Por Alejandro Licona
(escritor y dramaturgo mexicano)
Hay tres temas probados para convertir a la más apática tertulia en un hervidero de dimes y diretes donde no han de faltar los sarcasmos, descalificaciones e insultos y estos son religión, política y fantasmas. En honor a la verdad los dos primeros temas están en vías de extinción. Defender a la iglesia es una batalla de antemano perdida pues basta mencionar a Marcial Maciel y amigos que lo acompañan para derrumbar cualquier argumento a favor de esta institución que se empeña en vivir y pensar como en el siglo XIX. En la política sucede algo parecido pues todos los partidos se han esmerado en demostrarnos que son la misma basura y que sus integrantes, con honrosas excepciones, están cortados por el mismo patrón de corrupción e ineficiencia. El único tema que mantiene un
razonable respeto y una duda diplomática son los
fantasmas. Cuando a mí se me pregunta si creo en la existencia de los espectros
suelo responder como aquellos españoles que hace siglos fueron comisionados
para investigar si habían meigas (brujas) en la Madre Patria y ellos, tras
exhaustiva búsqueda concluyeron: no creemos en
las meigas, pero de que las hay, las hay.
Esto fue suficiente para que nos calláramos y nos acercáramos a escuchar.
Tras un rato el silencio era tal que mi madre a cada rato se asomaba para ver
si seguíamos vivos. Estaba asombrada de vernos a todos sentados, con la espalda
pegada a la pared oyendo atentos las narraciones de doña Trini que nunca
utilizó el “Había una vez” sino “A mí me sucedió”. El terror que provocaban sus
historias nos duraban varios días en los que nos negábamos a ir solos al baño,
no fuera a ser que detrás de la cortina de la ducha estuviera el Charro Verde
que arrojaba fuego por los ojos o la Llorona sentada en el guáter.
Antes de continuar debo aclarar que no relataré ninguna experiencia –que
las he tenido en un buen número– de aparecidos o de poltergeist (o espíritus
chocarreros como se le denominaba en mis tiempos) sino de una nueva faceta de
lo paranormal en nuestro país, más concretamente en la Ciudad de México y que
es de aterrorizar al propio Stephen King o de poner a temblar a H. P.
Lovecraft. El primer exponente de esta actividad sobrenatural se encuentra en
cualquier calle. Usted llega con su vehículo y se percata que no hay un ser
viviente en muchos metros a la redonda y cuando se está
estacionando… ¡Zaz! Se
materializa ante nuestros ojos un tipo de pinta patibularia agitando un trapo
para “ayudarnos” a aparcar correctamente. Una vez que descendemos, nos pide
dinero “para que no le pase nada malo a nuestro automóvil”. Con esa velada amenaza,
le entregamos un billete al ser del Más Allá quien tras recibirlo, se esfuma de
una manera que pondría verde de envidia a David Copperfield o a Lance Burton.
Horas más tarde retornamos por nuestro vehículo. Miramos hacia un lado y hacia
el otro para comprobar que no hay nadie, pero basta encender el motor para que
se materialice a nuestro lado dicha aparición, agitando una pringosa franela
que alguna vez fue roja. Mientras escribo esto, los cabellos de mi nuca se me
erizan de horror.
(escritor y dramaturgo mexicano)
Hay tres temas probados para convertir a la más apática tertulia en un hervidero de dimes y diretes donde no han de faltar los sarcasmos, descalificaciones e insultos y estos son religión, política y fantasmas. En honor a la verdad los dos primeros temas están en vías de extinción. Defender a la iglesia es una batalla de antemano perdida pues basta mencionar a Marcial Maciel y amigos que lo acompañan para derrumbar cualquier argumento a favor de esta institución que se empeña en vivir y pensar como en el siglo XIX. En la política sucede algo parecido pues todos los partidos se han esmerado en demostrarnos que son la misma basura y que sus integrantes, con honrosas excepciones, están cortados por el mismo patrón de corrupción e ineficiencia. El único tema que mantiene un
Varezal. La visión después del sermón. 2012 |
Yo pertenezco a esa generación donde eran comunes y bien vistas las
familias numerosas. Nosotros fuimos 9 hermanos, los González 10 y los Bremen 12
y todas estas familias vivíamos en departamentos de 70 metros cuadrados, allá
en la San Miguel Chapultepec. Mi pobre madre por supuesto no se daba abasto
lavando, cocinando y golpeando hijos por lo que pidió ayuda a varias señoras
para le echaran la mano con el planchado. Ninguna de las primeras se quedó más
de una hora, pues era labor harto difícil estar rodeada de escuincles ruidosos,
que se peleaban, discutían o se agarraban a golpes. Era como estar en medio de
un mitin de la CNTE, en una Asamblea de la ANDA o en una fiesta de 15 años en
Iztapalapa. Mi mamá en vano nos pedía con argumentos contundentes (una cuchara
de madera) que nos comportáramos. Sólo una señora se quedó. Se llamaba doña
Trini y era una indígena diminuta de largas trenzas color ala de cuervo que al
entrar a ese diminuto departamento se quedó impertérrita ante lo que semejaba
un pleito de película de los 30, en una cantina del salvaje Oeste. Muy
profesional humedeció la ropa y puso a calentar la plancha para comenzar a
planchar sin mostrarse perturbada por el escándalo. Tras unos minutos nos dijo:
–¿Ya les platiqué que anoche se me apareció la Llorona?
