ES EL MAR
Hace dos horas que la noche acabó de parirse. La última
raya de luz magenta se borró y todavía el sol de Puerto Escondido me pica en la
piel. Minúsculas y afiladas patas de hormiga caminan sin rumbo dejando una
huella de ardor y nostalgia tras de sí.
Me recuerdan esos días en Varadero, los colores de jade escondidos en el
mar; los ojos clavados en aquellas líquidas distancias. Ese sol que se conserva en la arena caliente,
que destella en las espaldas, desnudas y aceitosas que yacen en batería como buques
encallados a pesar del buen tiempo.
Cierro los ojos y vuelvo a bailar una rumba que sabe a jolgorio; mi
cuerpo se mueve a su antojo y celebra cada solo del tres.
Te conocí en la playa de Varadero.
Hablamos de libros y canciones. Tu
acento sin eses y tu bronca sonrisa me dijeron que Cuba sigue cumpliendo
promesas. No me importó la obsolescencia
de tu bikini amarillo porque las prendas viejas o ajadas tienen remedio cuando
se quitan.
Me dijiste que, por la noche, vestida
de gasa y con la cabellera suelta, encuentras la forma de aliarte con la conga
y las claves de un guaguancó para volar
sin rumbo fijo. Dijiste también que, si
lo deseaba, podría aprender a seguirte los pasos. Por eso me dejé ir sin trabas. Los Van-Van,
incansables, encadenaban una canción con la siguiente; el bochorno y las promesas de la piel nos
hicieron sudar a chorros.
—Bailar en pareja es un arte
amoroso —susurraste—, una forma de
anticipar lo que los cuerpos celebrarán más tarde.
Bailamos tan cerca que no podía
mirar tu cuerpo; preferí cerrar los ojos y recordarlo. Con la mano derecha ceñí tu cintura y
comprobé cómo, desde ahí, arrancaban las curvas de esas caderas que no cesaban
de agitarse con el lenguaje de una premonición. El tacto se afinó en mi pecho
cuando se encendieron tus pezones enjaulados por esa delgada tela que apenas
podía contenerlos. Con las palabras de
tus ojos, me lanzaste hacia el vértigo insular de la desnudez; al otro abrazo sin cadenas que aprendió a
danzar entre humedades.
Cuba es por ti muchas cosas: es
el mar donde sea que vaya; son las olas que azotan tu risa en el malecón de la
Habana; es cada noche que intento
soñarte; es el clamor del mojito que
sabe a tu boca; es la euforia de los
cantos en guerra; es la rabia por saberte
tan lejos.
11 de diciembre del 2002
Taller del Arcángel
ESTOY PERDIDO
Como
diría mi hermano: “la Chingada anda suelta”. De éso, no me cabe la menor
duda. La llamamos o nos encuentra. Se cuela entre los frenos del coche; se
esconde en la carne de puerco; se atora en una turbina o se ensaña cuando no
sabes nadar; también se arrincona entre los colmillos de una víbora o constriñe
las arterias para que, de pronto, no circule más la sangre, o se enrosca en el cuello del que va a nacer o se hace resbalosa al borde
del acantilado. Le tengo miedo. Por eso
quisiera encontrar un escudo protector, una guía. Hoy, que me he perdido del
grupo con el que me interné en la selva; hoy, que me siento hastiado de volar
como mosca de panteón cuando han acabado de palear la tierra sobre la tumba
nueva; hoy, que me encuentro agotado de no atinar el camino que me aleje del
terror a morir abandonado o devorado por alguna de las fauces que recorren la
espesura, ávidas de una presa fresca; hoy, que el hambre y la sed se aprietan
en la boca, en la garganta, en las entrañas.
Llevo tres días perdido. Aquí no hay veredas ni
senderos; sólo obstáculos de maleza que se cierra trás los pasos, árboles
inmensos, ríos caudalosos y abismos profundos de verde y de altura. Me atormentan las garrapatas que ya habitan
mi cuerpo y las tarántulas que no he visto todavía caminar sobre la piel pero
que temo como temo a las alimañas que imagino escudriñando con paciencia
inaudita mis vanos intentos de escape en medio de la noche mientras se escuchan
a coro todos los sonidos que convoca la selva.
