lunes, 20 de noviembre de 2023

Porque son de la sustancia música del sueño. Crónica de un festival

Por José Manuel Recillas
(poeta mexicano)



La poesía nunca es noticia. Quizá lo que la rodea, lo que le pueda suceder a alguno de quienes la ha-cen posible, la muerte o un premio. Pero la poesía nunca es noticia. En septiembre de este año se llevó a cabo el Festival de Poesía Manuel Andrade 2023. No es exagerado señalarlo como el evento literario del año en México. Encuentros literarios hay mu-chos no sólo en Ciudad de México, sino en otras ciudades, vinculados a ferias del libro y eventos si-milares. La actualidad literaria, cualquiera esta sea, suele ser el centro sobre el que gira la actividad en ellos. Y en la mayoría de los casos, los resultados dependen de la inversión financiera que la soporte. Sin que haya un criterio claro, incluso si se invita a un estado o ciudad del interior de la república, o un país en ciertos casos como la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, por lo general lo que se ve en esta clase de encuentros es lo que en el lenguaje po-pular mexicano se llama de dulce, de chile y de manteca, para señalar la revoltura y la falta de un criterio claro en la selección de participantes en dichos eventos. 

En septiembre de 2022 se cumplían cinco años de la muerte de Manuel Andrade, poeta miembro fundador de la Academia Mexicana de Poesía (AMEXPO), y a instancias de la entonces directora de Literatura del INBA, la ma-estra Leticia Luna, le propusimos conmemorar la fecha con el establecimiento y celebración anual de la Cátedra Manuel Andrade en Poéticas Contemporáneas, la cual serviría de marco general para las actividades que la AMEX-PO desarrollaría a partir de ese momento.

El festival en 2023 ha sido, sin duda alguna, el evento más importante realizado por la Academia desde su fundación —en enero de 2016, y su presentación en sociedad, en sep-tiembre de ese mismo año en Casa del Poeta Ramón López Velarde—. Su origen se remonta a conversaciones que tuve en 2015 en casa de Manuel Andrade cuando, después de impartir un curso sobre el Fine de siècle o Weltende vienés, le propuse fundar la Academia. De esas reuniones en su ca-sa surgieron prácticamente todos los proyectos que desarro-llaríamos en el futuro, los cuales quedaron, temporalmente, interrumpidos o en pausa por su inesperada muerte en sep-tiembre de 2017. No es de extrañar que haya sido septiem-bre el mes elegido para celebrar el festival de poesía que honra su memoria y mantendrá vivo su nombre.

Pero un festival no es cuestión de hacer un listado de poetas e invitarlos sólo por el prurito de reunirlos. Si bien la idea de Manuel era diferente a lo que él propuso y después, ya fundada la Academia, se habló y discutió en su seno, al final resultó algo muy distinto, por razones que expondré a continuación. A raíz de su muerte, se volvió impe-rativo mantener vivo el espíritu intelectual y creativo que siempre animó el proceder y el pensamiento de Manuel. En la quinta mesa del Festival, Adolfo Castañón celebró que el establecimiento de la Cátedra Manuel Andrade estuviese centrado en eso que denominamos poéticas contemporáneas, algo que, recordó Castañón, le interesaba a Manuel de manera muy concreta: la vida y la obra de los poetas, así como su pensamiento. La Cátedra anual, la cual inauguré en noviembre de 2022 con una conferencia sobre una nueva teoría del genio surgida de la propia poesía de Manuel, es el marco intelectual sostén de toda la actividad de la Academia, la cual se halla definida en su Acta constitutiva, incluyendo la apertura de su canal de YouTube.


A este último respecto, es importante traer a colación lo que señalé durante la inauguración del Festival, recor-dando que todas las actividades que la AMEXPO ha llevado a cabo desde 2022 las habíamos hablado y discutido en sesiones de la Academia: 

En una de esas sesiones surgió la propuesta de hacer videos breves y atractivos sobre poemas mexicanos diri-gidos a la juventud. Manuel de inmediato atajó la propuesta y dijo: «No, no. La poesía es un asunto aburrido y así debe permanecer». Con esta paradójica observación Manuel quiso decir que la poesía no pertenece al mundo inmediatista de las redes sociales del entretenimiento y la información superficial y sensacionalista que puebla el mundo actual, haciéndose eco de las advertencias que hiciera en su momento Walter Benjamin en su clásico ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica característica de las sociedades de masas contemporáneas.