Pese a que nuestro país es rico en leyendas terroríficas, no existe una corriente
literaria de horror como en el Reino Unido, Alemania y Estados Unidos. Yo tengo
una teoría –que puede ser rebatida, por supuesto– y es que en México no
necesitamos que nos espanten por escrito, ¿o algo más aterrorizante que recibir
un citatorio de Hacienda? ¿Cruzar la colonia Morelos por la noche? ¿O ir ya
tarde en un microbús, siendo tú el único pasajero y ver que el chofer y su
chalán se secretean mientras te miran a cada momento por el espejo retrovisor?
Ante estas situaciones, el Drácula, el monstruo de Frankenstein y el Hombre
Lobo, nos pelan la reata por inocuos.
Jorge Robles. Provocación. 2013 |
Una variante de esta aparición se encuentra en los baños o en los
estacionamientos de establecimientos comerciales con el mismo modus operandi:
uno procede a lavarse las manos en la soledad de los sanitarios y cuando
agitamos las manos para librarlas del exceso de agua, repentinamente se aparece
a nuestro lado un, no por silencioso menos aterrador, ser para darnos una
toalla de papel. En la entrada de los estacionamientos está a un lado de la
maquinita con la barrera y él oprime el botón para entregarnos el boleto y es
que estos seres que parecen pertenecer a este mundo –vieran cómo me acuerdo del
Pedro Páramo, de Juan Rulfo- tienen la curiosa idea de que somos un atajo de
pendejos incapaces de estacionarse correctamente, de oprimir un botón o de
tomar una toalla de papel.
Otros eventos inexplicables ocurren en las oficinas burocráticas donde
al parecer están infestadas de chaneques empecinados en esconder los
expedientes que necesitamos con urgencia.
–¿Qué cree? No aparece por ninguna parte su archivo, joven –nos dice el
empleado mientras le da una gran mordida a su torta de tamal verde, cuya salsa
casi escurre por sus comisuras. Se queda esperando alguna reacción de nuestra
parte y es cuando uno se inclina para hablarle de manera confidencial mientras
se le desliza un billete, no para sobornarlo, sino para que dentro del archivo
realice un ritual que calme a los duendes y así le devuelvan el expediente
extraviado o cambiado de lugar. Estos burócratas son unos auténticos chamanes
que no han sido debidamente reconocidos o ponderados.
Otra entidad se puede encontrar en los cruceros más conflictivos de esta
ciudad. Viste uniforme de agente de tránsito y tiene por meta que no le hagamos
caso al semáforo sino a él. El resultado de su actividad es que se forman unas
congestiones de vehículos que no avanzan en ninguna dirección, haciéndose un
nudo gordiano que tarda horas en deshacerse. A veces pienso que estos seres
nunca tuvieron un juego de video en sus manos y que se entretienen echando
apuestas de ver quién ocasiona el mayor atasco de tránsito. Como en ocasiones
nadie les hace caso, es cuando van al semáforo para manipularlo con idénticos
resultados.
Alguna vez un conocido me dijo que de haber vivido Franz Kafka en
México, él hubiera escrito costumbrismo y razón no le faltaba. Mi país es, como
lo aseveró don André Breton, un sitio surrealista donde lo fantástico es visto
con naturalidad y hasta con hastío. Espero no haberles aburrido.
Hasta pronto.
Alejandro Licona |
ALEJANDRO LICONA. Es autor de más de 100 obras de teatro. Sus textos más representados son Abuelita de Batman, La que hubiera amado tanto, Cómo pasar matemáticas sin problema y Raptóla, violóla y matóla. Sus obras han sido puestas en toda la República Mexicana, así como en los Estados Unidos, Latinoamérica y España. Ha ganado premios en México y en el extranjero, como el Ricardo López Aranda, de España, en el 2001 por su obra La santa perdida. Como guionista de cine tiene 9 largometrajes y 6 home videos. En televisión ha participado en más de 20 series. Fue maestro durante 19 años en la Escuela de Escritores de la SOGEM, y actualmente imparte clases en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Ha sido, numerosas veces, tutor de Talleres de Mejoramiento de Guiones Cinematográficos en la Sección de Autores del STPC. Tiene publicadas 7 novelas: Con pata de palo y parche en el ojo (SM), Mi gato habla, La mujer que veía fantasmas, El club de los jóvenes inexistentes y Un hombre y sus espectros (Editorial Progreso), que son infantiles, Abran fuego, el niño que quería ser narco y La amante de Errol Flynn (Ediciones B), para adultos.
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