(poeta mexicano)
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sandovalavila
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y los campanarios
sonaban sordos.
María disponía
sus manteles
ceñidos a otras
memorias
laderas de capirotada y días de
guardar
para
transfigurarlos ante el jolgorio.
La casa estaba
mejor abastecida.
Nunca faltaron
los convidados que llegaban
buscando el
agridulce licor de la feria.
De ningún modo el
silencio petrificó el umbral:
ellos radiantes fulgurantes
se acogían a
nuestra mesa
en donde los
aguardaban
el pan la sal y
el vino.
Hoy miran a su padre por última vez.
Sedentario ante
vientos adversos
su rictus musita
una calma de pantano.
Cuando vivir era
algo poderoso
había una llama
que trenzaba sus rutas
y nunca imaginó
los espantajos que anudan la infidencia
la miseria de tres espejos contra el
lodazal.
Abierta la
ventana danza el hedor a viejo
a anciano de hospital que se resiste
a lluvia centenaria que
lo envuelve.
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