Es importante recordar estas palabras porque una de las cualidades de Manuel Andrade, resaltadas por Adolfo Cas-tañón, pero también por otros poetas que lo recordaron en sus respectivas mesas, era la de pensar y hacer del pen-samiento una herramienta de análisis y comprensión del fenómeno poético, y las diversas actividades que la suelen acompañar. Para recordar y mantener viva la memoria de nuestro miembro fundador el Festival se organizó de acuerdo con un perfil poético muy específico, concreto, el cual se dejó en claro durante la inauguración del mismo


y que denominamos el del poeta total, aquel que además de escribir poesía escribe ensayos, reflexiona sobre la poe-sía misma o sobre la obra de otros, sobre sus relaciones con otras disciplinas, reevalúa obras de otros autores, edita libros o revistas, hace traducciones, dialoga con la tradición, y con su actividad reconfigura el mapa de la poesía. Ba-jo ese criterio se hizo una selección de poetas cuya actividad se enmarca en ese perfil y representan distintas encar-naciones de esa imagen de creador, cuyo más acabado retrato es el de Octavio Paz, de quien este año se conme-moraron veinticinco años de su muerte, no menos que la del mismo Manuel Andrade.

El origen de este criterio no está sólo en conversaciones con el propio Manuel Andrade. En marzo del presente año, y con una diferencia de apenas dos semanas, o semana y media, en reuniones con Víctor Manuel Mendiola prime-ro, y después con Mariana Bernárdez, hablábamos de la sorpresa de ver el estado en que se encuentra la poesía me-xicana premiada y promovida desde los espacios oficiales del Estado mexicano, y del ocultamiento que la figura y labor de Octavio Paz ha ejercido sobre la labor de muchos poetas debido a su peso e influencia —no debe en nin-gún momento entenderse eso como un reproche o crítica al poeta, sino la constatación de un hecho específico—; Carlos López Beltrán y Pedro Serrano subrayan otro vicio entre nosotros en el extenso prólogo a su antología 359 Delicados (con filtro)
Octavio Paz
, cuando afirman que «no ser leído o ser leído con condescenden-cia es el peor de los desdenes. Y no tener la seguridad de que se valora la obra y más bien se sospecha que es la persona y su fun-ción social (retórica) de poeta en turno lo que pesa en las unciones recibidas no debe de ser una buena cosa para la estabilidad psíquica, sospechamos. Octavio Paz contó en una carta que su libro ¿Águila o sol? no mereció una sola crítica en el momento en que apareció. ¿Cuántos de los libros que hemos leído han corrido con la misma pena y la misma gloria?». Allí mismo señalaban su oposición a «la fama de boca en boca, distorsionada por un amiguis-mo contractual. La acumulación de prestigio a través de becas, puestos, control de medios, colecciones estatales, universitarias sobre todo».

Todo ese desasosiego climático-cultural nos llevó a partir de un principio distinto en la elaboración del Festival de Poesía Manuel Andrade. No los nombres que deben estar, editores y funcionarios públicos de toda ralea, posibles jueces de premios y becas, o editores y traductores de nombre pero no de obra, no el prestigio y visibilidad que dan los cargos públicos o las becas y premios, no el pago anticipado o postergado de favores, deudas o relaciones públi-cas al amparo del presupuesto público, sino la obra es lo que determinó la elección de los participantes en el Fes-tival. Con esa idea en mente, se buscó una sede primero, y se invitó a un grupo de poetas después. Para ello conta-mos con el consejo y apoyo de Víctor Manuel Mendiola y Eduardo Hurtado, quienes sugirieron nombres y nos brindaron, en algunos casos, los contactos necesarios. Después, se armó cada mesa con criterios similares, es decir establecer un perfil para cada una y así ordenar la participación de cada invitado en un contexto claro y específico. Finalmente, se estableció también una frontera o límite espacio-temporal a partir del cual se restringió el universo de posibles convocados. Ese parámetro, inflexible, fue el de treinta y cinco años de trayectoria mínima, lo cual supone una edad mínima de entre 55 y 58 años de edad, que en los hechos significa realmente sesenta años, con todo lo que semejante límite implica.

