lunes, 12 de abril de 2021

De música y educación en Aristóteles



Sin Bemoles


Por Miguel Salmon Del Real
(Director de la Orquesta Sinfónica de las Artes)

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Para los antiguos, la música fue parte integral de la educación. Hoy, las neurociencias brindan nueva evidencia acerca del porqué.  Urge revisar el carácter ornamental de la música en los planes actuales de estudio.

 

De música y educación en Aristóteles 

Primera parte



Hablar de teoría musical antigua ha resultado un ejercicio de especulación e imaginería. Intentar aproximarse a un fenómeno sonoro del que no se tiene registro acústico, ha constituido para filósofos, historiadores, musicólogos e intérpretes, un esfuerzo esmerado de reconstrucción de un templo del que apenas vislumbramos soportes y columnas. Hoy pensamos la música antigua con base en evidencias físicas, imágenes presentes en obras de arte y descripciones escritas. A partir de esto intentamos “escuchar” lo que probablemente fue. Al respecto, algunas luces en los escritos de Platón y de Aristóteles constituyen las referencias por antonomasia. Los modos musicales griegos, ese sistema de escaleras (o escalas) de notas musicales, son representadas por escrito de modo descendente, aludiendo a la manera en que los sonidos bajan de los dioses a los hombres. Actualmente, hemos reconstruido este sistema, y aunque a nivel teórico lo describimos con facilidad, conocemos vagamente la forma en que se llevó a práctica.


Aristóteles reconoce en su Política que la música tiene un efecto sobre la conducta de los individuos, que ejerce una influencia en su comportamiento y, por tanto, debe ser considerada en la educación. Comienza con un recuento de las materias que constituyen la educación regular:


Son cuatro las que suelen enseñarse: la lectura y escritura, la gimnasia, la música, y en cuarto lugar, algunas veces, el dibujo. La lectura y escritura y el dibujo por ser útiles para la vida y de muchas aplicaciones; la gimnasia porque contribuye a desarrollar la hombría; en cuanto a la música podría planearse una dificultad. Actualmente, en efecto, la mayoría la cultiva por placer, pero los que en un principio la incluyeron en la educación lo hicieron, como muchas veces se ha dicho, porque la misma naturaleza busca no sólo el trabajar correctamente, sino también el poder servirse noblemente del ocio, ya que, por repetirlo, una vez más, éste es el principio de todas las cosas. (Aristóteles, Política, 1337b23-34).


Aristóteles encuentra en cada disciplina una función concreta, excepto en el caso de la música, discusión que proseguirá hasta el final del octavo libro de su Política. De inicio atribuye en la música una cualidad recreativa, misma que, por cierto, resulta esencial para los distintos géneros populares de todos los tiempos. Nos encontramos a cerca de quince siglos antes del nacimiento de la música de concierto, hacia el 1600. Esta clase de música “más compleja”, no encuentra siempre su esencia en lo recreativo, aunque también cumpla con ello. A medida que evoluciona, intentará llevar al hombre moderno al cenit de la experiencia estética por medio de nuevos recursos técnicos y nuevas concepciones estéticas. En todo caso, dicho culmen equivale a lo que Aristóteles termina por considerar: que la música, fuera de las ataduras de lo utilitario, suscita el enaltecimiento del alma.


La cuestión sobre cómo clasificar la música, dada su versatilidad, perduró mil años más: se dudaba de si debía ser incluida en el Trivium, o en el Quadrivium, es decir, acompañando a la gramática, a la dialéctica y a la retórica, o bien, a la aritmética, a la geometría y a la astrología. Apenas hace cinco siglos, la tendencia a excluirla de los programas de estudio fue en aumento. Paradójicamente, hoy, las Neurociencias, parecen reivindicar los que los antiguos sabían; que la música potencia cabalmente las habilidades del pensamiento e inclusive, señalan a la música como medio propicio en tareas terapéuticas diversas para individuos de todas las edades. En el siglo XXI debemos retomar esta discusión, bajo la premisa de si la música debiese formar parte de los planes de estudio de un modo más estructural y prolongado y de si además, debería acompañarnos a lo largo de otras etapas de la vida. Esto nos lleva a plantearnos, si los recientes descubrimientos científicos, acerca de los múltiples beneficios cognitivos que la música conlleva, deberán ser base de nuevas políticas públicas en materia de educación y de salud.

De música se habla sin bemoles



Miguel Salmon Del Real © Archivo: Salmon Del Real

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Szeryng visitó México en calidad de intérprete traductor en 1942, acompañando al General Sikorski, Primer Ministro de Polonia. Se entrevistaron con el presidente Manuel Ávila Camacho con el objetivo de buscar hogar para millares de judíos, a los cuales la Segunda Guerra Mundial forzó a dejar su país. Al poco tiempo, 1453 refugiados polacos fueron recibidos en la Hacienda de Santa Rosa, en León, Guanajuato, y Szeryng fue invitado a permanecer en el país. Ante el hospitalario gesto hacia sus compatriotas, Szeryng hizo patente su agradecimiento por el resto de su vida. A los veinticuatro años de edad, en 1943, se estableció al norte de la capital mexicana, y comenzó una entusiasmada labor concertística, de enseñanza, y de colaboración con los más grandes compositores del país.


Miguel Salmon del Real ha afirmado, en más de una ocasión, en público y en la cercanía que proporciona la amistad y la confianza recíproca, que “la música clásica une al ser humano con la eternidad, favorece el desarrollo humano, es pasión, es emoción, su encanto es eterno”. Son palabras que confirman una sólida confianza que lo vincula no sólo con sus mentores Bernard Haitink, Pierre Boulez, Peter Eötvös, sino con lo mejor de una insoslayable tradición europea Frans Brüggen, Nikolaus Harnoncourt, Daniel Barenboim, Claudio Abbado, de la cual es heredero y uno de nuestros más orgullosos embajadores culturales.


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