martes, 1 de noviembre de 2016

Tríada del fracaso y otros poemas

Por Ángel Fuentes Balam
(poeta mexicano)


1
ÓRBITA ERRADA

El camino sigue ahí, pero no vuelves.
Te ata el futuro, la cara grotesca
de los antiguos amados. Y los ojos
de tus muertos
se encienden
como hoguera.
Deseas arder, levitar ceniza
hacia la inútil tierra que te vio nacer.
Olvídate de rechazar el cáliz,
dios no apartará tu sufrimiento.
Dirígete a la más furiosa estrella
y estalla.

2
PRIMER MOTOR INMÓVIL

Ya no hay respiración. Detente,
evita que giremos. Duerme
a cada bestia, a cada raza.
Ya no compartimos el aliento,
ni siquiera bebemos de la misma copa.
Hemos apagado el cirio
que honraba a nuestro dios.
Calma la vegetación y el mar de antes:
detén la maquinaria del planeta,
la expansión de la noche.
Acaricia el segundero: que no avance.
Debe todo ser sigilo,
cuando llueva,
                         cuando lleve
mis vidriosas manos a la cara,
sin decir palabra alguna
mientras pasas el umbral sin verme;
como si no hubiésemos sido
el motor de todos los principios.

3
CANSANCIO

Me quedaré sin piel, sin carne, sin caminos,
cuando tu sismo aplaque mi constelación fallida; 
voy a desaparecer como la noche
ante el alba furibunda. Y ojos ígneos
arderán en sueños y rituales tristes:
¿A qué infame sombra engendrará mi cuerpo,
después de honrar tu espanto?

Allí donde otros levantan monumentos,
yo entierro las manos en el polvo,
para tragarme puños de inmundicia,
mientras lanzo llorosas carcajadas
que no agrietan el silencio.

Tus labios producen visiones mortuorias,
fuga de espíritus, aquelarres alfabéticos…
Viajo a ellos en el derruido tren de mi inocencia;
espero, vago, erro, caigo en el túnel,
me segmento en cuadros de luz.

Y cada cuadro es tumba,
y en cada tumba palpita
un hombre fracasado.



FÉNIX

¿Y si tus cenizas generan a mi fénix?

Vi en tus ojos el apocalipsis y me pareció cosa de niños,
reiteración de que mi materia oculta un alma-sin-pelo
dispuesta a todo con tal de ser esclavizada: así de jaula tu boca,
así de corazón-asteroide extinguiendo mi fauna;
pero la presea no es tu cuerpo, sino el diluvio desatado
cuando desapareces en la noche
dando pasos que no puedo rastrear con la tristeza,
y honda regresas a las burbujas del abismo.

¡Jamás fue para nosotros el veloz albor de la mañana!

Podría adueñarme de tu cráneo como quien conquista país débil,
reducirte a un montículo de libros quemados. Grito,
me asalta la pregunta: ¿y si lo engendrases?
¿Si volara magnífico con sus alas ígneas y abriera del celeste
una herida roja y sea tu sexo y que lloviese,
alegrándose los pistilos, los tridentes, voraces falos
consuman al mundo-sueño, el inmundo súmmum bonum;
y mocosos parricidas nos asieran como peones de ajedrez descoloridos:
vuelquen esta dimensión, hambrientos de entropía,
llegue el fin del universo, caigan tus cenizas
otra vez el fénix, la herida, tu sagrada raja llueva,
alimente los vergeles, el núcleo de la tierra bombee magma
a los árboles-verga, eyaculen gases abrasivos y un verso explote:
llamas, ojos carbonizados, huesos que burbujeen negros mares
donde la tristeza no te alcanza, donde se pierde el objetivo de alma-sin-pelo,
y nuevamente tus cenizas y el fénix y un grito para desarticular la eternidad insoportable,
la eternidad de la pregunta, la única pregunta, la preternatural cantinela del ser?:
¿Por qué no puedo habitar tus ojos? Quisiera arrancarlos,
lanzarlos a la hoguera que devora mi pecho, reducirlos a ceniza,
¡ceniza-fénix, ceniza-fénix, ceniza!

