sábado, 1 de julio de 2017

Fidelidad y memoria en la poesía de Harold Alvarado Tenorio

Por José Manuel Recillas 
(poeta mexicano)


En De los gozos del cuerpo (Mallorca, 2015), Harold Alvarado Tenorio da cuenta de una prolija y cultivada memoria, en diálogo con la tradición lírica de la que proviene y a la cual se debe, al mismo tiempo. Algo resulta claro de la lectura de estos gozos compartidos: no todos son placenteros, no todo resulta en felicidad o dicha, sino en palabra dicha, pronunciada a veces melancólicamente, con un cierto dejo cernudiano de insatisfacción. Una certeza de transitoriedad recorre las páginas de ese cuerpo vuelto palabra, expresión precisa de un instante, memoria de algo inaferrable pero vivo aún. La expresión verbal de Alvarado Tenorio es precisa, casi quirúrgica, y no le tiembla la mano para expresar dolor, desdén, ternura, o amargura, como ocurre en uno de los mejores poemas del libro, “Proverbios”.

Harold Alvarado Tenorio
En una primera lectura, los poemas del libro dan la sensación de una suerte de juego de tarjetas líricas en espera de un tablero para su posible orientación, como las que habría en una extensa biblioteca. Algo hay de aleatorio, lúdico, en su ordenación, algo que los vuelve como la vida misma, o más bien como el recuerdo de la vida, de lo vivido. Son fragmentos de algo que una vez le fue dispensado al poeta y ahora intenta apresar inútilmente. Esas tarjetas líricas señalan un origen laberíntico, caótico, azaroso, que no por nada rima con gozoso. Son las cenizas de un espejo, más vasto que la noche, que un día reflejaron el hic et nunc del poeta, lecturas, estancias, viajes, recuerdos, entrelazados por un hilo de palabras que apenas se pueden pronunciar. Son lo que queda de un itinerario.

El libro está precedido por cuatro epígrafes, los cuales expresan ese desasosiego tan característico del romanticismo, del cual somos, en mayor o menor medida, hijos y herederos. No sólo son la clave de lectura para entender el tono general del libro, el tono desencantado que lo recorre. Se trata de cuatro citas que expresan la soledad, el deseo de trascendencia, el deseo de que haya alguien escuchando, o leyendo, que escuche esas palabras. Pese a la eminente prosapia de los versos citados de Eliot y Novalis, son en realidad los otros dos, uno de Lennon & McCartney, que en este caso sería en realidad Paul McCartney y su célebre “Eleanor Rigby”, y una cuarteta de un oscuro poeta inglés, James Elroy Flecker, los que ofrecen la clave de lectura y tono del libro. Es en éste donde se encuentra una de las claves más importantes para entender el juego que Alvarado Tenorio quiere poner en juego con sus lectores, o acaso, con el único lector que le importa y cuyo nombre es impronunciable. Sólo por seguir el ludismo de Alvarado Tenorio, me pregunto por qué no citó esa otra cuarteta más célebre de Flecker:

We are the Pilgrims, master; we shall go
always a little further; it may be
beyond that last blue mountain barred with snow
across that angry or that glimmering sea.

Por supuesto, porque no expresa el sentimiento de vacío y de vana esperanza que completaría el guiño eliotiano de cuatro citas abierta por la del propio Eliot. Pero la pregunta real sobre el epígrafe usado por Alvarado Tenorio:

O friend unseen, unborn, unknown,
student of our sweet English tongue,
read out my words at night, alone:
I was a poet, I was young.

es, ¿de dónde proviene dicha referencia, y qué significa su presencia? No proviene de un libro del desconocido poeta inglés, a quien por lo demás nadie ha traducido al español, sino de una cita a pie de página en el ensayo “Nota sobre Walt Whitman”, de Jorge Luis Borges. Y no me parece casual que de allí la tome Alvarado Tenorio para, de alguna manera, crear los cuatro guardianes de su desasosiego lírico. No debe olvidar el lector que Harold Alvarado Tenorio es doctor en letras por la Universidad Complutense de Madrid con una tesis sobre Borges, y el creador de unos poemas apócrifos que aún hoy en día levantan ámpula en ciertos sectores literarios no sólo en su natal Colombia.

La importancia de dicho epígrafe radica, justamente, en este su contexto literario. Alvarado Tenorio recoge una cita sobre la posteridad en torno a un poeta mayor, Whitman, aceptando, nuevamente, el juego borgesiano de citas y laberintos en torno a la autoría de una idea no sobre quién es Whitman, sino sobre lo baladí de los temas a elegir para alcanzar la posteridad. Así, se puede afirmar que nuestro poeta, como Flecker, asume su condición de tributario secundario en el gran río de la literatura, al citarlo a él y no a Whitman, señalando con ello que los grandes cauces no existirían sin los afluentes que los alimentan. Es importante no perder de vista la frase con que Borges concluye esa reflexión: “Vasta e inhumana fue la tarea, pero no fue menor la victoria”. Este es el verdadero epígrafe del libro, este es el trabajo que el poeta espera de su lector, si de verdad va a serlo, si va a serle fiel hasta la última palabra.

