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sábado, 1 de julio de 2017

4 poemas

Por Eduardo Cerecedo
(poeta mexicano)





Árbol su sombra

El ambiente con su temperatura quiebra lo que ha dejado de hacer
la mano amiga.
Caricia de ortiga, afelpando un ligero rumor que despide el cactus
al saberse despojado de algún piropo, envuelto en la gente,
golpes de ecos a lo oscuro del tiempo.
El estanque revuelve al árbol su sombra, sus agujeros son escozores
de quietud que el espejo pule en cardumen de follaje clandestino.


Recinto del agua

La casa es un recinto que el tiempo hace para entretenerse,
un juego para la memoria, navaja para despertar la armonía
que fabrica la imaginación en este puerto venido de otras latitudes.
Pero esos muros tensan un regreso pospuesto
que ha de sostener la lejanía en escollos, rompiendo de espuma
a las iguanas,
bebiendo del tejado un cauce detenido.


Agua sostenida

En la espalda siento un verdor auspiciado por el agua prensada
en el muro, el respingo de la luz, apenas tierna se acomoda junto
a la mesa en la que escribo.
Azota el calor un brío que gobierna el estómago a esta hora
del día.
La pared afirma la nervadura de la lluvia, trasluciendo la humedad
de su raíz en sonido como despeñando para filtrarse en la espesura
que cruza el temblor de mi mano.


Un fondeo

Pensar en el agua, pincharse un ojo a lo suave de lo amargo, clima
sobre los árboles de caucho, preciso instante
que empujado por el parpadeo hace de la imagen un río crecido,
por donde transita lo redondo de la piedra.
Es un fondeo de lágrima acusando a la esfinge detenida por el ojo.
Justo en la estaca afilada por la frescura con que eleva la verdura el verano
sobre las calles más cerradas a la lluvia que desgaja en vapores la mañana
en un vuelo de pichíchiles.
Eduardo Cerecedo
Tecolutla, Veracruz, 1962. Poeta, narrador y periodista cultural. Actualmente vive en Ixtapaluca,  en el Estado de México. Es Lic. en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM, donde realizó la Maestría en Letras. Sus poemas y notas críticas, se han publicado en los  principales diarios del país y en revistas especialidades en literatura. Así como en Alhucema, (España), La Casa Grande (Colombia) y Maestra vida, en Lima, Perú. Poeta. Ha publicado  22 libros, los más recientes son: Trópicos I Antología personal, 2015, Trópicos II. Tu cuerpo como un río (Poesía amorosa), 2015, Destrucción del amor (Cuentos), 2015, Trópicos III. Zoología poética, 2016, Soltar el corazón, 2016 y El pez que quiso volar (cuento Juvenil), 2016.  Ganó El Premio Internacional de Poesía “Bernardo Ruiz” 2010 Nezahualcóyotl, Estado de México,  El Premio Nacional de Poesía Alí Chumacero 2011 Toluca, Estado de México y El Premio Nacional de Poesía Lázara Meldiú 2012, Veracruz. Así como la Beca de Escritores con Trayectoria, por el Instituto Veracruzano de la Cultura/CONACULTA/Gobierno del estado de Veracruz, en 2002, 2006 y 2008. Fue colaborador de Sábado, Suplemento Cultural de Uno más uno. Colabora para la revista electrónica Los Escribas y para el supl. Cult. “La Jiribilla”, de El Gráfico de Xalapa con su columna dominical Página nómada. Así como para el Periódico Espacios de Cultura, en Neza-Ixtapaluca, en el Estado de México, con su columna “La Nueva” y su columna Boca de río, en la revista electrónica Piraña. Es jefe de redacción de La revista de literatura Bulimia de Camaleones en el Estado de México. Imparte talleres de creación literaria en distintas instituciones del país. Fue director del Centro Municipal de Artes Aplicadas (CEMUAA) en Ciudad Nezahualcóyotl. Condujo el programa de radio Memoria y Celebración: Vuelo de palabras en Radio Faro 90.1 FM. Poemas suyos se ha traducido al portugués y francés.
Está incluido en Círculo de Poesía, Revista de poesía de Escritores Latinoamericanos, en Poetas del siglo XXI antología de poesía mundial, 2015, por Fernando Sabido Sánchez en España. Su obra se ha editado en 84 antologías, nacionales e internacionales.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Quemar la tristeza

Por Ignacia Muñoz
(poeta mexicana)




Cocota,
tlachinoa,
in tlacolia
ocotlaca.
Nihualequi noyolo
pampa
uan ca ceuiloc.

