Ficción
Mientras él escribía un cuento
erótico, ella se quedó dormida.
Papeles cambiados
Los perros platican en el
parque mientras sus dueños ladran.
–No llores –le dijo la niña al
cielo.
Era ella la que estaba triste.
Cada mañana la reina reía
frente al espejo, hasta que fue el espejo el que se rió de ella.
Desenroscó uno de sus ojos de
vidrio, luego el otro y se quedó dormido.
Era toda noche.
Era todo ojo.
El tiburón acecha en la playa
mientras bebe coco con ginebra.
Crepitaban los leños como
gritos de herejes condenados a la hoguera.
Él era un robot y ella era de
plástico. Se acusaban mutuamente de insensibilidad.
Despertó convertido en ratón,
pero no hubo autor que quisiera ocuparse de su caso.
Detrás no había nada: la
máscara era su rostro.
El tapón de la champaña fue el
primero en ponerse a bailar.
Tardó cien años en llegar a su
propia muerte.
Insecto boca arriba.
Para huir de sí mismo, se
escondió entre la muchedumbre.
Armando Alanís, por Isaí Moreno |
Armando Alanís (Saltillo,
Coahuila, 1956) estudió Comunicación en la Ciudad de México, y un posgrado en
Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid. Es autor del
volumen de cuentos La mirada de las vacas (1994); del libro de microrrelatos Fosa común (2008); de
las novelas Alma sin dueño (2003),
La vitrina mágica (2007) y Las lágrimas del Centauro (2010),
esta última sobre Pancho Villa. En 2015 publicó su segundo
volumen de microrrelatos, Narciso, el masoquista, y otro en 2016, Coitus interruptus. Traducido
al francés y al rumano. Profesor en la UACM, colabora con su espacio Alfileres
en el suplemento Laberinto del diario Milenio.
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