Entendiendo en toda su amplitud el sentido de este modesto epígrafe, de un poeta inglés hoy casi olvidado, es que Harold Alvarado Tenorio invita al lector a recorrer su itinerario de viajero y lector a otros sólo nos ha tocado ser lectores, como en su momento hizo Cernuda, o más modestamente Kavafis. Dicho guiño borgesiano, viniendo de un experto en Borges tanto como en Eliot, no debe pasarse por alto en ningún momento. En ese grupo de versos ajenos, vueltos propios por el autor que los cita y ordena, tanto como en los poemas del libro que los contiene, se encuentra la divisa del lector y viajero, cuyos rescoldos se hallan regados como los restos de un naufragio sobre la arena, en las páginas de un libro que no da cuenta de la posteridad ni de la gloria sino apenas de esos instantes que le dan título al volumen, de los gozos del cuerpo, de ese parpadeo entre una hoja y otra de un libro, entre un dormir y su despertar, en esa vigilia en que transcurre la vida y se puede volver poesía, ese ángel terrible del que hablaba Rilke y en cuyo aleteo, jamás visto o descrito, se conjuga la vida y el destino humano. Pero me parece que su mayor apuesta en este último epígrafe se encuentra en la fuente de la que el poeta lo toma, es decir de una nota a pie de página, como si mientras Borges reflexionaba sobre Whitman por un instante le llegase el recuerdo de esos versos que alguna vez leyó y casi al desgaire los comparte con sus lectores. Pareciera que el poeta entiende que la vida y sus placeres son sólo eso finalmente, una pequeña nota al pie de página de una existencia, así de importantes y repentinos, así de efímeros. Algo que podría haber pasado por alto en el gran concierto de la vida, de sus triunfos, logros y conquistas. ¿No es eso lo que a final de cuentas nos cuenta Marguerite Yuorcenar sobre Adriano, no es ese fulgor diminuto el que quisiera aprisionar para la eternidad en vez de todos sus triunfos y logros?

Por eso Alvarado Tenorio puede decir:

Frente al blanco granito del obelisco
disperso las memorias de un ayer
cuando parecíamos felices.

Todo es evanescencia, la extensa ruta de un irlo perdiendo todo conforme se le va nombrando, o recordando. Es la constatación de una derrota.

Nada nos deja el tiempo.
Todas las vasijas son esferas,
cada evidencia nuevo círculo,
cada esquina un frecuente fracaso

La Historia la escriben los vencedores. La poesía, los derrotados. Eso lo supo Kavafis, y lo sabe Harold Alvarado Tenorio, cuando le hace escuchar a Melville las siguientes palabras:

Que la ira de los desposeídos te guíe.
Para acabar con el mal y el dolor,
para no contaminarse,
a las almas sensibles
sólo queda la pobreza y la miseria.

Alvarado Tenorio no canta la gloria de los poderosos, el eco de los triunfos ni el baño de oro de la posteridad. No sin un gesto de ironía, prefiere dirigir su mirada a lo que será olvidado, siguiendo a Pound y a Borges en “Fragmentos de un Evangelio apócrifo” (“el olvido es la única venganza y el único perdón”), escribe:

No pierdas el tiempo buscando la patria.
El dinero no la requiere y su lengua es usura.

La patria es el habla que heredaste
y las pobres historias que conserva.

Alvarado Tenorio parece apuntar una respuesta respecto a lo que le queda a esos desheredados, abandonados del curso de la Historia, para la cual sólo los grandes nombres tienen sentido. Podría decirse que la mirada del poeta toma una perspectiva casi sociológica, en el sentido de Norbert Elias, al mirar no hacia las habitaciones de los Luises, sus castillos, su sociedad perfectamente estructurada, sino hacia donde están los caballerangos, las cocineras, los valets y demás gente pequeña y sin nombre y sin cuya pasiva y silenciosa participación la gloria del Estado no habría sido posible.

Haber tratado con el vendedor
el hacedor de ropas el carnicero
el inventor el fabricante de herramientas
el que vende boletos a la entrada de los cines.
Saber que los gusanos esperan mi carne,
los hijos, mis riquezas.
Haber visto las anchas calles
soportado los inviernos
recogido los pasos y saber
que un inmenso deseo se despierta en mí
y crece hasta convertirse en olvido de tu persona.