Hacer pedazos,
quemar la tristeza,
rehacerme.
Abrazar mi corazón
porque
estoy muriendo
Ignacia Muñoz (Tlaxcala)

jueves, 1 de diciembre de 2016

Derrumbe de los días


Por Eduardo Cerecedo
(escritor mexicano)




I

La campana blande del día, una naranja partida de sol que bebe el viento al primer grito de sopor, el tiempo hiende su diente suave al fulgor  de los que caminan hacia la ciudad, mantas y mantas recubren el vacío del aire por afilar  la voz de piedra, una estatua de ciudad avanza en su vértigo, declina la angustia en los ojos, justicia, justicia a los olvidados claman los campesinos que fuman delicados, el café lo llevan en la sangre, allí donde el corazón maja lo recóndito de su fuente. “Pinches güevones”  gritan los del sentra rojo que más adelante se impactan con el materialista cargado de asfalto para resanar lo irresanado, allí cambia el viento de dirección.

II

Comanda la furia, los cables, los teléfonos, el internet, los diarios  amanecen rojos, amanecen con un aire  desfigurado, el temblor de los árboles baja con la sombra del día que avanza hacia algún cártel, hacia la plaza pública, hacia los malecones, hacia plaza galerías de alguna ciudad partida como el limón sobre la mesa de la tarde.
Amargo el tiempo se desfigura en los rincones del vértigo. Dan las noticias por la radio y la voz del locutor se enardece, traga saliva para subsanar el nudo en la garganta ahogado aún más por la corbata.
Mientras los partidos políticos afilan sus armas para enlistarse en la terna de convocantes. Nada hará que la economía se venga en picada como al inicio del proyecto presidencial. Así otea la circunstancia sus adornos cotidianos.

III

“Otro colgado del puente”, dicen los encabezados de los diarios, la nota que se presume tenía el cadáver, ha caído al río. Portadas y contraportadas lucen el crimen del país. Finalmente agregan “Enamorado no correspondido decide quitarse la vida”. Se lee en la nota encontrada en la bolsa izquierda de su pantalón. Los tenis del occiso desaparecieron, los calcetines amarillos del club América, presumen de un par de moscardones que vuelan de los pies a la cabeza.

IV

Con música de Ramón Ayala avanza el tiempo montado en su circunstancia o puede ser cualquier ritmo, la cosa es que el agua arde en las acequias  de la ciudad, se pudre la tarde que presurosa ha llegado a la cresta de las horas. Un mar de silencio explota en el aire. Sirenas dejan caer el décimo rasgueo del vacío en los estómagos de los habitantes. Es septiembre y se enardece lo patrio en la garganta, cantos, reclamando la unión de los países, la libertad de la voz, una  fecha que tatúa la niebla en la moneda al aire. Entonces Moncayo es un títere del corazón que se esplende a fuego lento en la sangre.

V

A guisa de soliloquio tartamudea el sol en los frutos regados en las calles, una florería es la cara solar de los ramos. Flores, veladoras, llanto el incienso que lame el clima por instantes. Mujeres derrotadas, niños en asombro, hombres a salto de mata se abren el pecho clamando venganza. En los ataúdes se va la siembra de temporal, se va la alegría prometida con la sonrisa apostada en la oscuridad, donde la luz más amarga que los imecas hacen de los ojos la pólvora que ha de brindar la imagen a los diarios para editar: llueven micros, un colgado más del puente equis, descabezados en el periférico, baleados caen en el boulevar de la zona costera. Los semáforos pierden el control  y el día parpadea para unirse al decir de la ciudad en su gente.

