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sábado, 1 de julio de 2017

Dos cuentos


Por Carlos Alcocer
(escritor y cineasta mexicano)




ES EL MAR
Hace dos horas que la noche acabó de parirse. La última raya de luz magenta se borró y todavía el sol de Puerto Escondido me pica en la piel. Minúsculas y afiladas patas de hormiga caminan sin rumbo dejando una huella de ardor y nostalgia tras de sí.  Me recuerdan esos días en Varadero, los colores de jade escondidos en el mar; los ojos clavados en aquellas líquidas distancias.  Ese sol que se conserva en la arena caliente, que destella en las espaldas, desnudas y  aceitosas que yacen en batería como buques encallados a pesar del buen tiempo.   Cierro los ojos y vuelvo a bailar una rumba que sabe a jolgorio; mi cuerpo se mueve a su antojo y celebra cada solo del tres.
Te conocí en la playa de Varadero. Hablamos de libros y canciones.  Tu acento sin eses y tu bronca sonrisa me dijeron que Cuba sigue cumpliendo promesas.  No me importó la obsolescencia de tu bikini amarillo porque las prendas viejas o ajadas tienen remedio cuando se quitan.
Me dijiste que, por la noche, vestida de gasa y con la cabellera suelta, encuentras la forma de aliarte con la conga y las claves de un guaguancó  para volar sin rumbo fijo.  Dijiste también que, si lo deseaba, podría aprender a seguirte los pasos.  Por eso me dejé ir sin trabas. Los Van-Van, incansables, encadenaban una canción con la siguiente;   el bochorno y las promesas de la piel nos hicieron sudar a chorros.  
—Bailar en pareja es un arte amoroso —susurraste—,  una forma de anticipar lo que los cuerpos celebrarán más tarde.
Bailamos tan cerca que no podía mirar tu cuerpo; preferí cerrar los ojos y recordarlo.  Con la mano derecha ceñí tu cintura y comprobé cómo, desde ahí, arrancaban las curvas de esas caderas que no cesaban de agitarse con el lenguaje de una premonición. El tacto se afinó en mi pecho cuando se encendieron tus pezones enjaulados por esa delgada tela que apenas podía contenerlos.  Con las palabras de tus ojos, me lanzaste hacia el vértigo insular de la desnudez;  al otro abrazo sin cadenas que aprendió a danzar entre humedades. 
Cuba es por ti muchas cosas: es el mar donde sea que vaya; son las olas que azotan tu risa en el malecón de la Habana;  es cada noche que intento soñarte;  es el clamor del mojito que sabe a tu boca;  es la euforia de los cantos en guerra;  es la rabia por saberte tan lejos.

