sábado, 1 de octubre de 2016

El tiempo debe detenerse

por Cosme Álvarez
(poeta mexicano)

                    



     Pero el pensamiento es esclavo de la vida
      y la vida se deja engañar por el tiempo,
      y el tiempo, que cuida del mundo todo, 
     debe detenerse.
     Enrique iv (Acto 5, Escena 4), Shakespeare

Desde tiempo inmemorial el ser humano actúa sobre una realidad inventada por él mismo, una celda autoimpuesta, a la que teme pero en la que se siente extrañamente a salvo. La celda está hecha de ideas, teorías, creencias, dogmas, experiencias y conocimientos, y a partir del cúmulo de barras el hombre analiza, discute, aprueba, desaprueba, rivaliza consigo mismo distrayéndose de la vida. El tiempo, del modo en que vamos a explorarlo, es la celda.
El hombre rinde culto a una noción de tiempo que conlleva la idea de realización, de logro, de florecimiento, imitando psicológicamente los procesos de la naturaleza. Del igual modo, y bajo los mismos presupuestos, le rinde culto al placer y al dolor; para este último ha formulado una serie de escapes, desde la religión y una larga lista de seres fantásticos —a los que adora al grado de cederles su voluntad—, hasta los deportes modernos y toda clase de entretenimientos. Aunque pase inadvertido para muchos, el culto al placer y al tiempo como realización está asociado con el temor a la muerte y con el final de ese yo ilusorio que habita en cada cabeza. Las palabras se han vuelto sensación en la piel y en la mente; visto a detalle, el ser humano en realidad le teme a la idea que la palabra muerte, con sus asociaciones tradicionales, produce en su mente.
Jorge Robes, Después de calambritos. 2013
Amor es otra palabra inventada por el hombre, pero prácticamente la ha desechado de su vocabulario —aun cuando siga en uso— por no hallarle utilidad ni considerarla significativa para sus fines, también debido a los innumerables absurdos con que la asocia, al grado de que ahora el vocablo expresa algo distinto para cada sociedad y para cada persona, lo que tal vez equivale a decir que ya no expresa nada viviente fuera de sus interpretaciones simbólicas. El tiempo, del modo en que estamos abordándolo, mantiene al margen este hecho llamado amor, esta realidad que al ser nombrada pierde toda hondura y que, como la palabra hueca que es, genera incluso desconfianza. Cada cual tiene ideas, teorías, experiencias, dogmas, creencias y conocimientos asociados con la palabra, no con el hecho. Pero consideremos por un momento la posibilidad de que el amor no es una experiencia, ni una teoría, ni un ideal, y que su significado quizá no se reduce exclusivamente a la relación de pareja.
No hay manera de saberlo, ni de comunicarlo. El agua del río moja cuando entramos en la corriente, y ninguna teoría sobre mojarse tiene validez ni sentido cuando se hace desde la tierra. O nos mojamos o no nos mojamos. No puede ser más simple. Un mojarse, por cierto, que no puede ser enseñado, para el que no existen métodos, ni procesos, ni prácticas diarias en la ribera. Describir la corriente, pintarla en un cuadro, decirla en hermosas metáforas no nos moja. El especialista en semántica, Alfred Korzybski, lo dijo a su manera: «El mapa no es el territorio».
Quizá las palabras tiempo, dolor, muerte, no respondan a fenómenos separados. Cada una tiene, claro, un significado propio, y al ser pronunciadas crean una sensación similar, como palabras aisladas, en cada persona. De esa manera es imposible entender la relación y la posible unidad de lo que están significando.
Abstraemos el tiempo como duración, como continuidad de la existencia, y la muerte es el final de esa continuidad. Hicimos comprensible el tiempo segmentándolo en minutos, horas, días que extendemos en siglos y en millones de años. Pero todo eso ocurre en nuestras cabezas. El tiempo que llamamos cronológico nombra la sensación de continuidad, y es el mismo con el que funcionan el cerebro y la mente.
El cerebro y la consciencia asumen la idea de que algo en nosotros tiene duración, y que ello continúa durante el breve lapso de nuestras vidas. A la sensación de continuidad y fragmentación psicológica la hemos nombrado de distintas maneras: ego, yo, tú, ellos, nosotros, tribu, grupo, país, familia, los míos, los otros. En fin, al asumir la sensación psicológica de la fragmentación, el cerebro actúa en la realidad desde la división. Conocemos esas acciones como nacionalismo, guerra, racismo, homofobia, y conocemos también sus consecuencias. La fragmentación que hicimos del tiempo biológico (día-noche, otoño-primavera) es en esencia la misma en lo psicológico, aunque la primera es real y forma parte de la unidad del mundo natural, y la segunda es una imagen, una invención, una idea, la celda autoimpuesta dentro de la cual nos sentimos a salvo.
La civilización en la que vivimos actúa dentro de sus invenciones y creencias, mismas que han terminado por fijar los movimientos del espíritu y la mente en simples reacciones, en causas-efectos predecibles, justo como sucede con una computadora. Esto nos ha distraído de la vida desde hace cientos de años.
Varezal, Somnus. 2013