VI

Amanece roja la mañana, la ciudad reclama su aurora con vientos que hagan nuevo los minutos. Los periódicos se detienen en la cifra de los sin cabeza, de los sin brazos, de los sin piernas. Una portada de película de terror guardan hoy los ojos, también enrojecidos por enero, voces comentan lo ocurrido. Pero las horas cabalgan por el abismo del día.
Flores, aromas; chicles masticados cubren el piso, el sueño corre a lomo de camionetas, sirenas encendidas  le dan brillo a un sol que entre el cielo se esconde, como la moneda guardada al aire de José Emilio Pacheco. Así el hueco del estómago tal la sorpresa del hombre.
Sobre la ciudad corre el agua en sus nubes de azufre, como guardando lo de mañana, de nuevo aquí, frente al puesto de periódicos, la cita.

VII

Para el que no ama su patria, pero que daría lo que lleva en el pecho, para que sus reinos que la hacen, le den origen a su cuerpo. Aquí, allí, ahí, la ciudad, sus calles, imperio de encuentros: amorosos, furtivos, armados, políticos, plenos en campo de batalla. La muerte es un campo de perfume en sus muros, aferradas al camellón las jacarandas, bugambilias hacen lo suyo por cambiar la sangre por aromas iluminados que el aire riega en la mañana en ese vuelo de pájaros en otro tiempo, rayando la mañana con sus gargantas.
Cartuchos vacíos pulen las portadas de los diarios, cada vez más amarillos y no por la tarde que rabea espuma en los árboles de eucalipto, en higueras de la India arrodilladas a la barda mientras alguien corta sus entrañas.
El hombre atado al potro del temor, repara su corcel que hace y rehace en la memoria, allí abierta, expuesta al asfalto regada de frutos por las balas.
Eduardo Cerecedo
Tecolutla, Veracruz, 1962. Actualmente vive en Ixtapaluca,  en el Estado de México. Es Lic. en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM, donde realizó la Maestría en Letras. Sus poemas y notas críticas, se han publicado en los  principales diarios del país y en revistas especialidades en literatura. Así como en Alhucema, (España), La Casa Grande (Colombia) y Maestra vida, en Lima, Perú. Poeta. Ha publicado los libros: Cuando el agua respira, 1992; Temblor mediterráneo, 1993; Marea del alba, 1995; Atrás del viento,1995; La dispersión de la noche,1998; Luz de trueno, 2000; Agua nueva, 2004; Hoja de cuaderno, 2005;  Nombrar la luz, 2007;  Festejar la ruina, 2011,  La misma moneda, 2011, Condición de nube, 2012,  Caracol vanidoso, 2013  y Asombro de la sombra, 2014, Trópicos I Antología personal, 2015, Trópicos II Tu cuerpo como un río (Poesía amorosa), 2015, Destrucción del amor (Cuentos), 2015 y Trópicos III. Zoología poética, 2016. Ganó El Premio Internacional de Poesía “Bernardo Ruiz” 2010 Nezahualcóyotl, Estado de México y El Premio Nacional de Poesía Alí Chumacero 2011 Toluca, Estado de México y El Premio Nacional de Poesía Lázara Meldiú 2012, Veracruz. Así como la Beca de Escritores con Trayectoria, por el Instituto Veracruzano de la Cultura/CONACULTA/Gobierno del estado de Veracruz, en 2002, 2006 y 2008. Fue colaborador de Sábado, Suplemento Cultural de Uno más uno. Colabora para la revista Bitácora. Imparte talleres de creación literaria en distintas instituciones del país. Fue director del Centro Municipal de Artes Aplicadas (CEMUAA) en Ciudad Nezahualcóyotl en 2012. Condujo el programa de radio Memoria y Celebración: Vuelo de palabras- por más de tres años- en Radio Faro 90.1 FM. Poemas suyos se ha traducido al portugués y francés.
Está incluido en Círculo de Poesía, Revista de poesía de Escritores Latinoamericanos, en Poetas del siglo XXI antología de poesía del mundo, 2015, por Fernando Sabido Sánchez en España.

sábado, 1 de octubre de 2016

Casi silente

Por Héctor Iván González
(poeta mexicano)



                                              A Amparo Tena, mi abuela

Desde el titubeo
del silencio o tomar la pluma
me vuelco hacia el murmullo.

