Por José Manuel Recillas
No soy mucho de ver series ni de abonarme a ellas, por el tiempo que demandan del espectador, y por su carácter de producto industrializado. Pero recientemente me recomendaron la serie de Netflix Donde hubo humo, ambientada en una estación ficticia de bomberos, Comandante Raúl Padilla Arellano, supuestamente ubicada en alguna zona de la Alcaldía Cuauhtémoc, cerca de la colonia San Rafael, en la capital mexicana. Pese a mi reticencia, decidí darle una oportunidad, justamente por esto último. En principio, me recordó aquella película de los noventas, Backdrtaft, que en México se llamó Marea de fuego. No esperaba ver algo como las increíbles escenas de fuego e incendio que se ven en aquella, que si mal no recuerdo se llevó incluso un Oscar por mejores efectos visuales. Y en efecto, nunca se ve algo parecido, por lo que el Oscar o cualquier premio en esa categoría puede irse descartando desde ahora, y en dos o tres de las escasas escenas donde se ve un incendio las llamas son puestas digitalmente. Y ya adelanté algo al respecto, aunque la serie está ambientada en una estación de bomberos real, los bomberos pasan más tiempo (o más bien, pierden más el tiempo) haciendo lo que sea, que apagando incendios.
Manuel Alcaraz |
¿Qué valores tiene esta serie? Si el de entretener al espectador es un valor, indudablemente cumple con su objetivo: es genuinamente entretenida, y la serie pasa del drama (el caso del asesino en serie) a la comedia (todo lo demás). En términos de producción, puede considerarse una superproducción por la cantidad de recursos involucrados, y un “buen intento” por presentarse como una alternativa a las producciones estereotipadas de las televisoras comerciales del país al haber sido rodada en ambientes reales de la ciudad de México. Pero es un “buen intento” apenas porque si bien escapa de ciertos estereotipos televisivos, incurre en otros que son del mismo modo denigratorios, clasistas, como el hecho de que todos los bomberos (y casi todas las chicas de la pensión) sean de ojos azules, caucásicos, musculosos o de estatura superior al promedio, y todos parecen vivir en zonas de clase media. Uno de ellos incluso vive en la San Rafael y maneja un Audi, una zona habitacional y vehículo que ningún bombero de la ciudad de México podría pagarse en la vida real.
Si el exceso en la manera de presentar a todos los personajes como si tuvieran el mismo peso narrativo y la misma relevancia es uno de los mayores errores del guion, lo es más aún el peso de la agenda “progre” que muestra a los bomberos más interesados en mostrarse como sexis, con el pecho desnudo a la menor provocación, y objeto del deseo femenino, que en combatir incendios. Estos pasan más tiempo en relaciones sexuales de todo tipo, incluyendo una homosexual y otra entre swingers, que haciendo su trabajo real. Si de lo que se trataba era el de honrar el trabajo del cuerpo de bomberos, la serie falla estrepitosamente, pues como ya se dijo, apenas hay tres o cuatro escenas donde se les ve combatir algún incendio, y en el colmo de la torpeza, muchas llamas son agregadas digitalmente en el cuarto de edición. Y si de la agenda “progre” se trata, pues también allí falla estrepitosamente, porque en todas las relaciones amorosas de los personajes la idea de “ser felices para siempre” una vez conseguido el “amor de su vida”, expresada una y otra vez por varios personajes, contradice los preceptos de esa agenda, y pone en principio la idea de cuento de hadas del amor redentor y que puede vencer todos los obstáculos sociales que se le pongan en frente, melcocha incluida: los prejuicios del conservadurismo de corte católico, ya sea frente a una relación homosexual o a una de varias parejas, las cuales sin embargo sueñan con ese amor que los hará felices para siempre.
Plutarco Haza y Manuel Alcaraz |
Y es muy notoria la falta de dirección actoral, especialmente en el caso de Ricardo Urzúa (encarnado por Eduardo Capetillo, sí, el ex Timbiriche), quien empieza con cara de palo en los primeros episodios, como si no supiera realmente cómo es el personaje, y sólo mientras avanzan los episodios se va enterando de quién es y cómo es, y va entrando en carácter, como se dice en el argot teatral. Lo mismo le sucede a Esmeralda Pimentel y su hiper bipolar personaje Olivia. Pero quienes se llevan la serie son los villanos, es decir el mismo personaje, el Carnicero de Reynosa, Hugo González, el cual es presentado de dos formas, hace un cuarto de siglo (Manuel Alcaraz), y en la actualidad (Plutarco Haza). Especialmente el primero, se roba cada escena en la que aparece, con esa mirada fría, voz calmada, sonrisa calculadora, movimientos discretos y ominosos al mismo tiempo, es en verdad un personaje aterrador, como no ceo que haya habido otro en el cine o la televisión mexicana. Sin duda, en su versión temprana, el villano más aterrador, verosímil, real, la imagen viva de lo que es un psicópata, que haya aparecido jamás en la pantalla mexicana. Un papel merecedor de un premio. Sólo por él la serie se salva y no se hunde en los clichés y la cloaca de la agenda progre que la recorre de principio a fin. ¡Señor actor! Plutarco Haza hace una buena encarnación del Carnicero de Reynosa, por momentos está algo sobreactuado, pero es un buen villano, aunque ciertas cosas en esa versión suya no terminen de cuadrar. Ya volveré sobre eso.