11 de diciembre del 2002
Taller del Arcángel

ESTOY  PERDIDO
Como diría mi hermano: “la Chingada anda suelta”. De éso, no me cabe la menor duda.  La llamamos o nos encuentra.  Se cuela entre los frenos del coche; se esconde en la carne de puerco; se atora en una turbina o se ensaña cuando no sabes nadar; también se arrincona entre los colmillos de una víbora o constriñe las arterias para que, de pronto, no circule más la sangre,  o se enrosca en el cuello del  que va a nacer o se hace resbalosa al borde del acantilado. Le tengo miedo.  Por eso quisiera encontrar un escudo protector, una guía. Hoy, que me he perdido del grupo con el que me interné en la selva; hoy, que me siento hastiado de volar como mosca de panteón cuando han acabado de palear la tierra sobre la tumba nueva; hoy, que me encuentro agotado de no atinar el camino que me aleje del terror a morir abandonado o devorado por alguna de las fauces que recorren la espesura, ávidas de una presa fresca; hoy, que el hambre y la sed se aprietan en la boca, en la garganta, en las entrañas.
Llevo tres días perdido. Aquí no hay veredas ni senderos; sólo obstáculos de maleza que se cierra trás los pasos, árboles inmensos, ríos caudalosos y abismos profundos de verde y de altura.  Me atormentan las garrapatas que ya habitan mi cuerpo y las tarántulas que no he visto todavía caminar sobre la piel pero que temo como temo a las alimañas que imagino escudriñando con paciencia inaudita mis vanos intentos de escape en medio de la noche mientras se escuchan a coro todos los sonidos que convoca la selva.
La Chingada es aviesa. Ayer por la tarde la descubrí, apenas entre el follaje, dibujando el dorso moteado de un jaguar que cruzó río abajo. Todo mi cuerpo supo que ha seguido mis pasos. Aún a sabiendas de que los felinos son hábiles trepadores, decidí encaramarme a las alturas de un árbol; sé que puede alcanzarme en cuanto se lo proponga;  tal vez sólo está rumiando el hambre o quizás le gusta jugar con el pánico que me sofoca y que, con certeza, puede olfatear en el aire. Más por dominar el panorama que por sentirme a resguardo, me he mantenido aquí durante tantas horas: tensos los músculos, rechinante la quijada, atentos los ojos y los oídos, seca la lengua, crisipado el vientre.   Desde mi guarida vi cruzar a ras del suelo una indolente parvada de hocofaisanes buscando entre las hojas yertas cualquier gusano o insecto que prensar con sus picos amarillos; las crestas de plumas rizadas y negras oscilando arriba y abajo cada vez que dan un paso. Vi también un solitario tapir clavando en el lodo las pezuñas afiladas -armas mortales que también teme el jaguar-; lo observé cargando el peso de un marrano de engorda. Después me distraje con los vaivenes de las mariposas y con el zumbido artero y punzante de las avispas y los abejorros; luego reacomodé el cuerpo encaramado para no impedir el paso de un ejército de hormigas rojas que decidió podar el follaje a mi alrededor, cada una llevando a cuestas enormes  cargas de verde intenso: halterofilia que ante mis ojos estremece lo imposible; vi también el asombroso aleteo de dos quetzales luciendo sus largas colas, iridiscentes de arrogancia, donde cada color explota al contacto con los haces luminosos con los que, a veces, el sol atraviesa el dosel y perfora la alfombra verdosa y mojada de la selva.  Llueve, y la lluvia le pone sordina a  los murmullos pero no los apaga.
Se agota la tarde y, a lo lejos, distingo claramente al jaguar que otea el viento.  Sostenido en los cuartos traseros, restriega las garras contra la corteza de una caoba.  Afila las armas para lanzarse contra mí cuando la señal le sea dada. Lo veo acomodarse plácidamente sobre un tronco caído;  la cola se agita despacio como la batuta de un director de orquesta que marca el tiempo pausado de un adagio; el resto del cuerpo, inmóvil, los ojos firmes, el dorso estirado, las garras dispuestas. El jaguar me mira y sus motas negras parecen trazar un mapa hacia la nada; después desaparece otra vez  trás la enorme melena de un helecho arborescente. Casi no respiro. El chubasco choca contra el enjambre verde que forma el dosel;  se escurre entre las hojas y las ramas para precipitarse en otra lluvia, ahora privada, íntima, que alcanza sólo aquello que nunca ha visto al sol de frente; las gotas resbalan por el rostro y con la lengua, voy cazandolas para saciar la sed. Empapados como yo, tres saraguatos me observan desde las ramas más altas de un árbol vecino; parecen decirme que ahí, donde me encuentro abrazado de una rama, no podré librarme de esa letal amenaza que ronda en silencio.
La Chingada es implacable porque carece de moral; por ello la juzgamos sin misericordia como si fuera ponzoñosa y muy cabrona; pero las cosas son de otro modo: con su naturaleza indómita nos muestra la soledad entre el bullicio o cabalga en el lomo de una bala perdida; se aprovecha  de todos los disfraces o logra mimetizarse con el color de la venganza;  emerge entre los olvidos y las distracciones, o se fortalece con la soberbia y la displicencia; y aunque no siempre es gemela de la muerte, sí lo es de manera inexorable del dolor y del fracaso. 
Nuevas oledas de miedo se me clavan en la espina dorsal con el crujir de varas quebradas a mi espalda o con el estruendo de rugidos distantes que parecen anunciar la inevitable aparición de mi verdugo; y viene entonces ese llenar de aire los pulmones a tope como si fuera el último suspiro, o el primero; viene la zozobra acallada entre el clamor de la selva que grita y festeja la vida o la muerte. Me voy deslizando entre cabeceos y la debilidad de las piernas y los brazos que flaquean; los dedos resbalan sin poder asirse más de esta capa de líquenes húmedos que esconden el marrón profundo de todas las cortezas. 
Por la noche, las voces de la selva no pueden callar; son avisos del peligro, amenazas que cantan lo inminente; son cortejo obsesivo o la señal de la victoria; parecen descansar y recobrar fuerzas durante el crepúsculo para soltar después la rienda entre la negrura y gritar más fuerte; son otras voces y otros ecos; escuchar con los ojos cegados de noche es mirar el lado oscuro de la vida que en la selva no cesa.
Estoy perdido y un jaguar me acecha. Voy desmoronando la esperanza de bajarme de aquí para buscar un claro donde puedan verme si sobrevuelan la zona.  Me siento desnudo, agazapado contra las ramas de un árbol que empieza a acostumbrarse a mi presencia.  Miro hacia arriba y me parece que está amaneciendo; la luz es incapaz a perforar los nudos de hojas que pelean por asomarse al cielo.  No ha parado de llover desde la media noche y estoy aterido; empiezo a desear que termine el acoso; las garras del hambre y de la desesperanza son más afiladas y se hunden más profundamente que las de un jaguar.
Amanece ya sin disimulo; intento mantenerme despierto y los ojos se niegan a mirar; aprieto el rostro contra el lecho vertical de líquen y me pierdo en la neblina densa que me muestran los sueños.  Un ruido discreto se escucha en la base del tronco; miro hacia abajo y mis ojos se encuentran con los dos brillos de su mirada.

22 de julio del 2003
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Carlos Alocer Fernández de Jáuregui (Ciudad de México, octubre de 1958). Desde temprana edad descubrió un especial gusto por la lectura lo que lo estimuló a escribir sus propios relatos.  En 1979 se enroló en un crucero y recorrió las islas del Pacífico Sur, Alaska y la Riviera Mexicana. A su regreso a México realizó estudios de Comunicación Social e incursionó en el guionismo radiofónico y la investigación histórica.  Hoy cuenta con más de treinta años de experiencia en los medios audiovisuales y ha filmado en más de diez países. En 1983 participó como miembro fundador de Radio y Televisión Mexiquense como guionista y productor. En enero de 1985 se estableció en la ciudad de Querétaro y ahí participó como miembro fundador del «Taller de los Estropajos», un espacio de creación artística multidisciplinaria. Desde 1986 fue el responsable del diseño y lanzamiento de Radio Querétaro. En junio de 1989 emprendió un viaje por diversos países de Europa en los que expuso su obra plástica. En 1992 produce su primer documental, «La Epopeya de Fray Junípero Serra». En 1996 fundó Seis Jaguares Films donde es director, guionista y productor independiente. Hasta la fecha ha realizado catorce documentales de diversa índole que han sido trasmitidos a través de las redes nacionales de Canal 11, Canal 22, Tvunam y la BBC de Lóndres. Participó como invitado en el II Producers Workshop organizado por Discovery Channel Networks en Valencia, España.
En el año 2001 forma parte del «Taller literario de los jueves» con los escritores Tarsicio García Oliva (EPD) y Enrique Vallejo. A partir del año 2002 y hasta 2009 participa en el Taller de Creación Literaria coordinado por la escritora Carmen Simón quien introduce en México la técnica del uruguayo Mario Levrero. Carlos Alcocer cuenta hoy con más de cincuenta relatos y dos novelas que espera publicar en breve. En 2006 presentó el documental «La Vida en un Volado» que fue seleccionado para participar en nueve festivales internacionales.
En septiembre del año 2006 cursó un diplomado en el Centro Internacional de Guionismo para Cine y Televisión. Cuenta con 8 guiones de cortometraje.  Se encuentra en la revisión final del guión cinematográfico del largometraje «El virus del llanto» con el que realizará en breve su opera prima de ficción. Además está desarrollando los guiones «El amante de Polanco», «La Mujer Desnuda Sale a las Once», «La Carambada», «El más grande hereje» y. A partir de noviembre de 2013 y hasta la fecha ha participado en doce talleres de dirección de actores y guionismo impartidos por el reconocido cineasta Luis Mandoki. A finales de 2014 recibe cuatro nominaciones y dos premios «Pantalla de Cristal» por su largometraje documental «Cabral, maestro de la línea». A partir del mes de junio de 2015 forma parte de la Sociedad Mexicana de Directores Cinematográficos. Su primer cortometraje titulado “La mejor oferta” ganó el primer lugar en el Festival Pantalla de Cristal y fue seleccionado para su estreno en el Festival de Cine de Bogotá, Colombia, a celebrarse en octubre del presente año en donde, además fue invitado para impartir un taller de introducción al guionismo cinematográfico.
A la par de su trabajo como cineasta, imparte talleres de creación literaria y guionismo cinematográfico. Ha filmado hasta la fecha tres cortometrajes: «La mejor Oferta», «Mirar con las manos» y «La Cita».