José Manuel Recillas y Aura María Vidales
De tal modo que los poetas invitados fueron los siguientes, en estricto orden alfabético: Cosme Álvarez, Adolfo Casta-ñón, Luis Cortés Bargalló, Evodio Escalante, José María Espi-nasa, Fernando Fernández, Kyra Galván, Alicia García Ber-gua, Olga Gutiérrez, José Homero, Eduardo Hurtado Mon-talvo, Carlos López Beltrán, Víctor Manuel Mendiola, Ange-lina Muñiz-Huberman, Silvia Pratt, Vicente Quirarte, José Luis Rivas Vélez, Francisco Segovia, Francisco Serrano, Pedro Serrano, Félix Suárez, Ruth Vargas y Verónica Volkow. Y co-mo comodines de lectura, en la posible ausencia o falta de al-gún participante por causas de fuerza mayor, los coorganiza-dores del evento, Aura María Vidales, de Mar y Sal, María y Salomón de la Selva A.C., y un servidor por la AMEXPO. 

Se estableció siete mesas de lecturas, cuatro por semana, y a cada mesa un título, más que un asunto o tema, pues no se trataba de conferencias o exposiciones, con la excepción de la segunda mesa, dedicada a recordar y homenajear a Manuel Andrade. Como se puede ver en el cartel con la programa-ción del festival, la idea del título de cada mesa era la de aco-tar y presentar poetas que tuviesen elementos comunes en su trabajo, más que la de impartir reflexiones o conferencias so-bre dichos temas. Ya establecidas las mesas, se eliminó todo elemento decorativo o distractor usual en otros eventos similares, como cantantes o instrumentistas, así como el uso de moderadores, lectura del currículum o trayectoria de los poetas, y se pasó directamente a la lectura que a cada cual tocase.

En términos generacionales, el Festival abarcó cuatro promociones de escritores, que va desde la generación de medio siglo, miembros de la emigración española, con Angelina Muñiz, nacida en 1936 en Hyères, Francia, hasta Cosme Álvarez, nacido en Ahome, Sinaloa, en mayo de 1964. En medio están dos promociones o generaciones re-presentadas por Ruth Vargas (Culiacán, 1946) y Evodio Escalante (Durango, 1946), Silvia Pratt (1949), Francisco Serrano (1949), José Luis Rivas (Tuxpan, Veracruz, 1950), Eduardo Hurtado Montalvo (1950), seguidos de Olga Gutiérrez Galindo (Torreón, 1951), Adolfo Castañón y Luis Cortés Bargalló (1952), Alicia García Bergua y Víctor Manuel Mendiola (1954), Verónica Volkow (1955), José María Espinasa, Carlos López Beltrán y Pedro Serrano (1957), Francisco Segovia y Aura María Vidales (1958), seguidos de Félix Suárez (1961), José Homero (Minatitlán, Veracruz, 1965), Fernando Fernández y un servidor (1964), estos últimos como los representantes de eso que mejor sería llamar generación de entre siglos más que nacidos en los sesenta, pues la fecha de nacimiento no indica nada que no esté vinculado al mero azar de los hechos, mientras que la actividad del poeta implica otras cuestiones conscientes.

José María Espinasa y Angelina Muñiz-Huberman
La reunión de estos poetas en concreto y no otros condujo a un resultado inesperado. En términos de lecturas, de lo que se puede colegir a partir de los autores congregados en esas dos semanas, el Festival de Poesía Manuel Andrade se diferenció no sólo de los demás festivales hechos en México sino práctica-mente de cualquier otro festival en el mundo, pues no se trató de reunir indiscriminadamente a poetas de cualquier signo o denominación solamente por-que sí, sino que permitió mostrar un mapa, o mejor aún, una antología en tiempo real de la poesía escri-ta en el México del último medio siglo, el México post-Octavio Paz. 