De nuevo, si en el ámbito de lo técnico la serie está bastante bien rodada, en escenarios reales de la Ciudad de México, como la colonia San Rafael y otras zonas bien conocidas de la ciudad, también se puede detectar una falta abrumadora de cultura visual y del uso de la cámara como un elemento narrativo. En otras palabras, la cámara adopta invariablemente una perspectiva pasiva, sin aportar jamás ningún elemento narrativo. Como en muchas series estadounidenses, apenas hay algunas tomas aéreas de la ciudad de México o de Reynosa, que sirven más como un elemento transitivo entre una escena y otra, pero nunca va más allá de eso. Más grave aún, para ocultar la pésima escritura del guion, que no se interesa de ir más lejos que describir pobremente el accionar de los personajes, ni en construir crescendos emocionales o atmosféricos, lo cual se ve en la esa sí aterradora planicie narrativa expuesta en pantalla, todo eso es sustituido por un elemento ya típico de casi todas las series del país vecino: sustituir el trabajo de construcción narrativa y atmosférica del director y del guionista, y a veces también de los actores, por canciones que describen pedestremente lo que está viviendo el personaje. Con el agravante que todas las cancioncitas no sólo son de una pedorrez insoportable, sino que todas son en inglés, sin identidad propia, como parece que la serie misma es. Así, frente a la incapacidad del guionista o del director, o de ambos, para construir una atmósfera de tensión o emocional a partir de elementos visuales, fotográficos, narrativos y dinámicos bien trabajados, el espectador se enfrenta a un fragmento de una canción con la que se libera de esa responsabilidad a los creadores de la serie, privando al espectador de la experiencia de vivir e interpretar la escena en toda su complejidad. Esto presupone que el espectador conozca la canción de marras y así se llene el vacío narrativo, porque si este no la conoce… Y eso es lo que abrumadora y paladinamente falta en la serie: complejidad narrativa. El único recurso usado una y otra vez para justificar ciertos vacíos narrativos es el del flashback, el cual es presentado sin ninguna habilidad cinemática. Todo es presentado con la misma luz y desde la misma perspectiva. Apenas hay una que otra toma aérea, pero no hay una sola toma o contratoma, y apenas en una escena aparece una toma de esa misma escena desde otra perspectiva. Los acercamientos (close up) son pedestres a morir, y la fotografía e iluminación no ofrece ninguna variedad, muestra de imaginación o función narrativa. La falta de cultura visual del director es francamente aterradora.
Manuel Alcaraz |
Y no es sólo que desperdicien el tiempo en una serie de historias ridículas y mal escritas, sino que, en el colmo de la torpeza escritural, muchos de los momentos culminantes en la parte del Carnicero de Reynosa son solucionados con una torpeza y una prisa verdaderamente absurdos. Ya señalé cómo la reconciliación entre Poncho y su padre sucede de un porrazo, sin que medie ninguna transformación o revelación entre ambos. En un tris lo abraza en Paseo de la Reforma durante un rescate. Y ya, son amiguis, se quieren y no hay reproches. Todo muy barato. Pero tampoco es que ya no haya reproches, porque alguno de los guionistas que no escribió el episodio ni por enterado se da de que ya se reconciliaron, porque en episodios posteriores Poncho sigue reprochándole mierda y media a su padre. Así de torpe es la escritura del guion de la serie.
En otro momento la detective Lorena Robledo (Oka Giner) acude con Poncho y su padre a la exhumación del cadáver de Hugo González para hacerle una autopsia, y a la mañana siguiente ¡ya llegaron los resultados! Caray, ni el FBI es tan solícito. Más adelante, la misma detective sigue a Olivia a Puebla, y allí descubre a su padre, Noé Serrano Diccarey, quien resulta que es el mismísimo Carnicero de Reynosa. Allí pide refuerzos para detenerlo, sabiendo que tardarán al menos dos horas o tal vez más, aunque en realidad debería de haber ido acompañada de policía de esa jurisdicción. Pero en lugar de esperar a que lleguen estos, se baja y empieza a fisgonear, y pasa lo que tiene que pasar. Pero, ¿cómo puede una detective pedir refuerzos si no está en su jurisdicción? Bueno, peccata minuta. Lo increíble, es que Hugo-Noé decide incendiar el vehículo de la detective y se va del lugar, pero los refuerzos solicitados por Lorena llegan a la escena, ¡en Puebla!, en menos de una hora, y se encuentran con que el vehículo ¡sigue en llamas!
