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sábado, 1 de julio de 2017

Cuando todo es realidad salvo alguna cosa

Por Antonio Orihuela
(escritor español)




Asesinato en el Congreso
Chesús Yuste
Xórdica Ed. 2017

Chesús Yuste ya nos había sorprendido y fascinado con dos novelas previas, La mirada del bosque, historia policíaca ambientada en la Irlanda rural y Regreso a Innisfree y otros relatos irlandeses, volumen de relatos cortos también ambientados en la tierra de sus querencias que, hasta ahora, le habían servido de marco para novelar y contar. Al presente, tras dos años y medio como parlamentario por Zaragoza, Chesús Yuste nos narra su experiencia en el Congreso de los Diputados. Lo que dio de sí aquel tiempo le ha llevado a escribir Asesinato en el Congreso. Una ficción, absolutamente enganchada a la realidad, que discurre entre algunos de los convulsos acontecimientos de la primera legislatura de Mariano Rajoy, y donde muchos políticos aparecen retratados con nombres figurados, en la que Chesús Yuste nos demuestra una vez más que no solo se puede hacer política, intentar cambiar las cosas, desde el escaño sino también desde la literatura.

En efecto, el relato policíaco, en este caso, es la excusa perfecta y tal vez el marco privilegiado en el que narrar la crisis económica, social y también política de la España actual, con sus tramas de corrupción, luchas de poder y traiciones. La única manera aceptable, desde la literatura, de poder levantar la alfombra que cubre la basura y tapa el olor de un sistema corrompido y abyecto que, sin embargo, muy pocos, tienen verdadero interés en relatar.

Chesús Yuste (Zaragoza, España, 1963)
A la esclerosis política, los chanchullos y la complicada red sobre la que funcionan nuestras instituciones, realidad tantas veces escamoteada por los que nos gobiernan, Yuste utiliza la excusa de un asesinato en el Congreso para contarnos el discurrir diario de ese espacio, habitualmente hurtado al ciudadano y del que apenas tiene referencias de qué hacen allí dentro sus señorías, para contraponer a la política del estrado, los grandes discursos y el bipartidismo, las otras formas de hacer política que se despliegan o podrían desplegarse en las calles, desde la acción directa y la reivindicación de lo político como un hacer no separado de la ciudadanía. Es acaso esta trama secundaria, protagonizada por las máscaras de V de Vendetta y el pequeño grupo de activistas que se esconden tras ellas, con el telón de fondo del 15M o la movilización de “Rodea el Congreso”, donde se esconde la verdadera subversión de esta novela, constituyendo, para nosotros, la apuesta más arriesgada de nuestro autor, pues no solo da carnalidad a la indignación, señalando a los culpables de la degradación de la vida pública sino que orienta, de forma lúdica y creativa, sobre tácticas de guerrerilla de la comunicación, la performance política y la contestación no violenta ante una plutocracia insensible al dolor que ha generado con sus medidas políticas y económicas sobre una ciudadanía que, al menos en la ficción en la que nos envuelve Yuste, parecería haber sido capaz de dar una respuesta, siquiera desesperada, a quienes nos roban la vida.

Por encima de ella, transcurre la trama principal, protagonizada por una joven diputada, un veterano periodista y un policía que investigan el asesinato de un diputado, personaje que le sirven a Yuste para hablarnos de la vida de vértigo que llevan en el Congreso los diputados de los grupos minoritarios, saltando de comisión en comisión por el laberinto de pasillos que conforman los cuatro edificios del congreso, estudiando proyectos, leyes o preparando debates que, casi siempre, las mayorías absolutas o los chanchullos a puerta cerrada se encargarán de ahogar en la nada. También quedan bien fijados, en el personaje del periodista y del policía, los límites a los que el llamado Cuarto Poder tiene que enfrentarse cuando se pretende independiente y veraz y no vocero de la plutocracia que nos gobierna en la sombra; y los límites que la investigación policial encuentra cuando de tramas de corrupción que salpican a políticos y empresarios amigos se trata.

Novela coral, pues, este Asesinato en el Congreso, que sin embargo mantiene un perfecto equilibrio entre lo que ocurre dentro del hemiciclo y lo que sucede en las calles, construida sobre unos personajes creíbles y una realidad incontestable, reflejo del estado de ruina en que las políticas neoliberales y el saqueo de las arcas públicas por parte de las élites han dejado este país. Una novela que, sin duda, no solo hay que leer para entender qué pasa en los cielos, sino también poner en práctica para cambiar esta tierra.

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Antonio Orihuela

Apocalipsis zombi: La putrefacción de un Estado

Por Richard Viqueira
(dramaturgo mexicano)





Apocalipsis zombi:
La putrefacción de un Estado[1]
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El pasado 13 de mayo se presentó en Librerías Gandhi – Sucursal Mauricio Achar, Apocalipsis zombi (Ediciones B México, 2017), la más reciente novela del periodista y escritor José Noé Mercado. Se trata de una historia apocalíptica en la que el autor tiene la necesidad de hablar del México actual, pero no a través de la frontalidad sino del género fantástico”, dice el dramaturgo Richard Viqueira, desde la mesa de presentadores. “Apocalipsis zombi crea una senda de ficción que nos confronta con nuestro subconsciente colectivo de una manera más aterradora”, sentencia Viqueira, quien a través del siguiente texto deshilvana las costuras de una novela que, en poco tiempo, se ha transformado en uno de los más peligrosos virus del Distrito Mexicano.