Las sensaciones de duración y fragmentación están contenidas en la consciencia y provienen de la misma fuente; aún más, ambas constituyen una sola sensación, que nosotros desvinculamos dándole distintos nombres: tiempo, dolor, muerte, y que a su vez está ligada a lo que llamamos ego, yo, mío. No es casual que algunos filósofos y poetas hayan escrito «somos tiempo» ¿Somos tiempo? El cuerpo nace y muere, ¿pero eso es tiempo? Sólo psicológicamente somos tiempo.
Nombramos la sensación psicológica de duración con la palabra «tiempo». ¿Qué tan real es esa sensación fuera de nuestras cabezas? Después de todo, las palabras horasdíasaños las inventó el pensamiento sólo a partir de una sensación psicológica. La ciencia, por ejemplo, ha mostrado que el contacto físico es una ilusión sensorial, porque en realidad los átomos de dos cuerpos nunca se tocan, ni siquiera en un beso o en un abrazo —y ya sabemos lo que ocurre cuando dos átomos se fusionan—. El tiempo, el yo, el dolor y la muerte, como sensaciones nombradas, implican la imagen psicológica de que cada cual es un ente separado del resto, que dura y continúa individualmente en un segmento al que llamamos existencia, donde vivir y morir es de hecho un proceso único e indivisible de lo existente y del mundo natural.
El tiempo a discutir es aquel que prevalece en la consciencia como duración, el que, por medio del pensamiento, introdujo en la mente un medio para realizarse, el tiempo que usa el hombre como justificación para permanecer en la celda, para progresar, para lograr un objetivo, para obtener algo que desea sin importar las consecuencias, para llegar a ser alguien, el tiempo que usa como una clase de instrumento para perfeccionar la imagen que se ha creado de sí mismo, un escalón «para alcanzar algo más grande», no sólo pintar un cuadro o escribir un poema, también para desarrollarse internamente, «espiritualmente». Me refiero a la noción de tiempo con la que el pensamiento busca producir y repetir cierto resultado psicológico que lo mantenga a salvo, y con el que la vida humana se ha reducido a ser un periodo de duración entre este momento y algún momento en el futuro.
El hombre actúa conforme a la sensación psicológica de ser alguien, un yo que siempre puede ser otro mejor, separado de los demás y también del dolor que siente, de la muerte e incluso de la vida. Por obra de esa sensación y de la noción de tiempo cree, sin cuestionarlo en ningún momento, que a través de la práctica diaria, el mes que entra, o cuando reúna el conocimiento necesario, le será posible mejorar, modificarse, cambiar un comportamiento, librarse de un hábito, fortalecer un punto de vista, cualquier cosa que le haga sentir que es mejor que los otros y que es suya, como si el yo fuera un músculo que puede ser desarrollado. Y entre estas fantasías inventó una más: el mundo interno y el mundo externo.
No existe algo como la vida interna del hombre y de las cosas. Existimos. Significa que todo lo que está ahí, a la vista o invisible, es siempre externo. La semilla de la uva es algo externo, aunque por la cáscara que la cubre creamos que está dentro del fruto (cáscara, fruto y semilla son una sola cosa, externa). Es así con la vida y con la muerte. Es lo externo lo que vive y lo que muere, y en el hombre, en la uva y en el hueso, lo mismo que en todo el universo, no hay nada interno, ni vida interna. La palabra «existir» significa emergeraparecer; se compone del prefijo «ex-» (hacia fuera) y el verbo «sistere» (estar fijotomar posición). De manera que la vida y la muerte están ahí, en las distintas formas que vemos, y también en las cosas que no vemos. Todo existe, y lo existente toma posición hacia afuera. Al menos tenemos la opción de cuestionar si eso que llamamos interioridad o vida interna existe realmente fuera de nuestras cabezas. Somos lo circunvalante, donde, como en el universo, no hay centro ni vida interna, aun cuando existan otros miles de universos detrás o adentro de los hoyos negros.
Vivimos convencidos de que el tiempo es indispensable para hacer o comprender algo. Esto dificulta la posibilidad de resolver nuestros problemas. La noción psicológica del tiempo es una carga, un muro que demora el entendimiento vivo e inmediato del mundo y de nosotros mismos. El tiempo como logro, duración y proyección hacia el futuro impide percibir inmediatamente un hecho y la verdad de ese hecho; creemos que la solución a un problema vendrá mañana, en la práctica diaria, en el análisis, en la acumulación de datos y conocimientos, y entretanto dejamos atrás el momento real para entenderlo y enfrentarlo.
Cualquier problema tiene solución completa en el instante en que se presenta. La sensación conocida como miedo, por ejemplo, pierde sentido cuando se aborda en el momento de percibirla. Pero cedemos nuestra vida a los expertos, a los libros, al tiempo, y con ello cerramos el paso a la comprensión y nos volvemos perezosos.
Sumergirse en el dolor o huir de él: éste es el hábito que cualquier persona reconoce. Muy pocos se detienen a observar la sensación mientras se muestra, pues la programación es más fuerte que la claridad, y hace creer que el tiempo es indispensable para abrirse paso por la celda donde el hombre se siente extrañamente a salvo. El hecho es que vivimos y pensamos en términos de tiempo. Shakespeare escribió: «El tiempo debe detenerse». ¿El tiempo, en lo psicológico, puede detenerse?

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