viernes, 1 de julio de 2016

Once poemas


Por Juan Cristóbal Álvarez
(novelista mexicano)


EL AMOR, LA VIDA

En el indemarcable silencio de la madrugada,
cuando han caído las palabras como chispas de ceniza,
cuando se han deshecho sin esfuerzo todos los nudos,
cuando no queda una sombra de gesto o emoción,
uno escucha de veras
         en esta desnudez del indiviso espacio vivo,
surgiendo del silencio único,
los gorjeos exquisitamente irregulares de los pájaros.
El amor — la vida— es uno: se escucha a sí mismo
         directa, profundamente.


LA FAMILIA DE HENRY THOREAU

Al declinar ya, con un más tenue brillo de luz
en el todavía fibroso e inmaculado blanco de las nubes,
un encendido y rutilante crepúsculo estival
—cuya momentánea gravedad realzaron—;
pero sobre todo al caer la noche,
al notarse de lleno en el aire del jardín frondoso
la tocante magia inesperada del anochecer
(en eso me detuve y quedé inmóvil en mi estudio),
acá y allá, desde su invisible morada,
los pájaros dieron a sus cantos
         las modulaciones infalibles de esa hora,
los acentos más increíblemente delicados,
los más dulces y —esto era claro— puramente gozosos.
A veces era como si el mismo encanto sereno y profundo
de la noche inminente, de su ya reservada oscuridad,
piara  con un leve y siseante sonido alfilerado.
Entre ellos al menos no falla jamás
la fluida y misteriosa plenitud, el cumplimiento.
Luego, suave y casi inadvertidamente,
sin sombra de humo o ceniza,
fueron extinguiéndose.
Ya se habían alojado en el aire,
         en el espacio sin nudos ni relieves,
el brillo y el silencio de la luna.


EL SER

Dejando a su amor dormida y bien tapada,
fue sonriéndose al estudio familiar e iluminado;
pero ni siquiera tuvo el impulso de tomar el libro:
con el ánimo perfectamente tranquilo y silencioso,
oyó afuera,
         en la misteriosa y bella quietud del atardecer,
el ahora más resonante y, sí,
         juguetonamente brioso canto de los pájaros.
Cerró los ojos, simplemente oyendo anochecer
con el alma todavía encantada:
         Esa energía pura, inmaculada,
         existe sólo en el vacío.
Luego se sonrió al advertir la súbita y, sí,
         deliberada y jovial vehemencia
de aquellos últimos gorjeos fugaces:    
Y el sentido de ese canto
         sólo puede venir de ahí, del vacío.



LLUVIA DE INFANCIA

En seco se puso a llover
         —a llover de veras—,
y el fresco, ancho y emocionante airecito  
         de la rumorosa lluvia, irresistiblemente invitadora,
se enseñoreó del pueblo.
Era una feliz lluvia impetuosa e incontenible, casi torrencial, y había
suavidad y alegría en el aire limpio del mundo renovado.


CREPÚSCULO

Anochece ya y en el jardín se oye,
         una y otra vez
(sin despertar apenas mi atención)
la suave y arrafagada voz de la naturaleza:
una rama sacudida, algunos trinos y silbidos, un batir de alas,
y muy luego, de pronto,
sólo unos minúsculos, levísimos gorjeos sutiles, dulces, agudos.
Y también, ya, la blanca redondez de la luna.


UN GRILLO

Anoche un  repentino grillo inubicable
llenó sin miramientos el aire y el corazón con su profundo canto.
A veces su canto se interrumpía, parecía extinguirse en la solitaria oscuridad,
pero muy luego arrancaba de nuevo a cantar.
Por la mañana volvió a tocarme el corazón ver en el suelo
—no fue fácil cogerlo para deshacerme de él—  
el ligerísimo cuerpo incoloro y deleznable del grillo muerto.


A PLENA LUNA

No se oye aún el canto de los gallos,
en las sombras no se percibe ruido alguno
cuando la Luna está aquí.


LA NOCHE EN LA PLAYA

El rumor profundo del oleaje
en la vasta oscuridad del oído solo,
es una imagen real.


ELLA

Su recuerdo, una hoja caediza:
sólo una punzada sorda
en la oscuridad vacía de los años.


EN LA ESCUELA DE NATACIÓN

Un atolladero,
aquella atmósfera pesada, irrespirable;
de golpe la risa en medio del pecho del que nada confiado
en el agua oscura,
debajo del agua oscura, entre confusos brillos de alborozo.
Porque no queda otra,
se dice el intranquilo y receloso corazón que ahora,
contiguo al agua de manera inevitable, imagina al nadador
y la expresión de sereno júbilo en los ojos
conforme se mueve en el agua oscura,
debajo del agua oscura, donde confusas cabrillean
otras risas, de mujeres,
y entrevistos abismos de alborozo —traspasada el alma
desvestida por el ágil, vibrante e invisible rayo
del deseo vivo y desembarazado.
Así lo sospecha la submarina herida, lejos del agua.
Juan Cristóbal Álvarez





LÁMPARA INEXTINGUIBLE

Flamea en la lámpara el oído, no la vista.
Flamea y suena en la hora quieta,
en la lámpara del silencio, en la lámpara de ninguna parte.
Ahí escucha. Ahí está su casa.


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