Por Emiliano Pérez Cruz
(escritor mexicano)
(escritor mexicano)
Poco a poco
nos fuimos conociendo. Nos fuimos mostrando el cobre, la baratura de nuestra
hechura. Poco a poco las mieles fueron miasmas; los aromas, hedores; los
cariños, rencores. A nuestra piel le crecieron abrojos que nos desangraban
entre jirones lo que antes confundimos con terciopelos, con dermis de durazno;
los almíbares se tornaron mierda vil, purulencia, pústulas supurantes, y las
sonrisas plenas, gatunas, fueron gestos irascibles, intolerantes, dentelladas
al pasado y al futuro hasta convertirlos en bazofia, carroña sin trozo alguno
que a los gusanos apeteciera. Tiramos dentelladas y las manos de finas caricias
sólo acertaron a blandir zarpazos que descarnaban el pecho y buscaban hundirse
y extraer el corazón para, con sonrisas torvas, enloquecidas, triturarlo hasta
convertirlo en esa amorfa masa que ya soy, que somos y que no sobreviviremos,
si acaso como bascas de la resaca en que culminó ese enamorado amor al que
masacramos. No me sobrevive fe alguna, ni esperanza en algo. Sólo este amargor,
esta hiel que si te tuviera frente a mí te diluía, como un ácido que luego se
revirtiera hasta barrer con estos dos que ya son nada. Ni polvo, ni sombra.
Sólo una plasta como gargajo al que el sol reseca y el viento sucio de la calle
esparce para contaminar a nadie, porque nadie, siquiera, nos merece. ¿Me
explico?
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