Todo ha sido tan súbito
que, bajo la grisura de la noche,
aún la tierra humea.

La tierra agitada y rasgada
que toma cuenta del paso,
cansino, titubeante, del hombre.

Mientras esta luz pálida
se reúne en el vacío,
inicio un himno de pocos.

No hay a dónde ir,
si es que hay que hacer algo
no es emprender el camino

Ni hay que tomar la calzada,
porque tu disolución,
tu enigmática partida,

ha sido suntuosa y grácil,
como el escampar de una lluvia
muy tenue, casi silente.

Dejamos la tumba
en primaveras,
aún surgen efluvios
de tus flores.

Un montículo de colores y pétalos
ahora te hace compañía,
Abuela generosa y solemne.

Abuela Amparo, triste eslabón con
un mundo impertérrito, de salmodias,
voces y rezos inacabables.

Noche milenaria de mi pasado
que me arraiga a la tierra,
a la sombra de una hacienda.

Ser de mil años, naciste enferma,
creciste madura como la perla,
beata sempiterna, cónyuge de Cristo.

Siempre te refugiaste en las misas,
en los inextinguibles rosarios
que tanto me exasperaban.

Tu voz era la de un cisne
que se aguzaba para el canto,
para retratar tu esperanza no-nata.

Tu infinita Fe en un Dios que
seguimos juntos brevemente pero
ahora me intolera.

Tu vida fue un perpetuo Viacrucis,
jamás aceptaste las muertes
de tus tres hijos y esposo.

Hablabas de una Rita, muerta de meses,
y de Jorge, a los que nunca vi ni oí,
pero que tu llevabas tan dentro
como se lleva el alma.

Fuiste una viuda perpetua,
expectante, que lo sabía todo al no saber nada,
con cabellos grises y ojos tenues.

No me gustaba tu olor a casa vieja
pero respetaba tu dentadura marmórea
y la devoción por tu desvelo.

Te sentí cobarde en tu deber de albacea
y llegué a sospechar que provenías de Lesbos,
eras una presencia andrógina por casta.

Un pasado, que desconozco,
contradiría mis barruntos
pero eras tan abuela, tan gélida,
que no podría pensarte sin
una hoz o un arado en lugar
de los costureros de las demás abuelas.

“Entre tus manos / Dejo mi vida, Señor”,
¿te acuerdas que repetías meliflua,
con el aletear de una mariposa, esa salmodia?

Puedo decirte que, mientras surge
un zumbido, hoy nos diste la paz
que tanto anhelabas en vida.

Ayer, sábado, y hoy domingo
–tus días dilectos por ser días del Señor–,
nos diste por lo que más rezabas.

Por fin hubo paz y concordia
en esta tu embrutecida familia,
hoy la música apaciguó a las bestias.

Hubo un convenio y el estrechar
de manos, que antes viste crisparse
y que hoy tú uniste, Amparo.

Lograste, con esa pelea con la muerte,
esa guerra impasible y dolorosa,
que hoy tus hijos fueran uno.

La paz de un sentimiento afín
en la tierra de las discrepancias.
El tan lejano silencio apagó el grito.

Sirvan estas líneas pergeñadas
al pie de tu tumba florida
para decirte que venciste al fuego.

Dejaste que la tierra disuadiera
a la noche de seguir alimentando
el aire de fantasmas con un rezo.


Héctor Iván González
Héctor Iván González (Ciudad de México, 1980) es escritor y licenciado en Letras Francesas por la UNAM. Coordinó y prologó La escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada (FETA, 2012). Fue becario del FONCA 2012-2013. Junto con Adriana Jiménez, editó y prologó El Temple deslumbrante. Antología de textos no narrativos de Daniel Sada (Postdata, 2014). Colabora en medios como Este País, Nexos, La Jornada, Revista de la Universidad, Crítica de la BUAP, entre otros. Acaba de publicar su libro de ensayos Menos constante que el viento  (Casa Editorial Abismos, 2015).


Dos poemas

Por Gastón Alejandro Martínez
(poeta mexicano)




EL VINO DEL MEDIO SIGLO

1

He ahí un hombre con medio siglo a cuestas
Comido por el ansia
¿No debería estar calmo, sentado en su balcón,
escuchando el tintinear de las hojas,
con la vista entretenida en algo, en nada,
atrás del viento?

