Por Ángel Fuentes Balam
(poeta mexicano)
1
A mi hija, Luz Ariadne Fuentes Leyva
(poeta mexicano)
1
ÓRBITA ERRADA
El camino sigue
ahí, pero no vuelves.
Te ata el futuro, la cara grotesca
de los antiguos amados. Y los ojos
de tus muertos
se encienden
como hoguera.
Te ata el futuro, la cara grotesca
de los antiguos amados. Y los ojos
de tus muertos
se encienden
como hoguera.
Deseas arder,
levitar ceniza
hacia la inútil tierra que te vio nacer.
hacia la inútil tierra que te vio nacer.
Olvídate de
rechazar el cáliz,
dios no apartará tu sufrimiento.
Dirígete a la más furiosa estrella
y estalla.
dios no apartará tu sufrimiento.
Dirígete a la más furiosa estrella
y estalla.
2
PRIMER MOTOR
INMÓVIL
Ya no hay
respiración. Detente,
evita que giremos.
Duerme
a cada bestia, a
cada raza.
Ya no compartimos
el aliento,
ni siquiera bebemos
de la misma copa.
Hemos apagado el
cirio
que honraba a
nuestro dios.
Calma la vegetación
y el mar de antes:
detén la maquinaria
del planeta,
la expansión de la noche.
Acaricia el
segundero: que no avance.
Debe todo ser
sigilo,
cuando llueva,
cuando lleve
mis vidriosas manos
a la cara,
sin decir palabra
alguna
mientras pasas el
umbral sin verme;
como si no
hubiésemos sido
el motor de todos
los principios.
3
CANSANCIO
Me quedaré sin
piel, sin carne, sin caminos,
cuando tu sismo
aplaque mi constelación fallida;
voy a desaparecer
como la noche
ante el alba
furibunda. Y ojos ígneos
arderán en sueños y
rituales tristes:
¿A qué infame
sombra engendrará mi cuerpo,
después de honrar tu espanto?
Allí donde otros
levantan monumentos,
yo entierro las
manos en el polvo,
para tragarme puños
de inmundicia,
mientras lanzo
llorosas carcajadas
que no agrietan el
silencio.
Tus labios producen
visiones mortuorias,
fuga de espíritus,
aquelarres alfabéticos…
Viajo a ellos en el
derruido tren de mi inocencia;
espero, vago, erro,
caigo en el túnel,
me segmento en
cuadros de luz.
Y cada cuadro es
tumba,
y en cada tumba
palpita
un hombre
fracasado.
FÉNIX
¿Y si tus cenizas
generan a mi fénix?
Vi en tus ojos el
apocalipsis y me pareció cosa de niños,
reiteración de que
mi materia oculta un alma-sin-pelo
dispuesta a todo
con tal de ser esclavizada: así de jaula tu boca,
así de
corazón-asteroide extinguiendo mi fauna;
pero la presea no
es tu cuerpo, sino el diluvio desatado
cuando desapareces
en la noche
dando pasos que no
puedo rastrear con la tristeza,
y honda regresas a
las burbujas del abismo.
¡Jamás fue para
nosotros el veloz albor de la mañana!
Podría adueñarme de
tu cráneo como quien conquista país débil,
reducirte a un
montículo de libros quemados. Grito,
me asalta la
pregunta: ¿y si lo engendrases?
¿Si volara
magnífico con sus alas ígneas y abriera del celeste
una herida roja y
sea tu sexo y que lloviese,
alegrándose los
pistilos, los tridentes, voraces falos
consuman al
mundo-sueño, el inmundo súmmum bonum;
y mocosos
parricidas nos asieran como peones de ajedrez descoloridos:
vuelquen esta
dimensión, hambrientos de entropía,
llegue el fin del
universo, caigan tus cenizas
otra vez el fénix,
la herida, tu sagrada raja llueva,
alimente los
vergeles, el núcleo de la tierra bombee magma
a los
árboles-verga, eyaculen gases abrasivos y un verso explote:
llamas, ojos
carbonizados, huesos que burbujeen negros mares
donde la tristeza
no te alcanza, donde se pierde el objetivo de alma-sin-pelo,
y nuevamente tus
cenizas y el fénix y un grito para desarticular la eternidad insoportable,
la eternidad de la
pregunta, la única pregunta, la preternatural cantinela del ser?:
¿Por qué no puedo
habitar tus ojos? Quisiera arrancarlos,
lanzarlos a la
hoguera que devora mi pecho, reducirlos a ceniza,
¡ceniza-fénix,
ceniza-fénix, ceniza!