Al decir en tiempo real quiero subrayar el hecho de que este muestrario de la poesía mexicana no está limitado a los medios tradicionales, con todas sus virtudes y limitaciones, sino que se abre a plataformas de divulgación inex-ploradas por el medio cultural mexicano, como las transmisiones por el espacio Hertziano realizado por la estación Opus 94 tanto del Salón de la Poesía Mexicana como del Festival mismo, los cuales pueden volver a ser consultados en el canal de Soundcloud.  Pero el más relevante espacio es el ya mencionado canal de YouTube de la AMEXPO, donde se pueden consultar, ver y escuchar a todos y cada uno de los poetas del festival, junto a su otro proyecto de divulgación que es la Gran Poesía Mexicana.

Como señaló Eduardo Hurtado Montalvo en la cuarta mesa y en un contexto muy específico, pero que puede tras-ladarse sin problemas al festival en sí, se trata de un auténtico termómetro de la poesía mexicana del último medio siglo. No es exagerado decir que no existe algo similar en ningún lugar del mundo como lo que se vivió en México las dos primeras semanas de septiembre. Cosme Álvarez, quien es una suerte de conciencia de la poesía en México, señaló públicamente: 

José Manuel Recillas y Cosme Álvarez
«Hay 25 mil escritores de poemas en México, la cifra es hiperbólica, pero podría ser cierta. El "Festival de Poesía Manuel Andrade 2023" (organizado por José Manuel Recillas, y apoyado por Aura María Vidales y la Casa del Poeta Ramón López Velarde) ha reunido a 25 poetas. Hacía décadas que no sucedía que un poe-ta, José Manuel, reuniera —sin la ayuda de la ya casi extinta prensa cultural, ni de las dependencias cultu-rales (privadas o del gobierno)— a tantos escritores y que además, inesperadamente, el festival cerrara con una lectura continua de al menos cuatro generaciones de poetas, algo así como una breve Antología en vivo de la poesía en México.»

Lo que evidencia esa conciencia poética es el sentido último de este tipo de actividades, lo cual se suma a las palabras antes citadas de Manuel Andrade respecto a no concebir la poesía como un simple espectáculo o entretenimiento de masas, traicionando así su autén-tica naturaleza, siendo un producto más en un mundo de productos industrializados para una sociedad de masas consumida en la esclavitud involuntaria o voluntaria del productivismo y la eficiencia, de la rutina laboral y los horarios, y sobre la cual Benjamin nos advertía hace ya más de setenta años. Lo cual no está muy lejos de lo que el gran director de orquesta Nikolaus Harnoncourt señalaba del público que asiste con regularidad a las salas de conciertos: si no arriesga algo al acudir a la sala, y sólo se va cada fin de semana, no hay la menor diferencia entre ir a ver un partido de fútbol y acudir a ver y oír una orquesta.

Es decir, por más que parezca claro y una verdad de Perogrullo, lo que una reunión de este tipo debe privilegiar es a la poesía misma, por encima de cualquier otra consideración de orden pragmático. No debe importar el número de poetas convocados, sino el criterio con que se les convoque. Si eso no resulta claro para el posible interesado, da lo mismo si los convocados son cien o mil posibles, el resultado será el de una fiesta de quince años con todo y pastel y payasitos. El turismo poético, como casi todo el turismo en el mundo, es uno de los males periféricos, pero un mal al fin y al cabo, que rodean y perjudican el ejercicio cultural en general, y el lírico en particular, en especial en nues-tro ámbito lingüístico y continental.