Miren a ese hombre ansioso, abandonado por sus vicios,
Incrédulo de pasado, loco de presente, paranoico de futuro
¿No debería regocijarse con su suerte, acodarse
en el barandal y cerrar los ojos,
mientras suena a lo lejos su canción?

Ah, ese hombre trémulo de ansias
Con su grosero caminar arruinándolo todo…
Olvidémonos de él.



2

A veces despierto en la madrugada
con el recuerdo de la mujer
que duerme a mi lado
como si la hubiera perdido
hace mucho tiempo
La cama es entonces una balsa
comida por los peces
Casi hundida en la noche
Y el mar hiela mi espalda
más allá de lo que puedo soportar




DOS CANCIONES

1

Hermana, soplo entre tus pechos
la brisa que se esparce monte abajo
y verdea los campos
Después de ese invierno delicioso
en que dormimos uno dentro de la otra
arrullados en el ligero tintineo
de los astros del norte
Viene bien despertarse con hambre
e ir en busca de las vituallas
que dejamos madurando antes de que cayera
el primer chopo sobre las tejas.
Hermana, sabes que mi amor es tuyo
Déjame hornear el pan
y macerar las frutas en el almíbar
de tanta ternura bien empleada
Dame sólo la cantidad justa de lágrimas
No mucho dolor, no es necesario
Y siéntate ahí, junto a la ventana
y espera.



2

Poco queda de aquel que fui
Mas no se lo digas a nadie
A lo lejos estoy intacto
Un árbol meciéndose en la noche
lleno de hojas nuevas y brillantes
rugiéndole al silencio
Gastón Alejandro Martínez
Un muchacho ebrio y alegre
aullando en su balcón



Gastón Alejandro Martínez (Árbol Grande, Tamaulipas, 1956). Poeta, compositor y editor. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha sido editor, publicista, locutor y productor de radio, así como promotor cultural. Es autor de los poemarios Solar de pájaros, La música, El horizonte y Estación Árbol Grande. También ha desarrollado una  destacada labor como compositor e intérprete en varios estados de la República donde se presenta cotidianamente. Estos poemas pertenecen a Tercer libro de la música, inédito.

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jueves, 1 de septiembre de 2016

La casa transfigurada

Por Elsa Elia Torres Garza
(poeta mexicana)



I

A esta casa vuelvo una y otra vez
Porque he dejado libros y escritos
Y comida vieja
Y ropa humedecida por la musgosa
Tropelía del tiempo
Comida podrida
Entre los dientes del recuerdo
En ella he dejado uñas y células
Remotamente vivaces

He vuelto para abrir las ventanas
Y aceitar los goznes de las puertas
Para renovar la memoria
De las músicas y encender los focos
De la insistencia con insistencia

Es en esta casa donde mis muertos
Me susurran el añoso adeudo
De mis rentas acumuladas…


II

Una vez conjurados los fantasmas de la casa
He ordenado salir de sus nidos a todas las tarántulas
He dejado escapar las lagartijas
Que vivían atrapadas en una lata oxidada
He sacudido el tamo de todos los rincones
Y desechado toda esa comida rancia
Y podrida que se había quedado
En los platos de remotas francachelas
He quebrado la porcelana de todas las vajillas
Familiares
Y de todas las cadenas genéticas
He mandado trozar a la mitad
La salamandra
De mis angustias y sus patas
Hasta hacerle desbordar
Las piedras preciosas
Yacentes en su panza
Es por ello que he echado agua y jabón
Por todas partes
Tirando todo lo inservible
Para que mi casa sea la más limpia
Y despejada.


III

Ahora la casa que habito se halla solitaria
Sin fantasmas
Se ha disipado el olor de los deseos
Moribundos
La memoria me devuelve
La textura de un ayer extenuado
En perfumes idos y sudorosos
De danzas sutilmente desnudas

Nada queda entre las paredes
Ya que los recuerdos han estallado
Los espejos
Todo se ha salido por las ventanas
Con el humo de los rituales
Y la jabonería de la catarsis…


IV

Todo el mobiliario de la casa ha sido renovado
Y como único habitante
He resurgido yo
Absolutamente seria
Y desconocida.

