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lunes, 3 de marzo de 2025

Luz animal

Por Luis Ernesto González Soto
(poeta mexicano)



Otro cielo

Abriéndose camino entre la tarde
cae un rayo de sol sobre el arado,
pero nube no fue lo que ha sombreado
la hoguera del crepúsculo que arde:

es el árbol de un sueño, su ramaje
insondable, infinito, y en él cabe
otro cielo precioso lleno de aves
que doran en otoño su plumaje.

Una ciudad en ruinas y otra nueva
debajo de la copa aran su duelo,
y como una plegaria en mí se eleva

sedienta mi mirada que trasmina
la oscuridad buscando ese otro cielo
que en el vuelo de un pájaro germina.



Akumal

Llegas apenas, corres, pero
como si ya todos tus años presagiaras.
Naciste vieja. Al amparo 
de ti, tu escudo enfrenta el cielo.

Protege tú tu escudo protector, pequeña
y abismada de arrugas.
Cuatro patas dan vértigo a tu Polaris.
Si no hallaras el mar,
desaparecerías
en el pico o las fauces de quienes no conoces;
y si hallaras el mar,
desaparecerías,
disolución salina para librarte
de gravedad y tierra.

Yo, desde mí, mirándote arrobado,
panza abajo,
con la luz apagada de mi ciencia,
te quiero ya, te elijo 
entre decenas de tus hermanas,
todas tan viejas, abismales.
Sales del cascarón, corres; pareces
una piedra inconforme.

¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes en dónde
serán mar tus aletas? —Yo no nací tan viejo:
ni sé ni aprendo a serlo conforme lo voy siendo—.

Pocas serán, entre todas ustedes.
La vida les ocurrirá como una prórroga
si el espermatozoide
que solamente sobre la arena eres
alcanza la llave del ovulado azul
y revienta en las olas su vía láctea.
¡Lógralo! ¡Llámate Odisea!
¡Llámate Canto Largo, Lento, brevemente
Vivace de Todos los Oceanos!

Un día, si yo también me cumplo y vuelvo a Ítaca,
regresaré a esta playa; y tú 
regresarás inmensamente realizada 
y redundantemente vieja. 
Mas no habrá forma de reconocernos.
Pero en los dos misterios,
en tu viaje y el mío,
habrá una noche que nos unirá siempre
—aquella que cantó, brújula de esas olas
que te hicieron estrella—.



Confusiones

No conforme con volar,
la gaviota se echa al mar.

En su pico vuela un pez
que ve un azul al revés.

Las nubes ya son de espuma,
las olas, giros de bruma;

un arrecife en la Luna,
una tumba que se acuna.

No conforme con nadar,
muere el pez por curiosear.

Grazna la gaviota en vuelo:
¡Qué alta mar el bajo cielo!



El artista, decía Paz, es un ser marginal

Qué talento
de la abeja tan alta,
ya melada de aurora.
Lleva lejos
polen en sus patitas,
tan sola y a deshoras.

No comprende
por qué ha sido exiliada,
si este viaje es de todos.
Por qué quieren
que nadie eleve el vuelo
por volar codo a codo.

Qué talento
de la abeja con hambre
en vuelo sideral.
Y la reina,
que nunca sabe nada,
devora jalea real.

La creadora
intercepta la luz
y hace más rojo el haz.
Ya la nube
lo volverá memoria
de una estrella fugaz.



El pájaro

Nadie en el jardín.
Un canto, sí.
De quién.
De Él.

Fue al cristal de la mañana
para entrar por su ventana.
Ella se asomó
pero no lo vio.

El canto seguía
y el jardín reía.
Un secreto amor,
madrugador.



Cocó

¿Ya la viste trotar en la pradera
de la alfombra de casa, en la mañana,
cuando sus ojos miran la lejana
estrella de su sueño mensajera?

Lleva croquetas a su madriguera
horadada con arte en un sillón,
perfecta orografía de su misión
de preservar la vida verdadera.

Confecciona su bosque con urbanas
bolsas de tienda, trapos y cartón.
Fragilidad preciosa, su intención

es de Natura serle su guardiana
y del Amor su causa meridiana.
Tierna huroncita, fiera, alma de león.



Mi perro

Tristán a la nube se inclina.
Él es otoño, 
pero —fieros retoños—
en su lomo germinan,
cuando no lo bañas,
trigo y arañas.