La Chingada es aviesa. Ayer por la tarde la descubrí,
apenas entre el follaje, dibujando el dorso moteado de un jaguar que cruzó río
abajo. Todo mi cuerpo supo que ha seguido mis pasos. Aún a sabiendas de que los
felinos son hábiles trepadores, decidí encaramarme a las alturas de un árbol; sé
que puede alcanzarme en cuanto se lo proponga;
tal vez sólo está rumiando el hambre o quizás le gusta jugar con el
pánico que me sofoca y que, con certeza, puede olfatear en el aire. Más por
dominar el panorama que por sentirme a resguardo, me he mantenido aquí durante
tantas horas: tensos los músculos, rechinante la quijada, atentos los ojos y
los oídos, seca la lengua, crisipado el vientre. Desde mi guarida vi cruzar a ras del suelo
una indolente parvada de hocofaisanes buscando entre las hojas yertas cualquier
gusano o insecto que prensar con sus picos amarillos; las crestas de plumas
rizadas y negras oscilando arriba y abajo cada vez que dan un paso. Vi también
un solitario tapir clavando en el lodo las pezuñas afiladas -armas mortales que
también teme el jaguar-; lo observé cargando el peso de un marrano de engorda.
Después me distraje con los vaivenes de las mariposas y con el zumbido artero y
punzante de las avispas y los abejorros; luego reacomodé el cuerpo encaramado
para no impedir el paso de un ejército de hormigas rojas que decidió podar el
follaje a mi alrededor, cada una llevando a cuestas enormes cargas de verde intenso: halterofilia que
ante mis ojos estremece lo imposible; vi también el asombroso aleteo de dos
quetzales luciendo sus largas colas, iridiscentes de arrogancia, donde cada
color explota al contacto con los haces luminosos con los que, a veces, el sol
atraviesa el dosel y perfora la alfombra verdosa y mojada de la selva. Llueve, y la lluvia le pone sordina a los murmullos pero no los apaga.
Se agota la tarde y, a lo lejos, distingo claramente
al jaguar que otea el viento. Sostenido
en los cuartos traseros, restriega las garras contra la corteza de una
caoba. Afila las armas para lanzarse
contra mí cuando la señal le sea dada. Lo veo acomodarse plácidamente sobre un
tronco caído; la cola se agita despacio
como la batuta de un director de orquesta que marca el tiempo pausado de un adagio;
el resto del cuerpo, inmóvil, los ojos firmes, el dorso estirado, las garras
dispuestas. El jaguar me mira y sus motas negras parecen trazar un mapa hacia
la nada; después desaparece otra vez
trás la enorme melena de un helecho arborescente. Casi no respiro. El
chubasco choca contra el enjambre verde que forma el dosel; se escurre entre las hojas y las ramas para
precipitarse en otra lluvia, ahora privada, íntima, que alcanza sólo aquello
que nunca ha visto al sol de frente; las gotas resbalan por el rostro y con la
lengua, voy cazandolas para saciar la sed. Empapados como yo, tres saraguatos
me observan desde las ramas más altas de un árbol vecino; parecen decirme que
ahí, donde me encuentro abrazado de una rama, no podré librarme de esa letal
amenaza que ronda en silencio.
La Chingada es implacable porque carece de moral; por ello
la juzgamos sin misericordia como si fuera ponzoñosa y muy cabrona; pero las
cosas son de otro modo: con su naturaleza indómita nos muestra la soledad entre
el bullicio o cabalga en el lomo de una bala perdida; se aprovecha de todos los disfraces o logra mimetizarse
con el color de la venganza; emerge
entre los olvidos y las distracciones, o se fortalece con la soberbia y la displicencia;
y aunque no siempre es gemela de la muerte, sí lo es de manera inexorable del
dolor y del fracaso.
Nuevas oledas de miedo se me clavan en la espina
dorsal con el crujir de varas quebradas a mi espalda o con el estruendo de
rugidos distantes que parecen anunciar la inevitable aparición de mi verdugo; y
viene entonces ese llenar de aire los pulmones a tope como si fuera el último
suspiro, o el primero; viene la zozobra acallada entre el clamor de la selva
que grita y festeja la vida o la muerte. Me voy deslizando entre cabeceos y la
debilidad de las piernas y los brazos que flaquean; los dedos resbalan sin
poder asirse más de esta capa de líquenes húmedos que esconden el marrón
profundo de todas las cortezas.
Por la noche, las voces de la selva no pueden callar; son
avisos del peligro, amenazas que cantan lo inminente; son cortejo obsesivo o la
señal de la victoria; parecen descansar y recobrar fuerzas durante el
crepúsculo para soltar después la rienda entre la negrura y gritar más fuerte;
son otras voces y otros ecos; escuchar con los ojos cegados de noche es mirar
el lado oscuro de la vida que en la selva no cesa.