Richard Viqueira[2]

¿Qué pasa cuando la conducta humana está puesta al límite?
Sabemos lo que ocurre ante un tornado, un sismo o un tsunami. ¿Pero qué sucede cuando los muertos acechan a los vivos? Y no me refiero precisamente a los cuarenta y tres, aunque también. En este país, los muertos son la condición y la vida plena la excepción.
     José Noé Mercado[3] decidió ubicar su novela Apocalipsis zombi en el segundo país más violento del mundo, según un estudio reciente del IISS; aunque otro estudio, el de inSight Crime, consignara dos mil muertos menos que la primera fuente, para dejar de todos modos la espeluznante cifra en veintiún mil asesinados durante 2016.

Escape de la librería

Pongamos un ejemplo: hoy acudimos a la presentación de su libro; pero imaginemos que por estos pasillos comenzara a circular una horda de zombis que se abalanza sobre nosotros.
     Tendríamos, entonces, que hacernos algunas pregunta básicas. Para empezar: ¿con que podríamos defendernos? ¿Tomaríamos un ejemplar de la novela y lo estrellaríamos contra la cabeza de los zombis? ¿Con la botella de agua; con el micrófono? ¿Agarraríamos una pluma, como escritores que somos, y la clavaríamos en el ojo de uno de ellos, tal vez en alguno de los asistentes del público que se haya convertido?
     ¿Funcionará nuestro plan de telefonía celular o tendríamos que hacer primero una recarga de veinte pesos en el Oxxo más cercano para poder llamar al 911 y pedir ayuda? ¿Nos hará caso la operadora o nos transferirá durante una hora de una extensión a otra? Quizá cuando por fin consiguiéramos enlazarnos, con todo y teléfono en la mano, en este país estaríamos siendo devorados por un contingente de zombis hambrientos.
     Ese es el tipo de planteamientos que José Noé realiza sobre este tópico del cine y la literatura zombi.
José Noé Mercado
     Otras preguntas: ¿con quién nos aliaríamos y quién se opondría a nosotros? Quizá el guardia de la entrada sería nuestro más peligroso opositor; o tal vez uno de los ponentes en esta mesa, ustedes elijan cuál, terminaría convertido en una fiera que se les echaría encima a dentelladas para morderlos y ustedes tendrían que defenderse. Realmente imagínense que es probable que ustedes estén, incluso, más indefensos que nosotros, pues sólo tienen las sillas o el celular a la mano.
     Todos esos ejemplos imaginados son variantes que permiten comprender lo interesante de esta novela y serían parte de una película clase B que podría titularse Escape de la librería Gandhi.
     Yo, sin duda, al primero que seguiría en un evento así sería a José Noé. Él es quien podría sacarnos vivos de aquí porque, como sus personajes en la novela, sabe las reglas en las que se basa la mitología zombi y posee las claves de la supervivencia en una circunstancia de tales dimensiones.
     Eso es muy importante. Sus personajes lo aplican en la novela porque saben lo que se ha hecho en otras ficciones y si funciona o no. Ésa es una distinción. Porque hay un tipo de universo de la ficción en el que algo ocurre por primera vez, en lo que sería una especie de pre-universo zombi en este caso; y otro tipo de universo donde los personajes reconocen lo que ocurre, pues ya lo han visto, y saben combatir de una u otra manera en esos escenarios. Este último es el caso de Apocalipsis zombi.
     Por eso seguiría a José Noé, aunque me queda clarísimo que quizá después nos utilizaría como carnada para rescatar a su familia e irse con ella. Porque a la hora de salvar la vida, todos somos chilangos.
     En un mundo invadido por zombis no se puede confiar en nadie, pero en México aún menos.
     Es así que José Noé Mercado plantea lo que toda magnifica historia de zombis propone: lo que vendría después del desastre.

Víctimas del subdesarrollo

En Apocalipsis zombi, la condición mexicana queda aún más expuesta y ahora sí podemos verla descarnadamente.
     Cuando lo social colapsa, ¿qué queda? ¿Qué tipo de barbarie se asoma?
     Los grandes relatos zombis no se centran en el zombi mismo, sino en su repercusión social. Desde George Romero hasta José Noé Mercado, el zombi es la posibilidad de analizar injusticias financieras, desigualdad social, el peligro de la convivencia, las trampas del escalafón laboral y la población misma que encuba todo esto.
     En México, todos vivimos con miedo, porque aquí en el país todos somos productores y consumidores del terror a pequeña escala. Para no ir muy lejos, en el tráfico de la hora pico podemos entrever asesinos y monstruos circulando a nuestro lado y tocando el claxon sin parar.
     Y muchas de las veces, el muerto en vida vive y convive en uno mismo.
     José Noé Mercado, con su indispensable libro Apocalipsis zombi, propone una revolución magnífica al género. Decide emplazar su ficción en el tercer mundo. Y lanza con esto una perspectiva y aportación extraordinarias: hasta en los monstruos hay clases.
     No es lo mismo un zombi de primer mundo —como en las citadas películas de Romero—, en donde los temas son la industria armamentística, los centros comerciales y su capitalismo voraz, el racismo o las revoluciones armadas de los años sesenta.
     No. En su novela, José Noé Mercado presenta un panorama todavía más desolador y cercano: un zombi víctima del subdesarrollo. Mercado parece hablar de muertos vivientes, pero en realidad manifiesta un conocimiento y descripción de su ciudad como un cronista e historiador ejemplar.

