miércoles, 1 de noviembre de 2023

Los marcianos, ¿llegaron ya?

Por José Manuel Recillas
(poeta mexicano)




Audiencia en el Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica
Recientemente entró a la esfera pública, una vez más, el tema de los extraterrestres, esta vez debido a dos asuntos relacionados el uno con el otro, y a los cuales me referiré a continuación. El primero corresponde a testimonios presentados en una audiencia del Con-greso de los Estados Unidos por parte de dos testigos de una indiscutible autoridad. El segundo, desatado por este, fue la presencia del principal promotor de las teorías de visitas extraterrestres y fenómenos simi-lares, quien se presentó en una audiencia en el Con-greso mexicano para presentar, como sus pares en el estadounidense, lo que él denominó la evidencia in-controvertible de restos de momias cuyo origen extra-terrestre, según él, no puede ser negado.

Aunque los más conspicuos voceros de las distintas teorías en torno a la vida extraterrestre y su influencia en el desarrollo de las culturas y la evolución del ser humano sobre el planeta no sólo suelen ser personas de muy dudosa rectitud, e incluyen toda clase de pintorescos personajes, por decir lo menos, convendría tomar sus afirmaciones o argumentaciones un poco en serio, al menos por una vez, para después seguir con nuestras actividades. Hay que recordar, después de todo, que Carl Gustav Jung en “Un mito moderno. De cosas que se ven el cielo” (Obra completa, vol.10, Trotta, Madrid, 2001, p.287 ss.), y Octavio Paz en “Inteligencias extraterrestres y demiurgos, bacterias y dinosaurios” (Obras completas, tomo 2, Excursiones/Incursiones. Dominio extranjero, FCE, 1994, p.417 ss.) le dedicaron al tema al menos una vez su propia atención. Así que, ¿por qué no hacerlo nosotros?

es como si los extraterrestres reconocieran que el único país en la tierra es EUA
Vayamos al primer caso. ¿Qué es lo que se dijo en esas audiencias del Congreso en el país vecino y en qué contexto se dio? Fue en una audiencia sobre te-mas de seguridad nacional y fronteras en la cual, ba-jo juramento, dos testigos rindieron testimonio, y de dichas declaraciones se puede colegir que en el marco del mismo sistema judicial estadounidense tales testimonios serían inadmisibles, pues lo que declararon a los congresistas fue en todo momento un testimonio de terceros, oído o comentado a ellos, pero no visto o experimentado por ellos mis-mos. Es la primera vez que dichos asuntos, lo que antes se denominaba platillos voladores, y después ovnis, llega a la máxima tribuna del país vecino. Pero en términos del contenido de las declaraciones, no hubo ninguna gran revelación ni evidencia tangible presentada que las sustentase. Nada que no supiéramos ya por medio de los estrambóticos personajes que defienden semejantes hipótesis.

De forma paradójica, si bien la reacción inicial a dichos testimonios fue igualmente estrambótica, más estruendoso ha sido el silencio subsiguiente. Porque, de alguna manera, no sólo ya sabíamos todos lo que allí se dijo, sino que tampoco era tan importante como pensaban y piensan sus voceros. Las razones son muy claras: por un lado, estos voceros del fenómeno ovni, de la visita y presencia extraterrestre en nuestro planeta han sobresaturado el espacio cultural pop con programas de alto presupuesto, y una cauda casi interminable de seguidores que crean contenidos similares en YouTube, más sensacionalista siempre que con argumentaciones serias; por el otro, más allá de las teorías de la conspiración, nunca ha habido una sola evidencia física que sustente tales afirmaciones, y esta ocasión no fue diferente. Si los extraterrestres alguna vez dejaron alguna prueba de su paso entre nosotros, los defensores de dichas teorías no han sido capaces de mostrar la evidencia. Y lo mismo pasa con casi cualquier fenómeno del mismo tipo: Pie grande, el monstruo del lago Ness, etcétera. Ahora tenían la oportunidad de hacerlo en la máxima tribuna del Imperio, lo mismo que en la de México, y no pudieron presentar una sola evidencia. Un total camachazo.