Instantáneas

Por Armando Alanís
(escritor mexicano)



Ficción
Mientras él escribía un cuento erótico, ella se quedó dormida.

Papeles cambiados
Los perros platican en el parque mientras sus dueños ladran.

Llanto
–No llores –le dijo la niña al cielo.
         Era ella la que estaba triste.

El que ríe al último
Cada mañana la reina reía frente al espejo, hasta que fue el espejo el que se rió de ella.

Ciego
Desenroscó uno de sus ojos de vidrio, luego el otro y se quedó dormido.

Pantera
Era toda noche.


Cíclope
Era todo ojo.


Amenaza
El tiburón acecha en la playa mientras bebe coco con ginebra.


Herejes
Crepitaban los leños como gritos de herejes condenados a la hoguera.


Pareja
Él era un robot y ella era de plástico. Se acusaban mutuamente de insensibilidad.


Personaje en busca de autor
Despertó convertido en ratón, pero no hubo autor que quisiera ocuparse de su caso.


Identidad
Detrás no había nada: la máscara era su rostro.


Fiesta
El tapón de la champaña fue el primero en ponerse a bailar.


Tortuga
Tardó cien años en llegar a su propia muerte.


Bebé en la cuna
Insecto boca arriba.


Huida
Para huir de sí mismo, se escondió entre la muchedumbre.


Pesadilla
Soñó ser una vaca y despertó en el rastro.

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Armando Alanís, por Isaí Moreno
Armando Alanís (Saltillo, Coahuila, 1956) estudió Comunicación en la Ciudad de México, y un posgrado en Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid. Es autor del volumen de cuentos La mirada de las vacas (1994); del libro de microrrelatos Fosa común (2008); de las novelas Alma sin dueño (2003), La vitrina mágica (2007) y Las lágrimas del Centauro (2010), esta última sobre Pancho Villa. En 2015 publicó su segundo volumen de microrrelatos, Narciso, el masoquista, y otro en 2016, Coitus interruptus. Traducido al francés y al rumano. Profesor en la UACM, colabora con su espacio Alfileres en el suplemento Laberinto del diario Milenio.

Dos cuentos breves

Por Carlos Torres Tinajero
(escritor mexicano)



Se quedó ciego
Usó anteojos desde joven. Le aumentó la graduación con los años. Se operó. Hizo una reunión para festejar. Abrió una botella de champagne. El corcho le rebotó en los ojos. Se lastimó la curación. Se quedó ciego.

Murió
Se casó. Intentó embarazarse. Le costó mucho trabajo. Lo anheló. Lo logró años después. Le dieron dolores de espalda. Se cansó mucho en el embarazo. Le apareció cáncer en la columna. Llegó el parto. El cáncer hizo metástasis. Murió.

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Carlos Torres Tinajero

miércoles, 1 de febrero de 2017

La luna es el primer muerto

Por Leonel Rodríguez
(poeta mexicano)




A L. R. B.

Era el frío, y yo no es que me pusiera contento pero me daba por quedarme quieto y sentir que el viento en el cielo era una cosa muy vieja pero novedosa cuando llegaba pareciéndose mucho a algunos de mis mejores recuerdos de infancia.
Era de noche y no podían verse muchas estrellas porque el foco que ilumina el patio estaba encendido y la gran mano de luz amarilla estorbaba. Veía la luna: pequeña y casi digo negra de tan fría en la alta medianoche. Claro que la luna no era negra sino de ese color que tiene cuando no es roja o pergamino antiguo; ese color filoso. Esto podía verse aunque, abajo, la luz del foco alumbraba el patio donde está sentado mi padre mientras fuma a solas, con un vaso sobre la mesa redonda de negro metal —un hombre que escucha junto a la boca de un pozo. Verlo con su sombra picuda huyendo de la luz eléctrica me hace recordar el momento en que llegamos a vivir a la casa, hace cuatro años, después de una década de estar en otras partes. No creo que pueda decirse “regresamos”, ninguno de los dos parecía querer vivir aquí; pero había motivos, urgencias. La casa ya no era igual.
Tal vez todo terminó para mí cuando al bajar de un viaje al norte paré en ésta, la casa de Rosavedra entonces deshabitada, en mi camino hacia nuestra casa del momento en el sur, en la capital. Mientras me bañaba con esa larga pereza de la que aún era capaz, agradeciendo que bajo cada chorro de agua desaparecieran el cansancio, el olor a encerrado como cadáver de estatua caliente que la casa encerrada guardó en el verano, por la ventanita cuadrada de arriba se dejaban caer los rumores de automóviles lejanos y gritos de vecinos alegres; entonces recordé que atrás de la casa había un lote baldío donde se juntaban rocas rosadas al costado de los árboles que nadie había plantado y que eran casa de las ardillas. Solía verlas un buen rato mientras me bañaba antes de salir a la escuela: se desenvolvían sin enfado, parándose en dos patas y después corrían hasta desaparecer, así que me asomé sintiendo el recuerdo pero ahora se levantaba una casa demasiado cercana a la mía: una barda tapaba casi todo y para ver el almendro mayor tuve que esforzarme para ladear la cabeza y bizquear los ojos hasta que creí ver la fronda roja y verde y entonces me reí como loco. Dejé de esperar que aquella casa, ésta a la que he llegado con mi padre, fuera la misma de siempre, aunque primero lo reconocí con indiferencia, pues venía de aquel viaje y estaba fuerte. Es ahora que quiero ver que algo cambió en ese momento.

