(poeta mexicano)
Es una de las actividades menos públicas,
aunque su presencia es perceptible en la vida de la comunidad.
Leer poesía es,
sencillamente, leer, que es mirar. Y el que escribe aspira a comunicar eso que
ha mirado. Quien lee poesía se retrae de los alrededores mientras dura su
inmersión en el mundo que se le propone en la página; no puede evitar dar
cabida a la novedad que la lectura de un poema hace brotar. El lector es el
broche momentáneo que une el principio y el final de la creación.
Cuando
se abandona la lectura, el que leyó poesía suele sentir extrañeza de habitar el
mundo de todos los días (a menos que sienta alivio de abandonar el mundo
propuesto por la lectura). El lector lee el mundo, y lo mira con intensidad
inusitada; capta relaciones que pueden carecer de nombre; intuye posibilidades;
ve vivir y vive; puede descubrir el lugar que él ocupa o al que pertenece.
Leer, como escribir y mirar, es ser generoso. Generar vida en lo que recibimos.
La
lectura de poesía evoca la honestidad de ver el mundo con novedad, y la quietud
para verse uno mismo, como otro. La lectura está al alcance de cualquiera y es
ajena a tantos de nosotros en algún momento.
Es
dar sentido al tiempo. Hay que advertir la manera en que se avivan nuestros
pasos, o nos envuelve esta serenidad irreconocible. Se ha cambiado el sentido
de nuestra inercia, hacemos algo —vivimos— con nuestro tiempo.
El
poema puede descubrirnos el matiz de nuestra intimidad, el valor que hay al
descubrirla en ese paisaje de vivir. La manera en que esto nos concierne, nos
alegra, nos asusta: lo vivimos y esto queda dentro y fuera del poema, en
nosotros, desde siempre su principio y fin.
El acto de leer y mirar es un acto de
verdad: uno está solo con lo que llega, o se descubre, o desaparece, o
cuestiona, o se muestra al esconderse. Este encuentro entraña la
responsabilidad única de descubrirse uno mismo como un desconocido.
Leonel Rodríguez |
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