Pentagrama

Qué delgado silencio
del pájaro al árbol.
Qué quietud, sueño.
Respiró el viento,
pájaro y árbol
son un arpegio.



Zarigüeya

Ayer fingías tu muerte.
Hoy te veo 
cifrando, descifrando peligros al oído.
Quieres llegar al cuenco de la cena,
succionar lo que queda de la lluvia
en el charco del patio
—antes de conocerte, me molestaba el charco,
incómodo recuerdo de mi propia miseria—.

Sea tu amparo la noche.
Llega con bien a estos tesoros breves
que hacen brillar tus ojos.
No de depredador, los míos
tropiezan en la sombra.
Los ruidos en acecho que hoy percibes
son los de tu aprendiz.



Amor urbano

Sentado sobre el queso de la trampa,
brillan en tus ojos apetitos saciados un instante,
el cepo que evadiste sin saber
que alguien quería cazarte.
Deberás aprender la vida en la ciudad,
encontrar el charco contra la sed quemante,
doblemente quemante en la ciudad,
la migaja nevada para las palomas
—a ellas sí, a ti no—
la tierra blanda donde cavar el nido,
cavar el corazón de la urbe indiferente
poblada por hostiles prepotencias.

Y si tu olfato encuentra los milagros,
la compañera de otro charco,
otro pan incendiado de energía,
eucaristía preciosa, como la Buena Nueva,
tendrás para ella un miedo diferente,
un abrazo, amanecido al fin,
y multiplicarán en la amable alcantarilla
la vida de tu estirpe, sin otra bienvenida
que el veneno en sigilo, el fierro que destripa,
el adhesivo diseñado por la envidia
a tu carrera ágil, trepadora.

Asida la familia al horror prepotente
serán libres apenas un momento,
flechas precisas como el rayo,
y un monstruo a asesinar
en la cruzada aséptica de quienes ven tus ojos
y adivinan que tienes un secreto
que ellos quieren destruir para vivir en paz.

¡Corre ahora, gris de la grisura, corre! Es un parque.
Que encuentres la migaja, los charcos
y el aroma de la ratoncita
cuyos ojos de miedo se alegrarán al verte.



Plataforma petrolera

Negros peces, ¡picad!
¡Cuánto dinero
flota en el mar!



Ardes, dragón

No lo eras.
Tu destino
era correr con ellos
con la lengua de fuera.
Sonreían,
movías la cola.
Eras el centro de su atención
y tú los querías.

Te refrescaron con aquel líquido
que picaba tu olfato,
te vistieron con un chaleco algo pesado
relleno de un abrigo inesperado.
Y lanzaron el fósforo. Y gritaron 
y corrieron encendidos de entusiasmo,
Tú también encendido, 
corriste, ya dragón en tu vuelo penúltimo.

Ardiste. Aullaste. Les suplicaste ayuda.
Tus ojos se incendiaron.
Tu lengua fue de fuego,
fue de fuego; fuiste el Sol que hoy te pare.

A carcajadas
te torearon, esquivaron tus llamas,
tu llamado, tu amor. Tus amigos se fueron.

Ahora te apaga 
una presencia 
con sus alas.
Silencio como agua cristalina.

—Mi llanto no podría—.

Y ahora vuelas con ella
en el último vuelo.
He pedido un deseo
al mirarte pasar.
Ya serás para siempre mi fugaz estrella.



Música para dos nuevos pájaros

Ella gobernaba mis manos.
Eran su vuelo —su pequeño vuelo—.
Su mirada, el timón.

Y en el piano de Tiersen y Satie:
ella y yo, lentos pájaros.
Su pelaje tan blanco se llenó de colores
de la aurora boreal.
Me señaló la altura que yo no sabía ver,
olfateamos fantasmas en la sala,
libro a libro repasamos los títulos
que se nos entregaban,
derribamos adornos del librero
y las frases sobrantes, para no lastrarnos.

Entramos al concierto de los dos violines;
la danza de uno y dos que ya son uno
en el largo de Bach para las aves
desde cuya mirada no hay mínima cosa.

De súbito mi cuerpo
lo sabía: ascendieron mis pies
al secreto del aire.
Ella no se dio cuenta —tanto confiaba en mí—.
Sin ventanas, sin techo, sólo azul nos guardaba
con sus olas celestes espumosas.
Y renuncié a mi miedo
y ella fue para siempre mi mirada.

Ahora ya todo es blanco, como es ella,
y yo estoy abrigado en su pelaje.
Seguimos la campana de la menor osa
llamando a celebrar esta brizna de luz
que casi encuentra dónde
suavemente posarse.