Esa respuesta no es, nunca, en nuestro poeta, una aceptación absoluta, dolorosa, de lo que podría llamarse, desde otro ámbito, los poderes establecidos. La posición de Alvarado Tenorio es más simple, más empírica, menos teórica. Es la constatación de un mundo irrevocable al que no hay que darle nunca la espalda, por traicionero. Es por eso que en uno de sus momentos más líricamente elevados se da el lujo de, desde la tradición bíblica, ofrecer una ristra de consejos bajo la admonición de la sabiduría, en “Proverbios”:

No hables.
Mira cómo las cosas a tu alrededor se pudren.
Confía sólo en los niños y los animales
y de los ancianos aprende el miedo de haber vivido demasiado.
A tus contemporáneos pregunta sólo cosas prácticas
y comparte con ellos tus fracasos, tus enfermedades,
tus angustias, pero nunca tus éxitos.
De tus hermanos ama el que está lejos
y teme al que vive cerca.

Y como buen hijo del romanticismo que es, anunciado por el epígrafe de Novalis, Alvarado Tenorio declara a la poesía hija de la noche ¾en esto, no es distinto de casi ningún poeta del continente, con la excepción absoluta de Juan Bautista Villaseca¾ y puede, por ello afirmar:

Para ti, madre del dolor, sólo hay gloria y pesar,
el mediodía no está escrito en tus agendas.

Ninguna otra cosa eres, poesía,
que la más alta sima donde el loco,
los mortales,
los desheredados de la suerte y la fortuna,
encuentran cobijo.

Con Cernuda, Alvarado Tenorio comparte no sólo un lenguaje, una Erlebnis de corte romántica nacida de una orfandad universal, o baudelaireanamente, de una sed non satiata, sino también el hecho de vivir en un exilio quizá más duro que el español. Porque mientras aquél tiene que huir de su patria por la guerra civil, el exilio suyo es en patria propia. Y es cierto que Ernst Jünger creo el término de emigración interna para definir a aquellos escritores que permanecieron en Alemania debido a su renuencia a huir del régimen nazi, sin brindarle activamente su apoyo, como hizo Gottfried Benn, entre otros. Sobre ellos pesa aún la mancha de no haber salido del país como lo hicieron muchos otros, como Klaus Mann, quien le recriminase su decisión de quedarse. Pero el espíritu alemán, que suele entregarse a la soledad con estoica resistencia, como lo muestran los diarios de Jünger, el epistolario de Benn y sus notables poemas, no menos que gran parte de su literatura romántica, no es igual al más cálido espíritu latinoamericano, y en particular al caribeño de alguien como Alvarado Tenorio. El contexto nacional colombiano, lleno de mezquindad y mentira, de complicidad con el régimen criminal, recuerda, lejanamente, por supuesto, los casos de Benn y Jünger frente al régimen asesino de Hitler.

La erudita, elegante y aristocrática prosa de Jünger, molesta a no pocos, como si se elevase sobre la torpe materia humana, o la escritura cerebral de Benn, elevándose de las ruinas de una Alemania derrotada para volverse el poeta más importante de su país al que sólo la muerte impidió recibiese el premio Nobel de literatura, nos recuerdan cuán difícil es oponerse a la complicidad y a la mentira cuando estas son el pan cotidiano en un país podrido y corrompido hasta el tuétano, y el precio a pagar por ser fiel, como dijo Cernuda, a uno mismo y a unos pocos.

En tal contexto, la de Alvarado Tenorio es la voz de quien se opone a la mentira, al oprobio de los cómplices del poder y la sangre derramada. En su poesía hay un dolor que podría llamarse cósmico, tal como propugnaron los románticos, un risco desde donde la locura prepara el abismo, como lo supo Trakl en su último poema. Y aunque este orbe cultural está en la raíz de su poesía, o de sus búsquedas personales, él sabe que el romanticismo es un anacronismo en nuestros días, un fruto que ahora cultivan los aristócratas, por lo que, a los desheredados, a los siervos, sólo les queda no la autenticidad del buen gusto, sino otra cosa:

Nosotros, los siervos,
nos complacemos
en copiar.

De allí que las discusiones sobre aquellos poemas apócrifos de Borges que aun quitan el sueño y el aura de autoridad y prestigio defendidos como una virginidad indefendible para algunos sea un asunto de poca monta en este contexto. Y desde esa perspectiva pueda expresar, entonces,

Que el pasado caiga desde nosotros.

Que sea como un agua inútil
y además, como agua innecesaria.

Nuestro pasado vale tres cuartos.

Vale nada.



Harold Alvarado Tenorio nos entrega en De los gozos del cuerpo la bitácora de un viajero y lector de la realidad como quien nos legase el mapa de los viajes de Marco Polo, esperando que en su lectura y travesía se cumpla el destino de quien nació sin destino, pero destinado a tenerlo en los labios de otros.

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José Manuel Recillas

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