Elsa Elia Torres Garza (México, 1957)
Elsa Elia Torres Garza nació en la Ciudad de México en 1957. Ha cultivado dos hemisferios de su pasión: la filosofía y la poesía. Del primero ha sido la filosofía de Kierkegaard su principal obsesión, sobre el que ha publicado Søren Kierkegaard: el seductor seducido (UNAM-SUA-FFyL, 2010) y prepara actualmente el libro de ensayos intitulado Kierkegaard dramaturgo. En cuanto a la poesía ha publicado desde 1977 en importantes revistas literarias y extranjeras, ha sido incluida en algunas antologías y, en el año 2000, publicó en edición de autor el poema extenso La gitanilla. Actualmente se halla en ciernes la publicación de su poesía reunida con el título El tiempo y los espejos.

8 poemas

Por León Cartagena
(poeta mexicano)




Monte

                                               He intentado escribir el Paraíso
                                                                                     EZRA POUND

                                                                     
Regresé al pueblo a buscarte en el corazón del monte,
en las piedras que tanto me han esperado,
en la memoria seca del arroyo dormido,
en los árboles que me saludan
acariciando el cielo que atardece retrasado.
Van mis pasos atados a la tierra,
se ciernen nueves tiernas sobre la tarde,
el aire fresco eriza las espinas en la pitahayas.
Las aves, que por la mañana cantan al sol que nace,
son las mismas que ahora cantan
la oscura conquista de la noche.
La luna es un farol desterrado
que sonríe tímido tras las rejas de su jaula,
el frío albor que cubre el monte con su palidez
borda en plata los mármoles de mis muertos.
Luna besa mi frente antes de ir a la cama,
y con inmenso amor me dice
“Vuelve para herirte mañana”
Con el sol, mi voz gira en torno de la flor
que dulcemente te sostiene por la oreja.
Cae la flor
y con ella los vestidos que cubren tu cuerpo;
estás allí, de pie, no llevas puesto ni tu nombre,
no ha levantado el hombre ciudad o templo
que iguale la astral arquitectura de tu carne.
Me acerco a ti, con la inocencia del niño
que toca las espinas en la rosa;
esas aceradas armas, lustrosos aguijones,
colocados de cuando en cuando a lo largo de su cuerpo,
zarpazo de bestia donde nacen los dolores.
No hay silencios en el diálogo de nuestros cuerpos,
tu rostro es un guijarro que se maquilla
como las hojas del árbol con las estaciones.
A esta hora no hay río que no anhele tu pisada,
el temblor tibio de tus muslos en sus aguas.
La noche regresa envuelta en lluvia,
caricia húmeda de dios sobre tu pecho;
la frescura busca rincones escondidos a la mirada,
lluvia que en verano hace crecer la hierba y a las muchachas,
y ahí estamos, bajo el atisbo de la luna,
ocultos a la vista de todo,
con un amor de árboles, que inmóviles se buscan
y se acarician debajo de la tierra.
Nuestros cuerpos caen y las flores se levantan,
la negrura acaricia el lomo a los coyotes,
la tierra bajo nosotros se ablanda.
El monte se hincha los cachetes con agua fresca,
cubre todo con un líquido vestido,
dejamos runas escritas con sudor
en la memoria de las piedras,
y nos llevamos al monte
en los adentros.


Danza de venado


                                               A René Higuera

La luz penetra en el centro de los girasoles,
a esa hora el monte mantiene atadas a las bestias,
erguidas y delirantes elevan sus dedos coronados
con los frutos rojos hacia el cielo.

El venado colablanca se levanta,
suavemente va pisando
escollos de rocío,
levanta su cabeza y el cuerpo sigue el movimiento.

La luz hace platear el paloblanco,
el venado sabe que anda solo,
mueve la cabeza hacia los lados,
sus cuernos apenas tienen puntas
pero busca hembra.

Aparece un poco de verdor en la llanura,
las aves describen en su trino
la geométrica migración de su bandada.