Suena a broma pero fue hasta hace poco que nos alcanzó el tiempo. Uno necesita darse cuenta de estas cosas y es cierto que tienen su lado gracioso. Como creo que es natural, al principio la noticia afectó más a mi padre y a los familiares que habían estado más involucrados. Desde mi perspectiva casi nada había cambiado y sentí alivio de que ahora aquellos que estaban consternados por la enfermedad podrían descansar. Pero al paso de los años me di cuenta de que una vida es también, mientras vive, una esperanza para aquellos que la conocen. Y cuando nosotros nos dimos cuenta de que ella había muerto y con ella la posibilidad de que sucedieran nuevamente los mil detalles que su presencia hacía posibles, nuestras vidas se apretaron, y lo que no estaba bien puesto se movió y nos extrañó. Hasta hace poco no queríamos hablar de todo ello, mi padre y yo, y por mi parte ni siquiera se me ocurría que pudiera ser tema de conversación; no habría sabido cómo empezar y menos todavía continuar después de que él me hubiera visto con ojos sensibles, quizá necesitados, o endurecidos por lo inesperado de mi acercamiento —quién sabe, a lo mejor reflejando la expresión de mis ojos. Supongo que él no hablaba de ello porque no creía que el asunto existiera fuera de él.
Un día, el cielo estaba limpio y el viento helaba, como si uno de los grandes cerros de las afueras hubiera caminado durante la noche hasta acercarse, de manera que el viento resbalara desde sus alturas recogiendo el frescor de las laderas y se desenrollara sobre el día de Rosavedra como la marea, limpiándolo todo, haciendo que las calles estuvieran en silencio, como domingos a los que les cabe todo el silencio, pues el sonido del viento movería cien frondas de mangos y olivos negros y el susurro lo acallaría todo. Ese día nos llevaron, a mi padre y a mí, a conocer Palos Blancos.
Fuimos en la camioneta de un antiguo compañero de mi padre, quien tenía una casa en el lugar y nos invitaba a pasar un día de descanso. Palos Blancos no está lejos de Rosavedra, se halla también a poca distancia de Tres Ríos, pero después de un par de requiebros en el camino, al dejar atrás una de las colinas que encierran, en otras estaciones, el calor dentro de la ciudad, el campo se abre de una manera que motiva el entusiasmo de respirar y ver la tierra sin ciudad y sin hombres. Cuando se divisó el villorrio, pues eso es Palos Blancos, y nos adentramos en los caminos del lugar con los árboles de flores blancas bordeándolos, cada uno un bosque completo, las raíces salientes de la tierra que había sido ajada para abrir cauce al sendero carretero, con la vista en los arroyos que se nos dijo iban a dar a alguno de los ríos que hacen el corazón de Rosavedra ahora lejana e inexistente, las riberas cubiertas con césped que refulgía como el lomo de un gato que esperaba ser acariciado, donde se nos dijo que había carreras de caballos y en las noches, durante las fiestas del lugar, se juntaban los vecinos hasta el amanecer y más allá, cantando, bailando a la luz de la luna en festejos que les alimentaba el ánimo durante el resto del año…, así, al entrar a Palos Blancos bajo la sombra de los árboles espesos como nubes atardecía la hora del mediodía. Nuestro anfitrión debió interrumpirse pues una mujer lo saludaba desde el umbral de una casa de color rojo intenso y nos invitaba a entrar.
El interior era oscuro, se distinguían con fuerza los filos plateados de las cerámicas y los vasos de latón, pero desde el patio se miraba un campo de cultivo que no llegaba hasta la casa; árboles de tronco suave creaban una pantalla entre el patio y la extensión de la tierra, guardando un seno de buen clima para la convivencia, al tiempo que dejaban pasar la luz del sol en chorros que pintaban el suelo de tierra prieta a la manera de la piel de jaguar. Había algunas sillas, había una tertulia; las personas en las sillas portaban semblantes tranquilos, como cuando uno está gozando de una costumbre saludable. Una mujer de unos cuarenta años se puso de pie y se acercó a mi padre. A su vez, él la veía desde más allá de la credulidad, tocado por lo vivo del ambiente. Ella preguntó: «¿Ya recogieron la siembra?» y miró la cara de silencio de mi padre. Había dicho la pregunta como si significara tanto, como si de la respuesta pudiera obtener no una imagen sino una sabiduría precisa, larga, acerca de la vida de mi padre. Con una sonrisa, pensé que la mujer de apariencia tan agradable estaba loca; miré a nuestro anfitrión en espera de que la regresara a su silla, de que ofreciera algún comentario jocoso a manera de explicación y nos regresara a la tranquilidad del lugar. Pero no dijo nada y más bien miraba a su amigo, pues se había interesado en su respuesta. Me acerqué, ¿quizá era una burla?—Mi padre, embebido, dijo: «Madre, ¿no me reconoce?»
Le habló como si fuera posible. Me perdí en las facciones de la mujer, quise leer en sus ojos oscuros, cafés y sombreados como nuez acanalada, ¿qué podría reconocer ahí? Pero comenzó a parecerme que podría conocerla. Su cabello castaño brillaba suavemente cargado, todavía no tenía canas, su mirada era franca… La mujer se apartó de nosotros y dio unos pasos hacia el enorme sembradío acercándose a los árboles, la luz moteaba su cara y su cuerpo bajo el plumón flotante del álamo.
«Madre, ¿se acuerda de las madrugadas cuando había que levantarse para preparar la comida y llevarla con nosotros al largo día en la playa, una vez al año? ¿Se daba cuenta de que yo la veía cuando se quedaba absorta sobre la arena, mirando a los costados no creyendo que hubiera sólo dos caminos por donde se perdía su mirada, y luego marchaba por una vereda que se iba inventando y caminaba mucho rato y cuando regresaba ofrecía los bocadillos con la cara sonrosada, los ojos llenos del brío de haber andado tanto, como un jugo que exprimiera de usted misma, y yo creía adivinar que no conocía a toda mi madre? Vea cómo recuerdo esto.»
La mujer lo había mirado con sonrisa abierta; su voz dijo:
—Lo que recuerdo es aquella época en que debíamos ayudarte hasta las mujeres pues la siembra lo exigía, pero a mí me daba gusto porque siempre quise conocer la vida de los hombres. También recuerdo aquellas noches en que suponías que la casa estaba dormida y le hablabas a mi madre con palabras que no conocí hasta que tuve hombre y me casé. Tu voz era tierna y diferente.
—¿De qué habla, papá?
«Cree que soy su padre», dijo. Ningún grado de fascinación se había ido de su cara.