Putrefacción serie B

Ahora imaginen huir de zombis, pero por el bosque de Chapultepec —que en la novela no se llama de esa forma, sino bosque de Quetzalcóatl—, emblema donde está contenido gran parte de nuestro espíritu nacional: las batallas que han ocurrido en su castillo, los novios que han remado en su lago o la sede de la casa presidencial en otro tiempo, nada más.
     Sin duda, Mercado elige el lugar más simbólico para hablar de la monstruosidad de este país y el epicentro de su destrucción. Y cada temporada —como estructura José Noé los capítulos de su novela—, habla más de la putrefacción de un Estado que de lo peligroso de un ejército de cadáveres.
     José Noé hace una novela serie B con una escritura intelectual; y además lo hace de modo entretenido. ¿Cuántas novelas de nuestro panorama pueden preciarse de tener 415 cuartillas que hablen sobre México y que se lean con tanto placer?
     Como en la política, la llegada de los zombis en esta novela no se explica y tampoco se vislumbra su desaparición. El surgimiento de zombis en cada contexto de ficción, carece de importancia. En la novela de José Noé Mercado, quizá sean productos de meteoritos o resultado de la contaminación atmosférica que nos asalta y mantiene en contingencia con un inesperado Hoy no circula otra vez.
     Los personajes de Apocalipsis zombi representan valores e intereses chilangos opuestos: intelectuales contra periodistas, la baja cultura contra la alta, la ópera contra los videojuegos, la nobleza contra la miseria.

Proximidad al terror

Los protagonistas de la novela también comprenden que no sólo deben lidiar con los monstruos de ocasión, sino con los monstruos del día a día en nuestra ciudad. Lo mismo tienen que clavar una espada en el oído del muerto viviente que se les va encima, que sobrevivir a un secuestro exprés en nuestra conflictiva metrópoli que no descansa en sus transas ni siquiera en el apocalipsis; lo mismo se le teme a una avalancha de babosas —como también se le denomina a los zombis—, que se experimenta miedo profundo al atravesar sospechosos retenes militares.
     Y —quizá una de las críticas más importantes contenida en el libro— José Noé fustiga el descaro de una televisora que encubre la aparición de los zombis y difunde en voz de su presentadora estelar la noticia de que sólo se trata de un intento para desestabilizar al país.
     El gobierno, entonces, aprovecha el caos para asesinar a sus adversarios políticos y a los grupos disidentes con métodos casi calderonistas.
     Sin duda, la obra de Mercado infunde terror por lo próxima que se siente. Los muertos vivientes aún no cruzan por Reforma, pero los podemos imaginar cerca. Peligrosamente aledaños a nuestra realidad.
     Los ecos panistas y priistas laten en las páginas de esta trama de terror y la vuelven aún más acechante y tóxica. Por suerte, la clase política no suele leer entre líneas, porque de lo contrario percibiría lo peligrosa que es la novela Apocalipsis zombi de José Noé Mercado en comparación con un sinnúmero de ensayos de temidos politólogos contemporáneos.

Significación grafiti

Existe un dicho popular que siempre se cita ante un hecho asombroso: “La realidad siempre supera a la ficción”. Pero José Noé Mercado demuestra lo opuesto: que a través de la ficción se puede calar más profundo dentro del tejido social.
     Si el antónimo típico de realidad es ficción, es porque nos es imposible intuir que tanto persona como personaje y tanto real como ficticio son divisiones de ontologías cuando menos equivalentes.
     Jacques Cousteau dijo que la película Jaws de Steven Spielberg destruyó la investigación científica sobre el tiburón blanco y provocó una histeria que derivó en la caza de escualos hasta su casi total extinción. Una película venció a cientos de documentales y estudios científicos.
     ¿Es entonces la realidad más poderosa que la ficción?
     Esta novela apocalíptica cumple esa función. Rastrea la herida nacional hablando de monstruos figurados que evidencian a monstruos literales.
     A través de la ficción, Mercado realiza a la par un libro documental. José Noé comparte con Guillermo del Toro la necesidad de hablar de México, del mundo, pero no a través de la frontalidad sino del género fantástico y poético: una senda que nos confronta con nuestro subconsciente de una manera más aterradora que las portadas gráficas del periódico La Prensa, que se anuncia como: “el diario que dice lo que los otros callan”, con excepción del caso del dirigente mismo del diario que robó artículos deportivos de la NFL.
     El grafiti habla más de una sociedad que los monumentos oficiales que alza el Estado. Ese número 43 clavado vandálicamente a mitad de Paseo de la Reforma contiene mucha mayor significación que el caballito amarillo.
     Así, este libro habla mejor de México que cualquier libro de política en la actualidad. Por eso cuando José Noé titula su novela con la palabra apocalipsis, quizá no hable del futuro, sino del presente. Probablemente ese apocalipsis ya está en marcha.

Acompañar a morir

A mi parecer, el zombi también nos enfrenta con el temor más insuperable que conocemos. ¿Cómo sobrellevar la muerte de las personas amadas? Uno de los personajes de Mercado decide encerrar en el baño a sus padres zombis, porque no sabe cómo ser ni parricida ni matricida.
     ¿Alguien sabe cómo matar al amor de su vida y ser piadoso a la vez? ¿Alguno de ustedes sabe la manera de admitir la muerte de un hermano y además rematarlo?
     La ficción zombi nos confronta con la responsabilidad sobre nuestra muerte y la de nuestra familia. El verdadero arte nos enseña a morir mejor. Y con esta novela, José Noé ha hecho arte que nos acompaña a morir más suavemente, tanto en lo íntimo como en lo social.
     Por eso, como ya se ha dicho en redes sociales, es un libro que demanda una saga entera, que ojalá José Noé tenga el tino de emprender. Ya tiene una horda de lectores con más apetito que sus zombis. Y yo me declaro un devorador de su literatura.