En otro momento, Poncho sigue a un periodista que acude a la estación de bomberos y se va con el jefe de la estación, que aún no es su padre sino su predecesor, y los sigue en su Audi hasta una zona industrial apartada, y él se estaciona a unos quince metros más o menos de distancia. Los ve bajarse del vehículo e ingresar, y poco después los ve salir, y subirse de nuevo al coche, y ¡oh, sorpresa!, este vuela por los aires envuelto en llamas probablemente por una bomba. Ipso facto llegan cuerpos de rescate y policías de investigación, quienes ya tiene a un testigo ocular, ¡el propio Poncho! Que al parecer es el peor testigo, porque cómo es que no vio quién puso la bomba en el coche… pero igual, ¿cómo es que la policía y los rescatistas llegan como impulsados por un cohete en el trasero? Si es una zona semi abandonada y no se ven teléfonos ni una zona habitacional a la redonda, ¿quién les llamó? ¿El propio Poncho, que iba en misión secreta? Nadie aclara eso ni en ese episodio ni en ningún otro.
En otros dos momentos, Olivia le da a Poncho una bebida con un somnífero. En la primera escena, Poncho siente mareos, y tras menos de dos minutos, se pierde y cae a la cama desmayado, con lo que el papá de Olivia lo secuestra. En otra escena posterior, Olivia le vuelve a dar el mismo menjurje durante el baile anual de los bomberos, y esta vez pese a un mareo inicial, le permite ir al baile stripper de los bombomberos, bajarse del escenario, seguir caminando por el salón, salir, y allí sí ya se desvanece. La misma sustancia, pero sus efectos no ocurren más que a la velocidad que el guion necesite. Más rápido aquí, más lento allá.
Estos son apenas tres ejemplos de una cantidad enorme de gazapos que se dan de continuo una y otra vez a lo largo de la serie. Errores que son de escritura, y que se podrían corregir muy fácilmente ¡si alguien hiciera bien su maldito trabajo! Pero todo se hace al aventón, pensando que nadie se va a dar cuenta. Pero sí nos damos cuenta, sí tenemos la cabeza donde hay que tenerla, a diferencia de los creadores de la serie y la mayoría de los espectadores.
Me gustaría detenerme un instante en el caso de Hugo González / Noé Serrano Diccarey, el Carnicero de Reynosa, quien es el villano y el eje central de la historia. No sólo por el escaso tiempo dado no sólo al personaje sino a su historia, hay muchos aspectos que no terminan de cuadrar. ¿Por qué Hugo González finge su muerte si es el jefe de la policía de Reynosa? ¿Qué necesidad había de cambiar de identidad? Nunca queda claro eso, como tampoco el asesinato de la vecina de Ricardo Urzúa, una “testigo” de lo que hizo Hugo, y la posterior adopción de su hija, Olivia. ¿Cuál era el gran plan en todo eso que no implicase complicaciones y problemas legales? ¿Por qué adopta el nombre en forma de anagrama de Noé Serrano Diccarey que lo delataría fácilmente? Más importante, ¿por qué necesita vengarse de Ricardo cuando este sale después de su condena de 25 años en una prisión de Mac Allen, cuando se supone que él manejó todos los hilos para incriminarlo? Nunca termina de aclararse ese asunto que él declara en un momento es muy, muy personal.
Y de nuevo, en la confrontación final entre Hugo y Ricardo, se supone que Hugo / Noé fue policía y está entrenado, mientras que Ricardo no, pero con una facilidad pasmosa lo vence y pareciera que ni las manos fue capaz de meter, en una escena pésimamente coreografiada y poco creíble. ¿Por qué Hugo / Noé no mató a Ricardo y a Poncho cuando llegan a rescatar a Olivia de la bodega en la que la tiene retenida, cuando él estaba oculto en una escalera y ellos estaban distraídos? No sé. Tal vez de repente se acordó que tenía algo más importante qué hacer. De nuevo, el cliché ambulante del criminal que busca venganza del policía que encerró a su hermano o a él mismo, sólo que aquí el policía era él, no Ricardo. Entonces, ¿por qué el deseo de vengarse? ¿25 años en prisión no son suficientes?
En resumen, Donde hubo fuego es una serie que pretende dignificar el trabajo de los bomberos por medio de la agenda liberal progre y la crítica al conservadurismo estereotipándolos y sexualizándolos, como tradicionalmente se ha hecho con las mujeres, que aquí también son sexualizadas… pero para empoderarse y liberarse de las cadenas que las atan socialmente a través de relaciones sexuales molto moderrnas… ah, y como en Titanic también, donde hay una historia de amor muy bonita, aunque casi de casualidad también sucedió que se hundió el barco, aquí de casualidad andaba un asesino en serie haciendo de la suyas, pero ¡ya ni quien se acuerde!
CIUDAD DE MÉXICO, abril de 2023
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