La casa de nuestro anfitrión era en parte obra negra. Igual que en la otra casa había sillas afuera y gente que asaba carne, pasándosela bien con los que estaban ahí. Comenzaba a atardecer. Nada de esto me importaba, me había confundido la escena entre la mujer y mi padre; no parecía real aunque él sonreía y bromeaba casi a gritos. Se sentía en su tierra y estaba feliz.
—Habría que tener una casa en este lugar, ¿verdad?
Mi padre se sonrió. «Precisamente allá, en ese lugar que da a las márgenes de los arroyos», señalé.
Él perdió los ojos en otro punto, rejuvenecido, y reímos. Pero no se dijo más; quizá al abrir los ojos resultaría que habíamos soñado todo, o yo lo soñaba, o yo era parte del sueño de él, o …
La yerba no era muy alta en las márgenes de uno de los arroyos, ahí donde se nos había dicho que se corrían caballos y durante las fiestas la gente encendía fogatas hasta el amanecer. Ahora no había nadie; el escenario llamaba por eso; el arroyo era una trenza delgada y transparente sobre cantos azules, rojos, grises y, no lejos, acercados por el viento, sotos de árboles encerraban penumbra en movimiento de música que inquietaba, haciéndome necesario estar ahí y respirar ese aire. El viento enfriaba cargado desde el cerro; la noche podría encontrarme ahí sin problema, el camino no era largo hasta la casa inacabada, podía ver a la gente feliz, hasta mi padre me había saludado a la distancia: levantó su cerveza brindando como un compañero de viaje. Del suelo crecía una quietud que acariciaba y estuve tentado por salir corriendo de ahí, correr y regresar a la casa de la ciudad, con mi padre, donde la grisura también avasallaba pero era una costumbre soportable; en cambio, frente al arroyo sentía vergüenza por algo que no me quedaba claro.
El viento alrededor de las copas de los álamos y otros árboles sin nombre que guardaban la sombra comenzó a correr, se escuchaba el agua alta, pero era el sonido de los follajes que sacudía como a sonajas.
—¿Te acuerdas de tus propias manos cuando partías los limones amarillos, dos rodajas, y las hundiste en las bebidas? Yo estoy mirándolo.
Y miré el arroyo a través de una naturaleza que se había nublado.
«Y cuando estabas sentada al otro lado de la mesa, tan cerca, y el niño se revolvía feliz entre tus manos que lo hacían sentirse todo y mirándolos yo supe que había algo lejano en mí que los miraba y me miraba enfrente de ustedes, y esto pude soportarlo porque te vi en la luz de esa tarde con las mejillas asoladas por tu vida joven sin pausa… la luz o la miel misma de ti hacía transparente la pulpa de tus ojos, allí había la ternura tensa como la atención de una mujer antigua, y pude sentirte desde algo mío porque eras todo lo posible, algo que iba pasando, pasándonos a mí y al niño y yo a ustedes; y el sentir estaba lejos, subía desde hondo como una montaña; era insoportable estar así y ser algo que se iba, ¿te das cuenta? —y para romper algo, para dejar de sentir eso que se alzaba y caía sobre mí como una ola me puse de pie y el niño me miró y tú pensaste, o sabías, que algo de ti había en mi movimiento, y te besé el cabello y vi tan cerca tu frente que no pude creer que también te estuvieras yendo mientras el niño tranquilo, todo mirada.»
El viento siguió cayendo sobre la cabeza de los árboles y aquel que era yo necesitaba del lugar para poder decir lo que decía.
—No puedo mentirte —, dijo. Apenas me atreví a ver el reflejo opaco de su figura de frente al arroyo.
«Tú me hablabas, ¿por qué? No respondas de inmediato, tenemos tiempo y este sitio es agradable, tú y yo con el viento. ¿Me recuerdas contándote mi vida?; no, no toda, aunque era tu deseo que eso fuera posible. Tal vez aquí lo sea, si decides quedarte más tiempo y no renuncias a esta extraña alegría.
«¿Qué puedo decir para satisfacer tu necesidad de conocerme? No puedes conocerme.
«Estamos aquí para que escuches lo que ya sabías pero necesitabas saber que yo entendía contigo. Fuimos luz y sombra de un astro. Nuestra felicidad fue sencilla, casi imperceptible. ¡Estábamos tan lejos uno del otro!
«¿Tú eres todo?, ¿o eres nada? Todo o nada. No esperabas una respuesta sino una rendición. Tocaste el cariño con la culpa de traicionarte si te entregabas. ¿Eres capaz de tomarlo todo, de verdad? ¡Dalo todo!
«Yo te he querido y sé que me has querido, no debes temer que no lo sepa. Estas cosas puedo decirlas porque comienzas a entenderlas por tu cuenta; comienzas a decírtelas tú mismo, comienzas a entender que estás solo frente al arroyo…»
Una oleada de viento me empujó y quedé de pie adentro del agua helada. Respiré. Volví con los demás; el arroyo quedó a mis espaldas, reflejando la naturaleza y llevándosela. Había anochecido y al poco rato regresamos a casa, en Rosavedra. Durante el trayecto miré la cara de mi padre: tranquilo y satisfecho. Ahora recuerdo aquella excursión mientras estoy sentado con él en este patio y ha pasado la media noche; de vez en cuando esta bondad se combina con el sabor fuerte, metálico y a veces amargo del recuerdo de una pérdida permanente que se cobija en algunos rincones de esta casa.