¿Alma doméstica?

La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
                                                Jorge Luis Borges

Yo lo creía también y sin embargo
puede ser al revés, hermano,
hermano sabio que viviste tanto
pero sin animal. Alma tan sólo.

La edad le quita al sortilegio
de los cuentos su imán de seducción.
Tarde o temprano dudas
de la duda doméstica,
del amable secuestro del deseo, o todo lo contrario.

Es simple la pregunta —de Cioran, más o menos,
quien te admiraba tanto—:
Si le quitas al hombre sus quehaceres,
si lo dejas a solas,
si revientas la frágil
burbuja de sus convenciones,
¿qué le dejas? El animal humano
no quiere al animal.

El alma me ocultaba,
la prisión que he ocupado en el zoológico.
Pero al ritmo inflexible
al que envejezco
miro la prepotencia del barrote
mordisqueado
en momentos de luz y de esperanza.

Lo dices al revés, hermano. El tiempo
nos revela 
su engaño a fuerza de desgaste.
El animal revive. Es la inocencia 
de unos ojos con miedo.
La esfinge, con la edad, nos interesa menos;
en cambio, más la risa, la bondad, el abrazo.

Las palabras, las investigaciones, los cerebros en frascos
son para los eternos. Yo soy el animal, yo muero,
y deseo,
aunque de fuerza falto,
morir un día empapado en mis cinco sentidos,
plenamente animal, de cara a esa noche que ellos miran.

Si entre los seviciosos 
no te sientes un toro en tarde de domingo,
estás perdido. Tus ojos animales están muertos.

No me preguntes cómo, la poesía
va borrando las hojas de mi diario.
Aspiro a ser silencio, el eco de mi aullido
en la noche estrellada más blanca que veremos.



Metamorfosis

No morirás,
te dijo.
Te contó que algún día
ya no estarías en ella:
nacerías transformado en algo más.
Sí, como las mariposas.
Y alzabas la mirada
más allá de tu casa en espiral,
elongando los ojos,
inocente, pesado.

Yo permaneceré,
te dijo.
Y tal vez, tal vez
en tu vida más alta
volveré a ser tu casa.
Te echaste a caminar
sobre tu mucus,
—por vergüenza, mi especie
llama a sus secreciones
ideas y arte; pero es la misma cosa:
el modo de avanzar sin sentir gran dolor—.
Caminaste tus años
escuchando aleteos
y el susurro del polen.

Y un día
sentiste que tu concha te quedaba chica,
la espiral estiraba
nuevos brazos.
La tierra que en tu andar ondulante
habías fertilizado
dio tu fruto.
Tus oscilantes pasos
dejaron de ser lentos.

No morirás,
caracol ahora ausente.
Tu casa logarítmica
es cunero, no tumba.
Tus ojos ya no existen
pero llega más alto tu mirada.
Alzas las hojas.
Sobre la luz feraz, ansiado ascenso,
te sientes floreciente.



[Quién]

[Quién] deslizó
el arco sobre el plectro de luz
bajo el árbol de lluvia,
parhelio del cunero del pájaro.

La mirada a la intemperie grave,
[Quién], con insectos polinizadores,
creó entre la sombra una aurora dorada.

Entonces era un vuelo, no un ave.
Luz y sombra ascendentes, nocturnos arcoíris.

Ahora se mira absorto, [¿Quién?] con la mirada
desviada de los espejos rotos. Un murmullo
cuida [Su] nacimiento.


lunes, 15 de enero de 2024

Bosquejo en llamas

Por Claudia Escanamé
(San Luis Potosí)



El dolor esparcido en el cuerpo
quema, hiere, salpica el paso dado
dolor por lo pasado,
dolor por lo querido,
dolor por lo no tenido.

