viernes, 1 de julio de 2016

Ocho poemas


Por Marcela Sánchez Mota
(narradora mexicana)




Alquimia

Una espiral tu aliento
en mi boca abierta.

Tus ojos mi fuente,
agua de espejos
donde navega mi sed.

Bajo el velo de sábanas
conjuramos.

Somos cuerpos
de una sombra recobrada.

Somos el tatuaje
de bocas en el pecho.

Pasos de un viaje
recorriendo el hechizo.

Uncidos por la noche
dormitan los párpados
afiebrada la piel.



Alas y Susurros


Quédate en mi tarde ciega, escucha mi lámpara nocturna
                                                                                                destéllame
regálame tu picotear errado, ahógate en mi tinta de silencio
                                                                                               deságuame
arráncate los pecados insondables sobre esta hoja blanca
                                                                                             descuélgame
y enciéndelos en el espectro del camino roto.
                                                                                                 destétame
Estoy embebida de humo, pierdo esta árida línea
                                                                                         despechúgame
No me dejes sisella junto a ese micrófono mudo de la cornisa
                                                                                            descuádrame
maquilla tu desgracia femenina, vigila al horno estúpido.
                                                                                              despíntame
Quitate el disfraz de plumas enfermas,
                                                                                              despéiname
no te enamores de los balcones cerrados
                                                                                              demédiame
abandona los ovarios, sécalos detrás de la ventana
                                                                                             desfigúrame
Dame la suavidad que respiras, acaba con esta boca muerta
                                                                                               desvíveme
con el calor explosivo de tu pico que habita ese cuarto incómodo
                                                                                              desmáyame
tenme cerca de tu historia para desfilar en el presente precario
                                                                                                 desgájame
que tus gorgojeos me droguen como ríos dóciles, sin pagar la cuenta
                                                                                          desmenúzame
que me arrullen esas viejas cicatrices de la glotis corroída
                                                                                                 deshazme
que tus alas protejan mis cabellos más extraños
                                                                                                  desálame
que tu mirar no ofrezca migajas de llanto ajeno
                                                                                               deshóllame
escupe las neblinas negras de mi espejo delator
                                                                                                destázame
Vamos, sisella, cuelga tu espíritu robusto
                                                                                           despedázame
arráncame de aquí de esta silla cruel
                                                                                               destrózame
vacíame el formol
                                                                                          desmémbrame



Síndrome

El silencio resbala por vértices acuciantes,
pide un auxilio indescifrable,
no lo escucho,
es una simple sombra,
un decir milenario.

¿Viste? Salpica el tiempo inventado,
el que se agolpa en los oídos,
bajo la regadera,
ése, tintineante. Desespera.
Es el que surge a chorros,
un segundo sí
y otro más corto, también.

Agua, agua pura,
precipitada,
como cristales líquidos,
agua vaporosa
que carga el calor
que escalda la espina dorsal.

Mis recuerdos son una esfera inmortal,
permanente,
que me coge la garganta.

Me señalas la mirada
con palabras rugosas,
ahí encuentro el final del tiempo
y toco, toco.
Toqueteo frugal,
donde se multiplican las puntas finales
de otros tantos finales.

En mi despertar observé
aquella bitácora de fragancias.
¿Te dice algo?
Es la que encapsula el silencio,
la que nos retiene el llanto,
          llanto fatigado, intermitente,
                 como cuajado,
                          ese,
          el que da un olor fétido,
tarde o temprano,
cuando las manos se rizan
en un adiós silencioso,
cuando son un gesto de cabeza,
sin relojes,
una lágrima acre, lenta,
un murmullo áspero,
rastrero,
cuando las palabras
son cavernas del alma.

Las plañideras martillean el aire,
uncen las palanganas,
irrumpen su pureza,
hay sangre y muerte.

Las voces tiñen las barreras,
los fantasmas surgen enfermos,
pierden la fuerza de antaño,
ya no arrastran cadenas,
no hay Canterbury,
ni Lloronas,
adquieren una solidez decrépita.

Las linfas son inútiles, vacías,
profundas, mastican ganglios,
las no-presencias gesticulan. Invaden.
Abren las mandíbulas
se quedan pasmadas
en un puente,
como un grito. Münch. Pasan lista
y el grito se queda petrificado.
Bocas, sembradas con dientes,
desesperadas.
Mucosas abiertas
de nuevo, más sangre.



Mundo

Algo recorre el mundo,
un fantasma virtual
recorre los sexos,
no hay misericordia,
hace un corte invisible
como un hacha lustrosa
que irrumpe más allá,
en el borde húmedo
para siempre,
siempre,
siempre.

Y tocas a mi puerta
para estallar en astillas lacerantes,
mientras el péndulo del reloj
lagrimea incesante,
como queriendo recordar
un  ánimo impecable,
sobreviviente.