*
Otro día, fuimos a dar un paseo. Sin pensarlo mucho, llegamos a una zona donde el monte comienza a ganar terreno y Rosavedra, a la derecha y atrás, permanece a oscuras durante unos momentos; a la izquierda, la nueva urbanización terminada a medias me recuerda la vida en Tres Ríos. Todavía se camina sobre tierra y el polvo se levanta si hace viento. Era una de las primeras tardes verdaderas de otoño, el cielo traslúcido, lejano en su separación de la tierra, como una cáscara que durante el verano hubiera tenido la finalidad de calentar la feracidad de los cuerpos, de las rocas, de las plantas y árboles, se levantaba creando una ámpula azul. La luna llena casi recargada en el horizonte parecía un ojo transparente y un velo. De pie en ese lugar, mirando la tierra canela y los cerros cercanos por donde, tras ellos, continuaban acercándose los ríos, conversamos mirando nuestras caras y la luna hasta que, alzándose, perdió de a poco su transparencia y recobró la dureza de su luz. Entonces vimos en silencio y fue como si supiéramos, yo supe, que se acercaba un movimiento, una nueva época para nosotros y que pronto cada uno estaría más lejos del otro, más nítido pero ausente, reconciliados de aquella primera muerte que había nacido en cada uno de nosotros. Ahora respirábamos el viento que comenzaba a recorrer, frotándolas, las ramas de los árboles en la ribera del río hasta nosotros.

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Leonel Rodríguez

El anhelo

Por Rodrigo Velázquez
(escritor mexicano)




                                                                                                     A Oscar Lira y el Maestrin
—Esta es la otra casa, el diseño fue obra del pintor y escultor Zacatecano, ganador del premio Nacional de Ciencias y Artes Manuel Felguérez. De ahí la naturalidad de la luz en su estructura, la estética de las líneas en las habitaciones  y  los jardines, el fino  decorado con muebles alemanes. ¿Vez aquel jarrón esbelto de colores negro y turquesa que adorna el cuarto?, es una pieza de la colección personal del ceramista Gustavo Pérez.
Por un momento se llenó de orgullo Israel.
—Quiero que  disfrutes de una buena vida hijo mío, que tengas gusto por la estética, puedes llegar a comprar en subasta cuadros originales de Rafael Coronel o de Duchamp si eres dedicado y cauteloso para manejar el dinero. Ahora bien, ya habrás notado que el diagrama que te di a memorizar corresponde a la configuración del equipo que está en el cuarto, no es sencilla su composición; son siete equipos distintos en una semi red en Unix, más los cinco router y switchers que usamos como señuelo, junto con las modificaciones del hadware y el software hacen nuestro trabajo preciso y profesional, comparable al de los hakers rusos.
Israel miró por unos segundos a su hijo mayor y le dijo.
—En la ESCOM  vas a tener buenos maestros, aprovéchalos para que tu vida sea mucho mejor que ésta.
—¿Mejor que vivir en el pedregal?  
—New York,  Paris, Moscú, Tokio, con el tiempo podrás elegir en dónde estar, pero nunca te separes mucho del negocio, la red es omnipresente y por sí misma puede llegar a funcionar, pero requiere de tu supervisión, lee mucho, aprende varios idiomas, viaja, haz contactos, muchos contactos ahora que entres a la escuela, porque el mundo será tu hogar. Eso sí, recuerda que nunca podrás controlar ni el cuatro por ciento del mercado y los productos que están en la Deep Web; drogas, diamantes de África, armas, cuernos de rinoceronte, hakers, pornografía, documentos, o los Financial Services que es nuestra rama, sé ambicioso pero no ciego. Me explicabas al venir que alguien te localizó por correo electrónico, que acertó con nuestro apellido. Te voy a enseñar a no dejar ningún rastro en la web. Necesito que superes a Bogachev, que generes un programa superior al GameOver Zeus con el que extrajo mas de cien millones de dólares de los bancos estadounidenses,  tienes que  aprender cómo se descifran las bases de datos de los bancos, en específico las de tarjetas de crédito, en la Hidden Wiki está nuestro negocio, así que para empezar hazme  algunas preguntas.
—¿Cuanto dinero tienen las Tarjetas que clonamos?
—De dos mil a cinco mil dólares. Sirven para cualquier cajero siempre que compren tarjetas con el PIN incluido, el límite de retiro por día es de quinientos dólares en los cajeros, pero también se puede retirar efectivo de las cajas registradoras, de las tiendas comerciales sin un límite diario.
—¿Por que cobramos solo en Bitcoins?
—Libertad, seguridad criptográfica. Los bitcoins no solo tienen una función monetaria, representan una nueva filosofía económica, no están regulados por bancos, empresas o gobiernos, las transacciones son peer-to-peer, se puede comprar y pagar prácticamente sin comisiones, ganancias, es por las ganancias. Tienes que ir generando una cuenta en Airbit para que te explique poco a poco cómo se componen y se utilizan.
—Me dijiste que todo lo enviamos por correo postal, pero, ¿y las aduanas, qué pasa con las inspecciones en las aduanas?
—Sobres tamaño carta con tres milímetros de espesor. Etiquetas de envío por DHL o Fedex, que no están sujetas a las inspecciones aduanales. Las clasifican con una máquina y no son siquiera miradas por una persona; para órdenes más grandes enviamos por USPS expreso internacional, con un etiquetado que es para documentos de negocio se eliminan las inspecciones,  mandamos todos los pedidos dentro de las primeras veinticuatro horas después de recibir los bitcoin.
            Al terminar esta frase, Israel le señaló a su hijo un sillón en el cual se acomodó mientras que él concluía la explicación de pie.
—No aceptamos ninguna otra forma de pago además de bitcoin, no enviamos los fines de semana ni días festivos, el costo de envío está incluido en el precio del producto, no ofrecemos la opción de actualizar el envío de coste añadido.
—También estaba pensando en ¿cuánto tiempo se tardan en llegar al comprador?
—De tres a cinco días para todas las regiones de todos los países. Tenemos un par de «oficinas» en varias capitales para hacer este trabajo, si se va a tomar más tiempo se lo notificamos al comprador a través de un correo electrónico, encriptado, claro está.
Después de una pausa y un momento de reflexión de parte de Israel, comentó lo siguiente.
—No enviamos a Chile, Israel, Sri Lanka y Somalia.
Pablo se quedó callado por un momento, sabía que su papá, más que contestar esas preguntas, deseaba leer los emails que había impreso para verificar qué tanto fue una casualidad o no esos mensajes en la cuenta de su hijo.
—Voy a prepararme un café, papá; ten, aquí están los correos.
Israel tomó los papeles que traía su hijo en la mano, ocupó su lugar en el sillón mientras que éste salía de la habitación, y comenzó a leer.