Desafiante en mis años la locura,
la perdida libertad, atadura
lucha por el presente no vivido
ahora el frémito del corazón es voz muda
el mortero de lo vivido lo machaca,
lo desgarra lo desangra
la vida se va por el alma
el cuerpo débil grita sin sonido

La soledad es una tumba
la tierra pesa sobre el cuerpo vivo
muerte lenta que asfixia lo bueno
cada respiro cuesta un recuerdo
sumergido en el vacío entierro

Soledad, muerte lenta
me suena a engaño, la vida juega conmigo
cada día me toma en sacrificio
desmiembra el cuerpo, el corazón herido, 
lo quema en llama ardiente, lo único vivo

¡Otra vez me pesa el alma!
el infierno donde habito
voy muerto sin destino
voy ciego, no me encuentro, no existo

La vida me ha dejado en el peor de los suplicios
vivo muerto en un mundo que no es mío
ahora desconozco la vida

Todo esto lo dije
del dolor por lo pasado,
del dolor por lo querido,
del dolor por lo no tenido

lunes, 1 de enero de 2024

Cinco poemas recientes

José Manuel Recillas                                                                          Foto © Carlos Martínez 
Por José Manuel Recillas
(poeta mexicano)
















LAS BODAS DE CADMO Y HARMONÍA

para Gabriela Bautista Martínez
este intangible regalo de bodas

Huye saber lo que será mañana
Francisco de Medrano

Sembró la noche en ti su voluntad 
como un Olimpo nuevo
que no se arredra ante la tempestad
ni afonda ante el Erebo. 
De oscura lentitud es la mirada 
que observa, absorta, a todo
y en una transparente red lo atrapa,
fijando su alborozo
como una edad que nunca se marchita,
ajena al calendario, 
del todo dada al canto y a la vida
de un mundo contemplado.
Algo de ti latiendo está allá arriba, 
una celebración
entre la luz de la melancolía
y la desolación.
Nos queda lo inmortal de haber vivido 
de espaldas a Plutón
ajenos al siniestro y negro río
del áureo resplandor
que al mundo rige y al poder destrona
cuando se enfrenta a Tisbe.
En ti supongo una inmanente gloria
que a todo lo enalquimie, 
de toro, laberinto y entrecielo
al fin ya liberado,
y en todo lo viviente estés, de nuevo,
en canto conservado.
29 de agosto de 2023


LENGUAJE INCLUSIVO

Dirijo la mirada a la ventana 
de mi casa, que no conduce a nada
más que al patio encenizado de tiempo
y en donde sólo crece el polvo.

De nuevo miro los callados libros 
que tanto tiempo me han acompañado
lo mismo que los discos de vinyl
y su memoria muda de sonidos,
testigos irredentos de todo lo que amo,
  o casi todo.

Miro el azul opaco que por sus vidrios entra 
y nada en ese cielo azul canta;
es el tronido sucio del metal
que cada tres minutos presente se hace 
–como la realidad, tan desquiciante–
haciendo a un lado todo el orden.

Miro de nuevo ese grisáceo azul, 
que impávido en lo alto permanece,
el patio y su desmemoriada y pálida rosa
al piso tapizando entre el olvido,
en el que alguna vez mi cumpleaños,
o tal vez otra fiesta, celebraba,
rodeado de amistades y familia.
¿Quién lo recuerda ya?

Y pienso en Stonehenge, de repente, 
en quienes erigieron ese templo
dejando sólo piedras, no palabras,
que en su silencio dicen todo.

Ese mutismo y esa noche incólume 
siguen de pie, frente a la eternidad,
ajena al balbuceo que nos consume, necios,
pensando en devolver el chícharo a la vaina
y otros oficios igual de productivos.
11 de septiembre de 2023


ELEGÍA

Todos tenemos la soledad, la locura, la muerte.
Harold BLOOM

a Lillian VAN DEN BROECK
en sus setenta años

Estoy mirando el campo de batalla 
alejarse de mí como un paisaje
ya visto tantas veces, presentido
en ese atardecer de la memoria
que son los padres y su verbo herido
surcando el tiempo y anidando el hoy
con un suspiro compartido y vivo
por esa bruma que a mis ojos cubre
que cada día cuentan menos días.
Miro el camino sin saber a dónde 
mis pasos van y dónde mi mirada
igual se perderá como la tarde,
como el café que estoy bebiendo,
que cada día bebo, poco a poco,
y así bebido, un poco menos queda.
Y estoy pensando apenas en la lluvia,
y su monótona canción me lleva
a esos centroamericanos campos
en los que el verde ilimitado era,
sin signos de dragones en los mapas
ni látigos de euforia en el jardín.