El asunto de si hay o no vida extraterrestre implica muchas aristas, e incluso antes de hablar de posibles seres o de su lugar de proveniencia, habría que preguntarnos cuestiones sobre nosotros mismos, sobre lo que ese tema de conversación implica, o refleja de nuestra mentalidad. Porque en realidad, pese a las estrambóticas declaraciones de los defensores de semejantes teorías en torno a los hipotéticos seres que llevan cientos de miles de años visitándonos, interviniendo una y otra vez en asuntos humanos sin haber dejado una sola tarjeta de presentación, lo cierto es que no sabemos nada de ellos. En cambio, sí sabemos o podemos saber algo de nosotros mismos a partir de tales teorías, por absurdas o ridículas que nos puedan parecer. La ciencia no parte de supuestos inamovibles, irrefutables, como pretenden estos autodenominados teóricos, sino de la prueba y la experimentación, discriminando entre los errores o interpretaciones parciales. Así con estas mismas teorías debe proceder la ciencia.

¿Hasta dónde nos entendemos a nosotros mismos?
Más allá de relevantes cuestiones psicoló-gicas, incluso sociales en torno a las teorías de los antiguos astronautas, como las lla-man sus defensores, me parece relevante señalar que, en estos temas, lo que subyace es el asunto de la comprensión del mun-do, del entendimiento humano. En térmi-nos kantianos significa tener una visión interesada sobre el mundo, a fin de enten-derlo, observar los problemas y obstáculos que lo pueblan, y hallar una respuesta, una solución a los desafíos planteados. Eso es lo que la especie humana ha hecho desde sus inicios: entender la complejidad del mundo que lo rodea. Dichos problemas requieren muchas veces explicaciones complejas. Complejas en principio, pero una vez asimilada la teoría o explicación, y su lenguaje, podrá percibirse que no era tan complicado entender su funcionamiento, dado que nuestra propia mente debe esforzarse por asimilar tanto la teoría como su lenguaje. La mente misma del individuo se desarrolla y crece en su comprensión de las redes de todo tipo que lo rodean, y su comprensión del mundo se vuelve más clara. El esfuerzo que ese entendimiento implica vale la pena.

Una y otra vez oímos que los defensores de esta explicación del pasado humano señalan que los antiguos pueblos humanos carecían de la tecnología necesaria para elaborar los templos y construcciones que nos siguen asom-brando. La tecnología no es un regalo del cielo, como pretenden estos teóricos, algo ya dado, sino un desarrollo que conlleva esfuerzo, prueba y error. Afirman, también, que diversos símbolos y elaboraciones culturales son tecno-logía mal interpretada. Dicen también que la ciencia no ofrece respuestas para muchas de esas cuestiones, y que la única explicación posible para esos productos culturales es la intervención de seres extraterrestres. Literalmente, la aparición de un Deus ex machina que explique lo que según estos teóricos no tiene explicación por la ciencia ortodoxa. Y aquí vemos otro asunto no contemplado por estos heterodoxos teóricos: su total incomprensión de qué es la ciencia y cómo opera en el mundo real. Porque para ellos, lo que sabemos por la ciencia es palabra grabada en mármol, inamovible, y que los propios científicos se niegan a modificar o contrastar… con sus extravagantes teorías. Para ellos, la ciencia es un fin, no un trayecto.

Las creaciones humanas está ahí desde el inicio de los tiempos
Según ellos los antiguos pueblos humanos carecían de elementos tecnológicos, y por consiguiente inte-lectuales, para movilizar rocas enormes, erigir edifi-cios monumentales y alinearlos a la perfección con el mapa estelar, construcciones asombrosas y proyectos arquitectónicos impensables para lo que pretenden es un atraso cultural e intelectual que los incapacita para ser no más que peones en un juego intergalác-tico del que apenas sabemos algo. Por otro lado, para ellos la ciencia no ha respondido a muchos aspectos que parecen inexplicables con respecto a esos monu-mentos. Es decir, ni los hombres de hoy ni los del pa-sado han sido o son autosuficientes para realizar cualquier proyecto ni tienen ni han tenido la capaci-dad intelectual para hacerlo. Para ellos, la única explicación, siempre, es la intervención sobrenatural, y por ende indemostrable, de seres extraterrestres en el desarrollo humano.