Y no puedo, no puedo contigo,
te mezclas con mi última célula,
te paseas por mis insólitos laberintos,
me dejas con una sed impostergable:
llena de futuro, tenaz, acusadora,
tejida con los carrizos mejor pensados,
y sólo resta fingir la existencia.

Sí,
hablamos de moribundez
y de todos sus precarios significados,
sobretodo de ti, de tu rostro orondo
como si nada, absolutamente nada pasara,
la realidad pendida del tiempo, cotidiana,
mientras los aires mortecinos escudriñan,
usas palabras como orate,
sí,
me dejas pensar que estoy loca,
me tapas las fosas nasales para
que no perciba lo putrefacto,
tu aliento que deja pringas,
vapores, cosas minúsculas
para finalmente
con toda seriedad
bordar amable
una mortaja
incólume.


Somos

Somos. Caminamos. Reímos. Somos. Vivimos. En el asfalto. Vivimos. En la ciudad. Vivimos. Con los árboles, señores. Es la vida, señores. En el asfalto con los árboles. Es la muerte. Es el luto. Es el hambre. Sufrimos. Cantamos. Bailamos. Es la muerte. Es el vacío. Es el todo. Es la masa. Es el hambre. Estamos nosotros. Somos nosotros. Somos mestizos. Los de acá. De Ultramar, venimos. Somos. Asfalto. Somos. Sangre. Somos genitales. De ultramar. Venimos. Alienados, vacunados, vencidos, dominados. Estamos. Somos. Los vivos. Somos uno. Bebemos. Estamos. Comemos. Somos tribu. Somos. Bailamos. Estamos. Con la huella. Es el trance. Es hechizo, señores. Somos cuerpos. Son las mentes. Que ríen. Son. Somos, señores. De Ultramar venimos, señores. Con muerte, venimos. En procesión, venimos. Con pasado. Venimos. Con la tierra seca, señores. Con los pueblos, señores, con los nuestros, venimos. Somos uno. Y somos dos en uno y somos tantos en uno. Y somos.



Me queda mi nombre


Ernestina Ascencio, me nombran, con ese nombre me llaman en mi sierra. Escucho las voces de mis hijos, de mi hombre, de los míos. Me queda mi nombre, Ernestina Ascencio, me queda mi lengua que habla español. Tengo mi cara, tengo mis ojos que miraron a los hombres de verde, que miraron a los ojos de verde que se me echaron encima, que miraron sus caras, sus dientes, sus risas, y miré sus botas que patearon mis huesos. Sentí sus armas adentro de mí, sus armas duras que se metieron en mis adentros, muy hondos, me tocaron mis huesos profundos, me perforaron, perforaron mi alma. Me llamo Ernestina Ascencio, me queda mi lengua, me quedan mis ojos negros, miro a los hombres de verde que patean mi cabeza, patean mi quijada, patean mis huacales. Me sigo llamando así, Ernestina Ascencio hasta mi último minuto. Ernestina Ascencio escucho. Miro más allá del cielo, miro las nubes que guardan al sol y miro de cerquita a mis ovejas. Mis orejas apenas escuchan sus bramidos porque mis gritos son de fuerza enojada. Muchos son los que me pegan, los que se ríen y me dicen y me insultan porque soy india, porque soy prieta. Me gritan porque soy vieja. Se ríen, se toman sus partes, se ríen, me gritan, se ríen, me mojan, me gritan, se humedecen, me lastiman mis huesos, se ríen, me pegan mi cabeza, se ríen, me duele mi cola, me duele mi cosa, me duelen las tripas, se ríen, me duele mi alma, me duele. Me trajeron acá, sangrando, sin escucha, con poca lengua y pocas palabras. Hoy, ya no tengo nada, ya no me duele mi cuerpo, ni mi nombre, ya no tengo hijos, no tengo nombre, ni cara, ni voz, ya no soy india, ya no soy prieta, ya no soy nada.



Des-encuentro

Un velo de sombras cubre la recámara. Al fondo, la luz tenue de una lámpara resguarda el contorno de sus cuerpos. Un tic-tac apenas perceptible acompaña el fluir de los latidos. No escuchan ya el rumor de la lluvia ni el ladrido de los perros. Sólo existe el nudo armonioso de sus piernas, el silencio de sus ojos. Besan los murmullos, hablan melodías, reúnen el mar y el desierto. Fingen ignorarlo todo pero junto a ellos duerme la despedida.



Bahía Concepción

El eco de la ciudad
persiste en la carretera.
Detrás van quedando
Marcela Sánchez Mota
postes y edificios.
El mediodía del viento
barre las siluetas.
Es el desierto que abraza
el mar con sus bahías.
En su borde
escucho el verano
de abrumadora luz.
Permanezco en el silencio
que deja el mar en la arena.
Duermo bajo el aire,
en el vuelo suspendido
que dibuja una gaviota.
De nuevo el ruido
lento, imperceptible,
me devuelve al mundo.

                      Verano del 2001, Baja California Sur
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