(narradora mexicana)
Alquimia
Una espiral tu aliento
en mi boca abierta.
Tus ojos mi fuente,
agua de espejos
donde navega mi sed.
Bajo el velo de sábanas
conjuramos.
Somos cuerpos
de una sombra recobrada.
Somos el tatuaje
de bocas en el pecho.
Pasos de un viaje
recorriendo el hechizo.
Uncidos por la noche
dormitan los párpados
afiebrada la piel.
Alas y Susurros
Quédate en mi tarde ciega, escucha mi lámpara nocturna
destéllame
regálame tu picotear errado, ahógate en mi tinta de silencio
deságuame
arráncate los pecados insondables sobre esta hoja blanca
descuélgame
y enciéndelos en el espectro del camino roto.
destétame
Estoy embebida de humo, pierdo esta árida línea
despechúgame
No me dejes sisella junto a ese micrófono mudo de la cornisa
descuádrame
maquilla tu desgracia femenina, vigila al horno estúpido.
despíntame
Quitate el disfraz de plumas enfermas,
despéiname
no te enamores de los balcones cerrados
demédiame
abandona los ovarios, sécalos detrás de la ventana
desfigúrame
Dame la suavidad que respiras, acaba con esta boca muerta
desvíveme
con el calor explosivo de tu pico que habita ese cuarto incómodo
desmáyame
tenme cerca de tu historia para desfilar en el presente precario
desgájame
que tus gorgojeos me droguen como ríos dóciles, sin pagar la cuenta
desmenúzame
que me arrullen esas viejas cicatrices de la glotis corroída
deshazme
que tus alas protejan mis cabellos más extraños
desálame
que tu mirar no ofrezca migajas de llanto ajeno
deshóllame
escupe las neblinas negras de mi espejo delator
destázame
Vamos, sisella, cuelga tu espíritu robusto
despedázame
arráncame de aquí de esta silla cruel
destrózame
vacíame el formol
desmémbrame
Síndrome
El silencio resbala por
vértices acuciantes,
pide un auxilio indescifrable,
no lo escucho,
es una simple sombra,
un decir milenario.
¿Viste? Salpica el tiempo
inventado,
el que se agolpa en los oídos,
bajo la regadera,
ése, tintineante. Desespera.
Es el que surge a chorros,
un segundo sí
y otro más corto, también.
Agua, agua pura,
precipitada,
como cristales líquidos,
agua vaporosa
que carga el calor
que escalda la espina dorsal.
Mis recuerdos son una esfera
inmortal,
permanente,
que me coge la garganta.
Me señalas la mirada
con palabras rugosas,
ahí encuentro el final del
tiempo
y toco, toco.
Toqueteo frugal,
donde se multiplican las puntas
finales
de otros tantos finales.
En mi despertar observé
aquella bitácora de fragancias.
¿Te dice algo?
Es la que encapsula el
silencio,
la que nos retiene el llanto,
llanto fatigado, intermitente,
como cuajado,
ese,
el que da un olor fétido,
tarde o temprano,
cuando las manos se rizan
en un adiós silencioso,
cuando son un gesto de cabeza,
sin relojes,
una lágrima acre, lenta,
un murmullo áspero,
rastrero,
cuando las palabras
son cavernas del alma.
Las plañideras martillean el
aire,
uncen las palanganas,
irrumpen su pureza,
hay sangre y muerte.
Las voces tiñen las barreras,
los fantasmas surgen enfermos,
pierden la fuerza de antaño,
ya no arrastran cadenas,
no hay Canterbury,
ni Lloronas,
adquieren una solidez
decrépita.
Las linfas son inútiles,
vacías,
profundas, mastican ganglios,
las no-presencias gesticulan.
Invaden.
Abren las mandíbulas
se quedan pasmadas
en un puente,
como un grito. Münch. Pasan
lista
y el grito se queda
petrificado.
Bocas, sembradas con dientes,
desesperadas.
Mucosas abiertas
de nuevo, más sangre.
Mundo
Algo recorre el mundo,
un fantasma virtual
recorre los sexos,
no hay misericordia,
hace un corte invisible
como un hacha lustrosa
que irrumpe más allá,
en el borde húmedo
para siempre,
siempre,
siempre.
Y tocas a mi puerta
para estallar en astillas
lacerantes,
mientras el péndulo del reloj
lagrimea incesante,
como queriendo recordar
un ánimo impecable,
sobreviviente.
Y no puedo, no puedo contigo,
te mezclas con mi última
célula,
te paseas por mis insólitos
laberintos,
me dejas con una sed
impostergable:
llena de futuro, tenaz,
acusadora,
tejida con los carrizos mejor
pensados,
y sólo resta fingir la
existencia.