Lejos de compartir no sólo el entusiasmo de los llamados teóricos de los antiguos astronautas, me parece difícil, si no imposible, tomar seriamente sus postulados. La razón principal de mi parte tiene que ver no con los posibles extraterrestres, que por sí mismo es todo un tema, sino con la percepción que tienen de lo que es el ser humano y de sus herramientas conceptuales, tanto físicas como intelectuales. Basta observar la simplicidad de la argumenta-ción de estos mal llamados teóricos, con cualquier texto que aborde el asunto de la evolución humana y el desa-rrollo de su capacidad intelectual. Ni siquiera con respecto a la inteligencia humana, que de acuerdo con ciertos estudios, se pueden distinguir ocho tipos distintos; unas de tipo unitaria, por decirlo así, como la musical, la interpersonal, la naturalista y la intrapersonal, y otras complejas, como la viso-espacial, la lingüístico-verbal, la lógico-matemática y la corporal-cinética. También repiten que el ser humano no utiliza todo su potencial cerebral, que según estos teóricos, y otros como ellos, apenas alcanza diez por ciento. Tal afirmación, sin el menor sustento o validación científica llegó incluso a la pantalla en 2014 en la película de Luc Besson Lucy, cuya estrambótica premisa era justamente esa: «Una persona normal usa diez por ciento de su capacidad cerebral, ella está a punto de alcanzar el cien por ciento», afirmaba el cartel de semejante churro.

Todo ello es falso, pues está demostrado, según los más recientes desarrollos de la neurociencia, que el hombre de hoy en día utiliza cien por ciento de esa capacidad, y que eso no es muy diferente de lo que eran capaces los seres humanos de hace cien mil años. Lo que la investigación en neurociencias demuestra es que el ser humano ha tenido siempre la misma capacidad intelectual, es decir que nuestros antepasados eran tan inteligentes como lo somos nosotros. Por tanto, su capacidad de análisis y resolución de problemas era idéntica a la que mostraría cualquiera hoy en día, con una ventaja adicional: la ausencia de distractores, característica de nuestros días, lo que les permitiría dedicar toda su atención a un problema y hallar una solución. Eso echa por tierra cualquier teoría sobre intervención extramundana, tal y como proponen los teóricos de los antiguos astronautas.

Que la ciencia no haya aún dado respuestas satisfactorias a ciertas cuestiones evolutivas y a ciertos desarrollos tecnológicos de etapas antiquísimas en la evolución humana no significa que no la habrá. La ciencia no hace ni pretende hacer afirmaciones absolutas, como afirman los defensores del procedimiento narrativo del Deus ex machina. Tampoco evade la complejidad del mundo proponiendo trucos salidos de
Los promotores de fantasías juegan con el temor de la gente
una chistera, como los teóricos de los alienígenas ancestrales. Sus respuestas están, siempre, sujetas a revisiones y comprobaciones, por lo que la historia nunca está escrita del todo, como suponen los teóricos de los antiguos astronautas.
Conviene señalar, una vez más, que no es un asun-to menor la posible existencia de vida extraterrestre. El punto es que antes de preocuparnos por ella y por todo lo que ello implica, primero tendríamos que ver las teorías que la sustentan y lo que hay de-trás de sus postulados, puesto que no hay evidencia de presencia de seres de otro planeta en el nuestro, por más que haya fotos y videos de objetos extraños en el cielo. De esas visiones es exagerado concluir algo más allá de los objetos mismos.

El discurso de estas teorías ha cambiado con el tiempo, y es evidente un intento por rodearlo de un aura de cien-tificidad, de respetabilidad, y con cada avance científico la teoría misma se adapta y adopta elementos discursivos de la ciencia ortodoxa, a la que al mismo tiempo se sataniza y se le estigmatiza por no tomarla en serio y por, según los defensores de esas estrambóticas teorías, ocultar descubrimientos o negar lo que desde allá se proclama.