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Richard Viqueira

[1] Texto leído  por su autor el 13 de mayo de 2017, en Librerías Gandhi – Sucursal Mauricio Achar, durante la presentación de la novela Apocalipsis zombi de José Noé Mercado, publicada por Ediciones B México.

[2] Richard Viqueira (Ciudad de México, 1975) es actor, dramaturgo y director de escena. Se formó en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Fue becario del programa Jóvenes Creadores del Fonca, de la Fundación Carolina de España y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Por su obra Vencer al sensei se hizo acreedor al Premio Mejor Obra de Teatro de Búsqueda Héctor Azar que otorga la Agrupación de Periodistas Teatrales (2006). Ha colaborado como director con la Royal Court Theatre de Londres. Por la dirección de Cuerdas de Bárbara Colio recibió una mención especial al Mejor Diseño y Tratamiento del Espacio Escénico, y una nominación como Mejor Espectáculo Teatral en el VII Festival Iberoamericano de Teatro en Mar de Plata, Argentina. Fue considerado por la revista Chilango Hombre de Teatro 2008 y Mejor Actor de la década. Entre las obras que ha escrito y dirigido destacan Herodes hoy, Bozal, Desvenar, Monster truck, El evangelio según Clark, Psico/Embutidos y Por favor, no mande riñones por correspondencia.

[3] José Noé Mercado (Ciudad de México, 1977) es escritor, periodista y crítico musical. Además de ser autor de Apocalipsis zombi (Ediciones B, 2017), lo es de la novela Backstage (Tierra Adentro, 2012) y del libro de ensayo histórico Luneta 2: La ópera que tenemos en México (Cuadernos de El Financiero, 2012). Realizó la maestría en Periodismo Político e impartió diversas asignaturas de opinión y cultura en la Escuela Carlos Septién García, de la que se graduó con reconocimiento especial en la licenciatura. Ha ejercido el periodismo cultural y la crítica de música en los periódicos El Financiero, De largo aliento y La digna metáfora, medio en el que fue autor de la columna “Suspiria”. Sus textos igualmente han aparecido en Excélsior, El Economista, Entorno, Mercades Magazine y Boletín informativo de Chile. Es colaborador de las revistas Replicante de México, Opera World de España y L’Ape Musicale de Italia, así como del segmento de cultura del programa semanal Contigo, que conduce Claudia Arellano en TeleFórmula y, desde hace más de quince años, de la revista Pro Ópera. Impartió la Cátedra de Historia y Evolución de la Ópera en el Claustro de Sor Juana y es miembro activo de la Unión Mexicana de Cronistas de Teatro y Música.

martes, 1 de noviembre de 2016

Espejo retrovisor, de Juan Villoro: El pasado cuenta aquí y ahora

Por Leonel Rodríguez
(poeta mexicano)




Para Jaime Sainz Santamaría


Un día de agosto pasado encontré un libro sorprendente: costó 49 pesos. Ni el autor ni la editorial hacían prever ese precio que, además, nunca se halla en la librería de Sanborns. Yo tenía entre mis libros de cuentos un par de ese autor, pero nunca había terminado ninguno, salvo los de ensayos. Mientras hacía rodar el libro entre mis manos (si es que un libro puede rodar) como queriendo obtener de él un heraldo que informara si me gustaría leerlo, si el tiempo era propicio para este encuentro, recordé los años en que mi primo me conversaba animadamente de sus lecturas de este autor. Yo debería leerlo. Confieso que entonces no me sentí llamado, aunque el entusiasmo genuino, jovial, de mi primo quedó en la memoria y a la primera oportunidad (que no fue la primera primera) se apoderó de mí: sucedió ese día de agosto en que hallé a precio sospechoso la antología personal de Juan Villoro titulada Espejo retrovisor.

Se trata de una selección doble: reúne nueve cuentos con diez crónicas –combinación afortunada-, espigadas de entre una obra mucho más amplia. La otra selección es la que prefiere dos entre los géneros de la prosa que ha visitado Villoro, quien también es autor de novelas y teatro; literatura para niños; prólogos y entrevistas (en este libro se incluye una: género pariente de la crónica); ensayos todos que buscan el retrato de algo movedizo, circular: partir de un momento para contar un trayecto que suele terminar en el punto de partida: cuando ha sucedido la catarsis y puede iniciar el relato que actualiza el pasado.

Es lugar común señalar la inteligencia de esta escritura y la evidente cortesía con que se desarrolla en la página. No hay peligro de que el lector se sienta intimidado en un ámbito de extrema finura: el habla de Villoro considera al lector en tanto que no es grave, es velocísima. El trabajo de su lector está en ofrecerse como caja de resonancia para esta serie de iluminaciones aforísticas de diversos registros; también debe saber ir despacio: la pausa ante el deslumbramiento, la necesidad de detenerse a saborear, a comprender con mayor profundidad.

Suelta, amable y de una mesura que quiero llamar desbordada (que no reconcentrada), la prosa de Villoro se levanta en terreno de sensatez con capacidad enorme para dar forma nitidísima a las ideas e intuiciones que lo mueven. Cuando llega a la página, la voz de su palabra ya ha incorporado la duda y avanza en una corriente de ligera y honda potencia.