Sí,
hablamos de moribundez
y de todos sus precarios
significados,
sobretodo de ti, de tu rostro
orondo
como si nada, absolutamente
nada pasara,
la realidad pendida del tiempo,
cotidiana,
mientras los aires mortecinos
escudriñan,
usas palabras como orate,
sí,
me dejas pensar que estoy loca,
me tapas las fosas nasales para
que no perciba lo putrefacto,
tu aliento que deja pringas,
vapores, cosas minúsculas
para finalmente
con toda seriedad
bordar amable
una mortaja
incólume.
Somos
Somos. Caminamos. Reímos. Somos. Vivimos. En el asfalto. Vivimos. En la ciudad. Vivimos. Con los árboles, señores. Es la vida, señores. En el asfalto con los árboles. Es la muerte. Es el luto. Es el hambre. Sufrimos. Cantamos. Bailamos. Es la muerte. Es el vacío. Es el todo. Es la masa. Es el hambre. Estamos nosotros. Somos nosotros. Somos mestizos. Los de acá. De Ultramar, venimos. Somos. Asfalto. Somos. Sangre. Somos genitales. De ultramar. Venimos. Alienados, vacunados, vencidos, dominados. Estamos. Somos. Los vivos. Somos uno. Bebemos. Estamos. Comemos. Somos tribu. Somos. Bailamos. Estamos. Con la huella. Es el trance. Es hechizo, señores. Somos cuerpos. Son las mentes. Que ríen. Son. Somos, señores. De Ultramar venimos, señores. Con muerte, venimos. En procesión, venimos. Con pasado. Venimos. Con la tierra seca, señores. Con los pueblos, señores, con los nuestros, venimos. Somos uno. Y somos dos en uno y somos tantos en uno. Y somos.
Me queda mi nombre
Ernestina Ascencio, me nombran, con
ese nombre me llaman en mi sierra. Escucho las voces de mis hijos, de mi
hombre, de los míos. Me queda mi nombre, Ernestina Ascencio, me queda mi lengua
que habla español. Tengo mi cara, tengo mis ojos que miraron a los hombres de
verde, que miraron a los ojos de verde que se me echaron encima, que miraron
sus caras, sus dientes, sus risas, y miré sus botas que patearon mis huesos.
Sentí sus armas adentro de mí, sus armas duras que se metieron en mis adentros,
muy hondos, me tocaron mis huesos profundos, me perforaron, perforaron mi alma.
Me llamo Ernestina Ascencio, me queda mi lengua, me quedan mis ojos negros,
miro a los hombres de verde que patean mi cabeza, patean mi quijada, patean mis
huacales. Me sigo llamando así, Ernestina Ascencio hasta mi último minuto.
Ernestina Ascencio escucho. Miro más allá del cielo, miro las nubes que guardan
al sol y miro de cerquita a mis ovejas. Mis orejas apenas escuchan sus bramidos
porque mis gritos son de fuerza enojada. Muchos son los que me pegan, los que
se ríen y me dicen y me insultan porque soy india, porque soy prieta. Me gritan
porque soy vieja. Se ríen, se toman sus partes, se ríen, me gritan, se ríen, me
mojan, me gritan, se humedecen, me lastiman mis huesos, se ríen, me pegan mi
cabeza, se ríen, me duele mi cola, me duele mi cosa, me duelen las tripas, se
ríen, me duele mi alma, me duele. Me trajeron acá, sangrando, sin escucha, con
poca lengua y pocas palabras. Hoy, ya no tengo nada, ya no me duele mi cuerpo,
ni mi nombre, ya no tengo hijos, no tengo nombre, ni cara, ni voz, ya no soy
india, ya no soy prieta, ya no soy nada.
Des-encuentro
Un velo de sombras cubre
la recámara. Al fondo, la luz tenue de una lámpara resguarda el contorno de sus
cuerpos. Un tic-tac apenas
perceptible acompaña el fluir de los latidos. No escuchan ya el rumor de la
lluvia ni el ladrido de los perros. Sólo existe el nudo armonioso de sus
piernas, el silencio de sus ojos. Besan los murmullos, hablan melodías, reúnen
el mar y el desierto. Fingen ignorarlo todo pero junto a ellos duerme la
despedida.
Bahía Concepción
El eco de la ciudad
persiste en la
carretera.
Detrás van quedando
Marcela Sánchez Mota |
postes y edificios.
El mediodía del viento
barre las siluetas.
Es el desierto que
abraza
el mar con sus bahías.
En su borde
escucho el verano
de abrumadora luz.
Permanezco en el
silencio
que deja el mar en la
arena.
Duermo bajo el aire,
en el vuelo suspendido
que dibuja una gaviota.
De nuevo el ruido
lento, imperceptible,
me devuelve al mundo.
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