Éramos dos niños puros antes de tocarnos,
daría todo por que seas mi gemela y ardas en el vientre de ti misma
hasta incinerar toda posibilidad de volar juntos.



ARIADNE OCEÁNICA
                                            
                                      A mi hija, Luz Ariadne Fuentes Leyva

Caí en el mar con las alas chamuscadas por el sol,
y profundo laberinto de ojos, me hizo hombre.
Una estampida de blancos elefantes
se extendía arriba del océano, surcando las montañas;
allende brillaba la ciudad fantasma que yo era,
vibrando hasta el infierno con sinfonía furiosa
que ninguna oreja oyó.

Y podía tocar las bestias de vapor, soplar la niebla
que se surge del aliento en los amantes rotos,
subiendo a la estratósfera e infectando el mundo;
amasar la campesina tierra cual si fuese barro simple,
curar la verde herida
de la madre, destrozar al antojo cada reino
en este valle
                     sin eco.

Todo fue minúsculo. Fui aquel dios que juega
a matar sus criaturas y reír al acto
para no llorar de soledad.
Navegando las constelaciones de la sangre,
de la ira y el amor, fruto de silencio
vuelto carne adusta que en el vientre se revela,
naciste con la muerte del invierno:
el frio has erradicado,
colocándote en lugar del astro rey.

Será entonces que podrán sobrevivir mis alas,
ya que tu calor
                          anima;
vierte en la naturaleza un hálito de magia
desde las microficciones de las mariposas hasta
la gran cumbre del Vesubio que extraña a su Pompeya.
Sé que mi corazón es un volcán
al que tus olas apagan dulcemente;
bastaría una gota de tus ojos
para extinguir mi sed, hasta que muera.
Respiras…
                    respiro…
Tu madre emocionada nos escucha.
Sabe que inhalamos el goce perpetuo de la lluvia,
que exhalamos nuestra pena para distender la piel;

ella y yo
somos manecillas de un reloj divino
cuya última hora
serás tú.

Endeble Atlas, cargo el mundo:
los árboles me susurran en la nuca
canciones que entonaré para que duermas;
los ríos escurren por mi espalda
y se evaporan al contacto
con las ardientes alas que me regalaste
luego de caer.
Me ofreciste un esqueleto nuevo y tibio,
músculos resistentes a las dentelladas de la vida
y este par de alas de fuego.

En ti convergen estrellas meridionales y boreales,
la energía de los polos, hielo eterno y magma puro;
además en tu saliva nadan las ballenas,
los gigantes calamares
que se tragaron mil antiguos barcos,
las tortugas de caparacho diamantino,  
algunas sirenas del tamaño de mis dientes,
que, dentro de un nautilus,
edificaron un castillo en espiral.

Eres el centro de los centros ceremoniales,
el núcleo que regula el giro del planeta
–eres el agua en el cuerpo de sus pobladores–,
y la inmensa luz que hoy lo recubre.

Acaricio el lomo de aquellos blancos elefantes,
participo de tu grande estancia, de tu primacía;
me conviertes en dueño de la nueva creación:
este sublime sostener el universo
con mis dedos de niño atribulado
y –felizmente– en lacrimoso acto
alzar el vuelo, rebasar el laberinto,
fundirme, hija, en tus radiantes olas,
besar tu frente y con dolor paterno
hacerme, en la caída sin fin: hombre.

(Regresa al Índice general)
Ángel Fuentes Balam
Mérida, Yucatán. 1988. Director de teatro, escritor y actor. Es autor de los libros Melodía tu engranaje quieto, Cruóris o la rabia que fuimos y Devoré el cráneo de Eros. Ha publicado en las antologías nacionales e internacionales y en diversas revistas literarias a lo largo de Hispanoamérica.

1 comentario:

  1. Yo conozco al poeta Ángel Fuentes Balam, maravillosa persona.

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