Por Emiliano Pérez Cruz
(escritor mexicano)
Ya
quedamos pocos Pérez
―dijo
mi tío Ismael Pérez Pérez,
su
hermano: medio hermano.
Serafín,
Serafo, Anciano…
Mi
Padre, Abuelo, Don Sera…
Un
3 de octubre moriste.
Así,
tranquilo, como si nada.
Nomás
como que cargaste aire, inhalaste,
con
la mochila al hombro.
Como
que deseabas una despensa del aire
de
este mundo para emprender el viaje
Ahhh,
no sueltes, ahhh.
Levántate
y ándale.
Ahhhhh,
y ándale…
Caminando
y miando,
pa’
no hacer hoyo.
Y
con ese aire último dejaste la cama,
te
pusiste la mochila
y
despacito (ya era cansino tu paso),
despacito
comenzaste andar:
la
mirada al frente,
el
paso largo, descalzo.
Con
las uñas gruesas,
tus
gruesas uñas,
bien
cortadas por tus hijas
(no
te gustaban las garras).
Recién
bañado
(fuiste
reacio al baño
en
tus últimos días:
“la
cáscara guarda el palo”).
El
bigote bien recortado
y
tu camisa blanca,
con
la licencia de conducir en la bolsa
(fuiste
chofer de oficio).
Una
flor en la solapa,
pa’
lo que se ofrezca,
uno
nunca sabe…
(enamoradizo,
ojo alegre,
dicen
que así eras).
Caminaste…
Elena
miró
como
halaste aire,
Elena
tu hija,
la
de enmedio...
Halaste
un poco más.
Otro
poco.
Poquito
más.
Ya.
Jalas
aire,
flojito
el cuerpo,
los
músculos.
Poco
a poco aflojaste.
Tu
rostro: sereno, sin susto.
Sereno
moreno.
Y
ya.
Moriste.
Era
3 de octubre
del
año 2012.
Tu
mujer, Teresa,
mi
madre,
dos
años atrás, 3 de agosto,
hizo
lo mismo: murió.
Antes
de morir, Teresa:
tu
mujer,
esposa,
madre de tus hijos,
sentenció:
–El
contrato dice:
‘Hasta
que la muerte los separe’.
Cuando
así sea –dijo Tere,
mi
madre, tu esposa
La
Gordis, dijo:
–Se
acabó: no lo quiero a mi lado.
Yo,
a Jonacapa, con los hñähñú.
Él,
si quiere, con los purhépecha,
a
su rancho. Si quiere, y si no:
allá
ustedes, sus hijos,
sus
hijos y sus hijas.
Ustedes
sabrán
qué
hacer
con
él.
Patricia
Chavero, tu nuera,
esposa
de Alfredo El Burris,
mi
hermano, escuchó grito de Elena:
–¡Pati,
Pati: creo que mi papá murió!
–Ay,
no –dijo Pati.
Pero
sí.
Te
moriste todito,
y
un poco más.
Desde
que naciste, ya se sabe,
pero
más a los tres años de edad,
cuando
María Encarnación Morales,
tu
madre, murió y a ver cómo
te
defiendes del mundo, Serafo.
Inmundo
mundo.
Culero,
agrio, inmisericorde.
Allí
te dejó, hijo de María Morales,
con
tu viudo padre, campesino,
agrarista
necesitado de otra mujer
que
atendiera al huérfano al jacal.
Te
fuiste a nueve días
de
cumplir los 81 años de edad.
Cumplías
el Día de la Raza,
12
de octubre.
La
Diabetes mellitus te tocó.
Azuuúcar
para un hombre
que
para nada fue dulce,
aunque
sí alegre, fiestero,
platicador
de tiempo entero.
Azuuúcar
para un rudo,
amargoso
como la ruda,
ojoalegre,
chofer, campesino
andrajoso
y analfabeta
del
campo a la ciudad.
Memorioso,
añorante del rancho
El
Pino, municipio de Contepec,
Michoacán,
donde ahora reposas
sobre
el ataúd del Abuelo Venado
(Bernardino
Pérez Castro, tu padre),
en
el pueblo de Dolores y ya sin éstos,
que
en pocas semanas te devastaron.
Los
músico de la tambora,
Respetuosos
rondaban entre tumbas,
ofreciendo
si decir palabra
la
palabra cantada:
Viene la muerte luciendo
mil llamativos colores,
ven, dame un beso, Pelona,
que ando huérfano de amores.
―Se
cayó otro grano de la mazorca.
Ya
quedamos pocos Pérez
―dijo
tío Ismael y pidió:
–Échense
el Corrido de los Pérez
El
flaco del tololoche dijo:
–¡Nomas
no chille, compadre!
La
tambora se dejó ir con todo,
hasta
la última paletada de tierra.
Emiliano Pérez Cruz |
Vuela-vuela, palomita,
vuela paloma querida,
dile al padre de los Pérez,
que aquí termino su vida.
Azuuúcar
para un hombre
que
para nada fue dulce,
aunque
sí alegre, fiestero,
platicador
de tiempo entero.
―
Así pues. Se cayó
otro
grano de la mazorca.
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