por Jeremías Marquines
I
Trashumancia libelular de cuño circense,
hacia los ojos de quienes nos odian, vamos sobre la cabeza de un buey feriante.
Ingenuidad explicar, las marchas y contramarchas de los querubes porque estos regresan al Edén en autobuses disparados por varones hediondos a pirotecnia de claustro.
Poco varían los crímenes del amor.
Abandonar debemos construcciones artilladas
para humanizar la tierra.
Muros inspirados en el Espíritu Santo.
Perfeccionar hay que los patios soñadores de la
hierba.
El método volante de las hojas.
Conductas de asedio al romanzal de otoño,
si el solitario se aleona en su aprensión de cornisa enloquecida.
Nada que arruine la aeronáutica del verso, pero
heliotropismo insurrecto tamborilea vientres que hurtan invenciones prematuras.
Pájaros hay del hambre en el ramaje del Sur.
A pesar del oxido y violenta flora, manos hábiles,
descuartizaron animales inolvidables y luminiscentes.
A pesar del amor,
no puedo enderezar viejos males.
Agita el neumático del horizonte sin dar vuelta.
Un pensamiento es mucho en las ciudades frías.
II
Debimos irnos, salir de la pared del Sur con la
indiferencia de una manada de Ñus que judíos parecen.
Somos los únicos adeptos de circuncisos invernaderos,
morder los labios en lo alto del cielo.
Otros no adivinan, como quien se enzarza para esperar
acústico ademán del acordeón, ansían irse ya penantes.
Vasito en que nadie bebe, los que andan idos, allá donde mea la sombra piedras comunes.
Mueca de errático instante, creo que soy, somos.
Ociosidad del precipicio.
Creo que adictos de una dolencia gótica, me canso de rumorear albos ramajes, estancia decrujidos.
Reverberancias de otros jugos, tus piernas hembras, telar que así se mueven.
La extrañación gana.
Me asemejo pasillo asiestado revoloteando tus tetas corticales platinizadas por la luna.
Ese es el meollo, a falta de paréntesis, facineroso barroquismo prende el fósforo de la ida.
I
Trashumancia libelular de cuño circense,
hacia los ojos de quienes nos odian, vamos sobre la cabeza de un buey feriante.
Ingenuidad explicar, las marchas y contramarchas de los querubes porque estos regresan al Edén en autobuses disparados por varones hediondos a pirotecnia de claustro.
Poco varían los crímenes del amor.
Abandonar debemos construcciones artilladas
para humanizar la tierra.
Muros inspirados en el Espíritu Santo.
Perfeccionar hay que los patios soñadores de la
hierba.
El método volante de las hojas.
Conductas de asedio al romanzal de otoño,
si el solitario se aleona en su aprensión de cornisa enloquecida.
Nada que arruine la aeronáutica del verso, pero
heliotropismo insurrecto tamborilea vientres que hurtan invenciones prematuras.
Pájaros hay del hambre en el ramaje del Sur.
A pesar del oxido y violenta flora, manos hábiles,
descuartizaron animales inolvidables y luminiscentes.
A pesar del amor,
no puedo enderezar viejos males.
Agita el neumático del horizonte sin dar vuelta.
Un pensamiento es mucho en las ciudades frías.
II
Debimos irnos, salir de la pared del Sur con la
indiferencia de una manada de Ñus que judíos parecen.
Somos los únicos adeptos de circuncisos invernaderos,
morder los labios en lo alto del cielo.
Otros no adivinan, como quien se enzarza para esperar
acústico ademán del acordeón, ansían irse ya penantes.
Vasito en que nadie bebe, los que andan idos, allá donde mea la sombra piedras comunes.
Mueca de errático instante, creo que soy, somos.
Ociosidad del precipicio.
Creo que adictos de una dolencia gótica, me canso de rumorear albos ramajes, estancia decrujidos.
Reverberancias de otros jugos, tus piernas hembras, telar que así se mueven.
La extrañación gana.
Me asemejo pasillo asiestado revoloteando tus tetas corticales platinizadas por la luna.
Ese es el meollo, a falta de paréntesis, facineroso barroquismo prende el fósforo de la ida.
Jeremías Marquines |
Siempre se encuentra una sorpresa.
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