07-06-2015
Querido Amigo:
Mi esposa es una partera que trabaja en el hospital de la Universidad de Togo en el África Occidental. Hago mi intención abierta a su comprensión, extiendo oraciones graves a Dios para poder concluir esta transacción bancaria lo antes posible y con responsabilidad. Soy hombre de familia y le comento que mi esposa sufre de insuficiencia cardiaca, que tengo cuatro hijos y que vivo en el número cuarenta y ocho de Bolingo, en la capital de Lomé. Poseo la intención de darle a mi familia una vida mejor  y Dios me ha dado la oportunidad con usted para hacer buen uso de ella. Sé que usted estará muy sorprendido ya que no me conoce en persona y de que no me ha visto antes, pero no se preocupe, ahora voy a decirle más sobre este proyecto. Le indicaré que tengo un cliente ingeniero llamado Sergey Dema Solórzano que murió en un accidente de coche en mi país con su esposa y su única hija el veintiuno de abril del dos mil ocho, dejando atrás de sí la suma de nueve punto seis millones de dólares en el BAO (Banco de África Occidental). La gestión de dicho banco me ha emitido varios avisos para poder proporcionar la relación familiar de mi cliente; de lo contrario los fondos serán confiscados y serán transferidos a la cuenta del gobierno como fondos no reclamados. Desde entonces estoy esperando un contacto conmigo para la reclamación del dinero ya que el banco no puede liberar los fondos a menos que los familiares pongan oficialmente la reclamación de acuerdo con la política bancaria, pero por desgracia el nominado al monto era su hija quien como ya le he dicho murió también en el accidente sin dejar nadie atrás para la demanda del fondo con el banco. También podría interesarle saber  que he estado esperando y buscando a los familiares de mi cliente durante siete años, pero todos mis esfuerzos demostraron callejones, ya que no hay heredero al fondo. Después de estos varios intentos infructuosos decidí rastrear su apellido por internet, después de varios meses me encontré con tres familias con el mismo apellido pero decidí contactar con usted primero. Usted debe entender que cuando sucede algo como esto normalmente se espera a un familiar, se publica un anuncio en los periódicos y se da una notificación a la embajada, porque se llega a dar que falsos solicitantes deben definitivamente aparecer. Por lo tanto, el banco sólo debe confiar en el abogado del cliente fallecido para ser él quien proporcione un heredero al fondo, así que el banco da algunos años para esto, y si no hay reclamante se adelanta entonces la administración enviando el dinero al departamento de reconversión de deuda y la cuenta está cerrada. Ahora la pregunta es quién dirige el departamento de reconversión de deuda y quién es la administración; la respuesta es simple, el presidente del banco, el director general del banco y otros consejeros del banco. Estas son personas, y estos fondos son compartidos por ellos y nadie hace preguntas, en realidad estos temas nadie los discute.  Por lo tanto, si tengo esta oportunidad y la dejo perder, sería  un «tonta-man» que ha vivido nunca. He puesto plenamente todo en su lugar  y ya que esta es una oportunidad abierta a cualquiera, no veo nada malo en lo que hago, siempre y cuando no esté haciendo daño a nadie.  Mi conciencia está tranquila y no tengo ninguna razón para preocuparme. Sólo te puedo decir que es el destino el que nos juntó, estoy seguro de que lo que hago y por eso estoy comprometiendo toda mi carrera en este proyecto.  He llegado a la conclusión de poder trabajar contigo, pero necesito su respuesta lo antes posible, de manera que pueda conocer tu opinión sobre este asunto. Quiero decirte que mi mayor preocupación y el miedo que tengo es que al final de esta operación me vea traicionado por usted, basado en el hecho de que va a tener ventaja en esta transacción porque el banco se comunicará con usted directamente, pero yo siempre estaré ahí para guiarlo sobre qué hacer o decir en cualquier momento hasta que el fondo sea aprobado y transferido a su cuenta. Al recibir su próximo correo indicando su disposición y voluntad de trabajar conmigo, yo llevaré de forma rápida hacia adelante su nombre al banco, traeré una carta de certificación que lo respalde. Una vez hecho esto le enviaré un ejemplar del texto, de la carta de solicitud que deberá llenar con la información de su cuenta, poniendo la reclamación del fondo. Al terminar esta operación vamos a compartir las ganancias, cincuenta, cincuenta. Esto es cincuenta para usted, cincuenta para mí por mi esfuerzo. Los arreglos se han hecho para el buen funcionamiento de esta operación siempre y cuando siga mis instrucciones y ponga su máximo apoyo en esta operación. Al hacerlo, el fondo será liberado y se transferirá a su cuenta bancaria para nuestro beneficio mutuo. Usted siempre puede alcanzarme en mi número privado (228-931-207-03) en cualquier momento para más discusión sobre este tema. Saludos cordiales.