Nada que no un preludio tuyo fuera 
estaba respirando sobre el día
mirando sin mirar todo en origen
pensando oblicuamente pese a todo
y la advertencia o petición, Pequeña,
de no pensar ya más, de sólo ser.
Y algo tembló en el cielo, como un canto 
que de remotas islas, o de tierras
anegadas, sin nombre aún, sonaba
rodeado de abandono y de silencio,
como el paisaje que no habré de ver
mas que en ausencia y lejanía oscura,
y en su vagar de noches, otra noche
hará de mí la insinuación de un viaje
a duras penas comprendido, sólo
por esos pocos que conmigo están
y aún nadie decir sus nombres puede.
Es claro aquello que no sé qué es, 
es ese encuentro como de agua y noche
que sólo yo me empeño en recordar
y cuya esencia es que no es de nadie
y acaso es mero sueño, o algo así
para lo cual no hay Verbo ni palabra
y apenas una corporalidad
evaporándose en la inmensidad
que nos consume a todos sin saberlo
como esa luz de ti naciendo toda,
de la que nada sé ni sabes tú.
No sé más que mirar la noche entera
participar callado de su luz,
atento a su enmudecido canto,
a la vicisitud de lo inasible
que el sueño, el llanto y la serenidad,
la arena inmóvil de los no nacidos,
la orquídea susurrante del silencio
ofrenda en medio de un clamor de manos
enmudecidas aferrando al mudo
e impávido planeta que me ignora,
y apenas sé mirar lo transitorio, 
la efímera memoria que ha de nombrarme un día,
ese pequeño instante que te aguarda
y te contiene en mí como un dolor
de parto no cumplido frente a la eternidad.

A donde mire, el sol te oculta, y dice 
bajo el azul ingrávido del templo 
en el que telete, myesis y epopteia 
posibles son, que también eres tú
otra telete, myesis y epopteia
surgida de la noche y del silencio,
de ese minúsculo sendero mudo 
naciendo en la mirada que te nombra
mientras el mundo entero calla y canta
y asoma en un rumor de pies y manos 
un algo que se vuelve origen, rito
de paso hacia la noche engendradora
o de algo que se le parece y calla.
Un algo como el sueño, o la memoria, 
el bálsamo al dolor de haber partido
sin saber que no hay puerto de llegada,
que no va a amanecer una vez más,
que lentas noches se avecinan pronto
como el lejano puerto de Brindisi 
en el que va un destino a conocerse,
un libro que es de todos y es de nadie,
el imperioso eco de las lanzas,
custodias del poder y lo terreno
y ajenas al delirio de lo escrito
en medio de la noche y el silencio,
que pese a todo un día cuidarán
y harán un monumento hecho de nada,
será otro remolino vespertino,
será otra Eneida y te dirá de nuevo
de muchas, miles veces al nombrarte
como si nada fuese ya memoria
y sólo espada y fuego y ruina hubiesen
y nada hubiese, nuevamente, sido.
1 a 15 de octubre de 2023


OVIDIO EN EL DESTIERRO

laeta fere laetus cecini, cano tristia tristis
Ovidio, Ex Ponto III:IX:35

Las incontables tardes y el paisaje inmóvil a lo lejos, 
el eco inadvertido entre la lluvia de remotos encuentros y cafés,
no sé qué aroma de distancias y de gatos llegando,
clavicordios de humo y de recuerdos,
como si el tiempo no existiese, más que como silencio,
como el impío peso de la ergástula por otro decretada,
tramada con insidia y perfección, como el acero que encontró a César
al pie del mármol del poder y el templo en donde la justicia se cancela
amparada en la ley y el desenfado 
del magistrado y su delirio por el amanecer ficticio 
del oro que lo nombra y lo condena,
me llega en tanto veo atardecer todo el otoño de una sola vez,
como una flor que ya no mira al sol… y el canto detenido y silenciado
del ave mítica que ahora llora, y en celebrar su vuelo se transforma o vuelve sinfonía ligerísima
a la que todo lo viviente anhela, y en donde los cantores se reúnen
como si fuera el florecer de toda modulación y verbo,
en ese espacio en el que Sócrates
solía pasear y hacer del deambular una ventura de otoños en primavera convertidos
queda en recuerdo y en distancia, como la indiscreción por la que Sócrates fue condenado a la cicuta,
mas no al olvido.