La hondura toma la apariencia primera de la superficialidad. Ligereza que es la cortesía de un punto de partida. Creo que su expresión tan definida es tal en su fuerza aforística que uno puede sentirse avasallado por leerlo mucho. Esto quiere decir –en el lector que soy- que se extraña alguna niebla, alguna indeterminación que no haya sido expresada perfectamente. Digo esto pensando en algunas crónicas y ensayos, pero de ninguna manera en el par de cuentos que abren la antología, “Confianza” y “Forward » Kioto”.

¿Qué sentido tiene quejarse de la claridad en una prosa de crónica o ensayo?, ¿no es lo buscado?, ¿demuestro mi propia oligofrenia? Adelanto aquí alguna intuición para, posiblemente, cancelarla en otro momento. La claridad de esta obra es tan relumbrosa que además de ser un regalo para el lector, es una exigencia. Éste ha de proporcionar la incertidumbre, al desazón que, a mi parecer, faltan notoriamente en lo que conozco de esta obra. Es la suya una voz que evita perderse en la página publicada. De modo halagador para el público, la voz del autor entrega casi exclusivamente la parte blanda y suculenta de la presa. Después de varias ofrendas, el lector, agridulce, siente la incomodidad de necesitar algo menos hecho, algo oscuro que armonice con la urbanidad claridosa. Esta queja mía se convierte en reconocimiento de uno de los dones de Villoro; dicho sin sarcasmo: regala la añoranza por lo inseguro y lo impreciso, donde lo que vive adentro del lector puede crecer.

Inconscientemente, lo que puede incomodar de una lectura demasiado frecuente de Villoro es que la bondad de su percepción, equivalente a precisión, supera la que ejercito (¿y usted?) en lo cotidiano: el autor a veces parece haber reflexionado acerca de mi vida más que yo.

Aunque no hace antropología del lenguaje, en los cuentos “Los culpables” y “Mariachi” adapta el suyo, y su manera de razonar que el lector conoce, al ambiente propuesto: habla un cantante inmerso en el espectáculo y el mundo de las apariencias, o un hombre de la frontera norte de México, lejos de parques, escritores, colonias de clase media. Estos cuentos son estudios de otredad, impulso valioso de la obra cuentística de Villoro que halla su mejor muestra, me parece, en el libro llamado Los culpables.

Juan Villoro
Los cuentos más recientes, “Confianza” y “Forward » Kioto”, son más personales en tanto se acercan más al silencio del narrador, quien no está dominado por el lenguaje, sino que muestra momentos de incomprensión o quizá, y mejor, de contemplación de algo que no quiere ser definido. Son cuentos complicada (deliciosamente) sencillos y misteriosos. No necesitan explicaciones. El lector puede advertir en sí el bello dolor de sentirse implicado en la ficción. Son cuentos que no delatan el trabajo que costó rendirlo en la hoja.

Las crónicas son la segunda media naranja del libro. Las tres primeras se han ordenado con intención narrativa; hablan del zapatismo de Chiapas. El movimiento alcanzó al autor en la madurez de su juventud y le entregó una imagen culminante de su padre, el filósofo Luis Villoro, quien por décadas había estudiado la trascendencia de lo indígena en la identidad nacional, y personal. Al salir a luz el zapatismo finisecular, Villoro padre encontró en los vivos las preguntas, y tal vez las respuestas, que había depositado en la historia, en los muertos.

A Juan Villoro, el zapatismo chiapaneco le ofrece la explicación de su padre (que el cronista tiene que elaborar y expresar en esta crónica, donde la precisión y don de claridad son entrañables, me parece, porque el tema es inagotable y necesario, no comienza coqueteando con la ligereza.) Al demostrarse que la identidad indígena vive fuera de los libros, el sentido de la vida de su padre se aproxima, deja de estar dedicada a investigar la memoria para unirse al presente. Creo que el autor halló un padre más visible, más compañero.

El mundo de Juan Villoro es el de las edades del hombre. Temáticamente, desde la adolescencia hasta la madurez de sus relatos más recientes -los de Apocalipsis (todo incluido)-, en ellos domina la verdad astillada, la que apunta hacia afuera, hacia el mundo, hacia rumbos varios y hasta contrarios. Se trata de la verdad viajera de la inteligencia, presente en esa voz que se sirve de la ligereza para relacionar los momentos y actores más disímiles: voz que sugiere que no importa tanto quién hace o dice, como importa el movimiento de ese espíritu. En Juan Villoro, después de leer Espejo retrovisor, tiene que ver con la reconciliación en el momento, por gracia de un aire ligero que disuelve el encierro de la mente. Viento que muestra la fugacidad de las identidades, de lo fijo.

Al final de su introducción a la antología, Villoro escribe que un libro sólo adquiere auténtica existencia al ser leído, del mismo modo en que un espejo –que juzgamos insomne- sólo despierta cuando alguien se asoma a él.
            Esta línea sucede porque tú la miras.

La imagen del propio rostro en el espejo es la medida, quizá única, que puesta de ese otro lado de la realidad, nos equilibra e ilumina.


REFERENCIA: Juan Villoro. Espejo retrovisor. 2da reimpresión. México: Seix Barral, 2014. 308 p. (Biblioteca breve.)