Adolfo Castañón
Es en este amplio contexto no circunscrito sola-mente a consideraciones de orden moral sino es-téticas y filosóficas que se dio el Festival de Poesía Manuel Andrade 2023, en un marco intelectual, estético y filosófico al que ningún otro festival en México y, no es exagerado subrayarlo, en el mun-do ha aspirado jamás. Lo que se puede constatar en los sesenta videos del Festival, los más de cin-cuenta de la Gran Poesía Mexicana o Enciclope-dia de la Poesía Mexicana Contemporánea, y los diez salones de la poesía mexicana es un mapa de la poesía mexicana que no tiene paralelo no sólo en nuestra historia cultural, institucional sino in-cluso en la de nuestra lengua. 
Es este contexto el que diferencia a este festival de la AMEXPO y le otorga un carác-ter único. Al convocar a un grupo específico de poetas se revelan rasgos concretos de la poesía mexicana en general, y de la personalidad de sus creadores, y de las distintas promociones o generaciones literarias de que está compues-ta, y se muestran con mayor claridad incluso de lo que sería posible en las páginas del prólogo de un libro. Señalaré apenas algunas de esas cualidades que pueden fácilmente comprobarse viendo y oyendo a cada poeta inteligente y generosamente.

Uno de los aspectos más evidentes entre las generaciones representadas por los más de veinte poetas convocados es el respeto y el conocimiento a una tradición literaria, el rigor en la escritura al mismo tiempo que la exploración de diversas rutas, distintas de las precedentes, generando una personalidad propia. El rigor en la escritura de Verónica Volkow y Víctor Manuel Mendiola pueden mencionarse como algunos de los más relevantes momentos de la poe-sía mexicana del último cuarto de siglo, no pudiendo ser más diferentes entre sí al mismo tiempo. Sus vínculos con el carácter narrativo de la generación anterior son evidentes en el caso de Mendiola, cuya herencia narrativa provie-ne más de Jorge Luis Borges que de cualquier otro afluente, sin parecerse a su modelo, dueño de una personalidad absolutamente soberana y deslumbrante, a la cual podría llamarse virtuosismo literario. En el caso de Verónica Vol-kow, el espectacular dominio de la forma conduce a una narrativa más sobria pero no menos efectiva en su rigor y carácter intimista, el cual recuerda algunos aspectos de la escritura de Francisco Serrano. Y en los tres casos se puede señalar, como un valor agregado, una consciencia histórica bien asimilada y sabiamente manifestada en una escritu-ra consciente de sí
Verónica Volkow
misma, uno de los rasgos más carac-terísticos de nuestra tradición; ese carácter de memoria histórica está presente tanto en la poesía de Angelina Muñiz-Huberman como en la de José María Espinasa, quienes, con Víctor Manuel Mendiola, estuvieron en la mesa inaugural y cuyas diferencias pese a compartir el elemento narrativo no podrían ser más distintos y tan distintivos. En esa mesa y en ellos se puede ver ese hilo de Ariadna que recorre y vincula esa consciencia lírica de nuestra poesía en tres autores fundamentales de nuestra tradición del último medio siglo, cuya escri-tura se vincula con la de otros poetas.

Es el caso de Evodio Escalante, más conocido como crítico y estudioso de la literatura mexicana en general, y de la poesía en particular, y cuya propia obra lírica se ha ido sedimentando —para usar un término caro a Gottfried Benn— lenta pero con una constancia digna de mención, la cual adopta una clara consciencia de su heideggeriano ser en el mundo, no menos que la de Adolfo Castañón y su culto a la memoria, a la historia reciente, como se pue-de constatar en ambas lecturas de la misma mesa, mientras que en la quinta la presencia de Aura María Vidales mostró su carácter místico, el cual se vincula de alguna manera con los esfuerzos de orden crítico y salmista de la es-critura reciente de Escalante tanto como de algunos elementos místicos, no exentos de un carácter lúdico e irónico, de la de Verónica Volkow. En esa mesa la consciencia histórica está representada por la poesía de Silvia Pratt y la de Félix Suárez, y que no podrían ser, sin embargo, más distintas entre sí. Más narrativa, una vez más, la de Pratt, y más meditativa e intimista, más deudora de Séneca y de Luis Cernuda la de Suárez. Y cierto carácter intimista com-partió la selección hecha por José Luis Rivas de su caudalosa obra al compartir, una vez más, la memoria con el ca-rácter narrativo en una obra llena de
José Luis Rivas
amplitud de regis-tro y poseedora de una notable paleta colorística de sobra conocida, en una de las voces más importantes e impac-tantes de nuestra tradición.