En esa plaza a la que ya no puedo regresar a morir siquiera, como pueden o podrían leer 
otros poetas testimonio dando de lo vivido y de lo amado juntos,
“lugar de encuentro de escritores y poetas”, algunos dicen,
donde la vida arrebatada ha sido y apenas otros solos me acompañan
en vino y en silencio congregados,
miro el sendero y su silencio gris, de tantos pasos recorridos que en su callar 
de alguna forma la vida celebran, 
de alguna forma un fuego están llamando,
aquí, en esta linde en que el otoño parece haberse detenido
sin pan ni lágrima para el dolor.
Y en tanto el gris del horizonte avanza, 
atrás quedando va esa memoria de días compartidos, 
que siempre estará fijada en mi médula, y seré deudor eterno de la vida que es mía,
y mi espíritu se derretirá en el aire vacío, dejando mis cenizas en la pira que se enfría,
antes de que el recuerdo de tu mérito abandone mi mente
sabiendo que la lealtad se desvanece con el paso de los años
y así como el sendero se hace estrecho como el afluente de los ríos al nacer, 
y el agua ya no llega más al cauce ni puede ya saciar la sed,
como el papel de la lectura también se oculta al fuego y la intemperie,
del mar regresarán profundos ríos a su fuente, 
el Sol apresurado invertirá su andar frente a la noche,
el agua incendiará toda pradera
y el fuego en vano saciará la sed de todo peregrino,
y nada que conozca será como fue pensado en su crisol de origen,
y no podré mirar el rostro amigo pues ya no hay faz ni de la luna
ni amigo alguno al cual pedir consejo; todo será lo que negué pudiera ser
y no habrá nada que no puedas creer.
Y pienso que la insidia estaba ahí, como una fruta innecesaria y roja, 
a plena vista como la manzana proverbial del principio de los tiempos de que hablan las leyendas,
oculta como el beso que dio Bruto o el corcel arbolado y traicionero
que a Troya condenó en una sola noche.
En silencio las lentas llamas veo en derredor irse apagando poco a poco, 
como el fervor de los antiguos antes de desaparecer completamente.
De la traición no sé más que el dolor de lo que queda, las cada vez menos
agonizantes brasas ocultándose discretamente entre la noche
en tanto los traidores tal vez rían y celebren su ruindad,
como hace siempre el que en las sombras vive
y de ellas hace su alimento, y del aplauso y de la hipocresía
su cotidiano dracma envilecido.
De lo vivido quedará lo escrito, 
igual que de la insidia, 
y alguien sabrá que los traidores
los mismos siempre son,
su sonrisita hipócrita delata su calaña
y apenas ocultar su hedor creen que pueden.
También para ellos el otoño llega, y el pugio los aguarda, silencioso…
21 de octubre de 2023


ORE CANENTIS EGET

Ovidio, Epistulæ ex Ponto, IV, 8, 55-56

No miro la mañana de mañana ni la pasada primavera, ni el verde amanecer que otros celebran, 
tampoco la clepsidra ensimismada de la injusticia cotidiana,
y apenas puedo ver la tinta escrita dejada por mi mano, en vano sostenida en el papel,
si el juez de los alisios lo permite, cruzar la oscuridad de su pensar, 
y vagamente hallar tierra lejana en la que todo sea, hasta los dioses, posible
con solo hacerlo canto, eso que alguna vez pediste
pensando en que jamás serías leída.
En vano pasa el tiempo, y el otoño en que los dioses eran, y estaban y posible todo era, 
se ha ido y sólo queda en la palabra, 
ese crisol de anhelos tan humanos como la fragua de Vulcano.
Y en vano me pregunto tantas cosas, vagas genealogías inventadas sobre un origen tan remoto 
e improbable, o azarosamente cierto 
por sólo la palabra y su memoria, por el azar lector frente a la noche.
Y en el oscuro y vago treno ignoto que alguna biblioteca recogió, o tal vez no,
habrá quedado ya signado el sino que anónimo nos corresponde en vida,
que en muerte se repite y multiplica:
«Y qué dirán de ti los de tu sangre, que no viajaron contigo hasta el final 
y apenas algo intuyen de la tinta que en silencio la noche de los tiempos cruzado ha.
Qué los que no han tu sangre compartido ni vínculo de tiempo ni de memoria 
y están en verdes prados congregados ante la horca,
ondeando la derrota victoriosa igual que Pirro ante el azur de los silencios»
decía el epitafio hoy olvidado que esa memoria en el papel escrito reproduce en heptámetros aciagos
que apenas unos cuántos hoy recuerdan.
No es la voz lo que queda, es la palabra escrita frente al tiempo.
26 de octubre de 2023



El azar de los hechos en ImagenTv

El azar de los hechos en Canal 11 Tv

Las teorías sobre arte son al arte
lo que un gato disecado al movimiento de un felino
Cosme Álvarez

Invitación

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