo libro, o para decirlo más exactamente, el primero de Cosme Álvarez, porque antes había publicado el volumen Sombra subterránea (México, Conaculta, Fondo Editorial Tierra Adentro, 1992) con el seudónimo de Cosme Almada. En estos dos centenares de páginas se cifra una búsqueda y una insistencia no sólo de la voz poética sino también, incluso, de la propia identidad del poeta; porque, en este caso, Cosme Almada no es un heterónimo de Cosme Álvarez sino su origen, su propuesta inicial, con todo y seudónimo, que lo ha conducido ahora a unas páginas más definitivas que, sintomática y paradójicamente, llevan por título El azar de los hechos.

Por ese azar de los hechos aquel primer poeta se llamó Cosme Almada; por este mismo azar, hoy reivindica el nombre de Cosme Álvarez y se reafirma en ciertos textos que lo revelan uno y el mismo en ambos libros; como por ejemplo en «El invierno en los zaguanes», donde Álvarez retoma la emoción original de Almada para conferir al poema una nueva y definitiva intensidad:

«Amorosa penumbra del invierno
en íntimos zaguanes,
donde un cielo antiguo arroja bendiciones
desde el fondo incierto de la noche
y un arco estremecido se levanta
sobre calles oscuras de piedra,
un almendro, la plaza desierta
y dos cuerpos amantes al alba»

En otros casos, como en «Días de lluvia», una es la emoción de Almada y otra muy distinta la de Álvarez; por ello, también, cada uno de los poemas que, en uno y en otro libro, lleva este mismo título, es distinto, y en el caso del de Cosme Álvarez es innegable que existe una mayor experiencia para nombrar, describir y comunicar:

«El agua y la presencia de la lluvia
fueron signos solares para el cuerpo
—huérfano de lógica y de tiempo
en su clara desnudez inmarcesible.
Tiembla la carne, se estremece
impaciente ante la luz inalterable
de los charcos de mudez indefinida.
¡Que llueva! —El sueño y la memoria son dos ríos
y el reflejo de la luna en el estanque.
Días de lluvia. Lo que queda
es un corazón más silencioso,
el recuerdo de Ícaro en el cielo,
una vaga obstinación en las palabras,
una pluma que sin mí jamás escribe.»

Si destaco estas coincidencias y puntos de contacto entre uno y otro libro es porque, para un lector, la obra de Cosme Álvarez se presenta como un descubrimiento; pero es bueno saber que las páginas de El azar de los hechos están enriquecidas por la experiencia de la Sombra subterránea de Cosme Almada; éstas páginas son el antecedente y el origen de una poesía que ha ganado en madurez y en intensidad.

Es verdad que, en rigor, un nuevo libro siempre será descubrimiento, pero en el caso que nos ocupa habría que advertir que para llegar a este puñado de muy buenos poemas, el autor ha tenido que pasar por el aprendizaje de los mejores recursos técnicos sin descuidar la más honda lección de la emotividad.

Si algunos de los poemas ya están en germen en Sombra subterránea, sólo han alcanzado su justo desarrollo en El azar de los hechos; son los casos de los textos ya mencionados así como de los poemas «Oscura», «María Fernanda», «Virginia» y otros que son más bien constantes, afanes de la reincidencia y la pasión: todos los poemas de «Cecilia»; a ella destinados, a ella dedicados o por ella inspirados: imágenes obsesivas del amor.

En El azar de los hechos hay una poesía de la experiencia, una búsqueda que ya se acerca a su mejor destino a través de un trato justo de la palabra y a través de una muy certera concreción de las imágenes y del sentido lírico en general. Hay intensidad y hay armonía en esa intensidad, hay cadencia que es fundamental para la poesía y también hay silencios y pausas, en un lenguaje poético que ha ganado en concreción, en síntesis y en el manejo de las herramientas poéticas.

En este libro, Cosme Álvarez, según uno de sus versos más felices, se ha impuesto la lección de «sentir el corazón como la llama.» No es otro el más alto propósito de la mejor poesía. Es, al menos, el más viable camino para, en el azar de los hechos, aspirar a nombrar las cosas más allá de las palabras.


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