[Nota y versión de José
Manuel Recillas]
Nota del traductor sobre Helen Dunmore
Helen Dunmore (1952-2017) |
A la edad de 65 años, falleció,
víctima de un cáncer incurable, la poeta y novelista británica Helen Dunmore.
Su último poema, publicado después de su muerte, acaecida el 5 de junio de
2017, es un conmovedor y consolador canto de despedida, donde el dolor y la
amargura no parecen tener cabida. Frente a la muerte todo parece ineluctable,
determinado por la desaparición personal y el desconocimiento de lo que vendrá
después. Dunmore escribió, apenas en marzo de este año, con escrupulosas
palabras al respecto:
La mayoría de nosotros morimos en silencio
y dejamos un silencio. No hay marca visible, no hay registro escrito y muy a
menudo no hay tumba para visitar. Los antepasados se desplazaron en busca de
trabajo, o fueron incapaces de escribir, o nunca tuvieron el dinero para pagar
a un albañil. Dejan una historia, tal vez, o una anécdota transmitida de hijos
a nietos, hasta que ya no se le vuelve a oír. La existencia desaparece en un humus que a primera vista parece
completamente anónimo. Pero quiero profundizar más, porque creo que hay más que
eso. El anonimato es también una herencia y tal vez una preciosa, al igual que
los poemas agrupados bajo el nombre de “Anónimo” en una antología son a menudo
los más conmovedores de todos, perfeccionados por la memoria como lo son por
generaciones.
Como Helen Dunmore, y a diferencia de
casi todos mis racionales contemporáneos, la muerte individual y qué deja uno
al partir es un tema literario, casi una obsesión en mi ejercicio de escritor.
No tengo las respuestas a tales interrogantes, como la propia Dunmore no las
tuvo, pero explorarlas a través de figuras como las de Klimt, Rilke, Eurípides,
Béla Bartók, Gottfried Benn, Georg Trakl, Gustav Mahler, y otros, es también mi
manera de sentirme parte de una tradición a la que mi época parece haber dado
la espalda. Traducir el último poema de esta notable poeta sobre un tema
absolutamente imprescindible para mí, es una forma de mantener mi fe en esa
tradición.
Hold out your
arms
Death, hold out your arms for me
Embrace me
Give me your motherly caress,
Through all this suffering
You have not forgotten me.
You are the bearded iris that bakes
its rhizomes
Beside the wall,
Your scent flushes with loveliness,
Sherbet, pure iris
Lovely and intricate.
I am the child who stands by the wall
Not much taller than the iris.
The sun covers me
The day waits for me
In my funny dress.
Death, you heap into my arms
A basket of unripe damsons
Red crisscross straps that button
behind me.
I don’t know about school,
My knowledge is for papery bud covers
Tall stems and brown
Bees touching here and there,
delicately
Before a swerve to the sun.
Death stoops over me
Her long skirts slide,
She knows I am shy.
Even the puffed sleeves on my white
blouse
Embarrass me,
She will pick me up and hold me
So no one can see me,
I will scrub my hair into hers.
There, the iris increases
Note by note
As the wall gives back heat.
Death, there’s no need to ask:
A mother will always lift a child
As a rhizome
Must lift up a flower
So you settle me
My arms twining,
Thighs gripping your hips
Where the swell of you is.
As you push back my hair
– Which could do with a comb
But never mind –
You murmur
‘We’re nearly there.’
(25
May 2017)
Extiende tus
brazos
Muerte, extiende tus brazos por mí
abrázame
dame tu caricia maternal,
a través de todo este sufrimiento
no me has olvidado.
Eres el iris barbudo que hornea sus
rizomas
junto a la pared,
tu aroma florece de belleza,
sorbete, iris puro
encantador y complejo.
Soy el niño junto a la pared
no mucho más alto que el iris.
El sol me cubre
el día me espera
en mi curioso vestido.
Muerte, colmas mis brazos
con una cesta de damascenas silvestres
rojas correas entrecruzadas me abotonan
por detrás.
No sé sobre la escuela,
mi conocimiento es para ralas cubiertas
de papel
tallos altos y marrón
abejas tocando aquí y allá,
delicadamente
antes de un viraje ante el sol.
La muerte se inclina sobre mí,
su larga falda se desliza,
sabe que soy tímida.
Hasta las holgadas mangas en mi blusa
blanca
me avergüenzan,
ella me recoge y me sostiene
así que nadie puede verme,
voy a frotar mi cabello en el suyo.
Allí, el iris aumenta
nota por nota
como el muero devuelve el calor.
Muerte, no hay necesidad de
preguntar:
una madre siempre levantará a un niño
como un rizoma
debe levantar una flor
así que me ordenas
Mis brazos entrelazados,
los muslos asen tus caderas
donde tu oleaje está.
Mientras empujas mi cabello hacia
atrás
—lo cual podría hacer con un peine
pero no importa—
murmuras
“Ya casi llegamos”.
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