ASTILLAS DE VILLORO (espigadas de Espejo retrovisor)

Todo está ante los ojos, pero el paisaje de conjunto es invisible…
Qué trabajo cuesta entender la importancia de una meta cercana…
Los actores se enteran de lo que trata la película cuando la ven en el cine. Es como la vida: sólo ves tus escenas y se te escapa el plan de conjunto…

En mi caso, como en el de tantos otros, operaba el vago protagonismo del testigo: “Yo estuve ahí. Llámenme Ismael”…

Es obvio que hay un costado frívolo en quienes necesitamos que el pueblo se levante en armas para ir de campamento –la zambullida rápida en el México profundo…
Aunque fue una empresa del despojo y de la sangre, la Conquista se ha simplificado para evadir el presente…

Hamlet habita un mundo donde el honor violado reclama venganza por cuchillo. Sin embargo, al enterarse del asesinato de su padre, se paraliza. No sólo se opone a la impulsividad irreflexiva; desconfía del sentido mismo de los actos. Caso extremo de introspección, hace pensar en el verso de José Gorostiza en Muerte sin fin: “Inteligencia, soledad en llamas”…

¿Hasta dónde podemos recuperar una memoria ajena? ¿Es posible entender lo que un padre ha sido sin nosotros? Ser hijo significa descender, alterar el tiempo, crear un desarreglo, un desajuste que exige pedagogía, autoridad, transmisión de conocimientos. ¿Podemos entendernos como contemporáneos de nuestros padres, ser intempestivos a su lado?...

La falta de claridad no está en el entorno sino en la mirada: el viajero debe pasarse en limpio…

La poesía es la parte más difícil de la naturaleza…

Leonel Rodríguez
El jardín es visto desde una terraza de madera. Al caminar de un extremo a otro el visitante puede contar las piedras. Es fácil constatar que son quince, pero no hay un solo punto desde el que sea posible verlas todas. El templo ofrece una lección de perspectiva: la totalidad es fragmentaria…

La técnica te robó la revelación de las almas…

Cuidarlo es una oración; interpretarlo, una transgresión…

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jueves, 1 de septiembre de 2016

Hallar mujer, hallar lugar (Del Monte y otras bestias, de León Cartagena)

Por Leonel Rodríguez
(poeta mexicano)





¿Cuál es el mundo del Monte? El poeta León Cartagena (México, 1978) dedica su escritura a darnos la presencia de ese lugar en su libro Del Monte y otras Bestias.
            Seco, espinoso cuando no baldío, anegado de sol durante el día y de negrura de sofoco o hielo (depende de la estación) durante la noche, el Monte está fuera del tiempo, esa prisa, esa ausencia, que hoy venera el hombre. El poeta Cartagena contempla y pone en pie esa tierra dura que comienza muy cerca del umbral de su casa. La ciudad no es suficientemente hechicera como para olvidar su condición de gota de asfalto en medio de un terreno amplio como un mar.
            El Monte. En él, este hombre mirador encuentra la marca de un incendio: alguna vez fue un vergel, pero el canto y la alegría de los hombres, o más bien, de un hombre, un cantor, fueron tan desbordados, tal su desmesura, que el dios castigó la tierra y borró casi toda su bondad. Queda el erial de larguísimo verano. Su tierra da fruto, su tierra espera ser fecundada; el poeta ve esto y descubre que la tierra es mujer. Se siente ligado al lugar porque conoce su precisa relación con la tierra: él la hace florecer.
            Creo que esto es lo que nos dice este poemario de un solo, hondo tema.

El lugar
Hay un poema que, como su título lo indica, es importante dentro del orden de este libro. “Monte” enuncia el lugar que importa. Dice que ha regresado al pueblo para buscar en el corazón del Monte. Regresar es elegir. Antes, el poeta ha estado en un sitio donde no hubo, no encontró, lo que ahora se dispone a buscar. Le habla de tú a eso que investiga –dice “buscarte”-; el lector ha de asumir que él mismo contiene algo de eso que se busca, que hace falta. Se busca un interior. El poema dice al final: “nos llevamos al monte/ en los adentros.”

