Gaspar
Antillo © Cinemachile
En
la última década, el cine latino ha adquirido una resonancia relevante tanto en
los países de habla hispana como a nivel internacional. Por un lado, Hollywood
ha encontrado en sus directores la inspiración para crear nuevas formas de
contar historias, y se ha aventurado a poner el presupuesto para realizar
éxitos que han tenido un reconocimiento mundial, sobre todo en festivales y
premiaciones, tales como lo más celebrado en la filmografía de Pedro Almodóvar,
Alejandro González Iñárritu, Guillermo Del Toro, Alfonso
Cuarón, entre otros. Pero también existe
un cine latino que, con desafíos económicos y sociales, y debido a la falta de
grandes apoyos y recursos, le interesa mostrar la realidad ignorada y algunas
veces desgarradora del presente en Latinoamérica, y lo ha hecho en películas
como: Whisky, de los
directores uruguayos Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll; Madeinusa, de la peruana Claudia Llosa; La nana, del director chileno Sebastián Silva; Güeros del director mexicano Alonso Ruizpalacios; Relatos Salvajes, del director argentino
Damián Szifron, entre otros.
Una
realidad ligeramente distorsionada de Latinoamérica ha sido dada a través de la
televisión, que con narrativas equívocas, como la construcción de guiones para
telenovelas, ha creado un tipo de comprensión no necesariamente verdadero del
sentido de la existencia, que ha penetrado en la población, hasta el grado de
hacerles creer que comprenden (lo que sea que esto signifique) qué es la vida,
o identificarse con diferentes roles, o ilusionarse con aspiraciones lejanas a
su realidad social, e incluso descubrir qué significa la felicidad, por
supuesto, siempre desde un punto de vista abarcador, colectivo, arquetípico y
prefabricado.
Parecía que la vida cotidiana de Latinoamérica, con sus verdades difíciles y crudas, terminaba por ser motivo de vergüenza y creaba en la población un sentimiento de inferioridad; a partir de placebos visuales y emocionales, las televisoras dictaban nuevas formas ilusorias de comportamiento, a tal grado que la gente de verdad adoptó esas fórmulas para sus vidas: quien alcanza los logros cimentados por las telenovelas ha completado una realización, como lo son volverse rico, casarse con alguien de mejor clase, triunfar en su carrera, y no es un secreto que todo ello podía ser un sinónimo de éxito y de reconocimiento social.
Sin
embargo, toda la percepción de la televisión comienza a cambiar en el Siglo
XXI, primero con la alternativa ofrecida por HBO en televisión de paga, en
donde se modifica el formato de la telenovela por el de la tv serie. Con
producciones como Capadocia, de
México, y Epitafios, de Argentina, la
realidad latinoamericana empezó a ser narrada en géneros estéticos inteligentes
y a la vez entretenidos. El contenido tenía una madurez que requería otra clase
de espectador, o que podía romper con el hechizo de las producciones
manipuladoras. Y segundo, el surgimiento de plataformas digitales que empezaron
a hacer accesible el contenido internacional, dando diferentes alternativas, no
solamente alejadas del formato acartonado y caricaturesco de la telenovela,
sino la oportunidad de ver y entender qué significa la vida en otros países,
cómo habla la población en la calle, las vicisitudes con las que enfrentan la
subsistencia del día a día.
Cuando
comenzaron a surgir los cambios en las nuevas opciones de entretenimiento, a
las televisoras no les quedó otra opción que apostar a la nostalgia y a lo
escandaloso. Fue cuando aparecieron en sus programaciones bio-dramas en series
sobre artistas famosos latinoamericanos, y entre las más vistas Hasta que te conocí la vida, dirigida
por Álvaro Curiel y Rigoberto Castañeda, donde explotaron al máximo aspectos
morbosos de la vida de Juan Gabriel con los que el espectador pudiera sentirse
identificado, o la vida de Jenni Rivera en Mariposa
de Barrio, creada por Rossana Negrín, o la de Luis Miguel, en la serie del mismo nombre dirigida por Humberto
Hinojosa y Natalia Beristáin, que contenían tratamientos similares, o incluso
el propósito de crear empatía con otros personajes populares, no necesariamente símbolos de bienestar, pero
sí de algún logro a perseguir, como lo hicieron al abordar aspectos familiares
y hasta sentimentales de la vida de los narcotraficantes más famosos de
Latinoamérica. Todo esto, más allá de apreciaciones morales, hizo notoria, por
un lado, la falta de creatividad y la urgencia de adaptarse a los nuevos
gustos, pero también la incapacidad de escribir, o incluso de atreverse a hacer
un cambio de fondo en los guiones y en las propuestas que previamente les
dieron éxito el siglo pasado.