Estoy perdido y un jaguar me acecha. Voy desmoronando
la esperanza de bajarme de aquí para buscar un claro donde puedan verme si
sobrevuelan la zona. Me siento desnudo,
agazapado contra las ramas de un árbol que empieza a acostumbrarse a mi
presencia. Miro hacia arriba y me parece
que está amaneciendo; la luz es incapaz a perforar los nudos de hojas que
pelean por asomarse al cielo. No ha
parado de llover desde la media noche y estoy aterido; empiezo a desear que
termine el acoso; las garras del hambre y de la desesperanza son más afiladas y
se hunden más profundamente que las de un jaguar.
Amanece ya sin disimulo; intento mantenerme despierto
y los ojos se niegan a mirar; aprieto el rostro contra el lecho vertical de
líquen y me pierdo en la neblina densa que me muestran los sueños. Un ruido discreto se escucha en la base del
tronco; miro hacia abajo y mis ojos se encuentran con los dos brillos de su
mirada.
22 de julio
del 2003
(Regresa al Índice general)
Carlos Alocer Fernández de Jáuregui (Ciudad de México, octubre de 1958).
Desde temprana edad descubrió un especial gusto por la lectura lo que lo
estimuló a escribir sus propios relatos.
En 1979 se enroló en un crucero y recorrió las islas del Pacífico Sur, Alaska
y la Riviera Mexicana. A su regreso a México realizó estudios de Comunicación
Social e incursionó en el guionismo radiofónico y la investigación
histórica. Hoy cuenta con más de treinta
años de experiencia en los medios audiovisuales y ha filmado en más de diez
países. En 1983 participó como miembro fundador de Radio y Televisión Mexiquense
como guionista y productor. En enero de 1985 se estableció en la ciudad de
Querétaro y ahí participó como miembro fundador del «Taller de los Estropajos»,
un espacio de creación artística multidisciplinaria. Desde 1986 fue el
responsable del diseño y lanzamiento de Radio Querétaro. En junio de 1989
emprendió un viaje por diversos países de Europa en los que expuso su obra
plástica. En 1992 produce su primer documental, «La Epopeya de Fray Junípero
Serra». En 1996 fundó Seis Jaguares Films donde es director, guionista y
productor independiente. Hasta la fecha ha realizado catorce documentales de
diversa índole que han sido trasmitidos a través de las redes nacionales de
Canal 11, Canal 22, Tvunam y la BBC de Lóndres. Participó como invitado en el
II Producers Workshop organizado por Discovery Channel Networks en Valencia,
España.
En el año 2001 forma parte del «Taller literario de
los jueves» con los escritores Tarsicio García Oliva (EPD) y Enrique Vallejo. A
partir del año 2002 y hasta 2009 participa en el Taller de Creación Literaria
coordinado por la escritora Carmen Simón quien introduce en México la técnica
del uruguayo Mario Levrero. Carlos Alcocer cuenta hoy con más de cincuenta
relatos y dos novelas que espera publicar en breve. En 2006 presentó el
documental «La Vida en un Volado» que fue seleccionado para participar en nueve
festivales internacionales.
En septiembre del año 2006 cursó un diplomado en el Centro Internacional
de Guionismo para Cine y Televisión. Cuenta con 8 guiones de cortometraje. Se encuentra en la revisión final del guión
cinematográfico del largometraje «El virus del llanto» con el que realizará en
breve su opera prima de ficción. Además
está desarrollando los guiones «El amante de Polanco», «La Mujer Desnuda Sale a
las Once», «La Carambada», «El más grande hereje» y. A partir de noviembre de
2013 y hasta la fecha ha participado en doce talleres de dirección de actores y
guionismo impartidos por el reconocido cineasta Luis Mandoki. A finales de 2014
recibe cuatro nominaciones y dos premios «Pantalla de Cristal» por su
largometraje documental «Cabral, maestro de la línea». A partir del mes de
junio de 2015 forma parte de la Sociedad Mexicana de Directores
Cinematográficos. Su primer cortometraje titulado “La mejor oferta” ganó el
primer lugar en el Festival Pantalla de Cristal y fue seleccionado para su
estreno en el Festival de Cine de Bogotá, Colombia, a celebrarse en octubre del
presente año en donde, además fue invitado para impartir un taller de
introducción al guionismo cinematográfico.
A la par de su trabajo como cineasta, imparte talleres de creación
literaria y guionismo cinematográfico. Ha filmado hasta la fecha tres
cortometrajes: «La mejor Oferta», «Mirar con las manos» y «La Cita».
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