El venado se deja guiar por el sonido
de una vena de agua que viaja entre huizaches;
una sombra se esconde tras las ramas
y lleva consigo una muerte de madera.

Sabe en su soledad el colablanca
que no llegará a beber del río
y que no verá hembra,
que morirá de sed
y de madera.


Mar en los árboles

Desde la costa,
el viento trasladó el eco del mar,
mansamente lo instaló en la copa de los árboles.

El parque se descubrió océano,
los columpios oscilan como balsas
y las hojas juegan a los albatros.

Desde la costa,
el viento anuncia la tormenta,
se ilumina con exhalaciones eléctricas.

Un ave mística canta entre las ramas,
que se mecen y bailan
bajo el rocío de gotas azules.


Semilla de lumbre

Sólo un hombre puede sembrar una palabra,
una semilla de lumbre,
que detenga o cambie el curso del tiempo.

Todo parte de una página en blanco,
se hacen elevar olas, se tiñe el silencio.

Desde la nube baja un dardo luminoso,
dobla las costillas de la Tierra,
que tiene dolor de parto, de poeta.

Un hombre desterrado sabe
que las estrellas son coágulos sujetos
a la costura fugaz de la máquina celeste.


Divertimento

En el instante preciso en que la bocanada
de tabaco taladra mis pulmones,
a una puntual distancia
donde la vista alcanza a la muchacha,
que cruza por la calle y se levanta
de la acera con ligereza de libélula;
ondulado aire, la tela de su falda.
De las pantorrillas dos pares de gemelos
a los que habría que ponerles una casa.
Las rodillas, los muslos, las caderas,
toda la maestría geométrica de Dios,
las cúpulas perfectas de sus pechos,
en ese frágil instante,
me pongo de pie en slow motion
mientras el magma espeso
se desprende de la taza,
sombría cascada que viaja veloz
por el camino de cuello y de camisa.
Un grito casigol digno del mejor de los partidos
invadió todo, dejando ampolla en el olvido,
y no pude ver más allá de la ondulación de tela
y el fascinante arco de su espalda.


Aproximación

Al llegar a tu piel
no tengo nombre.

Mi boca sorprendida
no pronuncia palabra.

Mi lengua nada,
recolecta el alcalino sabor de tu apetito.

Al llegar a tu piel
no tengo alas.

Me arrastro por tu cuerpo,
subo, bajo y te penetro.

Al llegar a tu piel
hierven los mares.

Mis manos peinan uno a uno
los tejidos en tus muslos.

Esculpo en la palabra a una mujer
de la costilla que me sobra.

Al llegar a tu piel
ardes mientras la niña que eras nos observa.

Mi sangre gana liquidez
formando el coágulo de mi deseo.

Mi boca, que es la tuya,
no pronuncia palabra.


Antes de la tormenta

Qué bello es empujar mi cuerpo contra el tuyo,
desguarecidos,
bajo árboles y estrellas.

Aguijonear con luz la espesa negrura de tu páramo,
entre susurros,
escuchar el morbo de los grillos.

Tus dedos –todos- en mi espalda.
¡Ah!, el viento que no sopla deposita
lentamente las hojas sobre el suelo.

Qué bella es la muerte escondida tras tu pelo,
nos ve y sufre
larga y sucesivamente.

Qué bello es desprender mi cuerpo del tuyo,
tenderme a tu lado, desde donde soy
la miserable sombra de una vida.


Entre la cara y el espejo


                                               Pobre de mí esta tarde
                                                          en que el cigarro
                                                          me sostiene por la boca.
                                                                     ENRIQUE SILVA                                            

Entre la cara y el espejo
León Cartagena (México, 1978)
cuántos abismos de eternidad.

Cuánto miedo con ritmo se dibuja
en el lago vertical adormecido.

Una violencia azul atraviesa la ventana,
duplicada se imprime en las paredes.

Entre la cara y el espejo se conoce el silencio,
sellado en la cascada luminosa de un relámpago.

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El azar de los hechos en ImagenTv

El azar de los hechos en Canal 11 Tv

Las teorías sobre arte son al arte
lo que un gato disecado al movimiento de un felino
Cosme Álvarez

Invitación

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