Encuentros
El lugar que se dedica en este libro al amor sexual es importante. Cuando sucede, se está en ese mundo florecido, fuera del castigo del dios. No hay desmesura culpable sino comunión; esta última palabra titula uno de los poemas del libro. En las piezas amorosas todo es inmediato; acto, la percepción misma encarna: “¿Ves ahora/ cómo mis manos y los flancos de tus caderas/ están hechos de la misma carne?” (“Lapso de ecuaciones”). En Del Monte y otras Bestias el encuentro sexual sucede entre el poeta y la mujer que es la tierra. Él hace posible su maternidad, su florecimiento.
            Creo que éste es el hallazgo del libro. El hombre que menciona la ausencia de sentido (“Menos la muerte”), encuentra que la mujer es el cuerpo misma de esa tierra cuyo vacío lo ha desconsolado. Del Monte… nos presenta dos momentos: el de la inmovilidad ante el caos, donde no se ve sentido. Naturaleza negada aparentemente a la circulación de las estaciones, momento de tiempo lineal que todo lo vence. Aquí, ante el erial, el poeta dice que “dios está mudo”, está en silencio y en eso consiste su olvido de nosotros. Habitante de su voz, el poeta mismo deja de advertir que él, la voz, integra el lugar; en la voz del que canta se escucha el aliento del mundo. El impulso de entonar lo mirado viene de quien mira, es absurdo y no iluminador asumir que se trata de una sugerencia externa: no es un dios lejano quien de vez en cuando accede a conceder un don. Lo que vemos, lo que nos ve, nos incluye. Al no ver, al no darse en los sentidos, estamos ausentes del mundo, y en tal estado de ausencia, lo sagrado sólo puede ser pensado no vivido, es un pensamiento de ausencia. Presentes, entregando los sentidos al mundo y recibiéndolo, la vida difícilmente sería una carencia donde se duda. Es tal la presencia de la tierra en el cuerpo, que su voz es la nuestra.
            Me detengo. Aclaro que estas conclusiones no pertenecen a Del Monte y otras Bestias. No se beneficiaría con ellas, además. Acartonarían una obra de poesía. Son consecuencia de mi lectura. El posible acierto de ellas se debe al poder sugestivo de los poemas y su indecisión y falta de claridad al apresuramiento de quien escribe estas líneas. Mejor la presencia sin más, como canta el poeta al referirse a la luz: “Adivino tu gesto, la perfección del golpe seco que no se da.”
Así puede abordarse con naturalidad otro momento del libro, que es el reconocimiento del lugar, encuentro con el cuerpo desconocido, tierra-bestia surcada de sangre y movimiento como uno mismo. Podría ser la capacidad para contemplar la luz la que nos conduce al modo de entender el tiempo que propone Del Monte y otras Bestias.
Al principio del poema “Monte”, muy cerca del inicio del libro, la voz del autor dice que ha regresado, ha elegido el regreso para buscar en el corazón del Monte. Para buscarte. Ese tú indefinido y a la vez transparente, ¿no ha de ser algo que se tiene o que se es? En “Retrato del espejo” se lee: “Dicen que conoces las estrellas/ dicen que eres mito trasladado a lo innegable,/ yo sólo he visto el arenal.” El desolado, ¿no es lo mismo que el Monte yermo? El sentido de su regreso es hallar para qué vive. El llano desatendido te contempla. Quizá no debe esperarse una revelación atronadora, sino la sencilla evidencia: “El venado se deja guiar por el sonido/ de una vena de agua que viaja entre huizaches.” (“Danza de venado”).

Se han dicho algunas palabras: regreso, tierra, tiempo. Una vena de agua que nos guía al tiempo del mito. A lo fecundo, al riego. La búsqueda de mito significa necesidad de orden natural, el de las estaciones, el tiempo que viene y va. Donde cada fenómeno es daño y beneficio. En el mito, vivir es morir, y morir es dar la vida. No existe la desaparición sino el cambio.
            Hay dos poemas en Del Monte y otras Bestias que tocan el mundo nahua prehispánico, uno de ellos titulado “Leyenda”; además de otros poemas, como los de “Panum”, de tema mitológico griego. En este poema que consta de tres partes numeradas, se habla del nacimiento del Monte. El canto del poeta había hecho nacer las flores de la tierra. El dios consideró el canto y sus consecuencias, castigó al poeta por su desmesura y “de la cascada sonora de tu sangre/ creció el agreste monte que aún te espera.”
            Pero sabemos que los dioses no deshacen el pasado, no deshacen los haceres de nadie sino que transforman sin restituir la forma. Como pone en evidencia el ritmo circular del mito, las cosas se transforman, no desaparecen ni quedan canceladas. Entonces, quizá hay una parte del acto del dios, de su castigo, que no ha sido descubierta. El dios no convirtió en polvo y sequedad al mundo de flores, sino al poeta (quien contiene al mundo): ahora lleva en los ojos aquello que él, el poeta, pretendió desterrar de la tierra. Las acciones del dios, de lo desconocido, son ambiguas; en la consecuencia de su castigo hay oportunidad, por eso el Monte “aún te espera”, porque pide ser habitado. El dios ha pedido que se cante y haga florecer una tierra más recóndita que, claramente, está en los ojos. El poeta Marsias del poema “Panum” tal vez no lo vio, pero el poeta del monte lo canta sin explicaciones, sin preferencias.
            Sea la primera estrofa de “Semilla de lumbre” el desenlace de este comentario:
Sólo un hombre puede sembrar una palabra,
una semilla de lumbre,
que detenga o cambie el curso del tiempo.

Posdata ligera
Dos notas del comentario en la cuarta de forros, escrita por Enrique Silva Rodríguez, poeta chileno. La primera, cuando hace notar que la palabra bestia es andrógina. De repente aparece la imagen de esa bestia que recorrió todo el libro, la bestia que nace del abrazo de la pareja. El Monte y su Bestia: imagen de reconciliación.
            La segunda. El acierto de calificar la voz del autor como “sencillez enceguecida”: todo aparece claro, hay que darle mirar para que sea.

REFERENCIA: León Cartagena. Del Monte y otras Bestias. Culiacán, México: Andraval ediciones, CONACULTA, INBA, 2013. 66 p. (Punto luminoso, XII).