11-06-2015
Solo el narcotráfico en México es capaz de inventar una historia así.

12-08-2015
Estimado Solórzano:
Le doy las gracias por su comprensión y buena voluntad de trabajar conmigo para lograr este objetivo. Le aseguro que esta transacción es legítima y se completará con éxito sin ningún problema siempre y cuando sigua mis instrucciones. También quiero que sepas muy bien que esta transacción no es un juego de niños, usted tiene que ser serio, se requiere de una gran voluntad y energía de su parte, además se necesita tiempo y apoyo financiero, entonces los costos de estos se dividirán igual, cincuenta, cincuenta. Ahora todo lo que tiene que hacer es seguir mi consejo y las instrucciones que permitirán la liberación de los fondos. Usted no tiene que preocuparse de nada, porque este acuerdo se llevara acaba en virtud de un contrato legítimo que nos protegerá de cualquier violación de la ley  tanto aquí como en México. Solo confié en mí y siga mis instrucciones y direcciones, tengo toda la información necesaria sobre la cuenta bancaria de la víctima y su certificado de defunción que voy a entregarle a usted en el momento apropiado para liberar la transferencia de los fondos para usted como el relativo familiar de los fallecidos. Ahora lo que necesito de ti son los detalles de la tarjeta bancaria que va a proporcionar así como una copia de tu pasaporte para asegurarme de que estoy tratando con la persona adecuada. Este es el procedimiento normal de la banca.  Mientras tanto ten en balance que la cuenta debe estar vacía, debe de estar en un saldo de cero, por lo que sobra decir que no hay dinero en ella y que no tienes nada que temer. Antes de pasar a la operación dejemos todo claro para que no existan mal entendidos en el futuro. Los dos somos muy concites de que usted no es  un verdadero familiar de mi cliente fallecido, y también sabemos que no está conectado a la familia, sólo que ambos gozan del mismo apellido, que es la razón por la que es estoy involucrándolo para lograr este objetivo. Para su información no devén existir intervención de terceros dada la naturaleza de este negocio. Para que confíe en mí puse mi pasaporte, mi licencia y unas fotos de mi familia. Como se puede ver soy un hombre casado y por eso estoy haciendo todo lo posible por asegurar el futuro de mis hijos y salvar la vida de mi esposa. Voy a estar esperando su ID para consolidar nuestra confianza y tan pronto como lo reciba le enviaré el formato que tiene que llenar para la liberación de los fondos en el banco. Una carta de solicitud servirá para presentarlo de forma oficial como familiar de mi cliente fallecido. Si obedeces mis instrucciones y orientación de manera adecuada esta transacción se concluirá antes de diez días hábiles sin ningún obstáculo. Espero tu respuesta y le recuerdo que puede llamarme para los debates orales. Smith Ogba.   

15-08-2015
No sé si lo que necesitas es lavar dinero o te dedicas a la falsificación de documentos, no me importa, mejor hablemos claro, te cobro trescientos mil pesos por darte una copia de mi pasaporte, y cuatrocientos mil por mandártelo a la dirección postal que tú me indiques.

Pablo dejó pasar unos minutos de más en la cocina para que su papá leyera con calma los email. Después regresó a la habitación con una taza de obsidiana en la mano.
—¿Que te pareció?  Le seguí el juego, ¿hice mal?
—No parece nada importante, pero aún así los voy a rastrear.
Israel plantó sus ojos cafés en los ojos verdes de su joven hijo.
—Nuestro negocio es de millones de dólares, desde ahora debes de comenzar a ser precavido. Sé que apenas vas a cumplir los dieciocho, que sabías poco o casi nada de esto, pero lo cierto es que pueden buscar acercarse a ti para llegar a mí. Entiendo que sólo hace un mes te graduaste de la «Juan de Dios Bátiz», cosa que me da orgullo, porque yo también estudié allí, pero ya va siendo hora de que madures, para eso te traje y por eso te animaba a que buscaras ingresar a la SCOM, pero en fin, poco a poco; una última pregunta y nos vamos.
—¿Y la policía, el FBI papá?
—El FBI… Somos inrastreables. Esta casa, que es hermosa, a su vez es una fortaleza, ya conocerás sus secretos. No niego que saben asestar golpes, que tiene tres o cuatro agentes dedicados a su trabajo, por eso mi preocupación por estos emails, y que de vez en cuando algún novato cae, pero es más publicidad que otra cosa, hijo. Y esto que te digo no es por exceso de confianza, sino por causa de conocimiento, somos más inteligentes, siempre tenemos que serlo. Ellos lo que hacen es fingir ser compradores, o nuevos distribuidores en la Hidden Wiki, se infiltran en la Deep Web es cierto, pero nada que no controlemos si somos precavidos.
Israel y Pablo evadieron sus miradas y se quedaron callados por un momento.
—Te voy a traer aquí dos o tres horas, algunas veces los sábados, otras los domingos que no esté nadie para que aprendas con calma, ¿de acuerdo?
—Sí, papá.
Rodrigo Velázquez

El azar de los hechos en ImagenTv

El azar de los hechos en Canal 11 Tv

Las teorías sobre arte son al arte
lo que un gato disecado al movimiento de un felino
Cosme Álvarez

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