Creo que se puede afirmar, sin mucho asomo de duda, que dichas teorías sobre la vida extraterrestre y su inter-vención en nuestro planeta dice más sobre nosotros mismos, seamos o no creyentes de ellas, que sobre los posibles extraterrestres. Hablan sobre nuestro deseo de no estar solos en el universo, sobre nuestra inmadurez planetaria, lo cual explica por qué, según estos teóricos, dichos seres siempre intervienen en el desarrollo humano; pero también tanto de un afán destructivo como constructivo que como especie ha mostrado la humanidad. Al mismo tiempo hay asomos de un firme deseo por trascender nuestra condición finita y lábil. En general, como ya hemos señalado, hay un deseo por explicar fenómenos complejos con hipótesis simplistas. Es evidente que la mentalidad de los pro-motores de estas teorías no entiende la complejidad del mundo, subestimando, siempre, la inteligencia humana, que como ha demostrado la neurociencia y la antropología, es la misma desde hace miles de años, y que el hecho que la ciencia no tenga aún respuestas para el porqué de ciertos asuntos no significa que no la haya. Esos teóricos deberían dar más crédito a los pueblos originarios, no europeos, o europeos también, más del que están dispuestos a otorgarle. En ese desprecio hacia lo que ellos llaman nuestros antepasados, hay una suerte de colonialismo o im-perialismo muy peligroso, heredero de la visión imperialista europea que tanto dañó y sigue dañando y expoliando regiones enteras del planeta como si fueran de su exclusiva propiedad. Es comprensible que dichas teorías se hagan eco de todo el mundo cultural europeo tanto como de la superficial y efímera cultura pop hoy prevaleciente. Son esas áreas grises, y a veces francamente oscuras, negras, las más peligrosas y contra las cuales uno debe alzar la voz, lejos de encogerse de hombros y despreciarlas por su carácter fantasioso y a veces francamente caricaturesco.

Aquí sólo puedo expresar mi propio sentir respecto de estas teorías y deseos subyacentes, y es mi convencimiento de que estamos absolutamente solos en el universo. No hay nadie más allá de esta pequeña esfera azul en la cual vivimos. Aquí está lo que amamos, se cumplen o frustran nuestros deseos, se llevan a cabo nuestras batallas. Sólo existe ese gélido y negro vacío universal en el que se mueven planetas y estrellas. Es muy significativo que tales teorías sobre visitas extraterrestres a nuestro planeta nos ubiquen como el centro de su interés, indemostrado e indemostrable, y que esos supuestos visitantes utilicen no sólo enormes recursos para atravesar inimaginables distancias y usar un tiempo inconmensurable para viajar a un planeta que de haber sido visto por dichas inteligencias tuvo que ser en etapas de desarrollo planetario en el que nada indicara algo que los moviera a invertir tal tiempo y cantidades de recursos para atravesar el vacío entre ellos y nosotros. Esta suerte de neo-geocentrismo implícito en tales teorías recuerda el heliocentrismo del pasado que dominó la mente humana durante siglos. Podemos ver que, una vez más, tenemos una teoría que pone a la tierra como el centro del universo, en vez de ser, como es, una diminuta mota de polvo en medio de la nada.

Los estrafalarios y a veces divertidos voceros de lo extraterrestre
Si la teoría de los antiguos astronautas ha ganado alguna batalla, sería la de la herme-néutica cultural. Como ninguna otra teo-ría científica, ha logrado llegar a millones de personas y ofrecer explicaciones, con las que no estoy de acuerdo en la mayoría de los casos, sobre la complejidad del mundo. Es como los cuentos de hadas, como los re-latos para niños: simple y edulcorado, lleno de fantasía y ofrece una tranquilidad para ir a dormir. Pero al despertar, la complejidad del mundo sigue ahí. Al mismo tiempo, me parece que también hay detrás de ellas un firme deseo de trascendencia, algo perfecta-mente humano con lo que todos podemos identificarnos. De allí su éxito. Más allá de sus estrafalarios y a veces divertidos voceros, es ese deseo de trascendencia subyacente lo que me hace no despreciarla de manera olímpica.

Es allí donde la discusión y la reflexión en torno a estos asuntos debería centrarse: en la interpretación cultural, no en si hay o no vida extraterrestre, y si nos visitan desde tiempos de los dinosaurios, porque no hay la más mínima evidencia de tales visitas ni restos arqueológicos de ningún tipo que apoye tales argumentaciones.
Y acaso lo más serio en todo al tema de los extraterrestres sea la manera en que muchos de sus voceros, si no es que todos, incurren, en los casos más favorables, en verdades a medias, cuando no en abiertas mentiras, a groseras manipulaciones de la evidencia en los casos más graves. Eso es exactamente lo que se vio en el segundo caso al que deseo referirme, el de la visita a una audiencia en el Congreso mexicano por parte del más conspicuo promotor de dichas teorías entre nosotros. Como en el caso de la audiencia en la misma tribuna de nuestros vecinos, no hubo realmente ninguna revelación digna de mención. E igual que aquella, es importante subrayar que no se dio en el pleno del Congreso, es decir frente a todos los representantes populares, sino en una audiencia pública frente a un grupo reducido de congresistas en Estados Unidos, y en México frente a un solo diputado en una audiencia fuera de todo protocolo o agenda legislativa. Si la audiencia de los testigos en el Congreso de Estados Unidos no produjo la reacción pública, en prensa, que esperaban aquellos, la de México fue aún más lamentable, más decepcionante, puesto que el periodista de marras más que un testigo de nada, es un manipulador y mentiroso contumaz, públicamente conocido por su mendacidad intelectual, y cuyo desprestigio es prácticamente universal.