Leonel Rodríguez (México, 1978)
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Cambiante, igual a sí mismo. Acerca de Puzzle, de Óscar Paúl Castro

Por Leonel Rodríguez
(poeta mexicano)




Tomo dos acepciones de Puzzle, según mi diccionario: 1. Algo, un juguete o un juego, que pone a prueba nuestro entendimiento. 2. Acción de aclarar o resolver. En un título de poesía esta palabra nos indica la intención de resolver por medio de la presentación del problema. Las propias palabras son el nudo y resolución.
Algunos poemas de Puzzle de Óscar Paúl Castro (México, 1979) fueron publicados en la antología de poetas Los límites acordados (2000); otros aparecieron en la antología 1979, de 2005, que reunió a cinco poetas sinaloenses o afincados en esa tierra, nacidos en ese año del título. El libro que se comenta aquí es el primero en solitario del poeta. Al leer estos poemas en su forma actual se disfruta en ellos el regusto y la sobriedad de los temas verdaderos de su pluma, también la manera de expresarlos que, al aparecer con leves variantes en el tiempo, sólo fortalecen el sentido y la seguridad de una voz que no grita, más bien labra en no demasiadas, cuidadas, piedras las señales del silencio, del relámpago, de la oscuridad.
         El puzzlement (extrañamiento, intriga) que se alebresta en uno al descubrir en estos poemas lo contrario de la tristeza, desde algo parecido a ella, está expresado en el verso que dice: la luz oscurece aquello que amamos y es efecto de la novedad de las relaciones entre las cosas que nos trae la obra y el reordenamiento de nuestra percepción. La presencia sin más es relación y realidad instantáneas. A esto puede llamársele poesía. Este comentario acerca de Puzzle no pretende agotar su sentido ni las alusiones que despierta y pone en juego. Sin duda se trata de un libro para la relectura; probado por el tiempo, posee la coherencia de las obras que nos permiten participar en ellas haciéndolas espacio de nuestro interior en la forma externa de un libro, de una voz otra.

El libro se divide en tres secciones: “Declaración de sombra”; “Archipiélago”; “Puzzle”. La segunda es un poema dividido en 13 partes de dimensiones que van de las siete líneas –esbeltas-, al renglón único. Su título, “Archipiélago”, ya nos señala su intención de unidad a través de los fragmentos, además de emparentarlo con el título general del libro: partes diseminadas formando una totalidad, piden lo que sólo una contemplación ofrece, que es el sentido de orden, una imagen del todo sólo asequible en el descubrimiento o invención del sentido.
Resolver el acertijo, disolver la extrañeza: separación que nos pone lejos de aquí; nostalgia, como lo muestra el poema o fragmento 4, que se sirve del juego de caleidoscopio hecho célebre entre nosotros por Xavier Villaurrutia. Leamos:

Amor
-haz ido-
ácido
asido
ha sido
el corazón
de la nostalgia

Parece decir que la nostalgia tiene un centro, un corazón que cae y es siempre el mismo en sus transformaciones. El hombre puede decirlo, mas no asir definitivamente, él mismo fugaz. El archipiélago es dispersión que pide ser contemplada como tal: dispersión cuyo centro es mudable, irreconocible. Entonces, la escritura es mostrar lo que hace falta y se aclara el acertijo de la situación:

No hay nada que decir:
fue el silencio
el que me abrió los ojos

Archipiélago. Fragmentos de tierra, de palabras. Incluyen en su nombre el mar que une y separa, ese mar de la contemplación, de vaivén, silencio donde se permite vagar, acercarse a cada una de las playas de estos cantos. Se trata de un poema que enseña su rostro alzándose desde las aguas –pero no del todo. Nos deja a los lectores esa facultad de vagancia que es la última palabra o mirada.
         El descubrimiento de este poema, ¿será la intuición del corazón del hombre, o sea: el hombre, nómada, siempre el mismo, sin que pueda decirse: “ya lo sé”? Y de esto es la nostalgia: del desconocimiento, de la ignorancia. Puede decirse, para recordar por segunda vez al poeta de “Nocturno mar”, que se trata de una nostalgia de la muerte, entendida como aquello que rodea, un antes, un después, un aire entretejido a la isla de vida.

La tercera sección del libro porta el título del mismo. No contiene ninguno de los poemas que aparecieron en las antologías señaladas al principio de este comentario. En las primeras dos divisiones del poemario hemos animado la voz de quien que ha visto el cielo del mundo: visiones del tiempo, verdades patentes, cíclicas. La tercera y última sección, comienza con los “Poemas para una exposición”, donde se reflexiona –es decir, se suaviza, se matiza- acerca del arte y el encuentro. La belleza del decir ha cambiado: de inscripciones en los árboles, en piedras que se leen al remontar o descender, la voz ahora no está enhebrada tan prominentemente con cimas sino con el caminar. La voz parece conversada, es directa, aunque de amplio aliento. Al poeta le importa más que antes la experiencia de haber conocido a otro, la mujer. No habla en abstracción exacerbada, más bien lo hace con voz del que siente venir la sangre y del que ha quedado a solas al retirarse su marea.

Puzzle de Óscar Paúl Castro. ¿Cuál es la trayectoria de este desafío? Los primeros poemas iluminan: relámpagos sin trueno, luces en la noche. Está el tono de quien escribe en la altura; desde ahí advierte los choques de las nubes, sus mudanzas. Puede hablar del olvido y de nadie. Pero no se siente de veras solo; lo acompaña la fuerza que lo ha impulsado a subir y mirar. Habla como prediciendo la trama de la vida allá abajo, en el suelo, en el calor detenido (aunque sea cíclico y no esté definitivamente detenido): donde las apariencias cambian y las visiones certeras se trozan, intercambian lugares. Aquí, en esta vida que se comparte, el olvido tiene importancia; quiere decir que hemos soltado una posibilidad, y ya no se trata de futuro deseado, siempre más allá; se trata de la extrañeza, jubilosa o no, de estar vivo y mirar sin dominio.

REFERENCIA: Óscar Paúl Castro. Puzzle. Culiacán: Andraval ediciones, CONACULTA, INBA, 2013. 78 p. (Punto luminoso, XV).
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Leonel Rodríguez (México, 1978)

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