Algunos aspectos lúdicos pueden detectarse en Eduardo Hurtado —no que no estuviese presente en su escritura previa, sino subyacente en ciertos momentos—, cuyo registro de brevedad en la mesa en que leyó una parte de su obra reciente se vincula con el carácter experimental, con la vanguardia alimentada de una consciencia de los límites del lenguaje en su aspecto bilingüe como con su vinculación con la ciencia en el caso de Olga Gutiérrez García, poeta transfronteriza de Tijuana tanto como de San Diego, cuya personalidad y obra se vincula en su diferencia con la leyenda tijuanense de Ruth Vargas Leyva, cuyo carácter narrativo, exploratorio en ciertos momentos, la vinculan no sólo con Gutiérrez García y sus múltiples per-sonalidades y voces, sino con ese aspecto histórico generacional ya mencionado.

En el caso de la más reciente promoción o generación literaria, la que he denominado generación de entre siglos por haber empezado a publicar en la última década del pasado siglo, podemos ver, en los cuatro autores convoca-dos —Álvarez, Fernández, Homero, y quien escribe— y reunidos en la tercera mesa, no sólo notables aspectos lite-rarios a los cuales me referiré a continuación, sino otros aspectos que su simple reproducción en papel no permiti-rían detectar, como lo son la amistad, la lealtad, la independencia, la alegría de compartir y convivir, en una palabra la generosidad, un valor no compartido, por cierto, por otros miembros de la misma promoción, pero que en este caso se pueden detectar al ver la parte final de la tercera mesa, en donde además, las sonrisas y miradas de aproba-ción retrata de cuerpo entero a los cuatro autores reunidos. No hay libro o prólogo que pueda dar cuenta de esa dinámica de generosidad y camaradería que la imagen en tiempo real del video de la mesa de lectura captura. En mi opinión, se trata del momento más icónico del festival
Fernando Fernández
porque captura algo que se vio durante todas las mesas del festival, pero ocurría detrás de cámara: la camarade-ría entre colegas, el encuentro y reencuentro de vie-jas amistades, algo comentado en varias de las mesas pero que sucedía fuera de la vista del público.

En lo literario, lo que muestran los cuatro autores es la ya mencionada consciencia de la tradición, más evidente en ninguno como en José Homero y un aspecto que, también, la mera reproducción en pa-pel no permite percibir en toda su magnitud: cierta dramaticidad, cierta forma de trasladar y adaptar el aspecto narrativo heredado de las promociones pre-vias a una nueva forma de entenderla, algo así como una puesta en escena avant la lettre del poema, amén de la intertextualidad y el diálogo a varias voces. El lado lúdi-co, no exento de rigor formal, personalísimo, de la escritura lírica está representado por Fernando Fernández, cuya escritura todo el tiempo dialoga con la tradición, la remota del Siglo de oro español tanto como con la de sus prede-cesores más cercanos, en un diálogo y vínculo dinámico y dialéctico de grandes proporciones, en el que lo más evi-dente es el amor y el respeto por las palabras y el lenguaje. La consciencia de la poesía en sí, más allá de la conscien-cia histórica que representa la escritura de Félix Suárez y su peculiar diálogo con las raíces latinas de nuestra cultura, se halla presente en la escritura rigurosa y pulcra de Cosme Álvarez, llena de atisbos de intimismo y meditación en un tono más praguense, menos latino, más cercano a Rilke que a Séneca u Ovidio. Podría decirse que mientras la de Suárez está más poblada por la consciencia de un posible derrumbe y la crisis siempre a la vista, la de Álvarez está poblada por una gozosa melancolía celebratoria del mundo antes de la ruina. Y en ese amplio arco señalado por la tradición, la poesía celebratoria del nombre, en el sentido expuesto por Martine Broda en El amor al nombre. En-sayo sobre el lirismo y la lírica amorosa (2006), y consciente de su lugar en esa tradición en la que se ubican los cuatro antes mencionados, en la línea de Beatriz (Dante) y Laura (Petrarca) no menos que Dulcinea (Cervantes) y Diótima (Holderlin), la poesía que leo en la mesa compartida con Cosme Álvarez y Fernando Fernández, no me-nos que con José Homero. 