Éramos dos niños
puros antes de tocarnos,
daría todo por que
seas mi gemela y ardas en el vientre de ti misma
hasta incinerar
toda posibilidad de volar juntos.
ARIADNE OCEÁNICA
A mi hija, Luz Ariadne Fuentes Leyva
Caí en el mar con
las alas chamuscadas por el sol,
y profundo laberinto
de ojos, me hizo hombre.
Una estampida de
blancos elefantes
se extendía arriba
del océano, surcando las montañas;
allende brillaba la
ciudad fantasma que yo era,
vibrando hasta el
infierno con sinfonía furiosa
que ninguna oreja
oyó.
Y podía tocar las
bestias de vapor, soplar la niebla
que se surge del
aliento en los amantes rotos,
subiendo a la
estratósfera e infectando el mundo;
amasar la campesina
tierra cual si fuese barro simple,
curar la verde
herida
de la madre,
destrozar al antojo cada reino
en este valle
sin eco.
Todo fue minúsculo.
Fui aquel dios que juega
a matar sus
criaturas y reír al acto
para no llorar de
soledad.
Navegando las
constelaciones de la sangre,
de la ira y el
amor, fruto de silencio
vuelto carne adusta
que en el vientre se revela,
naciste con la
muerte del invierno:
el frio has
erradicado,
colocándote en
lugar del astro rey.
Será entonces que
podrán sobrevivir mis alas,
ya que tu calor
anima;
vierte en la
naturaleza un hálito de magia
desde las
microficciones de las mariposas hasta
la gran cumbre del
Vesubio que extraña a su Pompeya.
Sé que mi corazón
es un volcán
al que tus olas
apagan dulcemente;
bastaría una gota
de tus ojos
para extinguir mi
sed, hasta que muera.
Respiras…
respiro…
Tu madre emocionada
nos escucha.
Sabe que inhalamos
el goce perpetuo de la lluvia,
que exhalamos
nuestra pena para distender la piel;
ella y yo
somos manecillas de un reloj divino
cuya última hora
serás tú.
Endeble Atlas, cargo
el mundo:
los árboles me
susurran en la nuca
canciones que
entonaré para que duermas;
los ríos escurren
por mi espalda
y se evaporan al
contacto
con las ardientes
alas que me regalaste
luego de caer.
Me ofreciste un
esqueleto nuevo y tibio,
músculos resistentes
a las dentelladas de la vida
y este par de alas
de fuego.
En ti convergen
estrellas meridionales y boreales,
la energía de los
polos, hielo eterno y magma puro;
además en tu saliva
nadan las ballenas,
los gigantes
calamares
que se tragaron mil
antiguos barcos,
las tortugas de
caparacho diamantino,
algunas sirenas del
tamaño de mis dientes,
que, dentro de un
nautilus,
edificaron un
castillo en espiral.
Eres el centro de
los centros ceremoniales,
el núcleo que
regula el giro del planeta
–eres el agua en el
cuerpo de sus pobladores–,
y la inmensa luz
que hoy lo recubre.
Acaricio el lomo de
aquellos blancos elefantes,
participo de tu
grande estancia, de tu primacía;
me conviertes en
dueño de la nueva creación:
este sublime
sostener el universo
con mis dedos de
niño atribulado
y –felizmente– en
lacrimoso acto
alzar el vuelo,
rebasar el laberinto,
fundirme, hija, en
tus radiantes olas,
besar tu frente y
con dolor paterno
hacerme, en la
caída sin fin: hombre.
(Regresa al Índice general)
Mérida, Yucatán. 1988. Director de teatro, escritor y actor. Es
autor de los libros Melodía tu engranaje quieto, Cruóris o la rabia que
fuimos y Devoré el cráneo de Eros. Ha publicado en las antologías nacionales
e internacionales y en diversas revistas literarias a lo largo de
Hispanoamérica.
Ángel Fuentes Balam |
Yo conozco al poeta Ángel Fuentes Balam, maravillosa persona.
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