Igual que en sus programas televisivos, el cinismo con que se mueve y la manipulación y abiertas mentiras que retratan su mendaz proceder quedaron exhibidas en público. Más tardó él en presentar sus evidencias, momias extraterrestres, apoyadas en un dictamen científico de carbono 14 de la máxima casa de estudios del país, la UNAM, que esta misma en deslindarse de sus aventuradas conclusiones. Y más grave aún, como en el caso de la teoría de los Anunakis, sustentada sobre una traducción hecha por un vendedor de seguros que, como otros mu-chos charlatanes de su misma ralea, mienten descaradamente y no les importa el daño provocado a la verdadera labor científica y de investigación, mienten cuanto haya que mentir y manipulan cuanto haya que manipular con tal de salirse con la suya. Es un comportamiento que desde el siglo XIX, y quizá mucho antes, usan los embau-cadores para enriquecerse a costa de incautos e ignorantes.

Ya se ha demostrado que las momias extraterrestres que este periodista presentó en una sala del Congreso mexicano son un fraude detrás del cual está el saqueo arqueológico en Perú, es decir la destrucción de la riqueza cultural de un país que es de nuevo saqueado por gente sin escrúpulos y que en realidad debería estar tras las rejas. Es increíble que un diputado se haya prestado al circo mediático de alguien con semejante infamia
Evidencias incontrovertibles
personal y desprestigio, públicamente conocida, para ahora poder afir-mar que sus hallazgos y teorías cuentan con el aval del gobierno mexicano y de sus institucio-nes científicas. 
Con todo, el resultado de ambas audiencias en términos de publicidad mediáti-ca no terminó con lo que esperaban sus pro-motores. En ambos casos, la sobrexplotación y la saturación mediática provocada por ellos mismos operó en su contra. De tanto alertar sobre el lobo, como en el cuento, cuando apa-reció finalmente, resultó que era falso, y que no había lobo. Es verdad que el público en redes sociales reaccionó con entusiasmo digno de mejor causa. Pero el hecho es que no hubo gran revelación, no se detuvo el mundo en torno a lo que en el fondo sólo es, en el mejor de los ca-sos, puro entretenimiento, y en el peor, abierta manipulación. Lo que probablemente espera-ban los teóricos de estas estrambóticas teorías es que después de esas audiencias públicas en los Congresos de dos países vecinos no se ha-blara de otra cosa, que la ciencia entera se rin-diese ante lo que ellos suponen son evidencias incontrovertibles. En lugar de eso, la discusión ocupó temporalmente las planas de los periódi-cos y espacios marginales de no más de tres mi-nutos en noticieros en televisión y radio, y todo el asunto regresó al medio mismo que le ha da-do cabida, los conspiracionistas de siempre, los mismos creadores de contenido en YouTube que lo mismo dan cabida a toda clase de excentricidades, desde extraterrestres hasta fallos en la realidad, entes malignos, fenómenos paranormales y toda clase de espectáculos fraudulentos.

¿Hay vida extraterrestre en la inmensidad del universo? Es probable que sí. ¿Es vida inteligente? Depende de cómo y qué se considere vida inteligente. ¿Se parecerá a nosotros? No creo que lleguemos a saberlo nunca. Y en última instancia, me parece irrelevante. La única vida que debe importarnos no es una hipotética en sistemas estelares a millones de años luz de distancia, sino la que tenemos aquí, a la mano, a la vuelta de la esquina, aquella que podemos ver a los ojos y tenderle la mano. Otra vida más allá de esa no me interesa en lo más mínimo, ni debería ocupar nuestro tiempo y esfuerzo. ¿Para qué queremos establecer unas relación con una hipotética vida más allá de nuestro mundo, cuando no somos ni hemos sido capaces de convivir armoniosamente entre nosotros?

9 de agosto de 2023

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