Y esto, sólo para mencionar el aspecto que captura la mesa compartida, porque hablar de la labor intelectual, re-flexiva, analítica, de los colegas con quienes compartí mesa sería casi como hacer un tratado acerca de la curiosidad y la inteligencia, lo cual excede, con mucho, la intención de esta reflexión.


Pero el centro del festival entero, como se dijo al inicio, es la figura y la poesía de Manuel Andrade, a quien reme-moraron cuatro de sus más cercanos y fieles amigos: Luis Cortés Bargalló, Alicia García Bergua, Carlos López Bel-trán y Pedro Serrano, cuyo registro en video 
comparte con la mesa anterior, a la que acabo de hacer mención, pero posterior en el tiempo a esta, el mismo espíritu de festividad y camaradería. Conviene recordar y señalar las virtudes de Manuel, más allá de expresado en una mesa llena de gozosa celebración, algo que le habría llenado de alegría y enorme dicha.

Tuve la fortuna de que me eligiera como su amistad a inicios de la década pasada, hacia 2011 o 2012, y entrar en contacto con él ha sido la experiencia más importante y enriquecedora de mi vida, por su generosidad y franqueza, por primera vez me sentí bienvenido al mundo literario, algo que nadie me había hecho sentir. Pero lo más impor-tante, o tanto como su cálida personalidad, fue su escritura. Como señala López Beltrán en la mesa referida, Ma-nuel dejó terminados más de ocho libros, entre poesía, novela, cuento, ensayo, crónica y memorias. Un prodigio en materia creativa, y cada tercer día nos veíamos para compartir ideas y leer nuestros respectivos avances literarios. Y como bien señala López Beltrán,
Manuel Andrade [1957-2017] Foto © Elena Juárez
Manuel nunca denostaba un poema, siempre sabía que incluso lo que otros podrían criticar o censurar era recupe-rable y digno de ser trabajado hasta su culmina-ción. Tuve la oportunidad de grabar dos progra-mas de radio leyendo y comentando sus poemas, y leímos juntos en una ocasión; fue notable la mu-tua admiración y sorpresa que nos provocaba oír-nos y celebrarnos el uno al otro. Su poesía es una de las más sólidas y brillantes muestras de inteli-gencia y pulcritud, riqueza temática y exploración literaria, pues muestra diversos registros líricos, desde las asombrosas crónicas poéticas de las que habla Pedro Serrano en la misma mesa, y que pue-den leerse en La Guarida, algunas de ellas publica-das en 2019 por la Academia Mexicana de Poesía bajo el título de Pregúntale a Alice Cooper y otros poemas, hasta el homenaje y diálogo con la poesía de Gilberto Owen en Crónica de mayo, la explo-ración lingüística de Frutos mordidos, pero sobre todo el maremágnum rítmico y verbal de Siete ve-ces el mar, probablemente el libro de poesía más importante de lo que va del siglo en México. Sien-do Manuel Andrade una de las voces más impor-tantes de nuestra tradición, interesado por su de-sarrollo y manifestaciones más relevantes, y miem-bro fundador de la Academia Mexicana de Poesía, no podía más que ser el eje sobre el cual girara todo un festival que honrara su memoria y a sus colegas y amigos.

A todo lo anterior habría que agregar —además de la voz que el poema nos permite percibir por sí mismo—, la voz, la presencia misma del autor y su propio entendimiento del poema. Oír y ver leer a Cosme Álvarez o a Fer-nando Fernández, a José Homero o a Verónica Volkow, no es lo mismo que leerlos desde la frialdad de la página impresa. Y ese es otro de los aportes del festival, de su documentación videográfica. Como bien lo señaló Cosme Álvarez, el festival fue una auténtica antología de la poesía mexicana de los últimos cuarenta años en tiempo real, y por ello la posibilidad de verlo y rememorarlo es también una forma de hacerlo y vivirlo nuevamente.

SEPTIEMBRE 25 DE 2023








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