EL
AMOR, LA VIDA
En
el indemarcable silencio de la madrugada,
cuando
han caído las palabras como chispas de ceniza,
cuando
se han deshecho sin esfuerzo todos los nudos,
cuando
no queda una sombra de gesto o emoción,
uno
escucha de veras
en esta desnudez del indiviso espacio
vivo,
surgiendo
del silencio único,
los
gorjeos exquisitamente irregulares de los pájaros.
El
amor — la vida— es uno: se escucha a sí mismo
directa, profundamente.
Al
declinar ya, con un más tenue brillo de luz
en
el todavía fibroso e inmaculado blanco de las nubes,
un
encendido y rutilante crepúsculo estival
—cuya
momentánea gravedad realzaron—;
pero
sobre todo al caer la noche,
al
notarse de lleno en el aire del jardín frondoso
la
tocante magia inesperada del anochecer
(en
eso me detuve y quedé inmóvil en mi estudio),
acá
y allá, desde su invisible morada,
los
pájaros dieron a sus cantos
las modulaciones infalibles de esa
hora,
los
acentos más increíblemente delicados,
los
más dulces y —esto era claro— puramente gozosos.
A
veces era como si el mismo encanto sereno y profundo
de
la noche inminente, de su ya reservada oscuridad,
piara
con un leve y siseante sonido
alfilerado.
Entre
ellos al menos no falla jamás
la
fluida y misteriosa plenitud, el cumplimiento.
Luego,
suave y casi inadvertidamente,
sin
sombra de humo o ceniza,
fueron
extinguiéndose.
Ya
se habían alojado en el aire,
en el espacio sin nudos ni relieves,
el
brillo y el silencio de la luna.
EL
SER
Dejando
a su amor dormida y bien tapada,
fue
sonriéndose al estudio familiar e iluminado;
pero
ni siquiera tuvo el impulso de tomar el libro:
con
el ánimo perfectamente tranquilo y silencioso,
oyó
afuera,
en la misteriosa y bella quietud del
atardecer,
el
ahora más resonante y, sí,
juguetonamente brioso canto de los
pájaros.
Cerró
los ojos, simplemente oyendo anochecer
con
el alma todavía encantada:
Esa
energía pura, inmaculada,
existe
sólo en el vacío.
Luego
se sonrió al advertir la súbita y, sí,
deliberada y jovial vehemencia
de
aquellos últimos gorjeos fugaces:
Y el
sentido de ese canto
sólo
puede venir de ahí, del vacío.
LLUVIA
DE INFANCIA
En
seco se puso a llover
—a llover de veras—,
y
el fresco, ancho y emocionante airecito
de la rumorosa lluvia,
irresistiblemente invitadora,
se
enseñoreó del pueblo.
Era
una feliz lluvia impetuosa e incontenible, casi torrencial, y había
suavidad y
alegría en el aire limpio del mundo renovado.
CREPÚSCULO
Anochece
ya y en el jardín se oye,
una y otra vez
(sin
despertar apenas mi atención)
la
suave y arrafagada voz de la naturaleza:
una
rama sacudida, algunos trinos y silbidos, un batir de alas,
y muy luego, de pronto,
sólo
unos minúsculos, levísimos gorjeos sutiles, dulces, agudos.
Y
también, ya, la blanca redondez de la luna.
UN
GRILLO
Anoche
un repentino grillo inubicable
llenó
sin miramientos el aire y el corazón con su profundo canto.
A veces su canto se interrumpía,
parecía extinguirse en la solitaria oscuridad,
pero muy luego arrancaba de nuevo
a cantar.
Por
la mañana volvió a tocarme el corazón ver en el suelo
—no
fue fácil cogerlo para deshacerme de él—
el
ligerísimo cuerpo incoloro y deleznable del grillo muerto.
A PLENA LUNA
No se oye aún el canto de los
gallos,
en las sombras no se percibe
ruido alguno
cuando la Luna está aquí.
LA NOCHE EN LA PLAYA
El rumor profundo del oleaje
en la vasta oscuridad del oído
solo,
es una imagen real.
ELLA
Su recuerdo, una hoja caediza:
sólo una punzada sorda
en la oscuridad vacía de los
años.
EN LA ESCUELA DE NATACIÓN
Un atolladero,
aquella atmósfera pesada,
irrespirable;
de golpe la risa en medio del
pecho del que nada confiado
en el agua oscura,
debajo del agua oscura, entre
confusos brillos de alborozo.
Porque no queda otra,
se dice el intranquilo y receloso
corazón que ahora,
contiguo al agua de manera
inevitable, imagina al nadador
y la expresión de sereno júbilo
en los ojos
conforme se mueve en el agua
oscura,
debajo del agua oscura, donde
confusas cabrillean
otras risas, de mujeres,
y entrevistos abismos de alborozo
—traspasada el alma
desvestida por el ágil, vibrante
e invisible rayo
del deseo vivo y desembarazado.
Así lo sospecha la submarina
herida, lejos del agua.
LÁMPARA INEXTINGUIBLE
Flamea en la lámpara el oído, no
la vista.
Flamea y suena en la hora quieta,
en la lámpara del silencio, en la
lámpara de ninguna parte.
Ahí escucha. Ahí está su casa.
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