El
personaje principal, Memo, vive un autoexilio y se impone a sí mismo un castigo
del que poco sabemos en la primera media hora del filme. Como en un thriller, se van revelando poco a poco
detalles del pasado del protagonista, que permiten construir ciertos porqués de
su situación. El autocastigo en el personaje es sugerido desde el lugar donde
habita, desde la poca interacción que tiene con el mundo, y hasta su abandono
en su aspecto físico. Si en la película El
silencio de los inocentes, el personaje de Jame Gumb se diseñaba un traje
de piel humana para convertirse en mujer con la intención de transformarse en
lo que no es, Memo, con intenciones románticas y quijotescas, roba pedazos de
telas excéntricas para confeccionarse una capa, la cual al ponérsela le permite
soñar con un ideal de sí mismo. Posiblemente para el espectador es una pregunta
constante la de cómo Memo podría alcanzar ese ideal, y si para ello necesita la
aprobación de un público. Antillo más que ofrecer respuestas nos va dando
pistas para que nosotros mismos saquemos las conclusiones.
La
película parece mostrar numerosas simbologías mucho más sutiles, entre ellas,
una canción es el elemento para ligar el pasado y el presente en la vida de
Memo. Sin dar muchos detalles sobre los acontecimientos alrededor de la carrera
infantil del protagonista, como lo serían cómo fue descubierto, cómo impresionó
a los productores, cómo cambio su vida personal, etcétera, la canción, que por
momentos parece un personaje sonoro, en
la película se deja escuchar en momentos
clave de la vida de Memo como una metáfora de lo que pareciera el inicio de su
carrera y el final de la misma. La melodía de Nobody knows I am here, con la cual Gaspar Antillo titula su
película, recuerda de alguna manera la manipulación escandalosa y vergonzosa
con la que se engañó a un numeroso público a través de la canción Girl, you know it’s true, a cuyo
Lip-sync se prestaron Milli Vanilli en 1989 como muñecos de ventrílocuo, lo
cual ha sido recurrente en la televisión y en la industria de la música, y ha
dado grandes éxitos a marionetas por encima de personas realmente virtuosas que
no tienen la imagen que estas dos industrias han vendido, y es ahí donde
Antillo quiere clavar el aguijón en el
ojo del espectador ingenuo. De ahí
también que no sea casual que el título de la película sea el de la canción Nadie sabe que estoy aquí.
Por
un lado la industria de la farándula recurre constantemente a estos recursos
hipócritas y vergonzosos para crear y mantener atmosferas de quimeras, espejos
distorsionados, y una falsedad que puede
salir desde la pantalla hacia la vida cotidiana de ciertas personas.
Paradójicamente, Antillo no deja ninguna pieza suelta, pues usa la misma
canción como el remedio liberador de su protagonista, quien, en su permanente
anonimato, no necesita de reflectores, ni de luces o cámaras para salir del
castigo que se ha impuesto, y hasta podría ayudarle a iniciar un nuevo capítulo
de su vida.
Hasta
dónde un recurso artístico como el cine es capaz de mostrar la interioridad de
un ser humano, hasta dónde puede penetrar en la intimidad. Antillo usa como
otro de los aspectos relevantes de su filme una austeridad en el guion, trata
de omitir detalles de cómo es que las cosas pasaron, como si se tratara de una
oposición a las propuestas narrativas descritas anteriormente sobre las
biografías de personalidades famosas, alejándose del chisme y lo alborotador,
para acercarse a algo más profundo y podría decirse un tanto sublime o cargado
de connotaciones existenciales. Pero con esta austeridad de elementos en el
guion también busca dejar preguntas sin responder, como si fuesen migajas de
pan en el camino, y por medio del género del thriller logra que la audiencia participe y complete las
conclusiones con su entendimiento.
La historia de Memo es la marioneta, y detrás de los hilos está el reconocimiento del miedo al fracaso, de las dificultades de enfrentar a temores empolvados, donde se da relieve a la sugerencia de que la felicidad no está en rehuir a esos eventos, sino en el camino que se recorre para exorcizarlos.
Hasta
dónde los seres humanos nos hemos vuelto dependientes de las historias que nos
presentan la televisión, los libros, el cine, la música para hacernos sentirnos
a gusto o disconformes, hasta dónde nos dejamos manipular por el mundo en el
que vivimos. ¿Habrá sido esto lo que el aguijón de Antillo nos ha querido
decir?
Leticia Maya. Nació en la Ciudad de Madero Tamaulipas, México. Desde muy temprana edad se sintió atraída por el cine; sin embargo, es hasta después de haber cursado la carrera de Diseño Gráfico, y mientras realiza estudios de posgrado en Arte, que retoma con profesionalismo y seriedad una tercera vía no académica como ensayista, y, más que hacer crítica de cine, siente interés por observar las posibles aproximaciones que el cine ofrece para entender el presente. Leticia Maya dirige la página El Rizoma en elrizoma.net, un cuaderno digital de cultura y análisis.
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